– Anochece rápidamente en las montañas. Vuelve a casa pronto.
Un poco aturdida, Isabella asintió, tocándose la boca, donde todavía podía sentirle, todavía le saboreaba.
Nicolai batió palmas, y los niños se dispersaron alarmados mientras él ondeaba la mano. Sergio y Rolando le siguieron cuando se alejó a zancadas de la ciudad y hacia el denso bosque. Isabella se quedó de pie mirando fijamente a los tres hombres.
Violante y Theresa le sonreían. El cuerpo de Isabella estaba dolorido de deseo, con un hambre que rápidamente se le estaba haciendo familiar. Finalmente parpadeó hacia las dos mujeres, como si estuviera sorprendida de verlas allí de pie.
– ¿Qué? -preguntó. Pero sabía qué. Nicolai había sacudido el mundo para ella, lo había quemado, y nunca se sentiría igual, nunca volvería a ser igual.
– ¿Cómo es que pude verle? -preguntó Theresa, con sorpresa en su voz.
Isabella se presionó una mano sobre el estómago.
– Es un hombre, Theresa. ¿Por qué no ibas a verle? -Se sentía extraña, temblorosa. La sensación se arrastró hasta ella, y tembló, cerrándose la capa alrededor-. Deberías verle siempre como un hombre.
– No pretendía ofenderte -dijo Theresa velozmente-. Estaba asombrada, eso es todo. Él raramente hace apariciones.
– Espero cambiar eso -respondió Isabella con una pequeña sonrisa, intentando recapturar la camaradería de su juego. Sabía que había mordido hacia Theresa, sabía que la gente de la finca raramente miraba a Nicolai, temiendo poder ver la ilusión del león. Isabella no pretendía morder, pero se sentía perturbada. La molestaba que nadie pareciera considerar la soledad de la existencia de Nicolai, y el que la forma en que todos le trataba podía contribuir a la propia ilusión.
– El juego fue divertido -dijo Violante- pero frío. -Se frotó las manos arriba y abajo por los brazos para calentarse-. No podía creerlo cuando Sergio comenzó a tirarnos nieve -Intentó ahuecarse el pelo para volverlo a su lugar, consciente de su desarreglada apariencia-. Supongo que no me veo muy guapa toda desarreglada. -Su mirada se movió sobre Isabella y Theresa críticamente, envidiosamente, la risa desapareciendo de sus ojos. -Theresa, tu pelo ha caído sobre un lado, y tu cara está roja. Supongo que es imposible para nosotras vernos tan bien como Isabella.
– Pero si estoy hecha un desastre -dijo Isabella, estudiando su capa y su vestido húmedo. Su estómago estaba hecho un nudo, y apretó los dientes.
– He notado que Rolando disfruaba del juego mientras estaba jugando contigo, Isabella -cantureó Violante-. Si no le hubieras tirado nieve, podría haber dado a la pobre Theresa otra de sus lecciones sobre como comportarse.
– Bueno, no hay duda de que Theresa fue la mejor en nuestra pequeña guerra -Isabella sonrió resueltamente hacia ella-. Golpeabas tu objetivo cada vez.
– Tengo dos hermanos menores -admitió Theresa-. Tengo mucha práctica. Debo irme. Estaba visitando a una amiga pero debo regresar-. Alzó una mano y se puso en camino, siguiendo la senda que conducía a las filas de edificios.
Isabella la observó hasta que estuvo fuera de la vista.
– No sabía que tuviera dos hermanos. No los había mencionado antes.
– Están bajo las órdenes de Rolando -dijo Violante-. Theresa tiene suerte de que su familia esté tan cerna. Yo habría pensado que criarse en una granja evitaría que uno fuera capaz de encajar en la corte, pero su famiglia lo hacia fácilmente.
La voz de Violante era tan triste, que Isabella le enredó un brazo alrededor de la cintura y la abrazó amablemente mientras empezaban a caminar.
– No creo que ninguna de nosotras tengo tu gracia y presencia, Violante, yo crecí dirigiendo el palazzo de la mia famiglia, y aún así no puedo arreglármelas para parecer tan confiada y elegante como tú. Yo siempre estoy diciendo y haciendo lo equivocado.
Violante bajó la mirada a sus guantes húmedos.
– Vi la forma en que Don DeMarco te abrazaba y besaba. Vi el amor en su cara. Tú tienes algo que yo nunca tendré.
Isabella dejó de caminar para enfrentar a la otra mujer.
– He visto a tu marido cuando te mira -dijo suavemente-. No tienes ninguna razón para temer que él se ocupe de ninguna otra mujer aparte de ti.
Violante se presionó una mano temblorosa sobre los labios, parpadeando rápidamente para evitar que las lágrimas se rebalsaran.
– Grazie, Isabella. Eres una auténtica amiga por decir tal cosa.
– Solo digo lo que veo.
– Solo quiero que estés preparada, Isabella. Nicolai es un hombre poderoso, un hombre al que otras mujeres desearán. Una vez le vean, le mirarán con ojos lujuriosos y voracez. Serás incapaz de saber qué mujer es amiga o enemiga. Un hombre puede ser débil cuando las féminas se tirán ante él.
– ¿Es eso lo que te ocurre a ti? -Isabella no podía reconciliar al hombre que había jugado con tanta alegría en la nieve con un hombre capaz de traicionar a su mujer.
Violante se encogió de hombros.
– Veo la forma en que cualquier mujer flirtea con él. Y me creen vieja y árida.
– Importa poco lo que crean otras mujeres -dijo Isabella suavemente- solo lo que crea tu marido. Y él te vé con los ojos del amor. Debes saber que eres hermosa. -Isabella sintió que Violante estaba empezando a sentirse incómoda con las confidencias privadas, así que buscó una distracción- ¡Oh, mira! el mercado.
Agradecidamente Violante volvió su atención a las mercancías. Se apresuraron a lo largo de filas de puestos, exclamando por los diversos tesoros que encontraron.
Isabella encontró a la gente de la finca agradable e informativa. Se hacinaron a su alrededor ansiosamente, deseando conocerla. Violante se quedó cerca, agradable y amistosamente pero asegurándose de que Isabella tenía espacio para moverse a través de los muchos puestos y casetas. Violante se distrajo cuando divisó una caja tallada del tamaño perfecto para las baratijas que había adquirido, pero cuando extendió el brazo hacia ella, otra mujer la alzó para inspeccionarla.
Isabella sacudió la cabeza cuando estalló una discusión entre las dos mujeres. Sabía que la otra mujer no conseguiría la caja tallada si Violante la deseaba. Violante podía ser tenaz. Un revoloteo de color captó la atención de Isabella cuando una mujer con una melena de flotante pelo negro desapareció tras la esquina de un edificio. Se movía como Francesca y era de su peso y constitución. Pocas mujeres llevaban el pelo suelto. El color de su vestido era inusual, también… una explosión de azul real que ella había visto antes. Ciertamente era Francesca, Isabella se apresuró a bajar la manzana y giró hacia un estrecho pasillo. No había nadie a la vista. Aligeró sus pasos, mirando con atención en varios caminos laterales que conducían a pequeños patios y también a redes de otros pasillos que se adentraban en la ciudad. Después de varios minutos de búsqueda, Isabella suspiró y se dio la vuelta hacia el mercado. Nadie se las arreglaba para desaparecer tan rápidamente como Francesca.
Una larga fila de grandes edificios captó su atención. Eran hermosos y tallados con los inevitables leones. Caminó lentamente hacia ellos, estudiando las diversas representaciones de la enorme bestia. Isabella los encontraba fascinante. Algo en sus ojos, no importaba como estuvieran bosquejados, atraía su atención. Los ojos parecían vivos, como si estuvieran observándola desde todas direcciones. Se giró primero en una dirección y después a otra, pero siempre los ojos observaban.
Aunque los edificios bloqueaban el viento, ella tembló, colocándose mejor la capa. Se estaba haciendo tarde, y se encontraba inexplicablemente cansada. Las sombras se estaban alargando, y la multitud de escalones y sendas se hizo más gris. Se hizo consciente del silencio, y un escalofrío bajó por su espina dorsal. Isabella giró la cabeza en dirección al mercado. Se deslizó sobre un trozo de hielo y cayó con fuerza, hiriéndose la espalda contra la esquina de un edificio. Las marcas de garras estaban sanado, pero ahora latieron, recordándole su aterrador encuentro. Se irguió sentándose cuidadosamente, mirando alrededor, deseando estar fuera de la nieve.