Ella saltó de la silla y paseó inquietamente por el brillante suelo. El halcón agitó las alas como advertencia, pero le lanzó una sola mirada feroz, y el pájaro de presa se aposentó dócilmente.
Nicolai la observó, admirando la pasión en ella… tanta pasión que su cuerpo bien proporcionado a penas podía contanerla. Su propio cuerpo se endureció con el implacable dolor del deseo. Del hambre. Poseerla podría no ser suficiente. Devorarla no sería suficiente. Ella era fuego y coraje, el epítome de las características que deseaba en sí mismo. Era una llama viviente, y hacerle el amor era un viaje interminable al éxtasis erótico. Deseó arrastrarla hacia él, aplastar su boca bajo la de él.
Se detuvo directamente ante él, inclinando la cabeza hacia atrás para poder mirarle. La acción expuso la línea vulnerable de su garganta. Sus grandes ojos resplandecían de genio, y sus dedos se cerraban en puños.
– Quizás me ha malinterpretado, signore. No estaba pidiendo una escolta. Soy consciente de que necesita a su gente aquí. Soy perfectamente capaz de encontrar mi camino hasta el mio fratello. -Estaba haciendo todo lo que podía para hablar cortésmente, pero su respiración se estaba acelerando, e incluso su boca sensual daba prueba de su agitación-. No me arriesgaré con la vida de Lucca. Prefiero asegurarme de que los hombres del don no hacen daño al mio fratello de ningún modo.
Era tan hermosa, Nicolai deseó arrastrarla a él, aplastar su perfecta y temblorosa boca contra la suya. Aplastar su cuerpo bajo el peso del suyo propio y enterrarse profundamente dentro de ella, donde habría un calor blanco y ardiente. Le volvía loco, algo que un DeMarco mal podría permitirse. Podía sentir su primitiva naturaleza alzarse, llamarle, exigir que la abrazara, exigir que tomara lo que era suyo y la retuviera contra todo enemigo. Como precaución, se deslizó más aún entre las sombras. ¿Tan animal era que no podía controlar sus pasiones cuando ella estaba cerca? Su cuerpo sufría una dolorosa dureza, su erección era gruesa y pesada de deseo por ella. Incluso ahora, cuando estaba entregando noticias que la contrariaban, estaba sediendo de los lujuriosos placeres de su cuerpo. Era una idea aterradora el que la bestia estuviera ganando control más rápido de lo que esperaba.
– No te he malinterpretado, Isabella -Su voz fue brusca, suave, un gruñido de advertencia escapó de las profundidades de su garganta-. Tengo muchos enemigos a los que les encantaría poner las manos sobre ti, Rivellio es uno de ellos. Estás protegida en este valle, y no saldrás.
Las cejas de ella se alzaron.
– ¡Eso es ridículo! Ya no soy tu prometida. Solo tienes que anunciarlo al mundo, y la amenaza habrá desaparecido. En cualquier caso, evidentemente estoy más en peligro aquí de lo que estaré en ningún otro sitio… me lo dijiste tú mismo. Nicolai, no estoy huyendo de ti. Volveré inmediatamente. Sabes que debo ir con Lucca.
– Y tú sabes que no puedo permitirlo -Su voz fue tranquila, ronroneando una amenaza.
Para cualquier otro que no fuera Isabella, esa nota peligrosa en su voz habría sido advertencia suficiente. Pero sus ojos mantenían los principios de una turbulenta tormenta.
– ¿No puedes permitirlo, Nicolai, o no lo permitirás?
– Si lo prefieres, enviaré al Capitán Bartolmei junto con los que dan escolta a nuestro sanador. Él personalmente verá que tu hermano esté listo para viajar y le escoltará de vuelta tan rápidamente como sea posible -Se encontró a sí mismo intentando apaciguarla.
– Entonces estaré perfectamente a salvo viajando con el capitán -desafió ella.
Él gruñó. Realmente gruñó. Pero ni siquiera eso fue suficiente para expresar la intensidad de sus emociones. Otro sonido retumbó en las profundidades de su garganta, subiendo de volumen. Un rugido llenó la habitación, una explosión de rabia que sacudió el ala entera del palazzo, haciendo que las alas del halcón se agitaran salvajemente con alarma y los leones de las proximidades respondieran rugido con rugido, como si el don fuera uno de ellos. En las profundidades de las sombras sus ojos ámbar resplandecieron con extrañas llamas. Su pelo estaba despeinado por pasarse constantemente los dedos por él. Caía alrededor de su cara, largo y peludo, bajando por su espalda. Temiendo poder parecer más bestia que nunca, Nicolai se deslizó más profundamente en el interior del hueco.
Su estómago se tensó ante la idea misma de ella viajando durante días y noches en compañía de Rolando Bartolmei. Amigo de la niñez o no, Nicolai no quería a Isabella buscando solaz en los brazos de otro hombre. Ni siquiera inocentemente. Si su hermano no sobrevivía, y ella estaba apesadumbrada, sería perfectamente natural para Bartolmei consolarla.
Isabella se dio la vuelta, toda inquieta energía, sus ojos lanzando tormentosamente llamas hacia él. Le asechó adentrándose en las sombras mientrás el retrocedía aún más.
– A mí no me gruñas, Nicolai DeMarco, y no te atrevas a rugir. Tengo todo el derecho a estar molesta contigo y tu dictadura. No tienes razón para estar enfadado conmigo en absoluto. Tengo intención de ir con el mio fratello y asegurarme de que su salud mejora. Tengo mi propio caballo y no necesito a tu capitán ni tu permiso.
– No me amenaces, Isabella -Su voz fue baja, controlada. Cuidó de dejar sus manos para sí mismo, aunque la fragancia de ella llenaba sus pulmones y hacía cosas malvadas a su cuerpo-. El sanador te traerá vivo a tu hermano y tan rápidamente como sea posible. Deja que eso sea suficiente. -Los celos, una emoción inoportuna y poco atractiva, le estaban carcomiendo. ¿Si Rolando le traía a su amado hermano de vuelta feliz y a salvo, ella estaría agradecida a Bartolmei, mirándole con afecto? Nicolai estaba avergonzado de sus pensamientos, avergonzado de su incapacidad para controlar sus emociones. Siempre había sido tan disciplinado.
El aliento de Isabella quedó atascado en su garganta de puro ultraje. Cerró la distancia entre ellos con tres zancadas furiosas, sin prestar atención a lo imprudente de lo que estaba haciendo. La furia era una energía que crujía en la habitación, feroz y apasionada.
– No puedo creer que me estés ordenando quedarme. -La idea era tan espantosa, que apretó los puños y le golpeó con fuerza directo al estómago. La enfadó incluso más que él ni siquiera fingiera hacer una mueca, mientras sus nudillos escocían. Tiró de su mano hacia atrás, mirándole.
Una pequeña sonrisa suavizó la dura línea de la boca de Nicolai cuando gentilmente le sujetó la cintura y le atrajo la mano palpitante a su corazón. Porque no pudo contenerse a sí mismo, se llevó su mano a la boca, su lengua se arremolinó sobre los nudillos magullados con un calor consolador.
Ella era ciertamente coraje y fuego; cualquier otra mujer se habría desmayado alejándose de los terrores de su posición. No Isabella, con sus ojos tormentosos y apasionada boca.
– ¿No tienes el buen sentido de temerme, verdad? -observó. Él temía suficiente por los dos. Había visto la evidencia de la maldición con sus propios ojos. Había sentido el fluir de la salvaje excitación, conocido el ardiente sabor floreciendo en su boca.
– Tengo miedo, Nicolai -admitió ella-. Solo que no de ti. Por ti. Por mí. No soy una muñeca. Soy consciente de que esto podría terminar muy mal. Pero en realidad ya estamos en ello. Estoy aquí en este valle. Ya te he conocido, el patrón de nuestras vidas ya se está desplegando a nuestro alrededor. ¿Se detendría si escondo la cabeza bajo la cama como haría una niña? ¿En qué ayudaría eso, Nicolai? Quiero vivir mi vida, por poca que pueda tener, no esconderme temblando bajo una colcha.- Su palma le acarició las cicatrices de la cara, su corazón se suavizó, derritiéndose, ante su expresión.
– Isabella -susurró él suavemente, doloridamente, su garganta atascada por tal emoción que no podía respirar apropiadamente.- No hay otra como tú -Sacrificarla por su gente, por su valle, era un horrendo intercambio. Sabía como debía haberse sentido su padre. El vacio. El autodesprecio. La desesperación. Nicolai había rezado, y había encendido muchas velas a la buena Madonna. Aún así, el peligro rodeaba cada movimiento que hacía Isabella.