– ¿De veras? -Francesca levantó la mirada ansiosamente. -¿Es joven?
– Un poco mayor que yo, y muy guapo. Es maravilloso, Francesca -Isabella lanzó una sonrisa conspiradora-. Aún no está casado o comprometido.
– ¿Sabe bailar?
Isabella asintió.
– Sabe hacerlo todo. Y cuenta las historias más maravillosas.
– Podría gustarme, aunque la mayoría de los hombres me molestan. Creen que pueden decir a las mujeres qué hacer todo el tiempo.
Isabella rió mientras dejaba caer su bata sobre la silla.
– No digo que él no te diga lo que tienes que hacer. Ciertamente a mí me lo dice todo el tiempo. Pero es muy divertido. -Se deslizó dentro de la cama y tiró de las mantas hasta la barbilla, agradeciendo tenderse. Su cuerpo se relajó instantáneamente- Conocí a la mujer de Sergio Drannacia, Violante, hoy. Es interesante.
Francesca asintió sabiamente.
– Interesante es una forma de describirla. Le gusta ser una Drannacia, eso seguro. Cuando era niña, solía decir a su famiglia que se casaría con un Drannacia, y lo hizo. -Francesca lanzó una sonrisa maliciosa-. Le sedujo. Es más vieja que él.
– Parece como si fuera a ser agradable, si se le da la oportunidad. Refrenaré mi juicio por ahora. Creo que está más intimidada por el palazzo de lo que quiere admitir. Siento un poco de pena por ella. Teme que su marido no la mire con los ojos del amor.
– ¡Probablemente no lo hace! -resopló Francesca, dando su propia opinión- Siempre está dándole órdenes. quiere una casa más grande, reconstruir el palazzo Drannacia. Fastidia a Sergio para que pida permiso a Nicolai, y después se burla de él por necesitar permiso. -Imitó la estridente voz de Violante-. Que se haya llegado a esto, el nombre Drannacia es tan bueno como el DeMarco, comportarse de forma servil pidiendo su permiso para reconstruir lo que ya es tuyo -Lanzó su pelo alrededor, arreglándoselo continuamente-. Cree que es tan guapa, pero en realidad, si no tiene cuidado, terminará con arrugas por toda la cara de fruncir el ceño a todo el mundo.
– Debe ser difícil ser mayor que tu marido. Sergio Drannacia es guapo y encantador. Probablemente le preocupa que alguna mujer le atraiga y esté dispuesta a acostarse con él.
Francesca se retorció el pelo alrededor de un dedo pensativamente.
– No había pensado en eso. He visto a algunas de las mujeres flirteando con él -suspiró suavemente.- Eso sería dificil. Pero ella no es muy agradable, Isabella, así que es difícil sentir pena por ella. Ella no le quiere, ya sabes. Solo quería el título.
– ¿Cómo sabes que no le quiere? -preguntó Isabella, curiosa. Intentó sin éxito ahogar un bostezo.
– La oí. Le digo a su madre que tendría su propio palazzo, y no le importaba lo que tuviera que hacer para conseguirlo. Sedució a Sergio y después fingió temer estar embarazada. Por supuesto él hizo lo más honorable y se casó con ella, pero no hubo niño después, y no lo ha habido desde entonces. Creo que tiene miedo de que si su barriga crece, él no la desee.
– Si quería poder, ¿por qué no fue tras Nicolai? -Isabella no podía imaginarse mirando a otro hombre mientras Nicolai estuviera libre.
Francesca pareció sobresaltada.
– Todo el mundo tiene terror a Nicolai. Y Nicolai no es de los que se enamoran de una mujer porque le desnude los pechos. Ni permitiría que una mujer tratara a su gente injustamente o los recriminara por accidentes. No soportaría la vanidad de Violante. Mantiene a la costurera ocupada todo el tiempo, y nunca está satisfecha.
– Que triste. Creo que es posible que se haya enamorado de su marido -Isabella suspiró y se acurrucó bajo la colcha-. Hay una tristeza en sus ojos. Y desearía saber como ayudarla.
– Podría intentar sonreir de vez en cuando -señaló Francesca.-Eres demasiado amable, Isabella. Ella no está perdiendo el sueño por ti.
– También conocí a Theresa Bartolmei, y nuestro encuentro fue muy embarazoso. Su marido había intentado salvarme de la escoba caprichosa de Alberita, y me agarró por la muñeca, así que parecía como si me estuviera cogiendo de la mano -Isabella rió suavemente-. ¡Deberías haber visto sus caras, Francesca! ¿Conoces a Theresa?
– Desearía haber estado allí. Seguramente eso dio a Violante leña para sus chismes. Sin duda todavía está repitiendo la historia a Sergio.
– Él estaba allí. Y también Nicolai.
Francesca pareció sorprendida.
– ¿Nicolai? -respiró con respeto-. ¿Qué hizo él?
– Reir conmigo, por supuesto, solo que no delante de los otros. Sentí pena por Theresa, porque el incidente obviamente la sorprendió.
Francesca echó la cabeza hacia atrás.
– Siempre está llorando y llamando a su madre. Y no es muy buena con los sirvientes. Les molesta siempre que viene de visita. Y le aterra el don -Francesca dijo lo último con satisfacción.
– ¿Por qué iba a tener miedo de él?
La mirada de Francesca se apartó.
– Ya sabes. Una vez, cuando él mantenía su propia faz, ella quedó horrorizada por sus cicatrices. La oí decir a Rolando que la ponían enferma -puso los ojos en blanco-. Nicolai no debió malgastar energía permitiéndola verle.
– Ella no te gusta -Isabella tampoco se sentía muy dispuesta a que le gustara Theresa en ese momento.
Francesca se encogió de hombros.
– No está mal. Es terriblemente tímida y no muy divertida. No sé por qué Rolando la eligió. Una vez pasaron la noche aquí en el castello, y cuando empezaron los aullidos, chilló tan alto que incluso el don en su ala la oyó. Insistió en abandonar el palazzo, pero Rolando dijo que no y la hizo quedarse -Francesca rió.- ¿Por qué alguien tendría tanto miedo de un poco de ruido?
– Eso no es muy amable, Francesca -dijo Isabella gentilmente-. Tú estás acostumbrada al ruido, pero en realidad, la primera noche que pasé aquí, tuve miedo. Quizás comportarte como una amiga y ayudarla a superar sus miedos. Es joven y obviamente echa de menos a su famiglia. Deberíamos hacer lo que pudieramos por ayudarla a sentirse más cómoda.
– No es más joven que tú. ¿Qué crees que habría hecho si un león se hubiera arrastrado hacia ella de la forma en que lo hizo hacia ti cuando salvaste a Brigita y Dantel? Todo el mundo está hablando de tu coraje. Theresa se habría desmayado hasta morir. -Había una mofa en la voz de Francesca.
– ¿Qué habrías hecho tú? -preguntó Isabella tranquilamente. No podía admitir que ella se había desmayado cuando más la necesitaba Nicolai.
Francesca tuvo la decencia de parecer avergonzada.
– Me habría desmayado hasta morir también -admitió. Lanzó su sonrisa traviesa, asegurando que fuera instantáneamente perdonada -¿Por qué no te desmayaste tú?
– Sabía que Don DeMarco vendría. El león no quería matarnos, pero algo estaba mal. Algo… -Isabella se interrumpió, incapaz de poner en palabras exactamente lo que había sentido en el león.
Francesca tomó un profundo aliento mientras miraba alrededor ansiosamente.
– Es maldad -susurró, como si las paredes tuvieran oídos. La cabeza de Isabella se alzó, y miró a Francesca con sorpresa y alivio.
– ¿Tú lo sientes también? -instintivamente bajó su propia voz.
Francesca asintió.
– Los otros realmente no saben de ello, pero lo sienten a veces. Por eso te pusieron en esta habitación. Eso no puedo entrar aquí. Esta habitación está protegida. es muy peligroso, Isabella, y te odia. Quería decírtelo, pero no creí que me creyeras. Lo despertaste cuando entraste en el valle.
Un escalofrío bajó por la espina dorsal de Isabella. Había sentido la perturbación incluso en medio de su miedo al desconocido don y la salvaje tormenta. Francesca estaba diciendo la verdad.
– ¿Cómo está protegida esta habitación, Francesca? -Algo dentro de Isabella se quedó inmóvil. Estaba más asustada por la respuesta, temía saber ya la que sería.