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– Hablaré con Sarina y veré que se está haciendo -dijo Violante firmemente-. No podemos dejar los detalles a Don DeMarco, cuando está tan ocupado. Eso nos dará una excusa para visitarte con frecuencia.

– No necesitaréis una excusa -respondió Isabella-. Nuestras tres casas están conectadas y siempre lo estarán, trayendo a nuestra gente y al valle prosperidad. Espero que las tres nos convirtamos en amigas muy cercanas. ¿Cómo fue tu boda, Theresa? -La joven parecía perputuamente nerviosa, e Isabella quiso darle un respiro.

Theresa sonrió ampliamente hacia ella.

– Fue preciosa, y Rolando era el más guapo. Nos casamos en la Santa Iglesia, por supuesto, pero después bailamos toda la noche bajo las estrellas.

– Scusi, Signorina Vernaducci -Sarina interrumpió con una ligera reverenca-. Debo ocuparme de un problema en la cocina.

– Nos las arreglaremos, Sarina, grazie -la tranquilizó Isabella y saludó la salida de su única aliada. Se volvió otra vez hacia las dos mujeres, decidida a intentar hacer amigos-. Eso suena maravilloso, Theresa. Supongo que tus padres la planearon para ti.

– Si, con Don DeMarco -dio Theresa, pareciendo de nuevo intranquila.

El estómago de Isabella dio un curioso vuelco, poniéndola instantáneamente en guardia. Mientras las dos mujeres continuaban charlando, examinó suspicazmente la habitación. Ya no estaban solas; algo se había unido a ellas. Era sutil, la efusión de retorcida malicia derramándose en la habitación.

Isabella suspiró. Había sido una larga tarde. Seguía la conversación, pero era difícil, ya que Theresa parecía a punto de desmayarse cuando se mencionaba a Nicolai, y Violante parecía querer desdeñar cada nuevo tema con desprecio. Isabella se sintió secretamente aliviada cuando los capitanes volvieron para reclamar a sus esposas.

Theresa recogió ansiosamente sus cosas, colocándose los guantes, y levántándose con prisa, ganándose un ceño de su marido.

– ¿Debería escoltarla de vuelta a su habitación? -ofreció el Capitán Drannacia a Isabella solícitamente, su mano descansaba sobre el respaldo de la silla de su esposa.

Isabella levantó la vista a tiempo para ver el miedo y la sospecha en la cara de Violante. La mujer encubrió su reacción levantándose graciosamente y sonriendo hacia Isabella.

– Ha sido un gran placer. Espero que podamos repetirlo pronto.

– Así lo espero yo también -le aseguró Isabella-. Grazie, Capitán Drannacia, pero no tengo necesidad de una escolta.

– Tendremos que volver pronto si vamos a ayudar con la boda -le recordó Theresa-. Realmente me ha encantado conocerte, Isabella. Por favor ven a mi casa alguna vez también -Añadió tímidamente-. A tomar el té.

Isabella le sonrió.

– Eso me encantaría. Muchas gracias a las dos por venir a verme.

– Yo tengo ocupaciones aquí en el castello, Sergio -anunció Rolando Bartolmei pesarosamente-. ¿Te ocuparás de que la Signora Bartolmei llegue a salvo a casa por mí?

Theresa pareció dispuesta a protestar, pero contuvo su objeción, bajando la vista a las puntas de sus zapatos en vez de eso.

– Quizás el Capitán Bartolmei pueda escoltarla a su habitación, Signorina Vernaducci -dijo Violante con inesperada malicia-. solo para asegurarse de que no se pierde.

Theresa se sobresaltó visiblemente y miró fijamente a Violante, claramente sorprendida.

– Me alegrará escoltarla -estuvo de acuerdo el Capitán Bartolmei, inclinándose galantemente, ignorando los rasgos pálidos de su esposa.

– Eso no será necesario, signore, pero grazie. Ya conozco el camino a través del palazzo bastante bien. Sarina me ha estado ayudando. No querría alejarle de sus obligaciones -Isabella sonrió, pero en su interior estaba temblando, una señal de que algo iba muy mal. La oleada de poder había sido inesperadamente fuerte, haciendo presa en los celos de Theresa. Isabella deseó que se marcharan todos, temiendo que la malevolencia aumentara-. Aprecio el que ambos hayan traído a sus esposas para conocerme.

El Capitán Bartolmei tocó la mano de su esposa brevemente, inclinándose hacia los demás, y saliendo de la habitación. Sergio Drannacia tomó el brazo de Violante y escoltó a las dos mujeres fuera, inclinándose primero hacia Isabella.

Isabella suspiró suavemente y sacudió la cabeza. Las fincas eran iguales en todas partes, llenas de mezquinas rivalidades, sospechas, celos, e intrigas. El palazzo de Don DeMarco, sin embargo, era de algún modo diferente. Algo se agazapaba a la espera, observando, escuchando, habiendo presa en las debilidades humanas. Se sentía cansada, agotada y alarmada. Nadie más parecía notar que algo iba mal; no sentían la presencia del mal como lo hacía ella.

Esperó unos pocos minutos por Sarina, pero cuando el ama de llaves no apareció, y las sombras empezaron a alargarse en la habitación, Isabella decidió ir a su dormitorio. Parecía ser el cuatro más tranquilo del palazzo. Comenzó a atravesar los amplios salones, levantando la mirada hacia el artesonado, las tallas de leones en variadas posiciones, algunos gruñendo, algunos observando intensamente. Isabella empezó a sentirse como si estuviera siendo realmente observada, un sensación caprichosa en medio de los grabados, tallas y esculturas.

– Isabella -oyó su nombre yendo a la deriva salón abajo. Lo habían pronunciado tan bajo que apenas lo captó. Por un momento Isabella se quedó inmóvil, esforzándose por escuchar. ¿Había sido Francesca? Parecía su voz, un poco incorpórea, pero esto era algo que Francesca podría hacer. Esconderse y llamarla. Al momento su corazón se aligeró un poco ante la idea de ver a su amiga.

Curiosa, Isabella giró a lo largo del corredor e inmediamente llegó a una puerta que sabía conducá a los corredores de los sirivientes. Estaba ligeramente entreabierta, como si Francesca la hubiera dejado deliberadamente abierta para captar su atención. La voz susurró de nuevo, pero esta vez tan baja que Isabella no pudo captar las palabras reales. Francesca parecía estar en movimiento, decidida a jugar un juego impulsivo.

Encontrando la voz imposible de resistir, Isabella se deslizó a través de la puerta y se encontró en uno de los estrechos corredores utilizados por los sirvientes para llegar rápidamente de un extremo del palazzo a otro. Ni siquiera en su propia hacienda Isabella había explorado nunca la red de entradas y escaleras de los sirvientes. Intrigada, empezó a caminar a lo largo del salón, siguiendo los giros y vueltas. Había escaleras que conducían hacia arriba y a traves y sobre y llevaban a más escaleras. Eran pronunciadas e incómodas, nada parecido a las ornamentadas escaleras en espiral del palazzo, que conectaban los varios pisos y alas.

Había pocos soportes para antorchas, y las sombras se alargaban y crecían, y una pesadez creció en su corazón junto con ellas. Se detuvo un momento para orientarse, a medio camino de subida de otra pronunciada escalera.

justo cuando estaba dando la vuelta, Isabella volvió a oir el misterioso susurro.

Estaba en algún lugar justo delante. Se movió rápidamente por la estrecha y curvada escalera, siguiendo el suave sonido. Había tenido la precaución de mantenerse lejos del ala donde Don DeMarco tenía su residencia. Insegura de si la escalera había torcido hacia atrás y luego hacia adelante hacia el ala de él, Isabella dudó, aferrando el pasamanos con una mano con indecisión. Estaba confusa en lo referente a donde se estaba dirigiendo, lo que era raro, ya que siempre había tenido un notable sentido de la orientación. Todo parecía diferente, y esa extraña sombra en su corazón crecía más larga y más pesada. Seguramente si terminaba accidentalmente en el lado equivocado del palazzo, sería perdonada. Era una forastera, y el lugar era enorme.

El suave susurro llegó de nuevo, la voz de una mujer la llamaba. Isabella empezó de nuevo a escalar las interminable escaleras. Esta se bifurcaba en muchas direcciones, conduciendo a amplios salones y estrechos corredores. No había visto nada de esto con Sarina y estaba irremediablemente perdida. No tenía ni idea de en qué piso estaba o siquiera hacia qué dirección miraba.

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