– Isabella -pronunció su nombre en la noche. Lo susurró. Su voz fue amable, incluso tierna-. Tú no eres responsable de lo que le ocurrió a tu hermano. Lucca eligió unirse a una rebelión secreta, y fue lo bastante tonto como para que le atraparan. Rivellio utiliza cualquier forma posible para conseguir las tierras que desea. No habría quedado satisfecho con tu dote; habría hecho asesinar a Lucca para lograr toda la finca.
Isabella dejó escapar el aliento lentamente.
– No pensé en eso. Por supuesto que lo habría hecho. Probablemente habría hecho que me asesinaran a mí también, así podría haberse casado con quien le aportara más riqueza.
– Sospecho que tienes razón. Permitiría que parara un tiempo decente primero, por supuesto. O eso o te habría encerrado a su conveniencia y habría dicho a todo el mundo que habías muerto. No es tan descabellado.
La idea la dejó helada. La forma casual y práctica con que lo había dicho la dejó helada. Isabella siempre había tenido la protección de su estatus, su derecho de nacimiento, nombre, y propiedad. Su familia la vigilaba protectoramente. Había oído de la brutalidad que podía sufrir una mujer a manos de un hombre sin principios, pero nunca había pensado mucho en ello.
Cuando llegaron a su dormitorio, la habitación estaba caldeada por el brillo de las ascuas del fuego. Isabella se mantuvo tranquila mientras localizaba el bálsamo, pero su estómago se retorcía ante las palabras de Nicolai. No sabía nada del don. Era más joven de lo que ella había pensado y mucho más guapo de lo que nunca podría haber imaginado. Poseía un carisma y encanto que encontraba cautivador. Su voz y sus ojos la hipnotizaban. Su magnetismo sexual era casi más de lo que podía resistir.
– Le he asustado, cara, con mis palabras irreflexibas. Puedo tranquilizarte, no tengo intención de encerrarte en una mazmorra mientras me caso con otras mujeres incautas por sus fortunas. Una esposa es suficiente para mí. Especialmente cuando es tan impredecible y ronda por mi palazzo, buscando mis tesoros.
– Se dice que se reúne usted con muchos hombres, aunque ellos no le ven.
Él le cogió el brazo, acercándola.
– ¿Quién te contó tal cosa? -Sus ojos dorados llameaban hacia ella, diminutas llamas ardían brillantemente en advertencia.
Isabella puso los ojos en blanco expresivamente, en lo más mínimo intimidada.
– Es de conocimiento común. Corren muchos rumores absurdos tanto dentro como fuera de este valle. Pero cuando obtuve audiencia con usted, permaneció principalmente entre las sombras -rió suavemente-. Acechando. Creo que estaba acechando entre las sombras.
La dura expresión de él se suavizó, y sus ojos rieron ante la broma. Sus voces eran suaves en la noche. Como si de acuerdo mutuo ninguno quisiera despertar algo adormilado que era mejor dejar en paz. Como si, estando en su propio mundo, estuvieran encerrados juntos en la oscuridad y compartieran algo intangible.
– Puedo haber estado acechando, a falta de una palabra mejor. Adoro la noche. Incluso de niño sentía que me pertenecía. -Sus ojos ardieron sobre ella, llamas ámbar brillando -La noche me pertenece, cara. Veo lo que otros no ven. La noche posee una belleza y fascinación y, más importante, una libertad que no pueden darme las horas diurnas. Estoy más cómodo en la noche.
Él le estaba contando algo importante, pero ella era incapaz de captar el significado detrás de sus palabras. Recordando huidizamente a Sarina llamándole nocturno, Isabella levantó la mirada hacia la perfección de sus rasgos masculinos.
– Es usted antinaturalmente guapo -observó críticamente, sin malicia -pero no parace saberlo. ¿Por qué se mantiene tan apartado? ¿Es simplemente la costumbre en su castello? -Ella disfrutaba inmensamente de su compañía y esperaba que continuara siendo un compañero para ella.
Nicolai dudó, su primer momento de indecisión. Se pasó una mano por el pelo, su cuerpo se tambaleaba cuando alzó el brazo.
– Dejes conocer a las otras mujeres y empezar a aprender lo necesario para llevar el palazzo. No deseo una esposa solo de nombre. Espero que te tomes un interés activo en tu casa y sus gentes.
– Ayudaba a llevar las propiedades del mio padre, así que ciertamente no tendré ningún problema en aprender a llevar este -Este esa diez veces más grande que cualquiera que hubiera visto nunca, pero Sarina ya se mostraba amigable con ella, e Isabella estaba segura de que la mujer la ayudaría. Parecía una tarea intimidante, pero a Isabella le gustaban los desafíos, y tenía confianza en sus propias habilidades. Alzó la barbilla mientras tocaba el borde de la túnica de él-. Esperaba que compartiríamos algunas comidas -Muy gentilmente le alzó la camisa para revelar las marcas de garras donde el león había cortado su piel-. Sujete esto -. Le cogió la muñeca y presionó su palma contra la camisa para que la mantuviera en su lugar y lejos de las laceraciones.
Nicolai la estudió intensamente, las pupilas de sus ojos tan pálidos eran luminosas en la oscuridad. Los dedos de ella le rozaban la piel gentilmente, consoladoramente, demorándose solo un poco demasiado. Su cuerpo entero se tensó, apretó y dolió de deseo. Su aliento quedó atascado en la garganta, y su sangre se caldeó hasta formar una charca fundida. Arrancó la mirada de la cara de ella, de su tierna expresión. La forma en que le miraba era casi demasiado para soportarlo. Apretó los dientes con frustración, y un gruñido bajo escapó.
– Debería haber insistido en enviarte lejos.
La mirada de ella saltó a su cara.
– ¿Por qué? -La pregunta fue inflexible. Inocente. Demasiado confiada.
Eso le volvía loco.
– Porque quiero tenderte en la cama, en el suelo, en cualquier parte, y hacerte mía -Las palabras escaparon antes de poder detenerlas, antes de poderlas hacer retroceder. No sabía si había querido sorprenderla o asustarla o advertirla.
– Oh -La simple palabra se escapó suavemente.
No sonaba sorprendida o asustada. Sonaba complacida. Vio la sonrisa que Isabella intentaba esconder.
Ella mantuvo la mirada pegada a las lacerciones de las costillas, que igualaban a las del costado izquierdo de su cara.
– ¿Cómo se hizo esas marcas?
Nicolai dudó de nuevo, después suspiró suavemente mientras se relajaba.
– Estaba jugando con uno de los leones, y fui un poco lento. -Ella le estaba volviendo del revés, y no estaba preparado para la intensidad de sus emociones. Donde antes había querido que ella lo supiera todo, ahora siempremente quería que le desera más que a la vida.
Él estaba mintiendo. Isabella lo supo. Levantó la mirada a su cara seria. Era la primera vez que él le había contado una mentira directa. Sus pestañas eran largas, oscuras y espesas, absolutamente raras con sus ojos brillantes, ardiendo con tan feroz intensidad. Fue amable meintras untaba el bálsamo a lo largo de las laceraciones.
– Signor DeMarco, no me molesta el silencio, pero desapruebo las mentiras. Le pediría que reconsiderara mi petición si vamos a casarnos…
– Vamos a casarnos, Isabella -Era una orden, pronunciada con completa autoridad.
– Así va a ser así, signore, entonces le pediría que se abstuviera de hablar si se siente inclinado a decirme una falsedad. Quiero que me prometa que al menos considerará mi petición.
– Te diré esta verdad, Isabella -dijo él suavemente. El aire alrededor de ellos se inmovilizó, acumulando una poderosa carga. El peligro vibró entre ellos-. Al único al que deberías temer está de pie ante ti. Esto es cierto, una verdad absoluta. Presta atención a mi advertencia, cara. Nunca confíes en mí, ni por un solo momento, si valoras tu vida.
Isabella temía moverse. Temía hablar. Él creía cada palabra que había pronunciado. Había amenaza en su voz. Y pesar. Y arrepentimiento. Pero más que ninguna de esas cosas, allí estaba el anillo de verdad.