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– Si, lo hacía -admitió Isabella, intentando no derritirse en el acto ante su mera sonrisa. Había algo en él que le tocaba el corazón. Si no tenía cuidado, podría robarle el alma y dejarle una cáscara vacía. Se inclinó hacia adelante deliberadamente, desafiantemente, sosteniéndole la mirada-. Me prohibía toda clase de cosas, me encerraba continuamente, y nunca lo hacía muy bien. Yo iba adonde quería ir y hacía lo que quería. Nunca, en ningún momento, fui una chica buena y obediente.

La mesa los separaba, mármol pulido que brillaba con un hermoso color rosa bajo la luz oscilante de los candelabros.

Nicolai se deslizó más cerca, una figura alta y poderosa erguida sobre ella haciendo que la mesa maciza pareciera de repente insignificante. Deliberademnte él colocó ambas palmas sobre la superficie e inclinó su forma pesadamente musculada hacia ella para que sus caras se colocaran a centímetros de distancia.

– ¿Es eso una advertencia, Signorina Vernaducci? -Su voz era casi líquida, era tan suave, ronroneaba amenaza y flagrante tentación.

Isabella se negó a retroceder. Su pulso corría, su corazón palpitaba. Él era el hombre más guapo e imponente que había visto nunca. Tan cerca era mesmerizante, y solo mirarle le robaba el aire. Podía ver las terribles cicatrices que habían devastado la mejilla izquierda, pero también podía ver la absoluta perfección de su cuerpo masculino, y su apuesta cara. Isabella arrastró el aire hasta sus pulmones, luchando por no levantar la mano y acunar las cicatrices en su palma.

– Si, Don DeMarco. Siento que es justo contarle la verdad sobre mí.

– ¿Tu intención, entonces, es desafiarme?

Pelear con él habría sido mucho más fácil si él no hubiera estado mirando fijamente su boca con tan evidente fascinación.

– Ofrecí una vida de leal servitumbre a cambio del rescate del mio fratello. Incluso estuve de acuerdo con convertirme en su esposa, y su respuesta fue ordenarme groseramente abandonar el valle en medio de una tormenta de nieve -acusó ella-. No creo que le deba fidelidad.

– Aún no me has perdonado -observó él atentamente-. Yo creía que habíamos prescindido de tu opinión desfavorable sobre mí.

Él estaba tan cerca, deseó tocar su boca tentadora. Su pelo era una tentación enteramente diferente, pero estaba decidida a igualarle mirada con mirada. Se las arregló para hablar con su tono más arrogante.

– No he visto nada en mi comportamiento que le induciría a creer eso. Fui simplemente cortés, como dicta la buena educación.

– ¿De veras? -La voz de él era baja, una ceja alzada. Sonrió hacia ella entonces. Una sonrisa sabedora, autosatisfecha y maliciosa. Cambió su cara completamente, alejando las sombras y las profundas líneas. Parecía joven, guapo y sensualmente atractivo. El aliento se le quedó atascado a Isabella en los pulmones, y su corazón dejó de latir. Solo pudo mirar impotentemente hacia él.

Nicolai simplemente extendió el brazo, casi en un movimiento lento, su palma rodeando lentamente la nuca de ella. Su mano era grande y caliente contra la piel, envolviéndose alrededor de la esbelta columna haciendo que sus dedos yacieran contra la vulnerable garganta.

El fuego recorrió su cuerpo ante el toque de los labios de él sobre los suyos. Cada músculo se tensó firmemente. El calor floreció bajo y pecaminoso en su estómago y se extendió para igualar las llamas que corrían a través de su sangre. Los labios se movieron contra los suyos, una lenta tentación a los sentidos, despertándola a un mundo de sensualidad. Los dientes de él le mordisquearon el labio inferior, una incitación que no pudo resistir. Abrió la boca para él. Le abrió su corazón. Él se deslizó dentro, masculino, posesivo, un fuego y un ciclón que la consumieron. Sus rodillas realmente se debilitaron, y sus dedos aferraron la mesa de mármol en busca de un ancla mientras la tormenta rabiaba a través de ella. El calor líquido se extendió, una dolorosa necesidad, enroscándose y palpitando dentro de ella.

Isabella se alejó bruscamente de él, horrorizada por su propio comportamiento, sorprendida de haber deseado lanzarse a sus brazos. Era muy conciente de que estaban solos en una habitación, lejos de todos los demás. La puerta estaba cerrada, y las velas emitían un magra luz. Ella llevaba solo un vestido ligero y una bata. Su pelo caía por la espalda de modo caprichoso y salvaje. Le deseaba con una desesperación que nunca antes había conocido.

Luchando por controlar su respiración, Isabella bajó sus pestañas para velar la expresión de sus ojos. Apartó la vista de él, incapaz de encontrar la intensidad del puro deseo que ardía en su mirada ámbar. Bajó la vista al enorme tomo con su elaborada escritura, después al mármol pulido… cualquier sitio para evitar sus penetrantes ojos. Su mirada volvió a caer en el dorso de la mano de él, donde estaba apoyándola sobre la mesa. Solo que era una enorme pata. La pata más grande que había visto nunca. Intrigada, Isabella se inclinó más cerca para inspeccionar las cinco garras retráctiles como garfios. La piel era oscura y suave. Sin pensarlo conscientemente rozó una caricia sobre la piel, enterrando los dedos en su riqueza. La textura parecía real y más hermosa de lo que había imaginado. Asombrada, levantó la mirada para encontrar los ojos extrañamente coloreados de Nicolai. Al instante comprendió que estaba sujetando la mano de él sobre la mesa, todavía inmersa en su extraña ilusión, sus dedos acariciando la piel de él.

El calor se arrastró hacia arriba por su cuello e inundó su cara. Apartó la mano de un tirón y la acunó contra ella, manteniendo la calidez de la piel de él contra su corazón.

– Lo siento, Signor DeMarco, no sé que me pasó. -Primero le había permitido que te tomara familiaridades con ella, y después le había tocado íntimamente. ¿Qué debía pensar de ella?

– Si volvieras a estar de acuerdo en convertirte en mi novia, Isabella -dijo Nicolai suavemente, su voz susurraba a lo largo de la piel de Isabella como un ronroneo-, entonces no habría necesidad de sentirse avergonzada de mostrar afecto.

Ella alzó la barbilla, arqueando una ceja oscura hacia él.

– ¿Mostrar afecto? Siento no estar de acuerdo con usted, signore. Eso fue simplemente curiosidad; me sobrecoge en los momentos más inoportunos. Un pequeño defecto que hago lo que puedo por dominar.

Una sonrisa tiró de los duros bordes de la boca de él.

– Curiosidad, ¿eso era? Espero haberla satisfecho, pero estaría más dispuesto a continuar con el experimento si estuvieras de acuerdo en convertirte en mi esposa.

– Aprecio su sacrificio -dijo Isabella, sus ojos chispeaban de risa-. Por lo que respecta a estar de acuerdo con ser su esposa, ya lo hice una vez y fui tratada abominablemente -Hizo un intento de parecer patética-. Como soy una mujer, débil y más bien nerviosa…

– Ah, ¿del tipo que se desmaya? -aportó Nicolai servicialmente.

– Si -mintió ella-. No estoy segura de que mis pobres nervios pudieran soportar la tensión de semejante marido.

Él se frotó la mandíbula ensombrecida pensativamente.

– Debo confesar que no te consideraba… nerviosa. Aún así, creo que podremos sortear el problema si somos cuidadosos.

Él parecía tan joven y guapo, tan absolutamente tentador, Isabella sintió una curiosa sensación en la región del corazón. La tentaba de tantas maneras. Se sentía como una polilla atraída hacia las llamas.

– ¿Hay un número específico de veces que tiene intención de conducirme fuera del palazzo? Creo que necesitaré la respuesta a esa cuestión ante de considerar su propuesta de matrimonio.

Nicolai se pasó una mano descuidadamente por el pelo. Inesperadamente, se sobresaltó y rápidamente dejó caer el brazo a su costado.

– Creo que una vez fue suficiente, Isabella. Estoy seguro de que no ocurrirá de nuevo.

– Está herido -Ella se apresuró alrededor de la mesa y le cogió el brazo-. Déjeme ver.

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