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– Seguramente él no les creyó.

Sarina suspiró suavemente.

– Desafortunadametne, la evidencia parecía abrumadora. Se convirtió en una caza de brujas, con más y más gente apareciendo, contando historias de malvada adoración y traición. Exigieron su muerte. Sophia imploró a Alexander, suplicándole que creyera en su inocencia. Le juró que nunca había traicionado su amor. Pero el corazón de Alexander se había vuelto de piedra. Estaba furioso, celoso y amargado, pensando que ella le había hecho pasar por tonto. Se dice que se volvió loco y vociferó y deliró y la condenó públicamente -Miró alrededor de la habitación como si temiera ser escuchada-. Ocurrió aquí en el palazzo, en el pequeño patio en el centro de las tres torres.

Isabella sacudió la cabeza.

– Que terrible, que tu propio marido se vuelva contra ti -Un escalofrío bajó por su espina dorsal ante la idea de incurrir verdaderamente en el desagrado de Don DeMarco.

– Ella se entregó a su merced, envolviendo los brazos alrededor de sus rodillas, y le suplicó que la creyera, jurándole una y otra vez que le amaba y le había sido fiel. Estaba sollozando, suplicándole que suavizara su corazón y la viera a través de los ojos de su amor, pero él no escucharía. -Sarina se detuvo-. Una vez pronunció las palabras para condenarla, todo estuvo perdido para la famiglia DeMarco. El cielo se oscureció, y un relámpago centelleó en el cielo. Sophia dejó de llorar y creció el silencio, su cabeza se inclinó cuando comprendió que no había esperanza; Alexander la había sentenciado a muerte. Se puso en pie y le miró con gran desprecio. Pareció crecer en estatura, y alzó los brazos al cielo. Centellearon relámpagos desde sus dedos. Empezó a hablar, pronunciando palabras que el don no pudo entender al principio. Entonces le miró directamente a los ojos.

– Nadie habló, ni uno se movió. Entonces Sophia pronunció estas palabras: "No miras a tu propia esposa con ojos de compasión y amor. Eres incapaz de clemencia, no eres mejor que las bestias del desierto y las montañas. Te maldigo, Alexander DeMarco. Te maldigo a ti y a todos tus descendientes a caminar por la Tierra con las bestias, a ser visto como una bestia, a ser uno con la bestia, a desgarrar el corazón de aquellos a los que amas, como tú has hecho conmigo". Su cara parecía fría y estaba firme como una piedra. Miró a los otros dos don, y les maldijo, también, a que sus hijos repitieran la misma traición de sus padres. Cuando se arrodilló delante del verdugo, pareció suavizarse. "Te concederé esto, Alexander", dijo, "por mi amor a ti, que siempre permaneció firme, y para mostrarte lo que son la piedad y la compasión. Si con el tiempo llegara una que viera a DeMarco como a un hombre y no como a una bestia, una que domará lo que es indomable, que amará lo imposible de amar, ella será capaz de romper la maldición y salvar a los hijos de tus hijos y a todo el que permanezca leal a tu casa".

Isabella retorció los dedos bajo la pesada colcha de su cama en protesta ante lo que se aproximaba. Casi detuvo a Sarina, pero era demasiado tarde. El ama de llaves continuó.

– Antes de que Sophia pudiera pronunciar otra palabra, estaba decapitada. Don DeMarco nunca podría retirar sus furiosas palabras. Su mujer estaba muerta. Nada la traería de vuelta. Su sangre empapaba la tierra, y desde ese día, nada crece en ese patio. Él la enterró, y sus restos permanecen profundamente bajo el palazzo. Pero enterrarla no le liberó de su oscuro acto. No podía dormir o comer. Las condiciones en el valle empeoraron. Don Alexander cada vez estaba más delgado y rendido. Lo que había hecho a su esposa le carcomía. Silenciosamente empezó a investigar los cargos contra su esposa, como debería haber hecho antes de condenarla. Empezó a convencerse de que Sophia era verdaderamente inocente, y él había cometido un terrible pecado, un terrible crimen. No solo había permitido que sus enemigos asesinaran a su esposa, sino que él les había ayudado a hacerlo. Acudió a los otros don y tendió ante ellos los horrendos actos en los que habían participado. Y ellos, también, comprendieron que sus esposas los habían traicionado por celos.

Isabella se levantó de un salto y se paseó intranquilamente por la habitación.

– Ahora quieres hacerme sentir pena por todos ellos, pero todos merecían ser infelices. Alexander sobre todo.

– Él sufrió mucho, Isabella. Ocurrieron cosas terribles, y él era incapaz de hacer nada excepto presenciar la disolución de las tres casas. Decidió ir a Roma. Quería encontrar a alguien que le hablara de las creencias cristianas. Estaba buscando redención, para de algún modo corregir el error que había cometido. Al final, no emprendió el viaje solo. Los cabezas de las otras dos casas le acompañaron. Entraron en la ciudad para encontrarse con que los cristianos eran atrapados y desgarrados por leones para diversión de las multitudes. Fue una escena horrenda y aterradora, observar a los animales destrozar hombres, mujeres y niños en pedazos.

– Alexander se volvió un poco loco y juró que destruiría a los leones. Encontró el camino bajo tierra, hasta donde guardaban a los leones. Estaban en jaulas, encadenados, sin comida, atormentados y torturados. Se dice que cada león estaba confinado en un espacio tan pequeño que el animal ni siquiera podía darse la vuelta. Los guardias atormentaban a las bestias, cortando su piel para hacerlos odiar todo lo que era humano. Alexander se acercó a una jaula con su espada, deseando hundirla en la criatura, pero en vez de eso, tuvo piedad de ella. La piedad que no había tenido para con su propia amada esposa. No pudo obligarse a sí mismo a matar cuando él era tan culpable. Los otros intentaron convencerle, pero no escuchó. Insistió en que los otros don se pusieran a salvo, y liberó a los leones de las jaulas, esperando que le hicieran trizas.

Sarina suspiró y colocó su taza de té sobre la bandeja.

– Se dice que cuando los tres don regresaron al valle, Don DeMarco lucía cicatrices en la cara, y los leones paseaban junto a él. Aún así, no hubo redención. No pudo encontrar felicidad, y tampoco sus hijos o los hijos de sus hijos. Cuando volvieron, encontraron las otras dos casas en ruinas. DeMarco unió las casas en una y selló el valle a los intrusos. Las tres famiglie han permanecido juntas desde entonces, sus vidas entretejidas en prosteridad y malos tiempos. Desde entonces hasta ahora, DeMarco ha mantenido el control sobre los leones y mantenido el valle a salvo de invasores. Algunos dicen que un gran velo, un sudario de niebla y magia, cubre el valle y lo oculta de todo aquel que busca conquistarlo. Pero desde entonces hasta ahora, ningún DeMarco ha amado sin dolor, traición, y muerte -Sarina se encogió de hombros-. Quién sabe qué es verdad y qué historia.

– Bueno, esta es la cosa más triste que he oído nunca, pero no es posible que sea verdad. Seguramente ha habido matrimonios felices en la casa DeMarco -dijo Isabella, luchando por recordar qué sabía del nombre DeMarco. Con frecuencia Lucca le contaba historias de las casas de la montaña. Historias para asustar a los niños de un hombre león que luchaba contra ejércitos enteros y conducía a una legión de bestias en la batalla. Historias de traición y salvajes muertes.

– Los matrimonios felices no siempre duran -replicó Sarina tristemente-. Vamos, hablemos de otras cosas. Le mostraré el palazzo.

Isabella intentó unas pocas veces sacar más información al ama de llaves, pero la mujer se negó a decir otra palabra sobre el tema de leones y mitos. A lo largo del día Isabella pensó con frecuencia en Don DeMarco, solo, fuera en la nieve. Nadie habló o hizo alusión a él. El castello estaba agitado, los sirvientes trabajaban para mantener los grandes salones y multitud de enormes habitaciones limpias y pulidas. Nunca había visto tal magnificencia, semejante riqueza en una finca, y se admiró nuevamente de la habilidad del don de retener sus tierras cuando tantos invasores, una y otra vez, se las habían arreglado para tomar otras fincas.

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