Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Tomamos carreteras secundarias. Yo no sabía exactamente a dónde íbamos, pero la noche era clara y estábamos realmente relajados. Hacía mucho tiempo que no estábamos solos los dos, mucho que no dábamos una vuelta de ese tipo, quizá desde antes de que empezara mi novela. Pusimos un poco de música y Yan echó la cabeza hacia atrás, mientras se sostenía el cuello de la cazadora coi las dos manos.

– Esto es lo que me gusta. No hay que ir a buscar más lejos.

Yo me sentía casi alegre y aumenté la velocidad.

– Pero eso no quiere decir que no le tenga aprecio a la vida -añadió.

– Vaya, ¿no tienes confianza en mí?

– No te olvides de que llevas un brazo enyesado.

– Tranquilo -le dije.

El coche corría bajo el cielo estrellado como una luciérnaga enfurecida. Hacía una temperatura bastante buena y un aire agradable de respirar. Bajamos el volumen mientras un tipo anunciaba las temperaturas del día.

– ¿Sabes?, creo que empiezo a hacerme viejo, no dejo de pensar en Nina.

No me contestó.

– ¿Me has oído?

– Sí, hay personas de las que nunca te liberas. Hay que buscarse una razón.

– Pero también tengo la necesidad de estar solo, ¿entiendes? Y ya fui a buscarla una vez.

– Claro, pero no hay ninguna razón para que tú salgas menos pringado que los demás.

– Ja, ja -dije.

íbamos por una hermosa recta bordeada de árboles cuando vi unas luces al lado de la carretera. Era una especie de restaurante con surtidores de gasolina, había miles idénticos, y estaba abierto toda la noche. Una verdadera bendición… Miré a Yan.

– Vale, si te parece bien… -dijo.

Paré en el aparcamiento desierto y apagué el contacto. Debía de ser la una de la madrugada, y nos sentaría bien parar un poco. Afuera estaba bastante fresco y caminamos hacia la entrada sacando pequeñas nubecitas de vapor.

Había un tipo repartiendo ceniceros por las mesas con aire ausente. Nos instalamos en un rincón y pedimos dos ginebras para entrar en calor. El tipo vino con los vasos y una garrafa de agua. No había ni un gato en el local, nada más que las mesas vacías y los reflejos helados. Era uno de esos lugares un poco irreales en los que uno puede ir a parar en plena noche. Puse mi yeso encima de la mesa, estiré las piernas y me bebí mi ginebra.

– En realidad, el mundo es transparente -dije.

Yan se contentó con mover afirmativamente la cabeza. Cogió una paja y sopló el envoltorio, que salió volando a través del local. Fue en línea recta y después capotó, como si hubiera chocado con una muralla invisible.

– Vamos a tomarnos otra -dijo Yan- y luego nos largamos.

Cogió los dos vasos sin esperar más y se dirigió hacia la barra. Le vi subir a un taburete. Estaba dotado de una gracia natural, casi animal, su cuerpo parecía cargado de electricidad y además llevaba unos pantalones de cuero y unos zapatos bastante llamativos. Difícilmente podía pasar desapercibido.

Mientras el camarero buscaba la botella de ginebra, entraron gesticulando cuatro tipos y se instalaron en la barra. Apenas les presté atención porque una ráfaga de viento había lanzado un puñado de gravilla contra la cristalera, y me dediqué a mirar un anuncio luminoso que se balanceaba peligrosamente. Una condenada ráfaga de viento. Las pequeñas banderas publicitarias medio destrozadas se habían erguido totalmente. Estaba gozando del espectáculo cuando oí:

– ¿Por qué cono me estás mirando como si fueras gilipollas, eh?

Era uno de los cuatro tipos, y se lo había dicho a Yan. Era un chaval joven, bastante pálido, que había bajado rápidamente de su taburete mientras los otros contemplaban la escena con una sonrisa en los labios. Puse los pies debajo de mi silla.

Pero Yan no contestó, simplemente le dirigió al tipo una mirada helada. A continuación cogió los vasos y volvió a la mesa. Se sentó sin decir una palabra, con las mandíbulas apretadas.

El otro siguió con su número. Era difícil saber si había bebido o si se encontraba en su estado normal, pero esa diferencia no hacía cambiar las cosas.

– No aguanto a este tipo de maricones -gruñó el tipo-. No sé si me habrá entendido…

Yan no lo miraba, pero cuando el otro dio un paso hacia delante, cogió la garrafa por el cuello y la rompió en la mesa. El agua salpicó en todas direcciones y los trozos de vidrio, al caer al suelo, sonaron como monedas tiradas desde un sexto piso. Su gesto había sido rápido y brutal. El otro no se lo esperaba en absoluto y se quedó clavado. La cosa duró sus buenos diez segundos. Luego uno de sus colegas se inclinó sobre su taburete y le puso la mano sobre el hombro para reintegrarlo al calor del clan.

Reinaba una tensión espantosa en aquel rincón perdido, tuve la impresión de que la intensidad de las luces era mayor y de que el climatizador se había estropeado. Yan seguía teniendo su arma en la mano, como una flor traslúcida. No se había movido ni un milímetro. El camarero había retrocedido hasta un rincón y enjuagaba vasos a toda velocidad. Sin embargo, los tipos parecieron olvidarse de nosotros, nos dieron la espalda y al cabo de tres minutos bajaron de sus taburetes y se largaron sin dirigirnos ni una mirada. Como si no existiéramos.

Fui el primero en hacer un gesto, me ocupé de mi vaso.

– Parece que se ha levantado viento -dije.

Yan dejó su trozo de vidrio encima de la mesa y luego se balanceó en la silla mientras se pasaba la punta de la lengua por los labios.

– ¡Mierda, estaba seguro de que ya la teníamos liada! -dijo.

– Supongo que no le habrían pegado a un tipo con un brazo enyesado.

Me miró sonriendo:

– No les habría dejado hacer una cosa así -declaró.

El camarero se acercó con una bayeta y, suspirando, recogió los vidrios rotos. Yan pidió un bocadillo de pollo asegurando que esa historia le había abierto el apetito, yo aproveché para meter unas cuantas monedas en el aparato de los discos; había algunas cosas buenas si uno las buscaba bien. No hay nada como la música para barrer las cenizas.

Estuvimos más de un cuarto de hora antes de tomar la decisión de irnos, porque Yan necesitó otro bocadillo para sentirse totalmente bien y yo aún tenía que oír algunas piezas. Mientras, el tipo seguía enjuagando vasos, ¿podía ser que al principio fuera duro y que después a uno llegara a gustarle? ¿Podía ser que el tipo hubiera encontrado las puertas del Paraíso?

Salimos y estuvimos un momento con la espalda pegada a la Puerta, en pleno viento, para acostumbrarnos a la noche. Se adivinaba una pequeña cadena de montañas a lo lejos y el aparcamiento estaba rodeado de árboles por la zona derecha; no quedaba ni una hoja en las ramas y el silbido del viento era casi doloroso. Avanzamos hacia el coche sin prisas, entornando los ojos debido al polvo que el aire arremolinaba. La noche iba a seguir un buen rato, y un poco de aire fresco nos ayudaría a aguantar hasta el final.

Hundí mi única mano libre en el bolsillo para buscar las llaves y en aquel preciso momento recibí en la espalda un golpe formidable que me lanzó hacia delante, con la cabeza en primer término. Me fue imposible detener la caída con las manos; quedé extendido cuan largo era sobre la tierra batida y sentí un ardor violento en la mejilla. Antes de que pudiera esbozar la menor reacción, un tipo saltó encima de mi espalda y me aplastó la cabeza contra el suelo agarrándome por el pelo. Se me cortó la respiración. Luego oí que Yan chillaba como un condenado. Aquello me puso los pelos de punta, eran unos gritos realmente terribles y yo no podía moverme ni un milímetro. Seguía teniendo la mano aprisionada en el bolsillo con todo mi cuerpo encima de ella, y además el tipo había puesto una rodilla sobre mi yeso. Yo ya ni sabía en que posición rae había quedado el brazo.

Tenía la mente sumergida en la más total de las confusiones. Vociferaba y el tipo me golpeaba la cabeza contra el suelo diciéndome que me callara la boca; pero no me hacía daño y yo vociferaba aún más. Me pregunto si no lo hacía para cubrir los aullidos de Yan. La violencia de sus gritos me hacía temblar de pies a cabeza, y no sé cómo aguanté con toda aquella tierra en la boca. Mis dientes rechinaban y trataba de ponerme de rodillas pero me era imposible, y lo más terrible era aquella sensación de impotencia total y de caída sin fin.

57
{"b":"101399","o":1}