El asunto apareció a la derecha, un montón de casitas pegadas a la carretera pero relativamente separadas las unas de las otras. Ella redujo la velocidad, giramos en torno a un bloque y se detuvo. Empezó a respirar más aprisa.
– ¿La ves? -preguntó- ¿La ves? Es la segunda. Los postigos del primer piso están cerrados.
Asentí con la cabeza. Al mirar la casa comprendí que no me había tomado el pelo. Supe que Nina estaba allí adentro, pero no sentí nada más, no sentía si ella me necesitaba o no.
Sylvie me tomó por el brazo antes de seguir:
– Y la cabina está allí, exactamente al final, a la derecha. ¿Vale? Bueno, allá voy y cuando lo veas salir vas tú. A todo gas. Vale, allá voy.
Mientras ella salía del coche, yo pasé por encima del respaldo y me escondí detrás sin dejar de mirar aquella jodida puerta.
Pasaban los minutos, pero yo sabía que Sylvie necesitaría un buen rato para endilgarle su cuento y obligarlo a salir. La cosa no era segura ni mucho menos. Sé de qué estoy hablando, me sorprendería mucho que un telefonazo me hiciera salir de casa una noche en que no tengo ganas; cuando me tocan demasiado las narices descuelgo y apago todas las luces. Empecé a contar, se me ocurrió porque sí, sin pensarlo realmente, y me quedé bloqueado en quinientos por culpa de un dolor en la pierna, un calambre abominal que me hizo rodar hasta el fondo del break gimiendo. Precisamente en aquel momento vi que el tipo salía, me agarré el muslo y me erguí para verlo mejor, para verle bien su jeta de hijo de puta.
Era un chaval joven, del tipo protagonista de spots de chicle o de pasta de dientes. Tenía un aspecto relajado e informal con su camisa de estudiante, y su cara era de rasgos suaves. A una chica seguro que le parecería un chico guapo, siempre ha funcionado eso de los rubios tallados como lianas y bronceados a tope.
Esperé a que se alejara un poco, sufría como un mártir pero igualmente logré abrir el maletero y me dejé caer al suelo con mi pierna que seguía tiesa. Sin bromas, el dolor me hizo sudar mientras corría hacia la puerta. Estaba cerrada. Avancé por la terraza hasta la primera ventana, cogí una tumbona que estaba por ahí y la tiré con todas mis fuerzas contra los cristales. Qué ruido infernal metí, qué puto escándalo. Tuve la impresión de que había hecho saltar una montaña pero el silencio volvió enseguida; ninguna chalada empezó a gritar desde lo alto de su ventana, con una crema blanca en la cara y el pelo recogido detrás de las orejas.
Separé las cortinas y entré. Tenía aquel arpón clavado en la pierna y durante un momento tuve que apoyarme en la pared con regueros de fuego en el cerebro. La casa estaba silenciosa y también apestaba. Vi una piel de plátano tirada en la moqueta y un cenicero que desbordaba a la luz de un rayo de luna. Tomé impulso y cojeé hasta la cocina. Santo Dios, habían logrado amontonar la tira de platos en el fregadero y las bolsas de basura llegaban hasta la ventana. Qué lástima llegar a eso, me dije, qué lástima. Conozco lo que es abandonarse durante un tiempo, de todos modos hay que papear y hay que cagar, y todas esas cosas se amontonan a tu alrededor. Cono, cuánto odio esas bolsas llenas de porquerías, ese plástico de mierda.
Bueno, pero no estaba allí para soñar. Mi pierna me dolía mef nos pero seguía tiesa; atravesé la habitación en la oscuridad y me salió bastante bien, sólo tropecé con el teléfono que estaba tirado en el suelo. Se volcó y oí el tono. En aquel momento me pregunté qué cosa habría podido contarle Sylvie al tipo; pero no me detuve demasiado en el asunto, me daba exactamente igual. Me agache con gestos de dolor y colgué. Sí, teníamos un plan de acero, Sylvie llamaría por teléfono si no lograba retenerlo; apenas oyera el teléfono tenía que salir corriendo.
Avancé hacia la escalera. Me agarré al pasamanos y respiré hondo. Luego levanté la cabeza hacia el piso superior, pero seguía sin pasar nada. Llamé a Nina en un susurro y después un poco más inerte. Creo que fue en el momento en que pronuncié su nombre a gritos cuando empecé a sentirme desesperado, a sudar un poco más, como si una tormenta se hubiera instalado en el cielo sin avisar.
Me colgué del pasamos para subir, sin ningún estilo, simplemente doblado en dos y haciendo muecas de dolor. Así será dentro de veinte años, me dije, el cuerpo hundiéndose y el espíritu buscando la luz. A lo mejor tenía razón aquella chica de cincuenta y siete años; si un día soy rico y famoso trataré de mantenerme el mayor tiempo posible.
Había cuatro puertas y las abrí una tras otra, cuatro agujeros negros y silenciosos. Nina no saltó para abrazarse a mi cuello, ni se refugió llorando en mis brazos. Me quedé agarrado al último picaporte. Distinguía vagamente las cosas en la penumbra, y no soy del tipo de individuos que encuentran el interruptor de la luz a la primera en una casa desconocida, mi cerebro no abarca todos los campos. Bueno, pensé, ¿qué vas a hacer ahora, qué es lo que está previsto en el programa, dónde debe de estar Nina, o tal vez todo haya sido una gilipollez?
También había una especie de olor increíble, una mezcla de sudor rancio y de algo más fuerte, algo así como mierda según me pareció, combinados al cincuenta por ciento. Sólo con eso ya se le ponía a uno el corazón en un puño y poco menos que lo obligaba a ponerse de rodillas.
Volví a bajar despacio, totalmente confuso. Acababa de vivir otra historia idiota, una historia hijoputesca más. Se parecía demasiado a lo que ya conocía. Nina tal vez hubiera estado en esa casa pero ya no estaba. Cuando yo llegaba ella ya no estaba. Una vez en nu vida, una única vez que hubiera querido ser el tipo que llega en el momento preciso… de verdad que quiero vivir una cosa así.
Hice el camino en sentido inverso y me rasgué la camisa al pasar entre las astillas de cristal. Aquello era la guinda, la cosa quedaba ya perfecta.
Lo más fuerte de la historia es que Nina estaba en una de las habitaciones, me lo explicó después, estaba en un rincón y yo no fui capaz de verla. Si no escribiera tan bien, creo que no serviría para gran cosa. Me pregunto si todos los Grandes son como yo.
Subí al coche, me instalé tras el volante y me quedé allí sin moverme. Ni me acuerdo en qué pensaba, pero al cabo de un momento vi llegar a aquel gilipollas; iba con las manos en los bolsillos y lucía una sonrisa de oreja a oreja bajo el cielo estrellado. No tenía prisa. Fue por esa forma que tenía de sonreírle a la vida precisamente en una noche así, y también porque llevaba mi camisa preferida, una verde con un sol poniente en la espalda. Además aquel tipo no era ningún gigante, incluso yo debía de pesar un poco más que él. Bueno, el caso es que cuando estaba metiendo la llave en la cerradura, yo ya había saltado del coche y corría sobre el césped del jardín de al lado. Llegué hasta él en el preciso momento en que abría la puerta. Le salté encima, me aferré a él, y con el impulso atravesamos la mitad del vestíbulo como si hubiéramos sido empujados por una bomba. Rodamos hasta el pie de la escalera. Su cabeza golpeó contra un escalón, y entonces empezó a chillar en serio y a lloriquear con una vocecita ridicula. Me levanté para romperle una silla en la cabeza, volví la mirada y entonces la vi, ya no entendía nada pero la vi, en lo alto de la escalera, cogida al pasamanos y casi en pelotas, envuelta en una sábana.
Levanté un brazo en su dirección sin poder articular ni una palabra y me volví hacia el tipo en el mismo momento. Se levantó y retrocedió hacia la salida.
– ¡¡Estás totalmente majara!! -soltó.
Se sostenía la cabeza y sus ojos tenían una mirada enloquecida. Luego, de golpe, dio media vuelta y corrió hacia la puerta. Era un buen follador y un corredor rápido.
Bajé la cabeza para respirar una buena bocanada y me senté en un escalón. Creía que ella iba a bajar, que vendría a besarme el cuello y nos abriríamos a todo gas; pero en lugar de eso Nina intentó meterse la sábana entera en la boca.