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– Ahora entenderás la pasión oriental por el té -dijo Japhy-. Recuerda ese libro del que te hablé sobre el primer sorbo que es alegría, el segundo goce, el tercero serenidad, el cuarto locura, el quinto éxtasis.

– Sí, es un buen compañero.

La roca junto a la que habíamos acampado era una maravilla. Tenía unos diez metros de alto por otros diez de base, un cuadrado casi perfecto, v unos árboles retorcidos inclinándose sobre ella v como mirándonos desde arriba. Desde la base avanzaba hacia adelante formando una concavidad, así que si llovía estaríamos parcialmente cubiertos.

– ¿Cómo llegaría esta inmensa hija de puta hasta aquí? -Probablemente fue dejada por el glaciar en retirada. ¿Ves aquel campo de nieve de allí?

– Sí.

– Es lo que queda del glaciar. No se puede comprender si cayó hasta aquí desde montañas prehistóricas inconcebibles, o si aterrizó aquí cuando la tierra estalló durante el levantamiento del jurásico. Ray, estar aquí no es como estar sentado en un salón de té de Berkelev. Esto es el comienzo v el fin del mundo. Fíjate en estos pacientes budas mirándonos sin decir nada.

– Y viniste aquí totalmente solo…

– Anduve por aquí semanas interminables, justo como John Muir, iba de un lado para otro siguiendo las vetas de cuarcita o recogiendo amapolas, o simplemente caminando sin parar, cantando, desnudo v preparando la comida v riendo.

– Japhy, tengo que decírtelo; me pareces el tipo más feliz del mundo y eres grande, te lo aseguro. Me alegra tanto aprender tantas cosas… Este sitio, además, hace que sienta una profunda devoción. ¿Sabes que hice una oración?

– ¿Cuál?

– Me siento y digo… bueno, paso revista a todos mis amigos y parientes y enemigos uno a uno, sin alimentar odio o agradecimiento alguno, y digo algo como: "Japhy Ryder, igualmente vacío, igualmente digno de ser amado, igualmente un próximo Buda", luego sigo y digo: "David O. Selznick, igualmente vacío, igualmente digno de ser amado, igualmente un próximo Buda", aunque la verdad es que no utilizo nombres como David O. Selznick, sólo los de la gente que conozco porque cuando digo las palabras: "Igualmente un próximo Buda", quiero pensar en los ojos, como en los de Morley, esos ojos azules tras las gafas, y cuando uno piensa "igualmente un próximo Buda", piensa en esos ojos y de hecho de pronto ve el auténtico secreto de la serenidad y la verdad de su próxima budeidad. Luego, uno piensa en los ojos del enemigo.

– Eso es estupendo, Ray. -Y Japhy sacó su cuaderno de notas y escribió la oración y movió la cabeza admirado-. Es realmente estupendo, voy a enseñarles esta oración a todos los monjes que conozca en el Japón. Todo te va bien, Ray, el único problema que tienes es que nunca aprendiste a venir a sitios como éste y dejas que el mundo te ahogue en su mierda y has sido ultrajado…, aunque como digo las comparaciones son odiosas, lo que ahora decimos es cierto.

Sacó el bulgur, trigo sin refinar desmenuzado, y lo mezcló con un par de paquetes de legumbres y vegetales secos y lo puso todo en la cacerola para que estuviera bien cocido al caer la tarde. Empezamos a escuchar tratando de oír los gritos de Morley, que no llegaban. Comenzamos a preocuparnos por él.

– El problema es que, joder, si se ha caído de una piedra y se ha roto una pierna, nadie podrá ayudarle. Es peligroso… Yo he hecho este camino solo, pero soy muy bueno escalando, soy como una cabra montesa.

– Tengo hambre.

– Yo también, joder, quisiera que llegara en seguida. Vamos a pasear un poco por ahí, comeremos bolas de nieve y beberemos agua y esperaremos.

Hicimos eso, explorando el extremo superior de la lisa plataforma, y volvimos. Por entonces el sol ya se había puesto detrás de la pared occidental de nuestro valle, y oscurecía, y todo se volvía más rojo, más frío, y surgían haces púrpura detrás de las dentadas cumbres. El cielo era profundo. Incluso empezamos a ver unas pálidas estrellas, por lo menos una o dos. De repente oímos un distante "¡Alaiu!" y Japhy se puso en pie de un salto y subió a una piedra y gritó: "¡Ju! ¡Ju! ¡Ju!"

Llegó otro "¡Alaiu!". -¿Está muy lejos?

– ¡Dios mío! Por el sonido se diría que ni siquiera ha empezado. No está ni al comienzo del valle de piedras. No puede pasar por allí de noche.

– ¿Qué podemos hacer?

– Vamos hasta el borde del risco y nos sentaremos allí y le llamaremos durante una hora. Llevaremos los cacahuetes y las pasas y comeremos eso mientras esperamos. Quizá no esté tan lejos como pienso.

Subimos al promontorio desde donde podíamos ver el valle entero y Japhy se sentó en la postura del loto con las piernas cruzadas encima de una roca y sacó su rosario de madera y rezó. Es decir, simplemente mantuvo las cuentas en las manos puestas hacia abajo y los pulgares juntos. Y se quedó mirando hacia adelante sin mover ni un solo músculo. Me senté lo mejor que pude encima de una roca y estuvimos así sin decir nada y meditando. Sólo que yo meditaba con los ojos cerrados. El silencio era un inmenso ruido. Desde donde estábamos, el rumor del arroyo, el gorgoteo y parloteo del arroyo, llegaba bloqueado por las rocas. Oímos algunos "Alaius" melancólicos más, pero parecía que se alejaban más y más cada vez. Cuando abrí los ojos el rosa era mucho más púrpura. Las estrellas empezaron a brillar. Caí en una profunda meditación, sintiendo que las montañas eran realmente budas y amigas nuestras y tuve la extraña sensación de que había algo raro en que sólo hubiera tres hombres en todo aquel inmenso valle: el místico número tres. Nirmanakaya, Sambhogakaya y Dharmakaya. Pedí la salvación y la felicidad eterna para el pobre Morley. En una ocasión abrí los ojos y vi a Japhy sentado allí rígido como una piedra y sentí ganas de reír porque me pareció muy divertido. Pero las montañas eran poderosas y solemnes, y lo mismo Japhy, y debido a eso, de hecho, la risa tendría que ser solemne.

Era algo hermoso. Los tintes rosados se desvanecieron y entonces todo era una oscuridad púrpura y el rumor del silencio era como un torrente de olas de diamante que atravesaran los pórticos líquidos de nuestros oídos y fueran capaces de tranquilizar a un hombre durante mil años. Pedí por Japhy, por su futura salvación y felicidad y eventual budeidad. Todo era completamente serio, completamente alucinante, completamente feliz.

"Las rocas son espacio -pensé-, y el espacio es ilusión." Tuve un millón de pensamientos. Japhy hacía lo mismo. Me extrañaba el modo en que meditaba con los ojos abiertos. Y ante todo estaba humanamente asombrado de que ese muchacho que estudiaba con tanta intensidad poesía oriental y antropología y ornitología y todas las demás cosas y que era un recio aventurero en senderos y montañas también sacara de repente su enternecedor y hermoso rosario de madera y se pusiera a rezar allí con solemnidad, como un viejo santo del desierto, aunque resultara tan curioso en Norteamérica, con los altos hornos y los aeropuertos. El mundo no debe ser tan malo cuando producía tipos como Japhy, pensé, y me sentí contento. El dolor de todos mis músculos y el hambre eran bastante desagradables, y las oscuras rocas que nos rodeaban, el hecho de que no hubiera nadie que te calmara con besos y palabras suaves, de que estuviera allí sentado meditando y pidiendo por el mundo con otro joven vehemente… era algo bueno haber nacido para morir, aunque sólo fuera para eso, como nos ocurría a nosotros. Algo saldrá de todo esto, amigos míos, en las Vías Lácteas de la eternidad desplegándose ante nuestros mágicos ojos sin envidia. Tuve ganas de contarle a Japhy todo lo que pensaba, pero comprendí que no importaba y además, en cualquier caso, él ya lo sabía, y el silencio es la montaña de oro. -¡Alaiu! -gritaba Morley, y ahora era de noche, y Japhy dijo:

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