Entonces se empezaban a mirar desde las ventanas, como si fueran desconocidos, y Roma hacía un dibujo de Marcos en un cuaderno y se quitaba el jersey. Marcos ponía más atención, porque Roma sin jersey era bastante más Roma que Roma con jersey. Y la desmedida atención de Marcos hacía que Roma tuviese cosquilleos en las manos y en la parte de arriba de las rodillas. Marcos ponía las manos en el cristal y lo empañaba, y se quitaba él también el jersey.
Y llegados a este punto, estaban ansiosos por volver a bajar a la calle y por volver a verse de cerca. Pero no podían en media hora. Eso era lo que decía el juego, que tenían que estar media hora en las ventanas. Y estaban, por lo tanto, media hora mirándose de una casa a otra. Y cuando pasaba media hora, bajaban las escaleras a todo correr y se iban a la cama de Roma o a un restaurante italiano.
*
Marcos se sentó en la silla junto a la cama de Lucas. Lucas agarró los pantalones de Marcos con la mano derecha, un poco más arriba de la rodilla. De vez en cuando apretaba la mano hasta arrugar el pantalón y tenía los ojos cerrados.
Lucas no paraba de decir cosas, pero, sobre todo, esto era lo que quería decirle a Marcos: Estoy debajo del Shisha Pangma, Marcos, con Rosa. El Shisha Pangma es un monte bonito. Y tiene música. Quiero decir que se oye música aquí, en el campamento base, y que yo creo que viene del monte. Le he cogido la cintura a Rosa, para bailar, pero Rosa me ha dicho que me esté quieto, que ya no tenemos edad. A Rosa le gusta mucho la seriedad. La seriedad y el viento. El viento también le gusta. Es una pena que no estés aquí, Marcos. Luego le he preguntado a Rosa cuándo vamos a empezar a
Cuando el día empieza
a dejar de ser día
subir al Shisha Pangma y ella me ha dicho que no diga esas cosas, que estoy un poco loco, que somos viejos ya, que el monte es una cosa seria y que estoy loco y que estoy viejo. La verdad es que yo me veo bastante viejo, pero Rosa está muy joven, como cuando tenía veinte años o como cuando tenía veintidós años. Me ha parecido un poco triste, porque a mí me gustaría pisar el Shisha Pangma, aunque tenga que morirme allí. Entonces ha aparecido un hombre y nos ha dicho que hay un tranvía que hace el viaje hasta el Shisha Pangma, hasta arriba, y nos ha señalado una dirección, y hemos visto un tranvía negro, elegante. Y vacío. Y aquí estamos los dos, Rosa y yo, en el tranvía, esperando a que empiece a andar. Rosa ha subido antes que yo al tranvía, y yo he decidido que la cosa más bonita que he visto en mi vida ha sido Rosa subiendo a un tranvía.
Roma
Los museos son malhechores. En general. Porque los cuadros se tienen que ver despacio y con ganas, y en los museos no se ven despacio y se ven como si no fueran cuadros ni nada, o se medio ven. Los museos son hoy tengo que ver los 602 cuadros del museo porque la entrada está pagada ya.
De hecho, durante los diez primeros minutos del museo, no hay problemas para digerir lo que vas viendo, pero, a medida que pasan cuadros y pasan salas, tu cuerpo es incapaz de asimilar todo lo que mira y, de repente, ves cómo te empieza a salir una menina por la oreja o la propia Gioconda por la nariz.
Es entonces cuando sientes que tu cuerpo está minuciosamente descompuesto y que tienes que vomitar algo. Te acercas a un rincón del museo; al rincón del museo donde suele estar la silla del vigilante, concretamente. Y empiezas a vomitar (siempre tras comprobar, claro, que el vigilante es poco trabajador y aficionado a distraerse en el baño). Entre los despojos que van saliendo de tu cuerpo, ves 42 impresiones de 42 pintores impresionistas, 212 líneas rectas de 17 cubistas y algún reloj derretido.
Te sientes un cacharro y te prometes que no vas a volver a entrar en un museo grande. Entonces vuelve el vigilante del baño y te pide que, por favor, no te apoyes en la Nariz de Napoleón, y tú le dices que perdón, que estás algo mal y que no sabes casi ni dónde estás.
Vuelves al hotel, y en el hotel te dicen que ha muerto una tía tuya a tres mil kilómetros de allí, o que se está muriendo en el hospital. Entonces te das cuenta del tiempo que has perdido en el museo y de cuánto querías a esa tía y de lo feos que son los retratos de las damas del siglo, por ejemplo, XVI.
Marcos
Ayer encontré un montón de polillas debajo de la cama de Lucas, muertas. Algunas tenían las alas rojas. Se lo he dicho al médico. El médico me ha dicho que no me preocupe, que es normal, que no tiene importancia.
Lucas
Creo que nací en 1914. De pequeño fui a la escuela y de joven a la guerra. Pero la guerra no era un buen sitio para estar. Luego volví, para empezar en la carpintería. En la carpintería había más sosiego. No se moría nadie, quitando unas cucarachas que yo creo que eran azules. O moradas. Después me casé con Rosa. La especialidad de Rosa era subirse a los tranvías, y olía a sopa. Después se murió. Desde entonces vivo con mi hermana y con un personaje que se nos ha metido en casa, con Marcos. También Ángel se murió. Mi hermano. Yo no tardaré en morirme. Pero pienso avisar. Se lo diré a Marcos, que es el que más tiempo está conmigo. Le diré Marcos, voy a morirme esta semana. Así se lo diré. Sin decir el día exacto. Claro.
A la escuela iba feliz. Aprendimos mucha ortografía en la escuela.
Ahora bien a gusto me comería yo un poco de chocolate.
Para Sonia, claro;
y para su nariz también,
que sufre mucho.
Biografía
Unai Elorriaga (Algorta, Getxo, 1973), de formación filólogo y de oficio traductor, es también colaborador en la prensa escrita. Un tranvía en SP, su primera novela, fue galardonada con el Premio Nacional de Narrativa 2002 y ha cosechado un indudable éxito de público y crítica. La editorial Alfaguara ha publicado recientemente su segunda novela, El pelo de Van't Hoff.