– Hasta que sea rey de Italia.
– Eso nunca sucederá si le removemos el agua para que navegue, sí, pero con cuidado, con prudencia. Tu política de mantener el fuego sagrado de las familias romanas contra los Borja es muy interesante.
– ¡Pobres familias! Las han metido en cintura. La última derrota de los Colonna y los Savelli ha permitido a los Borja anexionarse todas sus propiedades.
Los ricos Borja son temibles no
por lo que tienen, sino por lo que compran.
– ¿Y César?
– Descansa. Cuando no guerrea se pasa el día tumbado en una cama, melancólico, comprobando cómo la sífilis le mancha progresivamente el rostro. Unas veces mete en su cama a Fiammetta y otras a esa joven Dorotea, secuestrada primero de mal grado y ahora encantada de los excesos de César. Es como una serpiente en período de letargo.
Me han dicho que en las Indias hay serpientes enormes que se llaman boas, capaces de tragarse a un buey. Pero luego han de digerirlo.
Paciente. Pacientemente.
– Me he quedado solo en la oposición. Todos los enemigos de los Borja de la curia ya no cuentan.
He de tener más paciencia que los Borja. Parece un proyecto de titanes.
– He de dejarle, Della Rovere. Me espera una audiencia.
– ¿Con el papa?
– ¿Con el papa? ¿Para qué?
Con César. Con el todopoderoso César Borja.
César permanece semiyaciente en un lecho escuchando las elucubraciones de un Maquiavelo peripatético, pero la voz le llega lejana, sin percibir el sentido total de lo que dice hasta que de pronto retiene la palabra feudalismo… campesinos y mercaderes, ésos son los sectores sociales en alza porque tienen un sentido realista de lo que hacen. La derrota del feudalismo es inevitable y por lo tanto hay que tratar de no convertirse en un señor feudal más. La derrota del feudalismo. Es evidente. Los señores feudales o se vuelven cortesanos, es decir, animales cuyo medio natural es la corte, o agonizan defendiendo sus feudos, ¿treinta, cuarenta años más? Hay que ocupar un lugar de privilegio para ser un competidor de los modernos reyes, Luis Xii o Fernando el Católico. César entra en conversación porque le molesta que Maquiavelo, peripatético, hable como para sí mismo.
– ¿Fernando el Católico o Luis Xii?
– He ahí el modelo, más Fernando el Católico que Luis Xii.
Los viajes coloniales, la victoria sobre el Islam, el sometimiento de los señores feudales de Castilla y Aragón, las limpiezas de etnias y religión del cardenal Cisneros y el oro, los galeones cargados de oro que llegan de América, el oro con el que los españoles pueden comprarlo todo. Ésas son las bases de una posible hegemonía española en los próximos años.
– Será inevitable un choque con Francia, con Austria.
– Con Austria no. La boda entre la hija de Fernando e Isabel con un hijo de Maximiliano de Austria evita esa confrontación, aunque Maximiliano se mueva en la frontera para disuadirle de que ataque Florencia. El choque será con Francia y lo vivirá la próxima generación.
– ¿Lo viviré yo?
– Sin duda.
– Si vivo, lo viviré. Últimamente no consulto a los astrólogos.
Al pobre Lorenz Beheim le pago, pero no le consulto. Me da miedo que acierten y sueño que paso por un desfiladero compuesto por las espadas de mis enemigos y corro, corro, corro, pendiente de la penúltima espada que me acecha. Y me despierto sin saber si he acabado de atravesar el corredor.
– Hay que soñar despierto. Es una época para soñadores, pero despiertos. Imitamos los modelos antiguos pero nada es igual a la antigüedad. Copérnico se protege afirmando que sus teorías planetarias se basan en el saber antiguo, pero no es así. Se justifican en el saber antiguo, porque todavía es muy fuerte la superstición o una interpretación arcana de las Sagradas Escrituras. Cada día aparecen nuevas máquinas, nuevos descubrimientos, incluso tal vez la Tierra sea redonda y gira alrededor del Sol, como sostiene Copérnico. Las patentes de invención llenan los despachos de legajos y legajos y ninguna como la imprenta, que permite el libertinaje de reproducir libros no siempre convenientes. ¿Y la mecánica? Se aplica en el arte militar y luego los descubrimientos pasan a la industria civil y al comercio. Lógicamente las costumbres se resienten.
Virtudes en otro tiempo sagradas se revelan obsoletas al lado del papel del dinero, por ejemplo.
¿Cuándo se había visto tanto poder en manos de los banqueros y los comerciantes? La expansión geográfica, de momento, la controlan los aventureros, pero ya están allí la Iglesia y el Dinero, Dinero con mayúscula, César, dinero fluyente, no propiedades feudales, oro, oro, ríos de oro necesarios para comprar y controlar. Ése es el signo de los tiempos. El cambio. Y hay miedo al cambio. Sólo una minoría de sabios y de audaces no teme al cambio. A los demás los seduce primero, los asusta después y acaban oponiéndose.
– Señor Maquiavelo, tiene usted vocación de augur.
– Los augures han perdido el tiempo analizando las vísceras de los animales sacrificados. Lo que hay que ver es la sociedad, la naturaleza social, las conductas sociales. ¿Por qué? ¿Para qué? Sobre todo para qué. La finalidad.
De la idea de finalidad se han apoderado las religiones, pero ahora se ha humanizado y no es posible ser un príncipe, ni un banquero, ni un guerrero sin finalidad.
– El poder personal. ¿El familiar?
– El familiar es un medio, sólo un medio y no siempre será válido.
Usted tendría un pacto de familia con el rey de Francia, por ejemplo, su primo, o con el de España, primo de la señora viuda de su hermano Joan. ¿Cuánto costaría romper ese pacto? Las relaciones de fuerza, ésa es la cuestión que guía las alianzas, y la finalidad es el poder como instinto individual o de cada sector social, pero también construir un orden, imponerlo a los que lo necesitan y no lo entienden, un orden hecho a la medida de los intereses menos ilegítimos.
– ¿Menos ilegítimos? ¿Por qué no legítimos?
– No puedo contestarle a esa pregunta. Dejémoslo en menos ilegítimos.
Se asoma a la estancia Miquel de Corella.
– Siento interrumpiros, pero el salón está lleno de embajadores que quieren hablar contigo.
– Que esperen.
– Están el español y el francés.
– Que esperen.
– Te advierto que el francés viene acompañado del cardenal D.Amboise.
– Que esperen.
– Muy bien. Que esperen.
César retoma el hilo de la conversación.
– Correlación de fuerzas. Si mido las mías con los franceses y con los españoles, por separado, tengo las de perder.
– ¡Por eso ha actuado magistralmente sumando sus fuerzas, no midiéndolas. ¡De momento!
Estudia César fríamente la vehemencia que ha empleado Maquiavelo en sus últimas palabras.
– A veces pienso, Nicolás, que es usted más entusiasta de mi finalidad que yo mismo. A veces pienso que yo estoy posando para usted, que soy algo parecido a esos animales que destripan los médicos para estudiar anatomía o los caminos de la sangre. O tal vez un modelo de taller de pintura, como los que utiliza Leonardo. Por cierto, jamás había conocido espíritu tan plural.
– Leonardo es nuestro tiempo.
Habría que conservarlo vivo por los siglos de los siglos para poder decir a las futuras generaciones: mirad, he aquí el hombre de los tiempos del humanismo. Él encarna la unión entre el artesano y el sabio, entre la brujería y la ciencia. Me ha dejado ver sus cuadernos y están llenos de observaciones sobre el trabajo de los artesanos.
Los cambios necesitan hombres nuevos y totales. Pero nunca son los suficientes.
– Pero no me construye nuevas máquinas de guerra.
– De momento las sueña.
– Un humanista que no cree en el hombre. Le he oído decir que el género humano es un rebaño pestilente que necesita un puño de hierro. Dice que el hombre es fundamentalmente malo.