– Cierto, cierto. Excesiva a veces, si me permite.
– ¿Cuántas iglesias de Roma me deben la vida? Todos alaban el esplendor generoso de nuestras estancias vaticanas.
– ¡Mucho color! ¡Demasiado color! No puede su santidad negar que tiene un ojo mediterráneo.
– Y clásico. Yo adoro la armonía de los estilos clásicos. Vivimos en unos tiempos en que nos acercamos a los prodigios de la arquitectura del Imperio, precisamente porque la admiramos, cotidianamente recibimos una lección del pasado.
– Todo fluye, nada es, santidad. Nunca repetiremos lo del pasado y tampoco lo amamos tanto como pregonan los humanistas. Buena parte de los palacios de los príncipes actuales cantados en latín por los poetas se ha construido por el desguace de grandes mansiones y obras suntuarias de la antigüedad.
¿Cuántos mármoles del Imperio están aguantando hoy las casas de los nuevos señores, de los mismos que se rasgan las vestiduras cada vez que desaparece una huella de la antigüedad, de aquella supuesta Edad de Oro?
– ¿Sostiene usted que se ha edificado el humanismo sobre la hipocresía y no sobre el pasado?
– Todo fluye. Nada es. Nunca se repiten los hechos. Las matemáticas permiten la realidad menos fugitiva. Todas las matemáticas son especulaciones filosóficas y la pintura es filosofía porque se dedica al movimiento de los cuerpos en la disposición de sus acciones, desde la sonrisa hasta el crimen.
El que desprecia la pintura desprecia la filosofía y por lo tanto la realidad. No puede entender la realidad.
César desemboca con estrépito en los talleres y cocinas de Leonardo, seguido de sus capitanes y, tras comprobar que poco han crecido las maquetas militares, formula preguntas que Leonardo contesta sin oírlas.
– Reconozco el retraso, pero me he entretenido cocinando mis platos para su santidad y el señor Maquiavelo. Tengo criterios propios sobre cocina, y observe estos utensilios que he diseñado: éste, para sostener el huevo en el momento de cocción. Con esta máquina podríamos acertar en la capacidad cúbica de los huevos, y mire qué maravilloso dibujo para fabricar espaguetis en serie.
Se miran Corella y César sin acabar de asumir lo que oyen.
– Pero lo que necesitamos son máquinas militares.
– No lo he olvidado, y aquí tengo inicios de lo que serán maravillosas novedades. Pero así es mi proceso creativo. Necesito divagar para que de pronto me acudan las ideas más deseadas.
– De momento me valen sus máquinas convencionales. Sólo quiero que mañana las comprobemos en el campo de batalla.
Corella interviene y propone al pintor.
– De paso puede pintar algo, por ejemplo: César ante los muros con una máquina de hacer espaguetis en las manos.
– No desdeñe, capitán, los útiles más comunes porque a veces avisan sobre utillajes más complejos.
El más grande arquitecto militar ha sido Francesco di Giorgio, y todos le hemos copiado y muy pocas veces mejorado. Mis mejores máquinas son las futuras y ésas no están hechas todavía.
– Yo he de combatir mañana y pasado mañana y la semana que viene. No puedo esperar esos prodigios. ¿Se aviene a dotarme de máquinas más asequibles?
– ¡Cómo no voy a avenirme!
Maquiavelo se cuela en la conversación.
– Mañana tal vez partan las tropas hacia Toscana y me sorprende el objetivo. ¿Por qué no Bolonia, César?
– Lo lógico sería ir a por Bolonia, y ya hemos castigado algunas ciudades de su zona de influencia, pero el rey de Francia tiene bajo su protección a esa ciudad. La Toscana. Quizá. A por La Toscana.
Tuerce el gesto Alejandro Vi.
– Ni yo, ni el rey de Francia, queremos que toques Florencia.
Luis Xii porque teme que crezcas demasiado a costa de una ciudad que le ha sido leal y yo porque creo que hay otras maneras de dominar Florencia. Que paguen su impunidad.
– Ya hablaremos de lo de Florencia. Ahora es urgente consolidarnos en Nápoles aprovechando el acuerdo entre Francia y España para acabar con la estirpe de Aragón hasta ahora reinante.
Quiere intervenir Maquiavelo y lo consigue colándose por un pasillo de silencio creado por la preocupada expresión de Alejandro.
– Quisiera exponer algunas teorías sobre el movimiento de los infantes, sea cual sea el empeño bélico.
Le da la venia César, pero no Leonardo.
– Señor de Maquiavelo, usted teoriza muy bien, pero ante los muros de los castillos las teorías se desmoronan, como pronto se desmoronarán los castillos y no tendrán sentido. No habrá que construir castillos. Toda la maquinaria de guerra se dirige a hacer inservibles los castillos.
Creo más en la infantería. Siempre he creído más en la infantería.
– La infantería se compone de cadáveres -refunfuña Maquiavelo.
Leonardo sonríe protector de la ingenuidad de Maquiavelo y señala un extraño cono situado sobre la mesa.
– Ése es el futuro. Un vehículo autónomo y blindado contra toda clase de fuego. Puede ir lleno de infantes y sobre todo puede abrir camino a los infantes. Cuando ese vehículo sea operativo, ¡adiós al caballo! ¡Se acabarán las carnicerías de caballos! Ése es el futuro militar, ése y el vuelo.
– ¿Se refiere al vuelo oscurecedor de millones de estorninos que aterren al enemigo como en la Biblia?
– No me sea tan sarcástico, señor Maquiavelo. Va a pensar nuestro señor César que soy imbécil. Un día el hombre volará y los hombres volando sobre el enemigo estarán más allá de cualquier potencia de fuego. Yo los emplazo a una prueba de vuelo. En cuanto al menú que tengo entre manos no lo asocio con ustedes. A usted, señor de Corella, le iría bien unos intestinos hervidos con gengibre y azafrán, y para el señor César unos testículos de cordero con miel y nata.
El señor César no atiende la propuesta de Leonardo, ni tampoco Corella, porque ambos dialogan y César le transmite lo que parecen penúltimas confidencias. Corella le resume la situación.
– Florencia de hecho ya se ha rendido al aceptar tus cuatro puntos, sobre todo que me nombren su capitán y que permitan el regreso de los Medicis, que serán unos comparsas en nuestras manos.
– ¿Han satisfecho a Vitellozzo?
Corella farfulla que eso parece, aunque ese cabeza de corcho es imprevisible. Tan pronto se convierte en alfombra para que la pises como se alza colérico por cualquier nimiedad. Es un tiranozuelo sangriento y arbitrario. Los florentinos ya han asumido entregarle a seis rehenes, escogidos entre los que intervinieron en el asesinato de su hermano. Pero César se ha ido de Florencia mientras Corella habla. Ahora a por Nápoles, piensa, y luego a por Génova.
Giuliano della Rovere ha ordenado al copero que sirva vino en la copa del cardenal D.Amboise y ambos se saludan a distancia con las copas en la mano antes de beber.
– Por fin Luis Xii ya es rey de Jerusalén por el simple hecho de la conquista de Nápoles.
– No por simbólico es un título menos apetecido.
– Pero mi querido George, me da la impresión de que el conquistador de Nápoles no haya sido Luis Xii, ni Fernando el Católico, sino…
– César.
– César.
– Es cierto. Su conquista de Capua ha sido espectacular.
– Y sangrienta.
– ¿Qué conquista no es sangrienta?
– ¿Y el episodio de las cuarenta jóvenes secuestradas por la tropa?
– Creo que han sido sólo treinta.
– El papa retiene a doña Sancha, pero le permitirá volver a Nápoles con su medio marido, Jofre. Qué tristeza de muchacho.
Pendenciero. Acomplejado por la desvergüenza amatoria de su mujer.
Es un peligro ese chico.
– El único peligro es César.
– Y el rey de Francia sigue sin considerar un peligro el prestigio militar de César. ¿Quién va a ser el señor de Italia?
¿Luis Xii? ¿Fernando el Católico? No. César. Los Borja.
– Es un aliado, "malgre lui".
Nos consta que César nos detesta a los franceses, pero no tiene más remedio que ser nuestro aliado.