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Se dirige Rodrigo a toda su familia.

– ¿Qué pasa con Lucrecia?

Nadie de los reunidos contesta, pero se abre la puerta e irrumpe Sancha como una llamarada morena que obliga a cerrar los ojos al duque de Gandía.

– ¿Qué pasa con Lucrecia? -pregunta Sancha burlonamente, y se contesta-: Que es una santa.

Con la excepción de su santidad, nadie en la familia tiene los pro fundos sentimientos religiosos de nuestra Lucrecia. Acabo de verla en su tienda de campaña en el monasterio de las dominicas. "Ora et labora. Ora et labora." También estaba allí, consolándola, el espía de la familia, Perotto. ¿O no debe admitirse que es el espía de la familia? No hay familia romana que no tenga espías para vigilar a las demás familias. Lo nuevo es tener espías para vigilarnos a nosotros mismos.

Un arrobado Rodrigo quita importancia al sarcasmo cabeceando generoso y ofreciendo a Joan como ofrenda la gracia de su nuera. No tiene César ojos para nadie más que Sancha, tampoco Joan, deslumbrado, y ha de darle un codazo el joven Jofre.

– Es mi mujer, Sancha.

Asume el joven la propiedad de la muchacha enlazándola por el talle y acercándosela al recién llegado. Sancha mira un momento a César y al otro a Joan, para fi nalmente enfrentarse irónicamente a Vannozza.

– Vannozza, qué hijos tan guapos tienes. Me habían dicho que estabas casado con una castellana rígida, siempre de luto.

Vuelve a los ojos interiores de Joan el ramalazo de imagen de María Enríquez en la ventana, severa, enlutada, pero hermosa en su recuerdo y va a defenderla, pero el calor que emana de la morenez de Sancha le impone silencio, a César indignación y a Jofre la inquietud nerviosa con la que manosea a Sancha para dejar constancia de su propiedad. Ha captado la situación Rodrigo, por lo que da palmadas e impone prioridades.

– Ya llegará el momento de la relajación y la memoria. "Ara, Joan, anem per feina" (2). Fuera las damas, y tú, Jofre, procura que tu mujer no se pierda por los [4]corredores. Siempre hay que saber dónde están las mujeres. César, quédate.

Da la espalda a todo Alejandro y gana la estancia donde permanece la maqueta de los castillos. Observa Joan que en el cortejo seguidor del papa no sólo avanzan César, Miquel de Corella, Juanito Grasica y Ramiro Llorca sino también el caballero estudiador y esquinado que no ha sido presentado y que prosigue su puesta en situación con economía de gestos.

Extiende el brazo el papa sobre las futuras conquistas. Con un arquear de cejas invita a César a la explicación y no se entretiene el cardenal.

– Joan, éstas son las fortalezas a conquistar, no por conquistarlas, sino por un plan de anexión real de territorios para el Estado pontificio en detrimento de los poderes feudales. Recuerda la expansión hacia Nápoles tan contestada por los Della Rovere, ahora se trataría de rodear Roma de un territorio estatal real de obediencia a su santidad.

– ¿No te basta con amenazarlos con la excomunión? ¿No es más poderosa la posesión espiritual?

– Han pasado muchos años desde la sumisión de Canosa. Los príncipes modernos ya no tienen miedo a condenarse y pensadores como Valla han cuestionado la legitimidad histórica de que Constantino atribuyera a la Iglesia poder temporal.

Ya no estamos prefigurando príncipes o emperadores como en los tiempos de Marsilio de Padua o de santo Tomás, situados en la punta de la pirámide por la gracia de Dios y de su representante en la Tierra, el papa. Los príncipes modernos son reales y se lo deben todo a la realidad de su poder. Se han refugiado en un remedo de Dios y su Iglesia, el Estado.

No ha sido cordial la respuesta de César y Alejandro le invita a que sea paciente y continúe su explicación.

– Los reyes de España han conseguido la unidad a hierro y a fuego, el de Francia lo mismo, el emperador Maximiliano de Austria está sobreponiéndose sobre los señores feudales. Es otra fase de la Historia. Unidades nacionales.

Reyes fuertes. Retorno a la idea del Imperio. Banqueros. Descubrimientos científicos. Nuevos mundos para la expansión. Hay hasta quien dice que la Tierra es redonda. ¿Qué puede hacer Italia, dividida en ciudades-Estado y sometidos todos al capricho de las familias feudales?

Se encoge de hombros Joan y contempla los castillos como si fueran enigmas. Luego se echa a reír.

– No entiendo para qué lo haremos, pero me gustará hacerlo. Seremos más ricos. Más temidos y por lo tanto más guapos. Más admirados. ¡Espléndido!

No hay desencanto en la expresión que César dedica a Corella

cuando se retira de al lado de la maqueta y deja a su padre la iniciativa.

– Miles de hombres están preparados, y lo que es más importante, dispondrás de la asesoría de un gran militar.

– ¿Asesorías? ¿Desde cuándo un Borja ha necesitado asesorías?

– Hasta los Borja necesitan asesorías, Joan. Lo importante es saber escogerlas.

Reclama ahora Rodrigo el protagonismo del silencioso invitado, quien da un paso al frente, saluda y se presenta.

– Guidubaldo de Urbino, al servicio de su santidad.

– Mucho Guidubaldo para tan poco Urbino.

Ríe Joan su propia gracia hasta que interviene Corella, que permanece junto a César.

– No son risas las que merece el mejor capitán de Italia.

– Si no el mejor, sí uno entre los mejores y tan Guidubaldo como Urbino. Estoy dispuesto a demostrárselo.

Ha escupido el de Urbino con los dientes apretados y mal soporta que Joan estudie su porte de manera jocosa y finalmente se rinda burlonamente al imperativo familiar.

– Si es elección vuestra, buena será. Señor de Urbino, le ruego acepte mis excusas y espero que entre los dos habrá una franca colaboración.

– ¡Así me gusta!

Está contento Rodrigo y pasa un brazo sobre los hombros de Joan, al que se lleva, dejando a Corella, César, Llorca y Urbino discutiendo a propósito de estrategias, corroborando el invitado las observaciones de César. Padre e hijo ganan la estancia donde las damas coloquian complicidades ante la abulia adormilada del joven Jofre, pero no los detienen los reclamos de Vannozza, ni de Sancha, aunque Joan deja sus ojos en el rostro y los senos de su cuñada,

mientras el padre se lo lleva de confidencias.

– Giuliano della Rovere ya no es enemigo. Está en Francia comiendo la sopa del rey Carlos.

Hay que acabar con los Orsini.

Me dejaron solo frente a los franceses. Los muy mal nacidos se han puesto desafiantes y el tuerto de Orsino Orsini ha llegado a negarme la presencia de Giulia en Roma. Me puse serio y le amenacé con excomulgarle, a él y a todos los Orsini. -Baja la voz Rodrigo y añade-: Incluso a Adriana.

– ¿Excomulgar a Adriana? ¿Pero no ha sido tu cómplice en la seducción de Giulia?

– Joan, no emplees con el papa palabras irreverentes. Seducción.

¿Quién ha seducido a quién? Vamos a ver a tu hermana Lucrecia, a ver si tú puedes convencerla de que salga de su clausura.

– Lucrecia, rebelde.

– Tu hermana ya no es una niña.

Duda entre su fidelidad a la familia y la estúpida voluntad de ser ella misma. Hoy día las mujeres han conseguido un poder extraordinario, Joan. Son cultas. Saben, y el saber es un poder. Pero el saber implica dolor, Joan. Recuerda el Eclesiastés: "Porque en la mucha sabiduría hay mucha molestia; y quien añade ciencia, añade dolor."

– Reverenda madre, su santidad pide ser recibido.

Abandona la superiora su pluma en el tintero y aplica un secante sobre la escritura. Luego vase a un reclinatorio, donde se persigna, y reza una secreta plegaria para despedirse de su destinatario con otra persignación y afrontar el encuentro con el papa acompañado por Joan de Gandía y Burcardo.

Se inclina la monja en el besamanos y recibe la bendición y a continuación la propuesta de un aparte que Gandía y Burcardo respetan.

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[4] (2) "… Ahora, Joan, manos a la obra…"

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