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Una girl scout patriótica que protegía a Rigalt, como el resto de jóvenes empleados afanados y conscientes de que guardaban algo más que un puesto de trabajo. Rigalt estaba al fondo de un pasillo, en un despacho sin ventanas ventilado por un molinillo extractor de aire que lo comunicaba con el exterior. Quimet no era un ángel caído, al contrario, parecía exultante, liberado de una opresión insospechada, y abrazó a Carvalho como si recuperara a un náufrago del mismo buque hundido. ¿Dónde se había metido usted? Tenía muy preocupados a todos. Ni siquiera pasó a recoger el diploma por el cursillo. Carvalho se limitaba a responderle con gestos resignados, como si le contestara, así es la vida, un día nos vemos y otro no. Y al permanecer en silencio el detective a la espera de que el ilustre procer, como le calificaban algunos diarios, se explicara, Quimet se concentró en el esbozo del discurso que iba a emitir. Usted se merece saberlo todo. ¿Qué le ha pasado en la frente? ¿Dalmatius? Las cosas se han desbordado. Si Dalmatius es capaz de tomar iniciativas, es que las cosas se han desbordado y me temo que Madrid haya entrado a saco. Como le pareciera que Carvalho no acababa de saber quién era Madrid o al menos el Madrid que había entrado a saco, Quimet precisó:

– El gobierno, a través del CESID. Buena parte de los trabajos del CESID se dedican a investigar lo que los estrategas llaman «guerras civiles potenciales», es decir, los focos conflictivos que pueden derivarse del impulso independentista de Euzkadi y Cataluña. Yo advertí que íbamos acelerando demasiado y de que en caso de que rebasáramos un timing muy estudiado, nos destruirían nada más nacer. Pero a mi alrededor se desataron fuerzas incontroladas y, lo que es peor, topos insospechados. Estamos rodeados de topos que han actuado como provocadores. El asesinato de Mata i Delapeu inició el engranaje. Hay una doble operación pactada por el gobierno español y consensuada con otros gobiernos europeos. Tienen dos objetivos claros: la desestabilización de la trama político-económica del gobierno autonómico de Cataluña y el proyecto Región Plus. Para atraer al sector de capital catalán interesado en el proyecto le exigieron que desmantelásemos efectivos del nacionalismo más duro y sobre todo la débil red de servicio de información que habíamos establecido. Iba a haber un encuentro de representantes de los servicios de información de las Naciones sin Estado y han empezado a producirse misteriosas coincidencias. Han detenido a algunos de los presuntos asistentes acusados de actividades contra presuntos Estados y a mí me han implicado en este sucio asunto. No puedo salir del país.

– ¿Qué pinto yo en esto?

– Es un caso personal. Charo me había hablado de usted.

– Qué más.

– Usted encajaba en lo que llamábamos «estrategia del fracaso». En su condición de outsider, de profesional no estrictamente catalán, ni nacionalista, si le implicábamos en la construcción de la red, de salir mal usted iba a pagar las consecuencias. No se preocupe, Carvalho. Yo tenía el colchón preparado. Usted, de caerse, hubiera caído sobre blando. Pero la ejecución sumaria de los sicarios que supuestamente habían matado a Mata i Delapeu fue una señal de alarma. Estaban forzando los acontecimientos. Pérez i Ruidoms estaba forzando los acontecimientos.

– ¿Se refiere al padre?

– Es el más interesado y el mejor colocado para el proyecto Región Plus.

– ¿Asesina al amante de su hijo para implicar a su hijo?

– La misma sorpresa que a usted le inspira se despierta en todos los demás. ¿Quién iba a pensar eso?

– Entonces, Pérez i Ruidoms es el topo.

– No. Es un empresario sin escrúpulos y un apatrida. Juega sus bazas para ganar y está bien respaldado políticamente en Madrid. Han constituido una sociedad de socorros mutuos. El topo no es Pérez i Ruidoms. No tendría sentido.

– ¿Quién entonces?

Quimet esperó tres minutos a que Carvalho estableciera conclusiones por su cuenta y cuando Carvalho insistió en callar y mirarle a los ojos, Quimet liberó el nombre al tiempo que suspiraba:

– Anfrúns. Jordi Anfrúns, tal vez. Pérez i Ruidoms le utiliza, pero Anfrúns nos utiliza a todos.

Carvalho le dio la espalda y le llegó la voz de Quimet:

– A pesar de lo mío, todos siguen contando con usted.

– Lamento que no haya podido usted viajar a Italia. En Grinzane Cavour hay un castillo muy interesante y los vinos son buenos.

No se volvió para no robarle a Quimet la cara del desconcierto.

Estamos en democracia. Alguien llama a la puerta de tu casa a las cuatro de la madrugada. En consecuencia, según dicen los politólogos, sólo puede ser el lechero. Pero Carvalho recuerda que no toma leche, que hace muchos años que no toma leche como no sea la utilizada para hacer la bechamel o el chocolate. Por lo tanto, no puede ser el lechero. Tiene la pistola olvidada en algún lugar de la casa que no quiere recordar y sale a la terraza a pesar de la dureza del viento frío en el diciembre de Vallvidrera y descubre ante su puerta a Margalida y a un embozado por el mucho abrigo y la mucha capucha que lleva lo que parece un hombre alto. Cuando les abre comprueba que su intuición no le ha engañado y el hombre alto es el joven príncipe Pérez en el destierro, a no ser que haya reunido los dos apellidos de su padre y ascienda a la condición de Pérez i Ruidoms.

– ¿Puedes tenernos aquí hasta que amanezca?

– Faltan apenas tres horas o cuatro.

– Quizá algunas horas más.

Le preceden y se zambullen en el calor de la casa, para acabar ante el rescoldo de la chimena, hacia la que tienden las manos abiertas como si estuvieran invocando el espíritu de la ceniza. Se sientan mientras Carvalho prepara en la cocina un café de urgencia y les pregunta si tienen hambre y como no le contestan saca de la nevera un pastel de queso que ha hecho con feta sobrante de ensaladas nunca hechas y pasas. Cuando le ven aparecer con el café y el pastel los ojos de Margalida le rinden homenaje, pero los del joven conservan la prevención, especialmente dirigida hacia el pastel.

– ¿Es usted satánico o macrobiótico?

– ¿Por qué lo pregunta?

– Porque mira el pastel como si fuera a colarle un gol macrobiótico. Me hago un lío con el Yin y el Yang, pero se trata de un inocente pastel de queso griego fresco y pasas.

– No soy macrobiótico pero tengo mi propia ideología sobre los alimentos.

– Si es usted satánico deben gustarle sobre todo muy hechos, a la brasa o al horno.

– Hasta el papa no cree en ese infierno de fuego y calderas.

– Este papa es un desconfiado. No se fía ni de los condones.

Bebieron y comieron, el hindú con la punta de los labios, y Carvalho les explicó lo que estaba pasando. No tenían dónde meterse, porque de lo contrario no habrían recurrido a él. Lo cual le llenaba de inquietud porque su casa no era un sitio seguro y de un momento a otro podía llenarse de asesinos posyugoslavos enviados por la OTAN o de cabezas rapadas excursionistas. Margalida se había quitado la cazadora de piel y asomaron sus tetas bajo un jersey ajustado y la culata de una pistola que llevaba en el cinto. Era una invitación a que Carvalho se tranquilizara.

– ¿Sigues pensando que necesito llevar la pistola encima?

– Sí.

Carvalho fue al cuarto de baño, removió todas las caducidades que había en su botiquín para conseguir correr la plancha del fondo. Apareció un nicho en la pared y en él un envoltorio de tela del que sacó una pistola Lüger. Volvió al salón y se la enseñó a Margalida que puso una cara de sorna.

– Ignoraba que tenías un museo en casa. Esa pistola es de anticuario.

– Dispara. Bien. ¿Qué planes tenéis?

Albert había conseguido escaparse y querían marchar al extranjero. Tenían un contacto y pasarían por Port Bou, era la frontera más inadvertida y si veían cualquier posibilidad de control de los hombres de Pérez i Ruidoms, alguien les llevaría desde Port Bou a un lugar de la costa francesa por barco. Margalida no podía recurrir a la red, primero porque era un asunto personal y segundo porque Pérez i Ruidoms disponía de infiltrados a todos los niveles.

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