Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Imposible. Insistió y Charo cedió. Pásate por aquí, pero sobre todo no se te ocurra comprar aquellas hierbas que te dije. No van bien. Insistió otra vez antes de colgar: no se te ocurra comprar otra vez las hierbas que te dije. Es decir, no debía acercarse a Lluquet i Rovelló. Se trasladó a la Vila Olímpica dispuesto a callejear a la espera de que expirara el plazo para el encuentro. Su paseo despertaba una curiosidad no normal, como si cuatro o cinco personas le confundieran con Julio Iglesias o con Sharon Stone. Perseguido por sus descarados vigilantes, Carvalho descendió hasta los muelles del Port Nou y curioseó las naves que estaban en oferta de segunda mano. Fue ante un viejo velero con bandera indescifrable cuando sintió una presión en los riñones y una voz junto a la oreja le instó:

– Suba al barco sin hacer cosas raras.

¿Puede haber algo más raro que subir a un barco de recreo en noviembre?

El hombre importante era el gordo sentado en el sillón giratorio del supuesto capitán del barco y dedujo que era yugoslavo o algo parecido porque hablaba igual que todos los entrenadores de fútbol preyugoslavos, yugoslavos o posyugoslavos que habían entrenado o entrenaban a clubes españoles. El hombre no ocultó llamarse Dalmatius, y Carvalho digirió la sorpresa de que aquel Dalmatius no era el que había visto torturado en Can Borau. Se parecían, eso sí, y el actual estaba decidido a impresionar a su retenido y los cuatro ayudantes aparentaban acabar de salir de la ducha de cualquier estadio de fútbol. ¿Por qué será que todos los jóvenes eslavos tienen aspecto de jugadores de fútbol o de baloncesto? No pudo responderse a sí mismo Carvalho porque los ojillos negros de Dalmatius estaban fijos en él, hundidos en una bola blanca a la que sus mejores amigos estaban decididos a llamar cara. Era el único que no tenía aspecto de jugador de fútbol yugoslavo y mucho menos de jugador de baloncesto, pero tampoco era el Dalmatius que le había mostrado Pérez i Ruidoms en su cámara privada de tortura. Un trompe-l’oeíl más.

– Le voy a hacer un regalo, amigo. Le voy a avisar y usted a cambio me va a decir para quién trabaja.

– Primero usted avíseme.

– Puede irse directamente de aquí a las aguas del puerto con el vientre abierto y lleno de piedras o puede arder usted dentro de su casa de Vallvidrera con alguna de las chicas que suelen acompañarle. Elija usted la que prefiera. La putita de Rigalt i Mataplana o Jessica Stuart-Pedrell. O todo puede quedar en simple aviso si usted nos ayuda a componer el cuadro. ¿Para quién trabaja?

– Para mí mismo. Soy detective privado.

– ¡Detective privado!

El tono de Dalmatius invitaba a la risa y todos rieron.

– ¡Detective privado! ¿De qué película sale usted?

Seguían riéndose y Carvalho dedujo que estaban mal informados.

– Ustedes son extranjeros y tal vez no me conozcan, pero soy un detective privado de bastante prestigio, el más conocido de Barcelona, sin duda. De hecho, los personajes más emblemáticos de la ciudad somos un mono albino que se llama Copito de Nieve y yo, Pepe Carvalho.

Alguien le había dado un puñetazo en la nuca y cayó de rodillas. Quiso demostrar elasticidad y casi lo consiguió al alzarse con prontitud y arremeter con la cabeza contra el primer cuerpo humano que sus ojos distinguieron. Fue como si su cerebro chocara contra la barbilla del otro y Carvalho sintió un dolor intelectual intensísimo, algo parecido al anuncio de una pérdida de conocimiento. Tuvo que revolverse para pegar primero al que se le echaba encima pero no lo consiguió. Su puñetazo quedó en el aire y en cambio los dos que le enviaron le dieron en el hígado y en una oreja. Volvió a repetir la hazaña de girar sobre uno de sus pies para dar una patada a lo que fuera, pero la pierna destinada a dar soporte a la proeza recibió una patada en la rodilla y de rodillas se quedó otra vez el detective abrumado por la evidencia de que iban a pegarle una paliza sin respuesta. Se dejó caer del todo y rodó para topar contra las piernas de uno de sus sitiadores, al que consiguió derribar y, en la confusión de la superposición de cuerpos, Carvalho logró levantarse y correr hasta los escalones que subían hacia la escotilla. Tenía un ojo anegado en sangre y con el que le quedaba no quiso comprobar si le seguían o no, pero la obertura de la puerta que iba a devolverle la libertad estaba ahora ocupada por un jugador de baloncesto posyugoslavo. Era altísimo y tenía en la mano algo parecido a un punzón. Se paralizó Carvalho, levantó los brazos y descendió hacia Dalmatius y sus muchachos que permanecían tensos pero quietos.

– ¡Detective privado!

Masculló el hombre gordo.

– Un tonto privado y muerto, un tonto muerto. Voy a darle otro aviso. Deje las cosas como están y dé por cerrado el caso Mata i Delapeu. Me ha pillado en un día bueno, pero piense en que las infidelidades se pagan y que a veces se pagan con la muerte. Siempre hay alguien dispuesto a matar y más ahora, en estos tiempos de ignominia.

Ya no había obstáculo en la escotilla, por lo que Carvalho salió tratando de sonreír con la media cara no inundada por la sangre que le caía de una ceja. El sicario alto le dio una toalla para que ganara el muelle con la cara limpia y la toalla le sirvió para taponar la brecha hasta que llegó a la tienda de Charo. Estaba atendiendo a unas clientas e hizo una señal para que Carvalho pasara a la trastienda. Contuvo un grito de alarma y se marchó corriendo para volver con gasas, esparadrapo y agua oxigenada.

__Límpialo y tapónalo de momento, pero tengo que ir a un ambulatorio. Me han de coser la brecha.

Charo llamó a un taxi y mientras iban hacia el ambulatorio de Peracamps lloraba en silencio. ¿Qué mal hemos hecho, Pepe? Lo de Quimet esta mañana. Nada más abrir los ojos ya me había enterado. ¿Qué va a ser de ti?

__Y de ti.

__La tienda está a mi nombre.

Charo había recuperado una tranquilidad profunda para decir la frase aliviante y ahora volvía a la congoja. Tanto como podía haber hecho Quimet por ti.

__Necesito verlo. Urgentemente. Sea donde sea.

Charo abrió el bolso y sacó un papel doblado. Se lo metió a Carvalho en una mano cuando descendieron del taxi. Carvalho lo leyó de soslayo mientras se metía en la cola de urgencias del dispensario de Peracamps, como él seguía llamando al ambulatorio situado en los traseros de su barrio. Cuando salió con la ceja cosida se despidió de Charo y ella le retuvo abrazándole.

__-Deberíamos pasar la Navidad juntos.

__-No me pide el cuerpo celebrar la Navidad.

__-La Nochebuena al menos. ¿Vamos a pasarla cada

cual en su casa? En Andorra he vivido todas las fiestas, todas, sola, durante siete años, Pepe, porque Quimet debía cumplir con la familia.

__-Nochebuena, quizá. Los otros dos días quiero

dormir mientras una parte considerable de la humanidad hace el ganso.Dejó a Charo esperanzada, volvió a consultar la dirección que constaba en la nota y caminó por la avenida abierta por los bulldozers hacia las entrañas del Barrio Chino, hacia las entrañas del país de su infancia del que ya no empezaba a quedar piedra sobre piedra. Sus labios recitaron unos versos que le vinieron de un poso de vieja memoria carcelaria. La Modelo. Los altavoces de discos solicitados. "Yves Montand. Loin tres loin de Brest, dont il ne reste rien.

Que Quimet se hubiera refugiado en una oficina de asistencia social del Raval demostraba que el barrio, a pesar de todas las reformas, le seguía sobrando a la ciudad instalada. Allí el ángel caído se sentía seguro, extramuros de su mundo, extramuros del reino, el poder y la gloria. Y como guardiana de su refugio aparecía una muchacha que podía ser la hermana gemela de Margalida, el mismo formato de voluntaria a prueba de avatares y dispuesta a marchar… de bon matí quan els estéis es ponen, hem de sortir per guanyar el pie gegant… .

вернуться

[27]… al alba cuando se ponen las estrellas, hemos de salir para ganar el pico gigante…

39
{"b":"100523","o":1}