– Era demasiado astuto para ligar su suerte a la de Napoleón por segunda vez. El intento de recuperar el trono de Francia en 1815 era una causa perdida y todos lo sabían, excepto el mismo Napoleón. Esa vez la derrota era inevitable y Araña debió comprenderlo. Tuvo que permanecer fuera de acción.
Peter hizo una mueca.
– Puede ser que tengas razón. Siempre fuiste capaz de adivinar las intenciones de ese canalla, aunque a la larga el resultado es el mismo. Desapareció de escena en la primavera de 1814. Es muy probable que Richard Ballinger fuera Araña.
– Hummm.
– Incluso los espías más brillantes pueden encontrarse en el lugar equivocado, en el momento equivocado. Y no están protegidos de la aparición de un asaltante casual -dijo Peter.
– Hummm.
Peter se quejó:
– Graystone, me irritas cuando estás de este humor. En tales ocasiones, no eres un interlocutor muy entretenido.
Por fin, Harry volvió la cabeza y miró a su amigo a los ojos.
– Sheldrake, doy por sentado que es innecesario decirlo; no quisiera que tus especulaciones llegasen a oídos de Augusta.
Peter esbozó una sonrisa fugaz.
– Graystone, tengo cierto grado de sentido común. Pienso vivir para ver mi noche de bodas. No tengo intenciones de arriesgarme a sufrir tus arrebatos de ira por haber afligido a Augusta. -Su sonrisa se esfumó-. Considero a Augusta una amiga y familia de mi futura esposa y tanto como tú, deseo evitarle el sufrimiento que podría causarle una acción deshonrosa por parte de su hermano.
– Precisamente.
Cuando el carruaje hubo recorrido las calles frecuentadas y entró en la parte más elegante de la ciudad, Harry se apeó a la puerta de su casa. Deseó buenas noches a Peter y subió las escaleras.
Craddock, ahogando un bostezo, abrió la puerta y le informó al señor que todos, incluyendo lady Graystone, se habían retirado a dormir.
Harry asintió y se dirigió a la biblioteca. Se sirvió una pequeña copa de coñac y fue hacia la ventana. Quedó largo rato contemplando el jardín en sombras, reflexionando sobre los hechos del día.
Terminó el licor, se acercó al escritorio y frunció el entrecejo al ver una nota en el centro, a propósito donde no pudiese dejar de verla. Reconoció la escritura curva y redonda de Augusta:
Plan de actividades, jueves:
1. Mañana: Visita a Hatchards y otras librerías para comprar libros.
2. "Tarde: Observar la ascensión en globo del señor Mitford en el parque.
Bajo la breve lista había una nota: «Confío en que el programa arriba detallado cuente con su aprobación».
Con humor torvo, Harry pensó que si tocaba ese papel, le quemaría los dedos. «Lo bueno de mi grácil Augusta -pensó- es que siempre se puede saber de qué ánimo está, aunque lo exprese por escrito.»
En el parque se había reunido una gran multitud a contemplar la ascensión del globo del señor Mitford hasta el cielo azul del verano. Meredith estaba fascinada. Acribillaba a Augusta a preguntas, y aunque la joven no podía contestar a muchas de ellas, la pequeña no callaba.
– ¿Cómo sube el globo?
– Con el gas hidrógeno, pero creo que es peligroso. El señor Mitford emplea aire caliente, que hace que el globo se eleve. ¿Ves esos sacos de arena que hay en la canastilla? Cuando el aire del globo se enfríe, el señor Mitford los arrojará por la borda para que el artefacto sea más ligero. De ese modo podrá seguir viajando a grandes distancias.
– Las personas que viajan en globo, ¿se calientan a medida que se acercan al sol?
– En realidad -dijo Augusta frunciendo apenas el entrecejo- he oído decir que sienten frío.
– ¡Qué extraño! ¿Por qué?
– No tengo idea, Meredith. Tendrás que preguntárselo a tu padre.
– ¿Podría subir en globo con el señor Mitford y la tripulación?
– No, querida, a Graystone no le gustaría -Augusta sonrió con tristeza-, aunque sería una aventura maravillosa, ¿no crees?
– ¡Oh, sí, estupenda! -Meredith contempló embelesada el globo de seda de colores vivos.
A medida que el globo se llenaba de aire, la excitación del público iba en aumento. A los costados, las cuerdas sujetaban el artefacto a tierra hasta que fuera hora de la ascensión. El señor Mitford, un hombre delgado y enérgico, saltaba de un lado a otro dando indicaciones a varios jóvenes corpulentos que lo ayudaban.
– Retroceded -gritó por fin el señor Mitford en tono autoritario. Se metió en el canasto con otras dos personas y agitó la mano entre las cuerdas saludando a la multitud-. Retroceded, he dicho. ¡Eh, muchachos, soltad las cuerdas!
El colorido globo comenzó a ascender. La multitud rugió entusiasta y lanzó gritos de aliento. Meredith estaba extasiada.
– ¡Mira, Augusta! ¡Allá va! ¡Ah, cómo me gustaría ir con ellos!
– ¡A mí también! -Augusta echó la cabeza hacia atrás sujetando el ala del sombrero de paja amarilla mientras observaba la ascensión del globo.
Cuando sintió el primer tirón a su falda, pensó que alguna persona tropezaba con ella. Pero al sentir el segundo, miró hacia abajo y vio a un rapazuelo con la vista fija en ella. Estiró una manita sucia y le entregó un papel plegado.
– ¿Es usté lady Graystone? -Sí.
– Esto es para usté. -El muchachito le introdujo el papel en la mano y huyó entre el gentío.
– ¿Qué es esto? -Augusta miró el papel.
Meredith no se había dado cuenta; estaba demasiado concentrada en animar a la audaz tripulación del señor Mitford.
Augusta abrió el papel con creciente temor; el mensaje era breve y anónimo.
Si quiere saber la verdad sobre su hermano, acuda al callejón situado detrás de su casa a medianoche. No se lo diga a nadie, pues de lo contrario no obtendrá la prueba que busca.
– Augusta, esto es lo más maravilloso que he visto -le confió Meredith, con la vista todavía fija en el globo que subía-. ¿Adónde iremos mañana?
– Al anfiteatro Astley -murmuró Augusta distraída, guardando la nota en el bolso-. Según el Times, actuarán jinetes malabares y habrá fuegos de artificio.
– Será hermoso, pero no creo que sea tan estupendo como la ascensión del globo. -Meredith se volvió para echar la última mirada al globo del señor Mitford que comenzaba a dejar los límites de la ciudad-. ¿Vendrá papá con nosotras?
– Lo dudo, Meredith. Tiene muchas cosas que atender en la ciudad. Tenemos que entretenernos solas.
Meredith esbozó su característica sonrisa lenta y pensativa.
– Lo estamos haciendo a las mil maravillas, ¿no es así?
– Así es.
Cuando Augusta y Meredith entraron al vestíbulo, Harry abrió la puerta del estudio. Sus ojos buscaron los de Augusta y sonrió.
– ¿Os ha gustado la ascensión en globo?
– Muy interesante -dijo Augusta con frialdad. Sólo podía pensar en la nota que guardaba en el bolso. Ansiaba correr escaleras arriba y releerla en privado.
– ¡Oh, papá, ha sido asombroso! -se exaltó Meredith-. Augusta me compró un pañuelo de recuerdo con un dibujo del señor Mitford en el globo. Y dijo que tú me explicarías por qué la gente siente frío allá arriba aunque estén más cerca del sol.
Harry alzó una ceja y lanzó a Augusta una mirada divertida, mientras respondía a su hija:
– Conque te lo explicaría yo, ¿eh? ¿Por qué cree que sabría la respuesta?
– Vamos, Graystone -lo increpó Augusta-. Por lo general, tienes respuesta para todo, ¿verdad?
– ¡Augusta…!
– ¿Saldrás esta noche otra vez?
– Por desgracia, sí. Es posible que vuelva tarde.
– Entonces no te esperaremos. -Sin aguardar respuesta, subió las escaleras hacia el dormitorio. Echó una mirada al sesgo y vio que Meredith tiraba de la manga de su padre.