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Chamcha, al mirar a la cara de Farishta por primera vez desde su accidentada separación en el recibidor de Rosa Diamond, al ver la extraña inexpresividad en los ojos del otro, recuerda con una intensidad abrumadora aquella otra inexpresividad, Gibreel en la escalera, sin hacer nada, mientras él, Chamcha, astado y cautivo, era arrastrado hacia la noche; y siente renacer el odio, siente que su bilis verde fresca le llena de pies a cabeza; nada de excusas, exclama, a hacer puñetas los atenuantes y los qué-podía-hacer-él; lo que no tiene perdón no tiene. No se puede juzgar una herida interna por el tamaño del agujero.

O sea: Gibreel Farishta, juzgado por Chamcha, recibe un veredicto más severo que el de Mimi y Billy en Nueva York, y es declarado culpable, a perpetuidad, de Lo Imperdonable. De lo cual se deriva lo que se deriva. Pero vamos a permitirnos especular un poco acerca de la verdadera naturaleza de esta Ofensa Inexpiable, de este Colmo. ¿Es realmente, puede ser realmente, sólo su silencio en la escalera de Rosa? ¿O hay resentimientos más profundos, quejas de las que esta llamada Causa Primaria no es, en realidad, sino un símbolo, una tapadera? Porque ¿no son estos dos hombres, cada uno, antítesis, la sombra del otro? El uno que pretende ser transformado en lo extranjero que admira, y el otro que prefiere, desdeñosamente, transformar. Uno, un infeliz que continuamente parece ser castigado por delitos no cometidos; el otro, calificado de angélico por todos, el tipo de hombre al que todo le es perdonado. De Chamcha podríamos decir que no da la talla normal; pero el turbulento y ordinario Gibreel indudablemente la excede de mucho, disparidad que fácilmente podría inspirar a Chamcha el deseo de emular a Procrustes: crecer cortando a Farishta lo que le sobra. ¿Qué es imperdonable?

¿Qué, sino la indefensión de saber que una persona en la que no confías conoce hasta lo más íntimo de tu ser? ¿Y no ha visto Gibreel a Saladin Chamcha en circunstancias – secuestro, caída, arresto- en las que los secretos de su ser fueron plenamente expuestos?

Bien, entonces. ¿Nos acercamos a la clave? ¿Debemos decir siquiera que éstos son dos tipos de personalidad fundamentalmente diferentes? ¿No podríamos convenir en que Gibreel, a pesar de su nombre artístico y sus interpretaciones, y a pesar de sus slogans sobre el renacimiento, el nuevo comienzo, la metamorfosis, ha deseado permanecer, en gran medida, coherente, es decir, unido a su pasado y derivado de él; que él no eligió ni su casi fatal enfermedad ni la caída de efecto transmutador; que, en realidad, lo que él más teme son los estados de alteración en los que sus sueños se filtran y enseñorean de su vigilia, convirtiéndolo en aquel Gibreel angélico que él no quiere ser, de manera que la suya es todavía una personalidad que, para nuestros actuales fines, podemos calificar de «verdadera»…, mientras que Saladin Chamcha es una criatura de incoherencias seleccionadas, una reinvención deliberada; siendo su opción por la rebeldía contra la historia lo que le hace, en nuestro lenguaje convencional, «falso»? ¿Y no podríamos decir también que es esta falsedad de la personalidad lo que hace posible en Chamcha una falsedad peor y más profunda -llamémosla «maldad»-, y que ésta es, en verdad, la puerta que nosotros abrimos en él por su caída? Mientras que Gibreel, siguiendo la lógica de nuestra terminología establecida, debe ser considerado «bueno» en virtud de desear seguir siendo, a pesar de todas sus vicisitudes, en el fondo, un hombre consecuente consigo mismo.

Pero, y otra vez pero: esto suena, ¿verdad que sí?, peligrosamente a sofisma. Puesto que tales distinciones se basan, como es de rigor, en la idea del yo como un ente (idealmente) homogéneo, sin hibridación, puro -¡idea francamente fantástica!-, no pueden, no deben bastar. ¡No! Al contrario, permítasenos decir algo aún más duro: ese mal puede no estar tan profundamente sepultado bajo nuestra superficie como nos gusta creer. Que, en realidad, nosotros propendemos hacia él naturalmente, es decir, no contra nuestra naturaleza. Y que Saladin Chamcha se propuso destruir a Gibreel Farishta porque, finalmente, ello resultaba tan fácil; el verdadero atractivo del mal es la seductora facilidad con la que uno puede aventurarse por ese camino. (Y, digamos en conclusión, la ulterior imposibilidad del regreso.)

Pero Saladin Chamcha insiste en atribuirle una causa más simple. «Fue su traición en casa de Rosa Diamond; su silencio, nada más.»

Pone el pie en el falso Puente de Londres desde un teatro de títeres cercano, instalado en una caseta a rayas rojas y blancas, Mr. Punch -zurrando a Judy- le grita: ¡Éste es el sistema! Después de lo cual Gibreel saluda, desmintiendo, con la incongruente languidez de la voz, la vehemencia de las palabras: «Compa, ¿pero eres tú? Condenado diablo. Hay que ver, en persona. Ven aquí, Salad baba, viejo Chumch.»

* * *

Sucedió esto:

En el momento en que Saladin Chamcha se acercó a Allie Cone lo suficiente para quedar petrificado y helado por sus ojos, sintió que su renovada hostilidad hacia Gibreel se hacía extensiva a aquella mujer de mirada de cero-grados y vete-a-paseo, su aire de conocer un grande y misterioso secreto del universo, y también una expresión que luego él llamaría feroz, un no sé qué ausente, insensible, antisocial, independiente, una esencia. ¿Por qué le irritó tanto? ¿Por qué, cuando ella aún ni había abierto la boca él ya la consideraba parte del enemigo?

Quizá porque la deseaba; y deseaba, todavía más, lo que él consideraba aquella íntima seguridad; por carecer de ella, la envidiaba, y trataba de dañar lo que envidiaba. Si amor es el anhelo de parecerse (incluso de ser) a la persona amada, el odio, podemos decir que puede ser engendrado por la misma ambición cuando no puede ser satisfecha.

Sucedió esto: Chamcha inventó una Allie y se convirtió en antagonista de su invención…, pero no lo dejó traslucir. Sonrió, le estrechó la mano, estuvo encantado de conocerla; y abrazó a Gibreel. Me uno a él para desquitarme. Allie, sin sospechar nada, se excusó. Los dos debían tener tantas cosas de qué hablar, dijo; y, prometiendo volver en seguida, se alejó; a explorar, como dijo ella. Él observó que cojeaba ligeramente durante los dos o tres primeros pasos, luego se detenía y se alejaba con paso firme. Una de las cosas que él desconocía de ella era su dolor.

Sin saber que el Gibreel que ahora tenía delante, de mirada distante y saludo superficial, estaba bajo estrecha vigilancia médica; ni que tenía que tomar a diario ciertas drogas que le embotaban los sentidos, a causa de la muy real posibilidad de una recaída en su enfermedad que ya tenía nombre, a saber: esquizofrenia paranoica; ni que durante mucho tiempo, a instancias de Allie, había permanecido apartado de la gente del cine, de la que ella había llegado a desconfiar enérgicamente desde su último ataque; ni que su asistencia a la fiesta Battuta-Mamoulian era algo a lo que ella se había opuesto rotundamente, y no había accedido sino después de una escena terrible en la que Gibreel le había gritado que no quería permanecer prisionero y que estaba decidido a hacer otro esfuerzo para volver a su «vida real»; ni que el esfuerzo de cuidar a un amante desequilibrado que veía duendecitos pequeños como murciélagos colgados cabeza abajo del frigorífico había dejado a Allie más gastada que una camisa vieja, imponiéndole los papeles de enfermera, chivo expiatorio y muleta -exigiéndole, en suma, actuar en contra de su propia naturaleza compleja y atormentada-; sin saber nada de esto, sin comprender que el Gibreel al que ahora miraba y al que creía ver, Gibreel encarnación de toda la buena fortuna, que el desventurado Chamcha, perseguido por las furias, desconocía, era tan invención suya como la Allie de sus antipatías, la clásica rubia ahí-te-pudras o mujer fatal ideada por su imaginación envidiosa, atormentada y orestiana; no obstante, Saladin, en su ignorancia, descubrió por casualidad la rendija en la armadura (un tanto quijotesca, reconozcámoslo) de Gibreel y comprendió cómo podía destruir con la mayor rapidez a su aborrecido oponente.

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