15. LA SÁBANA
El inglés dijo que no valía la pena. Largo rato estuvo pensando a qué se refería. Enfrente de él la sombra de un hombre se deslizó por el bosque. Masajeó sus rodillas pero no hizo ademán de levantarse. El hombre surgió detrás de un matorral. En el antebrazo, como un camarero aproximándose al primer cliente de la tarde, llevaba una sábana blanca. Sus movimientos tenían algo de desmañados y sin embargo se traslucía una serena autoridad en su manera de caminar. El jorobadito supuso que el hombre se había fijado en él. Con un cordel amarillo ató una punta de la sábana a un pino, luego ató la otra punta a la rama de otro árbol. Realizó la misma operación con los extremos inferiores hasta que el jorobadito sólo pudo ver sus piernas pues el resto del cuerpo quedaba oculto por la pantalla. Lo escuchó toser. Después volvió a aparecer por el otro lado y contempló los nudos que mantenían fija la sábana a los pinos. No está mal, dijo el jorobadito, pero el hombre no le hizo caso. Puso la mano izquierda en el ángulo superior izquierdo y la fue deslizando, la palma contra la tela, hasta el centro. Llegado allí, retiró la mano y dio algunos golpecitos con el dedo índice para comprobar la tensión de la sábana. Se volvió de cara al jorobadito y suspiró satisfecho. Después chasqueó la lengua. El pelo le caía sobre la frente mojada en transpiración. Tenía la nariz roja y larga. En efecto, no está mal, dijo. Voy a pasar una película. Sonrió como si se disculpara. Antes de marcharse miró el techo del bosque, cada vez más oscuro.
16. MI ÚNICO Y VERDADERO AMOR
En la pared alguien ha escrito mi único y verdadero amor. Se puso el cigarrillo entre los labios y esperó a que el tipo se lo encendiera. Era blanca y pecosa y tenía el pelo color caoba. Alguien abrió la puerta posterior del coche y ella entró silenciosamente. Se deslizaron por calles vacías de la zona residencial. La mayoría de las casas estaban deshabitadas en esa época del año. El tipo aparcó en una calle estrecha, de casas de una sola planta, con jardines idénticos. Mientras ella se metía en el cuarto de baño preparó café. La cocina tenía baldosas marrones, con arabescos, y parecía un gimnasio. Abrió las cortinas, en ninguna de las casas de enfrente había luz. Se quitó el vestido de satén y el tipo le encendió otro cigarrillo. Antes de que se bajara las bragas el tipo la puso a cuatro patas sobre la mullida alfombra blanca. Lo sintió buscar algo en el armario. Un armario empotrado en la pared, de color rojo. Lo observó al revés, por debajo de las piernas. El tipo le sonrió. Ahora alguien camina por una calle donde sólo hay coches estacionados al lado de sus respectivas guaridas. En la avenida pende como un ahorcado el letrero luminoso del mejor restaurante del barrio, cerrado hace mucho tiempo. Las pisadas se pierden calle abajo, a lo lejos se ven las luces de algunos automóviles. Ella dijo no. Escucha. Alguien está afuera. El tipo se acercó a la ventana, después regresó desnudo hacia la cama. Era pecosa y a veces fingía dormir. La miró con una especie de dulzura desasida desde el marco de la puerta. Alguien crea silencios para nosotros. Pegó su rostro al de ella hasta hacerle daño y se lo metió de un solo envión. Tal vez gritó un poco. Desde la calle, sin embargo, no se oyó nada. Se quedaron dormidos sin llegar a despegarse. Alguien se aleja. Vemos su espalda, sus pantalones sucios y sus botas con los tacones gastados. Entra en un bar y se acomoda en la barra como si sintiera escozor en todo el cuerpo. Sus movimientos producen una sensación vaga e inquietante en el resto de los parroquianos. ¿Esto es Barcelona?, preguntó. De noche los jardines parecen iguales, de día la impresión es diferente, como si los deseos se canalizaran a través de las flores y parterres y enredaderas. «Cuidan sus coches y sus jardines»… «Alguien ha creado un silencio especial para nosotros»… «Primero se movía de dentro hacia fuera y luego con un movimiento circular»… «Sus nalgas quedaron completamente arañadas»… «La luna se oculta detrás del único edificio grande del sector»… «¿Es esto Barcelona?»…
17. INTERVALO DE SILENCIO
Observe estas fotos, dijo el sargento. El hombre que estaba sentado en el escritorio las fue descartando con indiferencia. ¿Cree usted que podemos sacar algo de aquí? El sargento parpadeó con un vigor similar al de Shakespeare. Fueron tomadas hace mucho tiempo, empezó a decir, probablemente con una vieja Zenith soviética. ¿No ve nada raro en ellas? El teniente cerró los ojos, luego encendió un cigarrillo. No sé a qué se refiere. Mire, dijo la voz… «Un descampado al atardecer»… «Larga playa borrosa»… «A veces tengo la impresión de que nunca antes había usado una cámara»… «Paredes descascaradas, terraza sucia, camino de gravilla, un letrero con la palabra oficina»… «Una caja de cemento a la orilla del camino»… «Ventanales desdibujados de restaurante»… No sé adónde diablos quiere llegar. El sargento vio por la ventana el paso del tren; llevaba gente hasta en el techo. No aparece ninguna persona, dijo. La puerta se cierra. Un poli avanza por un largo pasillo tenuemente iluminado. Se cruza con otro que lleva un expediente en la mano. Apenas se saludan. El poli abre la puerta de una habitación a oscuras. Permanece inmóvil dentro de la habitación, la espalda apoyada contra la puerta de zinc. Observe estas fotos, teniente. Ya no importa. ¡Mire! Ya nada importa, regrese a su oficina. «Nos han metido en un intervalo de silencio.» Lo único que quiero es una autorización para volver al lugar donde alguien tomó estas fotos. Una autorización verbal. Estas cajas de cemento son para la electricidad, allí se colocan los fusibles o algo parecido. Puedo localizar la tienda donde fueron reveladas. Esto no es Barcelona, dice la voz. Por la ventana empañada vio pasar el tren repleto de gente. La luz recorta los contornos del bosque sólo para que unos ojos entornados disfruten del espectáculo. «Tuve una pesadilla, desperté al caer de la cama, luego estuve casi diez minutos riéndome.» Por lo menos hay dos colegas que reconocerían al jorobadito, pero justo ahora están lejos de la ciudad, en misiones especiales, mala suerte. Ya no importa. En una foto pequeña, en blanco y negro como todas, puede verse la playa y un pedacito del mar. Bastante borrosa. Sobre la arena hay algo escrito. Puede que sea un nombre, puede que no, tal vez sólo sean las pisadas del fotógrafo.
18. HABLAN PERO SUS PALABRAS NO SON REGISTRADAS
Es absurdo ver princesas encantadas en todas las muchachas que pasan. ¿Quién te crees que eres, un trovador? El adolescente flaco silbó con admiración. Estábamos en la orilla de la represa y el cielo era muy azul. A lo lejos se veían algunos pescadores y el humo de una chimenea ascendía sobre el bosque. Madera verde, para quemar brujas, dijo el viejo casi sin mover los labios. En fin, hay un montón de chicas bonitas acostadas en este momento con tecnócratas y ejecutivos. A cinco metros de donde me hallaba saltó una trucha. Apagué el cigarrillo y cerré los ojos. Primer plano de muchacha mexicana leyendo. Es rubia, tiene la nariz larga y los labios delgados. Levanta la vista, mira hacia la cámara, sonríe: calles húmedas después de las lluvias de agosto, septiembre, en un DF que ya no existe. Camina por una calle de barrio vestida con abrigo blanco y botas. Con el dedo índice aprieta el botón del ascensor. El ascensor baja, ella abre la puerta, pulsa el número del piso y se mira en el espejo. Sólo un instante. Un hombre de treinta años, sentado en un sillón rojo, la mira entrar. El sujeto es moreno y le sonríe. Hablan pero sus palabras no son registradas en la banda sonora. De todas maneras se deben de decir cosas como qué tal te ha ido, estoy cansada, en la cocina hay una torta de aguacate, gracias, gracias, una cerveza en el refrigerador. Afuera llueve. La habitación es cálida, con muebles mexicanos y alfombras mexicanas. Ambos están estirados en la cama. Leves relámpagos blancos. Abrazados y quietos, parecen niños agotados. Aunque no tienen motivos para estarlo. La cámara los toma en gran picado. Dame toda la información del mundo. Una franja azul parte la ventana en dos mitades. ¿Como un jorobadito azul? El es un cerdo pero sabe mantener la ternura. Es un cerdo, pero la mano que rodea su talle es dulce. El rostro de ella se hunde entre la almohada y el cuello de su amante. La cámara los toma en primer plano: rostros impasibles que de alguna manera, y sin desearlo, te segregan. El autor mira largo rato las mascarillas de yeso, después se cubre la cara. Fundido en negro. Es absurdo pensar que todas las muchachas hermosas salen de allí. Se suceden imágenes vacías: la represa y el bosque, la cabaña con la chimenea encendida, el amante con bata roja, la muchacha que se vuelve y te sonríe. No hay nada diabólico en todo esto. El viento mueve los árboles de los barrios residenciales. ¿Un jorobadito azul en el otro lado del espejo? No lo sé. Una muchacha se aleja arrastrando su moto hasta el fondo de la avenida. De seguir en la misma dirección llegará al mar. Pronto llegará al mar.