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54. LOS ELEMENTOS

Cine entre los pinos del camping Estrella de Mar. Los espectadores miran la pantalla y con las manos espantan mosquitos. Un rostro amarillo surge de improviso entre las rocas y pregunta: ¿a ti también te persigue Colan Yar? (Rostro amarillo cruzado de anchas cicatrices oscuras, árboles quemados, sillas blancas de plástico abandonadas frente a los bungalows, una bicicleta en medio de la maleza.) Colan Yar, por supuesto, y placas iluminadas tenuemente por la luz de la luna. Abandoné el puesto; con pasos lentos me dirigí al restaurante aún abierto a esas horas de la noche. «Colan Yar detrás de mí, justo detrás de mí», oí que decían a mis espaldas. Al volverme no vi más que siluetas de árboles y tiendas oscuras. En el cine uno de los actores dijo «nos persigue un volcán». Otro personaje, una mujer, en algún momento comentó: «es difícil llegar a ser mayor del Ejército inglés». Perseguidos por los Nagas, guerreros diabólicos con cascos de cuero negro, adoradores del volcán, tal vez sacerdotes y no guerreros; en todo caso, eliminados pronto. La actriz: «estoy cansada de luchar contra estos seres horribles». Un actor le responde: «¿quieres que te lleve en brazos hasta el avión?». Cinco figuras huyen a través de un valle en llamas. Un rompehielos de la Armada los espera a las 20.30 horas, ni un minuto más. El capitán: «si seguimos aquí, después no podremos salir». El capitán tiene el pelo completamente cano y lleva uniforme azul de invierno. Modula con lentitud: «no podremos salir». Aparté la mirada de la pantalla. A lo lejos las luces de las pistas de tenis se asemejaban a un aeródromo clandestino. Desde allí el que huye de Colan Yar escribe una carta sentado en un banco al aire libre. Aeródromo clandestino. Espejos. Otros elementos.

55. NAGAS

¿Cine entre los árboles? El operador duerme la siesta sobre una tumbona en el patio trasero de su bungalow. La muchacha desconocida desapareció tan mansamente como la primera vez que la vi. Avancé sin temor, mis huellas quedaron impresas levemente en el polvo. Era medianoche y vi coches policiales detenidos en la carretera. Dejé sin contestar la última carta de Mara. La muchacha caminó de regreso a su tienda y nadie pudo asegurar si había salido o no. A la mañana siguiente ya no estaba. «No puedo escribir nada más»… «Sólo queda una niña pequeña, diez años, que me saluda cada vez que nos cruzamos»… «Se sentaba sola en la terraza del bar, junto a la pista de baile, y no era difícil encontrarla»… En la pantalla aparecen los Nagas. Espectadores y una nube de mosquitos. Miré a la derecha: luces lejanas de las pistas de tenis. Tuve deseos de dormirme allí mismo. Éstos son los elementos: «impasibilidad», «perseverancia», «pelo rubio». A la mañana siguiente ya no estaba en su tienda. Por las carreteras europeas condenadas a muerte se desliza el automóvil de sus padres. ¿Hacia Lyon, Ginebra, Brujas? ¿Hacia Amberes? El tipo miró con gesto cansado: luna creciente, copas de pino recortadas contra el cielo, sonido de sirenas a lo lejos. Pero aquí estoy seguro, dijo, el que venía a matarme no me reconoció y se ha ido. Escena en blanco y negro de un hombre que se adentra en el bosque después de la sesión de cine. Últimas imágenes de adultos durmiendo la siesta mientras un automóvil desconocido rueda al encuentro de una luminosidad mayor.

56. POSTSCRIPTUM

De lo perdido, de lo irremediablemente perdido, sólo deseo recuperar la disponibilidad cotidiana de mi escritura, líneas capaces de cogerme del pelo y levantarme cuando mi cuerpo ya no quiera aguantar más. (Significativo, dijo el extranjero.) A lo humano y a lo divino. Como esos versos de Leopardi que Daniel Biga recitaba en un puente nórdico para armarse de coraje, así sea mi escritura.

Barcelona, 1980

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