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43. COMO UN VALS

En el vagón una muchacha solitaria. Mira por la ventanilla. Afuera todo se desdobla: campos arados, bosques, casas blancas, pueblos, suburbios, basureros, fábricas, perros y niños que levantan la mano y dicen adiós. Apareció Lola Muriel. Agosto 1980. Sueño rostros que abren la boca y no pueden hablar. Lo intentan pero no pueden. Sus ojos azules me miran pero no pueden. Después camino por el pasillo de un hotel. Despierto transpirando. Lola tiene los ojos azules y lee los cuentos de Poe junto a la piscina, mientras las otras chicas hablan de pirámides y de selvas. Sueño que veo llover en barrios que reconozco pero en los cuales no he estado jamás. Camino por una galería solitaria. Veo rostros que abren la boca y no pueden hablar y cierran los ojos. Despierto transpirando. ¿Agosto 1980? ¿Una andaluza de dieciocho años? ¿El vigilante nocturno, loco de amor?

44. NUNCA MÁS SOLO

El silencio ronda en los patios sin dejar papeles escritos, aquello que después llamaremos obra. El silencio lee cartas sentado en un balcón. Pájaros como ronquera, como mujer de voz grave. Ya no pido toda la soledad del amor ni la paz del amor ni los espejos. El silencio esplende en los pasillos vacíos, en las radios que ya nadie escucha. El silencio es el amor así como tu voz ronca es un pájaro. Y no existe obra que justifique la lentitud de movimientos y los obstáculos. Escribí «una muchacha desconocida», vi una radio junto a la ventana y una muchacha sentada en una silla y un tren. La muchacha estaba atada y el tren en movimiento. Repliegue de alas. Todo es repliegue de alas y silencio, así en la muchacha gorda que no se atreve a meterse en la piscina como en el jorobadito. La mano de ella apagó la radio… «He visto algunos matrimonios felices, el silencio construye una especie de victoria para dos, vidrios empañados y nombres escritos con el dedo»… «Tal vez fechas y no nombres»… «En el invierno»… Escena de policías que irrumpen en un edificio gris, ruido de balas, radios encendidas a todo volumen. Fundido en negro. La ternura de puta vieja y su capa de silencio plateado. Y ya no pido toda la soledad del mundo sino tiempo. Ellos disparan. Frases como «he perdido hasta el humor», «tantas noches solo», etc., me devuelven el sentido del repliegue. No hay nada escrito. El extranjero, inmóvil, supone que eso es la muerte. El jorobadito tiembla en la piscina vacía. He encontrado un puente en el bosque. Relámpago de ojos azules y pelo rubio… «Hasta dentro de un tiempo, nunca más solo»…

45. EL APLAUSO

Dijo que amaba los días movidos. Miré el cielo. «Días movidos», además de insectos y nubes que descendían hasta los matorrales. Este tarro con flores que abandono en el campo es mi prueba de amor por ti. Después volví con mi red para cazar mariposas en medio de la niebla. La muchacha dijo: «calamidad», «caballos», «cohetes abiertos en canal» y me dio la espalda. Su espalda habló. Como chirriar de grillos en la tarde de chalets solitarios. Cerré los ojos, los frenos chirriaron y los policías descendieron velozmente de sus coches. «No dejes de mirar por la ventana.» Sin hablar, dos de ellos alcanzaron la puerta y dijeron «policía», el resto apenas lo pude escuchar. Cerré los ojos, chirriar de grillos, los muchachos murieron en la playa. Cuerpos llenos de agujeros. El coche chirrió y se bajó la pasma. Hay algo obsceno en esto, dijo el enfermero cuando nadie lo escuchaba. Seguramente no volveré al claro del bosque, ni con flores, ni con red, ni con un jodido libro para pasar la tarde. La boca se abrió pero el autor no pudo escuchar nada. Pensó en el silencio y después pensó «no existe», «caballos», «luna menguante de agosto». Alguien aplaudió desde el vacío. Dije que suponía que eso era la felicidad.

46. EL BAILE

En la terraza del bar sólo bailan tres niñas. Dos son delgadas y tienen el pelo largo. La otra es gorda, lleva el pelo más corto y es subnormal… El tipo al que perseguía Colan Yar se esfumó como mosquito en invierno… A propósito, supongo que en invierno sólo quedan los huevos de los mosquitos… Tres niñas felices y diligentes… 7 de agosto de 1980… El tipo abrió la puerta de su cuarto, encendió la luz… Tenía el rostro desencajado… Apagó la luz… No temas, aunque sólo pueda contarte estas historias tristes, no temas…

47. NO HAY REGLAS

Las grandes estupideces. Muchacha desconocida que retorna a la escena del camping desierto. Bar desierto, recepción desierta, parcelas desiertas. Este es tu pueblo fantasma del Oeste. Dijo: finalmente nos destrozarán a todos. (¿Hasta a las muchachas bonitas?) Me reí de su desamparo. El doble lleno de aprensión hacia sí mismo porque no podía evitar enamorarse una vez al año por lo menos. Después una sucesión de letrinas portátiles, reediciones baratas, muchachos vomitando mientras en la terraza silenciosa baila una niña subnormal. Toda escritura en el límite esconde una máscara blanca. Eso es todo. Siempre hay una jodida máscara. El resto: pobre Bolaño escribiendo en un alto en el camino. «Coches policiales con las radios encendidas: les llueve información inútil de todos los barrios por donde pasan.» «Cartas anónimas, amenazas sutiles, la verdadera espera.» «Querida, ahora vivo en una zona turística, la gente es morena, hace sol todos los días, etc.» No hay reglas. («Díganle al estúpido de Arnold Bennet que todas las reglas de construcción siguen siendo válidas sólo para las novelas que son copias de otras.») Y así, y así. Yo también huyo de Colan Yar. He trabajado con subnormales, en un camping, recogiendo piñas, vendimiando, estibando barcos. Todo me empujó hasta este lugar, el descampado donde ya no queda nada que decir… «Sin embargo estás con muchachas hermosas»… «Creo que lo único hermoso aquí es la lengua»… «Me refiero a su sentido más estricto»… (Aplausos.)

48. BAR LA PAVA, AUTOVÍA DE CASTELLDEFELS

(¡Todos han comido más de un plato o un plato que vale más de 200 pesetas, menos yo!)

Querida Lisa, hubo una vez que hablé contigo por teléfono más de una hora sin apercibirme de que habías colgado. Fue desde un teléfono público de la calle Bucareli, en la esquina del Reloj Chino. Ahora estoy en un bar de la costa catalana, me duele la garganta y tengo poco dinero. La italiana dijo que regresaba a Milán a trabajar, aunque se cansara. No sé si citaba a Pavese o realmente no tenía ganas de volver. Creo que le pediré al enfermero del camping algún antibiótico. La escena se disgrega geométricamente. Aparece una playa solitaria a las ocho de la noche, altos cirros anaranjados; a lo lejos caminan, en dirección contraria al que observa, un grupo de cinco personas en fila india. El viento levanta una cortina de arena y los cubre.

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