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Parte dos

Ahora ¿qué?

15

23 de agosto de 2006

Washington

El aire era caliente y húmedo y no soplaba la más mínima brisa. El cielo tenía un color azul cobalto donde desfilaban unas nubes blancas como un rebaño de ovejas. Salvo por los turistas, la ciudad se movía a un ritmo lento en pleno verano. Los congresistas se valían de cualquier excusa para ordenar un receso que les permitiera escapar del calor y la humedad, y sólo celebraban sesiones cuando consideraban que era absolutamente necesario o para dar la imagen de que eran unos trabajadores infatigables a los ojos de los votantes.

Cuando Pitt descendió del reactor Citation de la NUNA, pensó que el tiempo que hacía en la capital se diferenciaba muy poco del que reinaba en el trópico. En el aeropuerto gubernamental privado, a unos pocos kilómetros al norte de la ciudad, no se veían otros aviones. Giordino, Dirk y Summer lo seguían por la escalerilla y pisaban el cemento de la pista, tan caliente que se habrían podido freír huevos.

El único vehículo que esperaba en el aparcamiento era un prodigioso Marmon modelo 1931, con motor de dieciséis cilindros en V. Era un coche fantástico, con estilo y clase, noble y elegante, dotado con la mecánica más avanzada de su época. Sólo se habían fabricado trescientos noventa y era mágicamente suave y silencioso, incluso cuando entregaba toda la potencia de sus ciento noventa y dos caballos. Pintada de un color rosa suave, la carrocería respondía perfectamente a los anuncios de Marmon, que lo presentaron como “el coche más avanzado del mundo”.

La mujer que estaba a su lado rivalizaba en belleza y elegancia con el coche. Alta y cautivadora, los cabellos color canela que le llegaban hasta los hombros resplandecían bajo el sol, y enmarcaban un hermoso rostro con los pómulos altos de las modelos y ojos de un suave color violeta. La congresista Loren Smith esperaba tranquila y radiante. Vestía una blusa blanca de encaje, con un corte que resaltaba sus curvas y un pantalón de corte hindú con los bajos acampanados, que caían ligeramente sobre las zapatillas de lona blanca. Saludó al grupo con un gesto, sonrió y se acercó a Pitt y le dio un rápido beso en los labios antes de apartarse.

– Bienvenido a casa, marinero.

– Ojalá tuviera un dólar por cada vez que me lo has dicho.

– Serías un hombre rico -replicó ella, con una risa encantadora. Después abrazó a Giordino, Summer y Dirk-. Me han dicho que habéis vivido una gran aventura.

– Si no fuera por papá y Al -manifestó Dirk-, Summer y yo llevaríamos alas.

– En cuanto estéis instalados, quiero que me lo contéis todo.

Llevaron las maletas y los macutos hasta el coche, guardaron una parte en el maletero y el resto lo acomodaron en el suelo, en la parte de atrás. Loren se sentó al volante, que estaba al aire libre, y Pitt en el asiento del acompañante. Los demás se acomodaron en el compartimiento cerrado.

– ¿Tenemos que llevar a Al a su casa en Alexandria? -preguntó Loren.

– Sí. Después ya podemos ir al hangar y asearnos un poco. El almirante quiere que estemos en su despacho a mediodía.

Loren miró el reloj en el tablero. Eran las 10:25. Frunció el entrecejo mientras cambiaba de marchas como un profesional del volante y preguntó con un tono cáustico:

– ¿Ni un minuto de descanso antes de volver al trabajo? Después de lo que habéis pasado, ¿no crees que abruma un poco?

– Sabes tan bien como yo que detrás de ese aspecto áspero late el corazón de un hombre bondadoso. No nos metería prisa si no fuese una cosa importante.

– Así y todo -dijo la congresista, mientras el coche salía del aeropuerto después de recibir la autorización de un guardia de seguridad armado-, os podría haber dado veinticuatro horas para recuperaros un poco.

– No tardaremos mucho en saber qué se trae entre manos -murmuró Pitt, que hacía todo lo posible para no dormirse.

Quince minutos más tarde, Loren llegó a la verja que rodeaba el edificio donde vivía Giordino. Todavía soltero, no parecía tener prisa por cambiar de estado y, como solía decir, prefería ir “picoteando”. Loren lo había visto muy pocas veces con la misma acompañante. Le había presentado a sus amigas, a las que les había parecido encantador e interesante, pero al cabo de un tiempo siempre buscaba alguna otra mujer. Pitt lo comparaba con un buscador de oro, que recorre un paraíso tropical pero que nunca lo encuentra en la playa a la sombra de las palmeras. Giordino recogió el macuto y se despidió.

– Hasta pronto… demasiado pronto.

No encontraron coches en el camino hasta el hangar-casa de Pitt, en un extremo desierto del aeropuerto nacional Ronald Reagan. Una vez más, el guardia los dejó pasar cuando reconoció a Pitt.

Loren detuvo el coche delante de la entrada del viejo hangar, que había sido utilizado por una compañía aérea desde 1930 hasta casi 1950. Pitt la había comprado para guardar su colección de coches antiguos y había convertido los despachos de la planta alta en un apartamento. Dirk y Summer vivían en la planta baja, que también albergaba su colección de cincuenta coches, un par de viejos aviones y un vagón de ferrocarril Pullman que había encontrado de desguace en Nueva York.

Loren esperó a que Pitt utilizara el mando a distancia para desconectar el complicado sistema de alarma. En cuanto se abrió la puerta, entró con el Marmon y lo aparcó entre una increíble exposición de hermosos automóviles clásicos que iban desde un Cadillac V8 de 1918 a un Rolls Royce Silver Dawn de 1955. Aparcados sobre el piso de resina blanca e iluminados por la luz que entraba por los tragaluces, los viejos coches proyectaban un deslumbrante arco iris.

Dirk y Summer se retiraron a sus apartamentos separados en el vagón Pullman. Pitt y Loren subieron al apartamento, donde Pitt se duchó y afeitó mientras ella preparaba un almuerzo ligero para los cuatro. Pitt salió del baño al cabo de media hora, vestido con pantalón y camisa deportiva. Se sentó a la mesa de la cocina y cogió la copa de Ramos Fizz que le ofreció Loren.

– ¿Has escuchado hablar alguna vez de una gran corporación llamada Odyssey? -le preguntó a Loren, sin que viniera a cuento.

La congresista lo miró un tanto sorprendida.

– Sí, formo parte de un comité que está investigando sus actividades. No es un tema que haya aparecido en los periódicos. ¿Cómo te has enterado de la investigación?

Pitt se encogió de hombros con la mayor despreocupación.

– No sé nada. Ni siquiera sabía que estuvierais interesados en Specter.

– ¿El misterioso fundador de la corporación? Entonces, ¿a qué viene la pregunta?

– Pura curiosidad, nada más. Specter es el propietario del hotel que Al y yo evitamos que acabara estrellado contra las rocas, por culpa del huracán Lizzie.

– Se sabe muy poco del hombre, más allá de que posee un gran centro de investigación científica en Nicaragua y está involucrado en gigantescos proyectos de construcción y explotaciones mineras en todo el mundo. Algunas de sus actividades internacionales son legales; otras en cambio son bastante oscuras.

– ¿Cuáles son los proyectos en el país?

– Canales de riego a través de los desiertos en el sudoeste y algunos diques. Nada más.

– ¿Qué investigan en Odyssey?

– No sabemos gran cosa, y dado que el centro está en Nicaragua, no hay ninguna ley que los obligue a informar de sus experimentos. -Loren se encogió de hombros-. Los rumores dicen que están con celdas de combustible, pero nadie sabe nada concreto. Nuestros servicios de inteligencia no consideran a Odyssey como un objtivo prioritario.

– ¿Qué hay de las construcciones?

– En su mayor parte son cámaras y depósitos subterráneos. La CIA ha escuchado rumores de que ha excavado cavernas para almacenar armas químicas y nucleares fabricadas en países como Corea del Norte, pero no tienen pruebas. Otros tantos trabajos son por cuenta de los chinos, que quieren mantener en secreto los programas de investigación militar y los arsenales. Odyssey parece haberse especializado en la construcción de almacenes subterráneos, que ocultan de los satélites espías las actividades militares y las fábricas de armamento.

– Sin embargo Specter mandó construir y explota un hotel flotante.

– Un juguete que utiliza para agasajar a sus clientes -explicó Loren-. Está en el negocio de la hostelería sólo como diversión.

– ¿Quién es Specter? El director del Ocean Wanderer no le tiene el menor aprecio.

– No le gustará su trabajo.

– No es eso. Me dijo que no piensa seguir trabajando para Specter, porque abandonó el hotel y se marchó en su avión antes de que llegara el huracán. Abandonó a los huéspedes y al personal, sin preocuparse en lo más mínimo de que pudieran morir.

– Specter es una persona muy misteriosa. Probablemente sea el único presidente ejecutivo de una gran corporación que no tiene un agente de relaciones públicas personal. Nunca concede entrevistas y apenas si se lo ve en público. No hay ningún registro de su historial, de su familia o de dónde estudió.

– ¿Ni siquiera la inscripción de su nacimiento?

– No se ha encontrado ningún registro de su nacimiento en Estados Unidos ni en ningún otro país investigado. Su verdadera identidad continúa siendo un misterio, a pesar de los esfuerzos de nuestros servicios de inteligencia. El FBI lo intentó por todos los medios posibles, sin conseguirlo. No hay fotos porque siempre lleva el rostro cubierto con un pañuelo y gafas de sol. Tampoco consiguieron hacerse con sus huellas digitales, porque usa guantes. Ni siquiera sus colaboradores más cercanos han visto su rostro. Lo único que se sabe es que es obeso, que pesa más de ciento ochenta kilos.

– No es posible que nadie pueda mantener en secreto su identidad hasta ese extremo.

La congresista levantó las manos en un gesto de impotencia. Pitt se sirvió otra taza de café.

– ¿Dónde están las oficinas centrales de la corporación?

– En Brasil. También tiene oficinas en Panamá. Dado que ha hecho grandes inversiones en el país, el presidente de la república lo ha hecho ciudadano panameño, y lo ha nombrado director de la Autoridad del Canal.

– ¿Cuál es entonces la justificación para que tu comité lo investigue? -preguntó Pitt.

– Sus tratos con los chinos. Las relaciones de Specter con la República Popular se remontan a quince años atrás. Como director de la Autoridad del Canal, fue una pieza clave a la hora de ayudar a la compañía Whampoa Limited, una empresa radicada en Hong Kong y vinculada al Ejército Popular de Liberación, a conseguir un contrato de explotación de los puertos de Balboa y Cristóbal en los dos extremos del canal, el primero en el Pacífico y el segundo en el Atlántico. Whampoa también se ocupará de la carga y la descarga de los barcos, y del ferrocarril que transporta las cargas entre los puertos, y muy pronto comenzará la construcción de un nuevo puente colgante que utilizarán los camiones de gran tonelaje para cruzar la zona del canal de norte a sur.

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