De pronto, una de las aletas golpeó con algo enterrado a medias en la arena. Ya iba a descartarlo como un vulgar trozo de coral cuando tuvo la impresión de que el objeto, cubierto en gran parte por el coral, tenía un aspecto regular, como si hubiese sido fabricado. Escarbó en la arena hasta que consiguió sacarlo. Summer avanzó hacia la luz con el objeto en alto y lo fue sacudiendo suavemente para quitarle la arena. Tenía el tamaño de una vieja caja de sombreros de mujer pero pesaba mucho más, incluso sumergido en el agua. Dos asas sobresalían en la parte superior mientras que, debajo de las inscrustaciones, el fondo parecía la base de un pedestal. Hasta donde alcanzaba a ver, el interior parecía hueco, otro indicio de que no era un producto natural.
A través de la máscara, los grises ojos de Summer reflejaron un interés un tanto escéptico. Decidió llevarlo al habitáculo, donde podría limpiarlo cuidadosamente y ver qué había debajo del coral acumulado.
El peso añadido del misterioso objeto y de los ejemplares marinos muertos que había recogido del fondo habían afectado su flotación, así que añadió un poco más de aire al compensador de flotación. Con su hallazgo bien sujeto debajo del brazo, nadó lentamente hacia el habitáculo sin preocuparse por la estela de burbujas de aire que dejaba atrás.
El habitáculo donde ella y su hermano vivirían durante los siguientes diez días, apareció a la vista en el agua azul unos pocos metros más allá.
Bautizado Pisces , los técnicos se referían a él como “la estación espacial interior”, pero en realidad era un laboratorio submarino diseñado para la investigación oceánica. Consistía en una cámara rectangular de sesenta y cinco toneladas con los extremos redondeados, que medía doce metros de largo por tres de ancho y dos y medio de alto. El habitáculo se sostenía sobre unos pilares sujetos a una base que le daba una plataforma estable en el fondo marino a una profundidad de quince metros. La esclusa de aire servía de almacén y de cuarto para cambiarse. La esclusa principal, que mantenía la presión diferencial entre los dos compartimientos, albergaba un pequeño laboratorio, una cocina, un comedor minúsculo, cuatro literas, los ordenadores y un centro de comunicaciones conectado a una antena exterior para mantenerse en contacto con el mundo en la superficie.
La muchacha se quitó las botellas de aire y las conectó a la bomba de carga instalada junto al habitáculo. Contuvo la respiración mientras subía hasta la esclusa de entrada, donde dejó cuidadosamente las bolsas con las muestras en un pequeño recipiente. Depositó el misterioso objeto sobre una toalla doblada.
Summer no estaba dispuesta a correr el riesgo de contaminarse. Soportar durante unos pocos minutos más el calor tropical que la hacía sudar por todos los poros era un sacrificio menor si así podía evitar una enfermedad potencialmente letal. Después de nadar a través del légamo marrón, una sola gota en su piel podía resultar fatal. Todavía no era el momento de quitarse el traje Viking con la capucha y las botas Turbo, los guantes con cierres estancos en las muñecas y la máscara. Se quitó el cinturón de lastre y el compensador de flotabilidad antes de abrir las válvulas de los potentes rociadores para lavar el traje y el equipo con un preparado descontaminante y eliminar cualquier residuo del légamo marrón. Segura de que estaba absolutamente limpia, cerró las válvulas y llamó a la puerta de la esclusa principal.
Si bien el rostro que apareció al otro lado del ojo de buey era el de su hermano mellizo, se parecían muy poco. Habían nacido con una diferencia de minutos, pero así y todo ella y su hermano Dirk eran todo lo diferentes que pueden llegar a ser los mellizos. Dirk medía un metro noventa de estatura, y era delgado y musculoso, con la piel muy bronceada. Mientras que Summer tenía los cabellos rojos y lacios y los ojos grises, él tenía los cabellos negros y ondulados, y los ojos de un color verde opalino que resplandecían con la luz.
Cuando entró, su hermano le quitó el yugo y la junta estanca que unía el cuello del traje a la capucha. Al ver su expresión severa y su mirada, más penetrante de lo habitual, Summer comprendió que se había ganado una buena reprimenda. Antes de que él pudiera abrir la boca, levantó las manos y dijo:
– Lo sé, lo sé, no tendría que haber salido a bucear sin compañero.
– Ahora es tarde para disculparte -replicó su hermano, furioso-. Si no te hubieses escabullido con el alba antes de que me despertara, habría ido a buscarte y te habría traído de regreso al laboratorio de una oreja.
– De acuerdo, te pido disculpas -dijo Summer, con un arrepentimiento fingido-, pero puedo hacer muchas más cosas si no tengo que preocuparme por mi acompañante.
Dirk le echó una mano con las cremalleras a prueba de agua del traje Viking. Después de quitarle los guantes y la capucha interior por detrás de la cabeza, comenzó a quitarle el traje del torso, los brazos y luego las piernas y los pies. La larga cabellera cayó como una cascada de cobre rojo. Debajo, Summer vestía una malla de nailon muy ajustada que resaltaba las curvas de su cuerpo perfecto.
– ¿Has entrado en el légamo? -le preguntó Dirk, con un tono que reflejaba a las claras su preocupación.
– He recogido unas cuantas muestras.
– ¿Estás segura de que no se filtró nada en el interior del traje?
Summer levantó los brazos por encima de la cabeza y giró como una bailarina.
– Compruébalo tú mismo. Ni una gota del légamo tóxico.
Dirk apoyó una mano en el hombro de la muchacha.
– No se te ocurra bucear de nuevo sola, y mucho menos sin mí si me tienes cerca.
– Sí, hermano -respondió Summer con una sonrisa arrogante.
– Meteremos tus muestras en una caja sellada. El capitán Barnum se las llevará para que las analicen en el laboratorio del barco.
– ¿El capitán bajará al habitáculo? -preguntó Summer un tanto sorprendida.
– Se ha invitado solo a comer -contestó Dirk-. Insistió en traernos nuestras provisiones en persona. Dijo que así se tomará un descanso de jugar a capitán.
– Dile que no entrará si no trae una botella de vino.
– Confiemos en que reciba el mensaje por ósmosis -comentó Dirk, y sonrió.
El capitán Paul T. Barnum era un hombre esquelético que bien podría haber pasado por hermano del legendario Jacques Cousteau, de no haber sido porque era casi calvo. Vestía un traje de buceo corto y no se lo quitó cuando entró en la esclusa principal. Dirk lo ayudó a dejar la caja metálica con las provisiones para dos días en el mostrador de la cocina, y Summer comenzó a guardar todo en la pequeña alacena y la nevera.
– Os he traído un regalo -anunció Barnum, y sostuvo en alto una botella de vino de Jamaica-. Por si fuera poco, el cocinero os ha preparado langosta a la termidor y espinacas a la crema.
– Eso explica su presencia -dijo Dirk, palmeando al capitán en la espalda.
– Alcohol en un proyecto de la NUMA -murmuró Summer, con un tono burlón-. ¿Qué diría nuestro estimado líder, el almirante Sandecker, sobre el quebrantamiento de su regla dorada de no beber durante las horas de trabajo?
– Toda la culpa la tienen las malas influencias de tu padre -señaló Barnum-. Nunca subía a bordo sin una cantidad de botellas de buen vino, y su camarada Al Giordino siempre se presentaba con una caja de los puros predilectos del almirante.
– Por lo visto, todos excepto el almirante saben que Al le compra en secreto los puros al mismo proveedor -comentó Dirk con una sonrisa.
– ¿Qué tenemos de acompañamiento? -preguntó Barnum.
– Ensalada de cangrejo y sopa de pescado.
– ¿Quién cocina?
– Yo -refunfuñó Dirk-. Summer sólo sabe preparar bocadillos de atún.
– Eso no es verdad -protestó la joven-. Soy muy buena cocinera.
Dirk la miró con una expresión cínica.
– En ese caso, ¿cómo es que tu café sabe a rayos?
Calentaron en la sartén la langosta con mantequilla y las espinacas a la crema y las acompañaron con el vino de Jamaica. Mientras comían, Barnum relató algunas de sus aventuras. Summer le dedicó a su hermano una mueca burlona cuando sirvió un pastel de limón que había cocinado en el microondas. Dirk fue el primero en admitir que había realizado toda una hazaña de repostería, dado que el microondas no era lo más adecuado para hornear un pastel.
Barnum ya se disponía a marcharse, cuando Summer le tocó el brazo.
– Le tengo reservado un enigma.
El capitán entrecerró los ojos.
– ¿Qué clase de enigma?
La muchacha le entregó el objeto que había encontrado en la cueva.
– ¿Qué es esto?
– Creo que es un caldero o una urna. No lo sabremos hasta que le hayan quitado las incrustaciones. Esperaba que usted lo llevara al barco y que alguien del laboratorio lo limpiara a fondo.
– Estoy seguro de que hallaré un voluntario. -Levantó el objeto para sopesarlo-. Parece muy pesado para ser de cerámica.
Dirk señaló la base del objeto.
– Hay un espacio sin incrustaciones, donde se ve que es de metal.
– Es curioso, pero no parece oxidado.
– Yo diría que es de bronce.
– Está muy bien hecha para ser de fabricación nativa -añadió Summer-. Aunque las incrustaciones las disimulan, parece tener unas figuras en toda la parte media.
– Tienes más imaginación que yo. -Barnum miró el objeto-. Quizá un arqueólogo podrá resolver el misterio cuando regresemos a puerto, si es que no se pone histérico porque lo has sacado del lugar.
– No es necesario esperar tanto -manifestó Dirk-. ¿Por qué no le envía las fotos a Hiram Yaeger en el centro informático de la NUMA en Washington? Estoy seguro de que nos dará una fecha y el lugar donde lo fabricaron. Lo más probable es que cayera de algún barco o proceda de algún pecio.
– El Vandalia no está lejos de esa cueva -dijo Summer.
– Pues ya tienes una posible explicación -señaló Barnum.
– En cualquier caso, ¿cómo llegó al interior de la caverna, a casi cien metros de la entrada? -preguntó Summer, sin dirigirse a nadie en particular.
– Es cosa de magia, mi encantadora damisela, el vudú de las islas -afirmó su hermano, y sonrió con expresión zorruna.
Ya había oscurecido en la superficie cuando Barnum les deseó buenas noches. En el momento en que entraba en la esclusa de salida, Dirk le preguntó:
– ¿Qué tal se presenta el tiempo?
– Tendremos calma durante los próximos dos días -respondió Barnum-. Se está gestando un huracán en las Azores. El meteorólogo a bordo lo tendrá vigilado. Al primer amago de que se dirija hacia aquí, os evacuaré a los dos y nos alejaremos de su camino a toda máquina.