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– Me llamó un día -dijo-. Estaba en Ystad. Pero no fue a verme al final. Si la ves, le podrías decir que la echo muchísimo de menos.

– Ella hace lo que quiere.

– ¡Sólo te pido que se lo digas!

– ¡Lo haré! ¡No grites!

– ¡No grito!

En ese momento llegó el bistec tártaro. Comieron en silencio. Kurt Wallander pensó que no sabía a nada. Pidió otra botella de vino y se preguntó cómo llegaría a casa.

– Parece que estás bien -dijo.

Ella asintió con la cabeza, segura y quizás con un poco de rencor.

– ¿Y tú?

– Estoy hecho una mierda. Aparte de eso, bien.

– ¿De qué querías hablar?

Había olvidado pensar en una excusa para su encuentro. En aquel momento no sabía qué decir.

«La verdad», pensó con ironía. «¿Por qué no intentarlo?»

– Sólo quería verte -respondió-. Todo lo demás era mentira.

Ella sonrió.

– Me alegro de haberte visto -dijo ella.

De repente él se echó a llorar.

– Te echo tanto de menos -murmuró.

Ella estiró la mano y la puso sobre la de él. Pero no dijo nada.

Y en ese momento Kurt Wallander comprendió que se había acabado. Nada podía cambiar el divorcio. Podrían cenar juntos quizá. Pero sus vidas iban irrevocablemente por caminos separados. Su silencio no mentía.

Empezó a pensar en Anette Brolin. Y en la mujer negra que lo visitaba en sueños.

No estaba preparado para la soledad. Pero se esforzaría por aceptarla y quizás al cabo de un tiempo encontraría una nueva vida, de la que nadie más que él sería responsable.

– Contéstame a una sola cosa -preguntó-. ¿Por qué me dejaste?

– Si no te hubiera dejado, la vida se me habría escapado -contestó ella-. Me gustaría que entendieras que no fue culpa tuya. Fui yo la que sentía la necesidad de la ruptura, fui yo la que me decidí. Un día entenderás lo que quiero decir.

– Quiero entenderlo ahora.

Al salir, ella quería pagar su parte. Pero él insistió y le dejó pagar.

– ¿Cómo irás a casa? -preguntó ella.

– Hay un autobús nocturno. ¿Y tú?

– Iré caminando.

– Te acompaño un trozo.

Ella negó con la cabeza.

– Nos separamos aquí. Es mejor. Pero llámame. Quiero que sigamos en contacto.

Le dio un beso rápido en la mejilla. La vio cruzar el puente del canal con pasos enérgicos. Cuando desapareció entre el Savoy y la oficina de turismo la siguió. Antes había espiado a su hija. En aquel momento seguía a su mujer.

Junto a la tienda de electrodomésticos que había en la esquina de la plaza de Stortorget esperaba un coche. Ella se sentó en el asiento de delante. Kurt Wallander se escondió en un portal cuando el coche pasó cerca de él. Por un momento vio al hombre que conducía.

Se fue hacia su coche. No había ningún autobús nocturno para Ystad. Entró en una cabina de teléfonos y llamó a casa de Anette Brolin. Cuando contestó, colgó deprisa.

Se sentó en su coche, puso la casete de Maria Callas y cerró los ojos.

Se despertó de golpe porque tenía frío. Había dormido casi dos horas. A pesar de que no estaba sobrio decidió ir conduciendo a casa. Se metería por caminos vecinales y pasaría por Svedala y Svaneholm. Allí no corría el riesgo de cruzarse con patrullas de policía.

Pero había olvidado por completo que las patrullas nocturnas de Ystad estarían vigilando los campos de refugiados. Y que él mismo había dado la orden.

Tras controlar que todo estaba en calma en Hageholm, Peters y Norén se cruzaron con un conductor que hacía eses entre Svaneholm y Slimminge. A pesar de que los dos normalmente reconocían el coche de Wallander, no se les ocurrió que podría ser él quien conducía de noche. Además, la matrícula estaba tan llena de barro que no se podía identificar. Detuvieron el coche y golpearon el cristal; Kurt Wallander lo bajó y sólo entonces reconocieron a su jefe en funciones.

Ninguno de ellos dijo nada. La linterna de Norén iluminaba los ojos rojizos de Wallander.

– ¿Todo tranquilo? -preguntó Wallander.

Norén y Peters se miraron.

– Sí -dijo Peters-. Todo parece tranquilo.

– Está bien -susurró Wallander y empezó a subir el cristal.

Entonces Norén se acercó.

– Es mejor que salgas del coche -dijo-. Ahora, enseguida.

Kurt Wallander miró sin comprender la cara apenas visible bajo la fuerte luz de la linterna.

Luego se encogió e hizo lo que le habían dicho.

Salió del coche.

La noche era fría. Tenía frío.

Algo había terminado.

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