– Glory lo sabe todo sobre ti, sobre mi benefactora -acarició su mano con una sonrisa-. Es tu oportunidad. Ahora podrás conocer a tu nieta. Siempre quisiste formar parte de su vida, y ahora lo conseguirás.
Lily empezó a temblar.
– Piensa que eres maravillosa, aunque aún no sabe que eres su abuela -continuó-. Y cuando lo sepa, te querrá tanto como yo.
– No, no quiero conocerla. No la veré.
– ¿Por qué? Es cálida, encantadora… Es como tú.
– No digas eso -dijo, pálida-. No vuelvas a decir eso.
Santos no podía creer lo que estaba oyendo. Se sintió profundamente frustrado. No se había dado cuenta de lo avergonzada que se sentía Lily. En cierta forma, Hope odiaba a su hija porque era tan buena como su madre.
– Todo esto es una locura, Lily. Tienes que conocerla. Debes estar a su lado.
– No, no quiero que llegue a saber lo que era su abuela. No quiero que sepa de dónde procede. Nunca.
– No tienes por qué sentirte avergonzada, Lily. Además, todo eso ha pasado. Dejaste aquel trabajo, y tu corazón es bueno -declaró, mientras se arrodillaba ante ella-. Lily, soy bastante perceptivo con las personas. Y tú eres una gran persona. Me cuidaste, me diste una casa y todo tu amor sin conocerme siquiera. Tu hija no sabe lo que hace. Debes conocer a tu nieta, Tienes que ayudarla.
Lily comenzó a llorar. Cuando por fin habló, su voz apenas era un susurro.
– No podría soportar que también me rechazara. No podría soportar que me mirara de ese modo, como Hope. No quiero conocerla. Debes prometerme que no lo permitirás.
– No pienso hacer tal cosa, Lily. No haré una promesa que no puedo mantener.
– Lucha por tu amor, Santos. Pero debes dejarme atrás. Tal vez no sea hoy, ni mañana, pero no puedes formar parte de la vida de Glory y de la mía. Más tarde o más temprano, tendrás que elegir.
Glory estuvo un buen rato sentada en la escalera del edificio donde vivía Liz, inmovilizada por la desesperación. No sabía qué hacer. No podía pensar.
Oyó un trueno, procedente del exterior, y se llevó las manos a la cabeza. Su madre lo sabía todo, todo. Había cometido un terrible error al no escuchar a Santos, ni a Liz. Había perdido a su mejor amiga y estaba a punto de perderlo a él, algo que no podría soportar. No quería volver a la soledad anterior. No podía hacerlo. Debía existir alguna persona que pudiera ayudarla. Alguien que pudiera comprenderla.
Pero sólo pudo pensar en una persona. En su padre.
Su padre la ayudaría.
Pero tenía que hablar con él antes de que lo hiciera su madre.
Sin pensárselo dos veces, se levantó y corrió al coche. Arrancó de inmediato. Nubes oscuras cubrían el cielo de la tarde. El viento soplaba con fuerza, meciendo las copas de los viejos robles que se alineaban a ambos lados de las calles.
Se dirigió directamente al hotel. Encontraría un modo de convencerlo y después llamaría a Santos. Sólo sentía no haber hablado antes con Philip.
Estaba segura de que su padre los ayudaría y de que conseguiría que volvieran a aceptar a Liz en el colegio.
El aparcacoches estaba ocupado, de manera que detuvo el vehículo al otro lado de la calle. Abrió la portezuela en el preciso momento en que empezaba a llover y corrió a la entrada. Ni siquiera contestó al saludo del portero.
Subió las escaleras a toda velocidad, esperando que su padre se encontrara en el tercer piso. Una vez allí, pasó ante la secretaria y entró en el despacho.
Por desgracia, su madre se le había adelantado. A juzgar por su expresión se lo había contado todo, a su manera. Philip parecía haber envejecido diez años. En cambio, Hope estaba radiante.
– Glory Alexandra -dijo la mujer-, precisamente estábamos hablando sobre ti.
– Papá, tienes que ayudarme -rogó Glory.
– ¿Ayudarte a qué? -preguntó su madre-. ¿A seguir engañándonos? ¿A traicionarnos? Tu padre lo sabe todo. Sabe que nos has avergonzado.
– Por favor, papá, no la escuches No es cierto.
– No esperábamos esto de ti -continuó Hope-. Te has comportado como una simple prostituta.
– ¡Eso no es cierto! Bien al contrario, es lo que siempre has esperado de mí. De hecho te alegras, ¿no es cierto? Estás loca.
– ¿Has oído en qué tono nos habla, Philip? Dios mío, ¿en qué se ha convertido nuestra hija?
– No hagas caso, papá. Me odia, siempre me ha odiado. Quiere hacerme daño y se dedica a destruir todo lo que amo. Papá, por favor, escúchame.
Por un momento, Glory pensó que su padre la apoyaría. Pero no fue así.
– Glory, ¿cómo has podido hacernos esto? ¿Cómo has podido mentirnos de este modo? Somos tus padres, y sólo queremos lo mejor para ti.
Glory empezó a llorar. No podía creer que su propio padre se comportara de aquel modo.
– Sólo lo he hecho con Santos, papá. Y lo amo. Lo amo tanto que…
– Olvídalo, Glory. Sólo es un barriobajero. La clase de chicos que usan a las jóvenes inocentes para…
– ¿Cómo puedes decir algo así? Ni siquiera lo conoces. Pero te fías de lo que esa bruja ha dicho. Es un buen chico, papá. Ha sido muy bueno contigo. Es honrado, e inteligente. Y lo amo.
Hope intervino de nuevo.
– Ese chico sólo quería una cosa de ti. Y lo ha conseguido.
– ¡Eso no es cierto! Lo amo, lo amo con todo mi corazón.
Su madre la tomó por los hombros y la sacudió con fuerza.
– Despierta, Glory. Es un canalla. Tú sólo eres una más en su lista de conquistas.
– ¡No es cierto! -exclamó, sollozando como una niña.
– ¡C1aro que es cierto! ¡Se acuesta con muchas chicas! Ya me he encargado de averiguarlo. Si lo hubiéramos sabido antes de que te acostaras con él…
– No te creo.
Su padre se acercó a ella y le pasó un brazo por encima de los hombros, para intentar animarla.
– Estoy seguro de que eres sincera cuando dices que estás enamorada de él. Pero sólo crees estarlo. Es un chico mayor que tú, con más experiencia. No le habrá resultado muy difícil convencerte -declaró-. Es culpa mía. Debí hablarte hace tiempo sobre los chicos. Algunos serían capaces de hacer cualquier cosa por acostarse con alguien. Lo siento mucho, mi preciosa muñeca. Sé que todo esto debe dolerte mucho, y sé que…
– ¡No me llames así! Perdiste el derecho a llamarme de ese modo hace mucho tiempo. Perdiste el derecho cuando dejaste de creer en mí.
Philip dio un paso atrás, atónito.
– Glory, yo…
– No sabes nada sobre Santos. Es bueno, amable, y me ama. Sé que me ama. Pienso marcharme con él, y no me importa lo que digáis.
– Le advertí que si volvía a acercarse a ti lo acusaría por violador -dijo Hope.
Glory se llevó una mano a la boca. Hope había amenazado a Santos.
– Es cierto, Glory Alexandra. Eres una menor, y él es un adulto. Se aprovechó de ti. Y hay leyes que…
– Papá, por favor, ¿es que no te das cuenta de lo que está haciendo? Intenta controlar mi vida.
Philip suspiró.
– Tú madre y yo hemos discutido alguna vez en el pasado sobre tu educación, pero en este caso estoy de acuerdo con ella. Sólo quiere lo mejor para ti. Y ese chico no es lo mejor para ti. Algún día nos darás las gracias. Algún día comprenderás que teníamos razón.
Glory se apartó de su padre, histérica.
– ¡Te odio! Siempre has estado con ella, hiciera lo que hiciera. No me has apoyado en toda tu vida. ¡Te odio!
Durante un momento se arrepintió por lo que había dicho. Pero tenía razón, y quería hacer que sufriera tanto como ella. Quería que pagara por haber permitido que su madre la torturara, literalmente, durante años.
– Si me hubieras querido, si no hubieras sido un simple calzonazos, te habrías enfrentado a ella. Me das lástima. Desearía que no fueras mi padre.
Hope la agarró con fuerza y le clavó las uñas en el brazo.
– No volverás a ver a ese chico! ¡No volverás a hacerlo!
– ¡Hope! -exclamó Philip, intentando que se apartara de su hija-. ¡Por Dios! Tal vez deberíamos escucharla. Hasta ahora, nunca nos había mentido. Tal vez tenga razón cuando dice que ese chico…
– ¡No sabes nada, Philip! Eres ciego en todo lo relativo a Glory. Yo me ocuparé de esto. La enviaré lejos, a una institución donde no toleren esa clase de comportamiento.
– ¡No iré! ¡No puedes obligarme! -gritó Glory.
Debía escapar de allí. Rápidamente, golpeó a su madre en el cuello. Hope gritó de dolor y Glory aprovechó su desconcierto para salir corriendo del despacho. Bajó las escaleras a toda velocidad, sin detenerse ante los gritos de su padre. Oyó que la secretaria llamaba a seguridad.
Una vez en el vestíbulo, dudó un momento antes de salir del hotel. Ya se había hecho de noche, y llovía tanto que al cruzar la calle ya estaba empapada de pies a cabeza. Entonces, miró hacia atrás y vio a su padre. Estaba a punto de alcanzarla.
– ¡Glory, espera! Te escucharé. Encontraremos alguna forma de solucionarlo. Lo prometo.
Glory dudó de nuevo, llorando. Pero sabía que las promesas de su padre no valían nada. Hope se aseguraría de que la encerraran y de que no volviera a ver a Santos.
Entonces sucedió lo inesperado. En aquel instante oyó el sonido de un claxon, seguido por un frenazo seco. Se dio la vuelta de inmediato y vio que un vehículo había atropellado a su padre, lanzándolo por los aires.
Pudo oír sus propios gritos, los gritos del portero del hotel y los del conductor que lo había atropellado. Corrió hacia Philip y se arrodilló junto a él. Había sangre por todas partes, pero tenía los ojos abiertos. Gritó de nuevo horrorizada.
– Papá… ¿te encuentras bien? No lo decía en serio. No lo decía en serio, papá. Te quiero.
Las primeras sirenas se oyeron a lo lejos. Glory se abrazó al cuerpo inerte de Philip, sollozando.
– Por favor, papá, ponte bien. Te quiero tanto… No me dejes, papá, por favor. No te mueras.
Su madre llegó a su altura y la miró con frialdad. Todo aquello no la afectaba en lo más mínimo.
– ¿Estás contenta ahora, Glory Alexandra? ¿Te das cuenta de lo que has hecho? Es culpa tuya.
– No, mamá, no…
– Sí. No habría salido corriendo en tu búsqueda si no te hubieras escapado. No vio el coche por tu culpa.
– No, mamá, por favor, no…
Su madre se arrodilló a su lado. La tomó por los brazos y la apartó de su padre. Después, la obligó a mirar la sangre. Glory se dobló hacia delante, enferma.
– Sí. Has matado a tu padre.
A pesar de la intensa lluvia, toda una multitud había asistido al entierro del padre de Glory. Amigos, familiares, empleados del hotel y antiguos clientes, todos dispuestos a presentar sus condolencias. Philip Saint Germaine había sido un hombre amado y respetado.