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Glory saludó a todos los presentes, aunque se sentía muy lejos de todo. De todo, salvo de sus propios sentimientos y del sentimiento de culpa que la devoraba por dentro.

Lo había querido con todo su corazón. Había sido la única persona que la había amado incondicionalmente. Y por desgracia, había muerto pensando que lo odiaba, recordando las horribles palabras que había dicho.

Glory respiró profundamente. Quería que su padre volviera a vivir. Le habría gustado poder retirar aquellas palabras, volver al pasado para comportarse de otro modo. Le habría gustado dar marcha atrás al reloj para regresar a su octavo cumpleaños, el momento en que todo empezó a cambiar.

Y de haber podido, se habría cambiado por él. Habría preferido que el coche la atropellara a ella, aunque en cierto modo ya estaba muerta.

Miró el ataúd cerrado. Su madre había conseguido convencerla de que era culpable de la muerte de Philip. Hope siempre decía que algún día haría mucho daño a los demás con su actitud. Su padre había muerto, y Liz había dejado de ser su amiga.

Pensó en Santos y empezó a llorar de nuevo. Llevaba dos días llorando, pero a pesar de todo aún tenía lágrimas.

Cerró los ojos. Estaba tan traumatizada y se sentía tan débil que en tales circunstancias no resultaba extraño que prestara oídos a las insidias de su madre. Creía que aquella tragedia no habría sucedido nunca si no se hubiera enamorado de Santos.

En aquel momento oyó que algo caía en el vestíbulo. Tal vez un jarrón.

Glory se dio la vuelta, y lo que vio la sorprendió. Santos intentaba entrar en la casa, pero dos hombres intentaban impedírselo.

– ¡Glory! -exclamó él.

Glory empezó a temblar. Abrió la boca para decir algo, pero no lo hizo.

Santos no tuvo más remedio que golpear a uno de los hombres para que lo soltara. Una mujer gritó, y el encargado de la ceremonia amenazó con llamar a la policía. Pero Santos hizo caso omiso de ellos y se dirigió hacia su amada.

Entre tantos trajes oscuros y vestidos de seda estaba completamente fuera de lugar. No se había afeitado, y estaba empapado de los pies a la cabeza.

Todo el mundo miró a la joven, murmurando. Todos lo sabían, y todos parecían culparla de la muerte de Philip.

Apenas pudo contener el deseo de gritar. Necesitaba esconderse en alguna parte, pero no podía hacerlo. Su corazón latía desenfrenado.

Su madre apareció de repente. Pasó un brazo por encima de los hombros de Glory y la ingenua niña se apoyó en ella, buscando un poco de calor.

Santos se detuvo ante ellas. Glory estaba a punto de demostrar que sólo era una niña rica, una niña mimada. En parte deseó arrojarse en los brazos del chico al que supuestamente amaba, pero no lo hizo. Cuando lo miró, recordó la muerte de su padre. Una muerte que, en opinión de su madre, era consecuencia de su irresponsable actitud y de su amor por Santos.

– ¿Pensaste que no vendría? -preguntó él, con suavidad-. ¿Es que no sabías que haría cualquier cosa por estar contigo? Lo siento mucho, amor. Sé cuánto lo amabas.

– Márchate de aquí -intervino Hope, abrazando con más fuerza a su hija-. ¿No me has oído? Glory quiere que te marches.

Santos no hizo ningún caso. Siguió mirando a la joven.

– Cariño, díselo. Dile lo que sientes. Dile lo que sentimos el uno por el otro.

– ¡Maldito canalla! -exclamó su madre, casi histérica-. ¡Es culpa tuya! Glory se comportó así por tu culpa. ¡Eres el culpable de la muerte de su padre!

Glory empezó a sollozar. Santos dio un paso hacia ella.

– No hagas caso, Glory. Sabes muy bien que tu madre es una manipuladora. Nosotros no lo matamos. Fue un accidente -declaró con suavidad-. Toma mi mano. Ahora, aquí mismo. Demuéstrales a todos lo que sentimos el uno por el otro. Después me marcharé, pero al menos todos lo sabrán.

Santos alargó una mano. Glory la miró y nuevamente pensó en su madre, en las terribles palabras que le había dicho poco antes de que muriera.

– Si me amas, toma mi mano -susurró-. Cree en mí, Glory. Sólo tienes que tomar mi mano.

Glory no sabía qué hacer. De repente recordó la voz de Philip. Una voz suave y paciente, llena de amor. En cierta ocasión había insistido en que prometiera que no olvidaría nunca que la familia lo era todo, todo lo que era y todo lo que llegaría a ser.

Glory pensó que había cometido el error de olvidarlo, y estaba decidida a no hacerlo otra vez. Debía permanecer allí, con su madre, con su familia.

La joven movió la cabeza en gesto negativo, sin dejar de llorar. Después se apartó de Santos, volvió con su madre y apoyó la cara en su hombro.

Un segundo más tarde, Santos se marchó.

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