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– ¿Cual crees que puede ser el significado de todo esto? Me refiero en lo concerniente a Drácula.

– Bien, amigo mío, es muy interesante para mí que la leyenda de Vlad Drácula penetrara incluso en la Inglaterra protestante hacia, digamos, 1590, tal era su poder. Además, si Tashkani era Estambul, eso demostraría la realidad de la presencia de Drácula en los tiempos de Mehmet. El sultán entró en la ciudad en 1453. Sólo habían pasado cinco años desde que el joven Drácula regresara a Valaquia de su encarcelamiento en Asia Menor y no existen pruebas fehacientes de que volviera en vida a nuestra región, aunque algunos estudiosos piensan que rindió tributo en persona al sultán. No creo que eso pueda demostrarse. Sostengo la teoría de que Vlad Drácula dejó un legado de vampirismo aquí, si no durante su vida, sí después de su muerte. Pero -suspiró- la frontera que separa la literatura de la historia es con frecuencia borrosa, y yo no soy historiador.

– Eres un excelente historiador -dije con humildad-. Estoy impresionado por la cantidad de pistas históricas que has seguido, y con tanto éxito.

– Eres muy amable, joven amigo. Bien, un día estaba trabajando en mi artículo sobre esta teoría (que nunca, ay, fue publicado, porque los editores de la revista a quienes lo presenté dijeron que su contenido era demasiado condescendiente con las supersticiones), era ya bastante tarde, y después de tres horas en el archivo fui al restaurante que hay enfrente para tomar un poco de bórek. ¿Has probado el bórek?

– Aún no -admití.

– Has de probarlo cuanto antes, es una de nuestras especialidades más deliciosas. Bien, fui al restaurante. Ya estaba oscureciendo, porque era invierno. Me senté a una mesa y mientras esperaba saqué la carta del profesor Rossi y la volví a leer. Tal como ya he dicho, la tenía en mi posesión desde hacía muy pocos días, y me había dejado muy perplejo. El camarero trajo mi plato y me fijé en su cara cuando lo dejó sobre la mesa. Miraba hacia abajo, y tuve la impresión de que se fijaba en la carta que yo estaba leyendo, con el nombre de Rossi en el encabezado. La miró atentamente una o dos veces y después pareció borrar toda expresión de su cara, pero noté que se ponía detrás de mí para dejar otro plato en la mesa, y me pareció que leía la carta por encima de mi hombro.»No me pude explicar su comportamiento, pero como me inquietó, doblé la carta y me dispuse a comer. Se fue sin hablar y le observé mientras se movía por el restaurante. Era un hombre corpulento de hombros anchos, de pelo negro peinado hacia atrás y grandes ojos oscuros. Habría sido apuesto de no ser por su aspecto, ¿cómo se dice?, algo siniestro. Dio la impresión de que no me hacía caso durante una hora, incluso después de que terminé de comer. Saqué un libro para leer unos minutos, y entonces apareció de repente junto a mi mesa y dejó una taza de té humeante delante de mí. Yo no había pedido té, y me quedé sorprendido. Pensé que podía ser una invitación de la casa o una equivocación. "Su té – dijo cuando lo depositó sobre la mesa-. Lo he pedido muy caliente."

»Entonces me miró a los ojos y soy incapaz de explicar lo mucho que me aterrorizó su cara.

Era de tez pálida, casi amarilla, como si estuviera, ¿cómo decirlo?, podrido por dentro. Sus ojos eran oscuros y brillantes, casi como los de un animal, bajo unas grandes cejas. Su boca era como cera roja y tenía los dientes muy blancos y largos. Parecían extrañamente sanos en una cara enfermiza. Sonrió cuando se inclinó sobre el té y percibí su extraño olor, que me provocó náuseas y estuve a punto de desmayarme. Puedes reírte, amigo mío, pero recordaba un poco un olor que siempre he considerado agradable en otras circunstancias: el

olor a libros viejos. ¿Sabes ese olor a pergamino, piel y… algo más?

Lo sabía, y no tenía ganas de reírme.

– Se fue un segundo después, y caminó sin darse prisa hacia la cocina del restaurante, y yo me quedé con la sensación de que había querido enseñarme algo… Su cara, quizás. Había querido que le mirara con atención, pero no había nada concreto capaz de justificar mi terror. -Turgut parecía pálido ahora, cuando se reclinó en su butaca medieval-. Para calmar mis nervios, añadí un poco de azúcar al té, cogí la cuchara y lo revolví. Tenía toda la intención de calmarme con la bebida caliente, pero entonces ocurrió algo muy, muy peculiar.

Enmudeció como si lamentara haber empezado a contar la historia. Yo conocía muy bien esa sensación, y asentí para animarle.

– Continúa, por favor.

– Parece raro decirlo ahora, pero es la verdad. El vapor se elevó de la taza… ¿Sabes cómo remolinea el vapor cuando remueves algo caliente? Pues cuando revolví el té, el humo se elevó en la forma de un dragón diminuto, que remolineó sobre mi taza. Flotó unos segundos antes de desvanecerse. Lo vi con mis propios ojos. Ya puedes imaginar cómo me sentí, sin confiar en mis sentidos por un momento, y después recogí a toda prisa mis papeles, pagué y me fui.

Yo tenía la boca seca.

– ¿Volviste a ver al camarero?

– Nunca. Estuve unas semanas sin volver al restaurante, pero luego la curiosidad me pudo, y entré otra vez después de anochecer, pero no le vi. Incluso pregunté por él a uno de los camareros, y dijo que aquel hombre había trabajado allí muy poco tiempo, y ni siquiera sabía su apellido. El hombre se llamaba Akmar. Nunca más volví a verle.

– Y crees que su cara demostraba que era…

Me interrumpí.

– Yo estaba aterrorizado. Es lo único que habría sido capaz de decirte en aquel momento.

Cuando vi la cara del bibliotecario que os persigue, pensé que ya la conocía. No es sólo la cara de la muerte. Hay algo en la expresión… -Se volvió inquieto y miró hacia el hueco donde estaba alojado el cuadro, cubierto por las cortinas-. Lo que más me intimida de tu historia, de la información que acabas de darme, es que ese bibliotecario estadounidense ha progresado más hacia su condenación espiritual desde la primera vez que le viste.

– ¿Qué quieres decir?

– Cuando atacó a la señorita Rossi en la biblioteca de vuestra universidad, pudiste derribarle. Pero mí amigo del archivo, a quien atacó esta mañana, dice que es muy fuerte, y mi amigo no es mucho más delgado que tú. El monstruo, ay, también extrajo una gran cantidad de sangre a mi amigo. Y no obstante, ese vampiro estaba a plena luz del día cuando le vimos, de manera que no puede estar corrompido por completo. Conjeturo que el ser fue vaciado de vida una segunda vez, bien en tu universidad, o aquí en Estambul, y si tiene contactos en la ciudad recibirá su tercera bendición maligna muy pronto y se convertirá en un No Muerto.

– Sí -dije-. No podemos hacer nada por el bibliotecario estadounidense si no le encontramos, y tú tendrás que vigilar con mucho cuidado a tu amigo.

– Lo haré -dijo Turgut con sombrío énfasis. Guardó silencio un momento y dirigió su atención de nuevo a la estantería. Sacó de su colección sin decir palabra un álbum grande con letras latinas en la portada-. Rumano -me dijo-. Es una colección de imágenes de iglesias de Transilvania y Valaquía, obra de un historiador de arte que murió hace poco.

Reprodujo muchas imágenes de iglesias que fueron destruidas durante la guerra, lamento decirlo. Por lo tanto, este libro es de gran valor. -Puso el volumen en mi mano-. ¿Por qué no miras la página veinticinco?

Obedecí. La lámina en color de un mural ocupaba las dos páginas. Había una pequeña fotografía en blanco y negro de la iglesia que lo había alojado, un edificio elegante de campanarios retorcidos. Pero fue la fotografía más grande la que llamó mi atención. A la izquierda asomaba la figura de un feroz dragón en pleno vuelo, con la cola ensortijada no una, sino dos veces, con un ojo dorado de mirada maníaca, y de cuya boca surgían llamas.

Parecía a punto de abalanzarse sobre la figura de la derecha, un hombre agachado con cota de malla y turbante a rayas. El hombre lo miraba aterrorizado, con la curva cimitarra en una mano y un escudo redondo en la otra. Al principio creí que se hallaba en un campo sembrado de extrañas plantas, pero cuando miré con detenimiento vi que los objetos dispersos alrededor de sus rodillas eran personas, todo un bosque en miniatura, y que todas se retorcían, empaladas en una estaca. Algunas llevaban turbante, como el gigante que se alzaba en medio, pero otras iban vestidas como campesinos. Unas pocas exhibían brocados ondeantes y altos gorros de piel. Había cabezas rubias y morenas, nobles de largos bigotes castaños, e incluso algunos sacerdotes o monjes con hábitos negros y gorros altos. Había mujeres con trenzas colgantes, jóvenes desnudos, niños. Incluso uno o dos animales. Todos

padeciendo una agonía atroz.

Turgut me estaba mirando.

– La iglesia fue fundada por Drácula durante su segundo reinado -dijo en voz baja.

Me quedé mirando la foto un momento más. Después ya no pude aguantar más y cerré el libro. Turgut lo tomó de mi mano y lo guardó. Cuando se volvió hacia mí, su mirada era feroz.

– Y bien, amigo mío, dime, ¿cómo piensas encontrar al profesor Rossi?

Su pregunta a bocajarro me recordó que este asunto descansaba sobre todo en mis manos, al fin y al cabo, y suspiré en voz alta bien a mi pesar.

– Aún estoy intentando reunir información -admití-, y a pesar de tu generoso trabajo de anoche y el del señor Aksoy, creo que no sabemos gran cosa. Tal vez Vlad Drácula hizo alguna aparición en Estambul después de su muerte, pero ¿cómo podemos averiguar si fue enterrado aquí y si aún sigue enterrado en esta ciudad? Eso continúa siendo un misterio para mí. En cuanto a nuestro próximo paso, sólo puedo decirte que nos vamos a Budapest unos días.

– ¿A Budapest?

Casi vi como las conjeturas se reflejaban en su ancha cara.

Sí. Recordarás que Helen te contó la historia de su madre y el profesor, su padre. Ella está convencida de que su madre puede poseer información que nunca ha revelado, de modo que vamos a hablar con ella en persona. La tía de Helen es alguien importante del Gobierno y arreglará las cosas para que podamos ir, espero.

– Ah. -Casi sonrió-. Hay que dar gracias a los dioses por los amigos importantes.

¿Cuándo os iréis?

– Tal vez mañana o pasado. Nos quedaremos cinco o seis días, me parece, y luego volveremos.

– Muy bien. Has de llevarte esto.

Turgut se levantó sin previo aviso y sacó de un armarito el equipo de cazar vampiros que nos había enseñado el día anterior. Lo dejó delante de mí.

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