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El título del drama de Klinger sirvió para dar nombre a una corriente profundamente irracionalista y emotiva, dedicada a buscar signos en la Naturaleza y a unificar ésta con la Historia y con la Cultura, aferrándose a las raíces populares germánicas frente a un racionalismo ilustrado eminentemente francés. Será este empuje irracional el que sustituirá el imperativo categórico por la categoría del imperio, el ingenio por el genio, la mesura por el caos originario, la moral por la pasión, y el formalismo ilustrado por la pura libertad creadora.

La vida, puesta ahora en el lugar de la razón (Hamann la llamará «la puta razón») como valor supremo, rechaza las reglas que, aun siendo legítimas racionalmente, fijan un límite al libre desarrollo del individuo.

El genio será ese individuo por «excelencia» capaz de saltarse las reglas impuestas por una sociedad de mediocres, pero también ese ser que a través de la experiencia de su libertad creadora es capaz de expresar, en su voz particular, el sentido del todo y el sentir de todos (que se identifica ahora con el sentir popular).

La comunión de Bürger con estos principios del Sturm und Drang , formulados en su mayor parte por Hamann, Herder y Goethe, será la causa de que, entre la aparente intranscendencia de LAS AVENTURAS DEL BARÓN DE MÜNCHHAUSEN, habite una decidida voluntad de atropellar a la razón ordinaria, una reacción de la fantasía frente a una realidad inhabitable, abstrusa y gris, un cierto anticlericalismo y, en fin, esa genialidad del «barón» para crear con la magia, de sus narraciones un mundo que es tan de verdad como ese otro mundo que hay quien imagina real.

El Münchhausen «traducido» por Bürger representa respecto a la Ilustración algo parecido a lo que el Schelmuffsky de Reuter (1696) significó respecto al Barroco: un intento de dinamitar, mediante la sátira, la exageración y la mentira de guante blanco, la más peligrosa de las mentiras: la verdad envenenada (que suele coincidir con la verdad más comúnmente aceptada por cada época).

Contra esa «verdad» se revela la naturalidad con que el barón de Münchhausen se sube a lomos de una bala de cañón o trepa hasta la Luna por el tallo de un guisante turco; contra quienes la sostienen -caciques, pedantes, conserjes, mediocres, clérigos de vida disipada o filósofos ilustradamente restreñidos- el barón dirigirá todas sus sátiras, sus socarronería y alguna que otra blasfemia.

El barón de Münchhausen era, sin duda, un personaje extraordinario que podía permitirse el lujo de embarcarse en semejantes empresas y salir airoso de ellas; Bürger, sin embargo, era tan sólo un hombre, y a los hombres que se atreven aunque sea a imaginar tales cosas se les considera como «rebeldes» y se les condena de por vida a engrosar las filas de las gentes de mal vivir y peor morir.

Quizá sea ésa la razón por la que, tras aquellos años de Gotinga que tan decisivos habrían de ser en su obra literaria, la vida de Bürger comenzó a parecerse a un folletín prerromántico en el que le vino a tocar el papelón de «víctima» y el de Heautontimorúmenos. El primer acto de ese folletín fue, sin duda, su matrimonio en 1774 con Dorette Leonhardt, hija del magistrado rural de Niedeck. Nombrado él mismo magistrado, se trasladó a Wölmershausen, un poblacho miserable que caía dentro de su jurisdicción. Unos años más tarde, en 1777, su cuñada Augusta (la «Molly» de sus Molly Lieder ) fue a pasar una temporadita a casa de su hermana mayor y acabó por quedarse allí algo así como cuatro años. Esto dio lugar a una curiosa situación familiar (provocada, en parte, por las desordenadas pasiones de Bürger hacia su cuñada y, en parte, por la ñoñez de su esposa) que, añadiéndose a las estrecheces y miserias propias del cargo de magistrado, sumió a Bürger en tal desarreglo de costumbres, que fue sometido a investigación por sus superiores, quienes, ya en alguna ocasión, le habían señalado como absolutamente incompetente.

La investigación no descubrió en Bürger más culpa que su ineficacia, y acabaron por declararle absolutamente «inocente»; sin embargo, este suceso le decidió a abandonar una profesión por la que nunca había sentido la más mínima afición y que, probablemente, dada la estima que despertaba en sus colegas, le hubiera llevado a dar con sus huesos en la cárcel. Así, tras la muerte por fiebres puerperales de su primera esposa en 1784, se trasladó de nuevo a Gotinga, donde se casó con su cuñada y comenzó a dar clases particulares. La vida absolutamente miserable que arrastró por aquel entonces hizo que su segunda esposa muriera de tuberculosis a los pocos meses de casarse (enero de 1786), lo que sumió a Bürger en un profundo dolor, que expresaría más tarde en sus Molly Lieder .

Su amigo Boie consiguió entonces que se le encomendase la dirección del Göttinger Musenalmanach y, aunque el sueldo era parco, sirvió por lo menos para que Bürger pudiera ordenar un tanto su vida y para que comenzase de nuevo a escribir. Fue en aquellos años cuando comenzó a traducir El barón de Münchhausen de Raspe, Macbeth y la Ilíada en yambos, y también cuando, decidido a sentar cabeza, no se le ocurrió mejor idea que casarse de nuevo, esta vez con una suerte de pendón con ínfulas literarias que se llamaba Elisa Hahn (1769-1833). La relación entre ambos había comenzado cuando la citada individua le ofreció a Bürger su mano por correspondencia y en verso. Éste se tomó inicialmente el asunto a chufla y respondió a la carta también en verso (1789), lo que dio lugar a una larga correspondencia que le decidiría un año más tarde a ir a Stuttgart a conocer a Elisa Hahn y, por último, a casarse con ella en 1790.

La nueva señora Bürger resultó ser un mal bicho lleno de vanidad, de moral más que dudosa y de una infidelidad probada que la llevaría a fugarse cuando apenas hacía dos años de su boda.

El desdichado asunto de Elisa Hahn acabaría en divorcio y dejaría a Bürger arruinado, moralmente hundido y enfermo de tuberculosis.

A sus infortunios domésticos se añadiría una despiadada recensión de sus poemas, escrita por Schiller de forma cobardemente anónima. Schiller criticaba, en la obra poética de Bürger, «la falta del concepto ideal del amor y de la belleza». Era, sin duda, una crítica injusta y oportunista, que aprovechó la figura y la obra de Bürger para lavarse de lo que el entonces idealista Schiller consideraba sus errores de juventud. Esta recensión privaría a Bürger de buena parte del prestigio que había merecido a sus contemporáneos.

Sin embargo, ese sentimiento individual de una naturaleza atormentada que recorre todos sus poemas, la decidida incorporación de elementos populares, la creación de ambientes casi siniestros e inquietantes y su repulsa ante el racionalismo de la Ilustración, hicieron de su obra uno de los antecedentes esenciales del Romanticismo alemán. Sus baladas, entre las que cabría destacar «Lenore», «Der Wilde Jäger» o «Das Lied von braven Mann», habrían de darle un evidente lugar de honor dentro de la historia de las letras alemanas. Pero la historia, ya se sabe, suele escribirse en pretérito imperfecto.

En 1797, la universidad de Gotinga otorgó a Bürger el título de doctor en filosofía y, en pago de su extraordinaria aportación a la cultura alemana, se le nombró nada menos que profesor extraordinario, esto es, sin sueldo.

Ese mismo año moriría en Gotinga, agobiado por la miseria y consumido por la tuberculosis; allí se le erigiría en 1885 un solemne monumento. Las palabras que Herder dejara dichas debieron de caer en el olvido, ya que, como ellas nos lo recuerdan, «la vida de Bürger está en sus poesías; éstas nacen como flores sobre su tumba; él, a quien mientras vivió le negaron el pan, no necesita de un monumento de piedra». Y menos de este prólogo. Aquí será suficiente con que el haber enumerado algunas cuentas de ese rosario de desventuras que fue la vida de Bürger ayude a comprender que, si toda rebeldía tiene su antecedente en una humillación, la alegre rebeldía del barón de Münchhausen surge, precisamente, de la humillada vida de Bürger y que sólo él, con su carácter atormentado y triste, podía dar al barón su «personalidad» desenfadada y serena aun ante los peligros y en medio de las borracheras.

Posibles fuentes, influencias y ediciones

Andar a la busca de las posibles fuentes de LAS AVENTURAS DEL BARÓN DE MÜNCHHAUSEN es bastante más complicado que buscar las fuentes del Nilo. Quizás algunas de las fuentes que más caudal aportan a estas aventuras sean, entre otras muchas, La historia verdadera , de Luciano de Samosata; la ya antes mencionada del Schelmuffsky , de Ch. Reuter; Los viajes de Gulliver , de Swift; Las mil y una noches y hasta la mismísima Biblia.

Por lo que a las versiones e influencias se refiere, éstas son aún más numerosas; entre las primeras cabría destacar las versiones de Ludwig von Alvensleven (seudónimo de Gustav Sellen), ambientadas en el pueblo natal del barón y llenas de crítica social, y la de Karl Leberecht Immermann (cuatro volúmenes bajo el título genérico de Münchhausen y que incluye una conocida narración campesina titulada Der Oberhof , Dusseldorf, 1838-39); entre las influencias se podrían mencionar, sólo por citar un par de ellas, las que ejerció sobre el Cyrano de Bergerac , de Rostand, o sobre El Supermacho , de Alfred Jarry.

Las numerosísimas ediciones del Münchhausen han conocido, a lo largo de su dilatada historia, una fortuna irregular cuando no escasa, ya que, a menudo, la obra original fue sometida a ciertos criterios editoriales y literarios tan curiosos como absurdos y lamentables por sus consecuencias.

En general, el hecho de que LAS AVENTURAS DEL BARÓN DE MÜNCHHAUSEN fuesen habitualmente consideradas como una obra para niños permitió que se cometiesen todo tipo de tropelías y desmanes con la obra original, como si tan impropia clasificación otorgase patente de corso.

En las ediciones castellanas, esto ha sido, por desgracia, lo más frecuente y la mayoría de ellas no merecen sino el silencio más absoluto. Hay, sin embargo, dos excepciones. La primera de ellas la excelente traducción de Miguel Sáenz para Alianza Editorial (Madrid, 1982), que está acompañada por los grabados de Gustave Doré para la edición francesa de Théophile Gautier de 1853. La segunda es la traducción (que aquí se presenta, adaptada a las normas actuales de ortografía, hecha por Cecilio Navarro y publicada por la Imprenta de Luis Tasso y Serra, Barcelona 1883), acompañada por el prólogo de Téophile Gautier a su traducción francesa de 1853. Se trata de una traducción que, a nuestro juicio, conjuga una absoluta fidelidad al texto y espíritu del original con un castellano levemente anacrónico que aporta al lector actual una voz similar a la que pudo ser la propia del barón. Una voz llena de vida y naturalidad que hace del texto que aquí presentamos un libro amable para aquellos que amen los libros que hablan como hombres y odien a los hombres que hablan como libros.

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