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TERCERA PARTE

La Gran Enfermera empezó a poner en práctica su próxima maniobra el día después de la excursión de pesca. Se le había ocurrido la idea hablando con McMurphy el día anterior, cuando le preguntó cuánto dinero había ganado con esa expedición y otras actividades por el estilo. Se había pasado la noche dándole vueltas a la idea, examinándola desde todos los puntos de vista hasta quedar plenamente convencida de que no podía fallar, y al día siguiente fue sembrando insinuaciones que pronto originarían un rumor que ya habría cobrado plena forma antes de que ella hubiera pronunciado ni media palabra al respecto.

Sabía que la gente es como es y antes o después comienza a sospechar de los que parecen dar más de lo habitual, de los Reyes Magos, los misioneros y los filántropos que dan dinero para las buenas causas, y empiezan a preguntarse: ¿Y ellos qué ganan con eso? Sonríen de soslayo cuando el joven abogado, pongamos por caso, ofrece un saco de almendras a los niños de la escuela del distrito -antes de iniciarse las elecciones, el muy pícaro- y murmuran que Ése no engaña a nadie.

Sabía que los muchachos no tardarían mucho en preguntarse cuál sería el motivo, ahora que ha salido el tema, de que McMurphy dedicara tanto tiempo y energías a la organización de expediciones de pesca, juegos de lotería y partidos de baloncesto. ¿Qué le impulsaba a ir siempre en busca de algo nuevo cuando todos los demás de la galería siempre se habían contentado con pasar el rato jugando al pinacle o leyendo las revistas del año pasado? ¿Cómo se explicaba que ese tipo, ese irlandés pendenciero llegado de un correccional donde había estado cumpliendo condena por juego fraudulento y agresión, se atara un pañuelo a la cabeza, canturreara como un adolescente, y se pasara sus dos buenas horas haciendo el papel de chica y enseñando a bailar a Billy Bibbit, entre los aplausos de todos los Agudos de la galería? ¿Y cómo se explicaba que un bribón experimentado como él -un viejo jugador profesional, un artista de carnaval, un refinado apostador- corriera el riesgo de prolongar su permanencia en el manicomio enemistándose más y más con la mujer que tenía la última palabra en cuanto a quién era dado de alta y quién no?

La enfermera desencadenó los interrogantes colgando de la pared una nota con un resumen de las operaciones financieras efectuadas por los pacientes en los últimos meses; debió estar horas examinando todos los haberes. Quedaba de manifiesto que había ido mermando sistemáticamente los saldos de todos los Agudos, excepto uno. Éste había ido incrementando sus haberes desde su primer día en el hospital.

Los Agudos empezaron a decirle a McMurphy en son de broma que parecía que los estaba exprimiendo, y él nunca lo negó. En absoluto. En realidad, se pavoneaba de ello y decía que, de permanecer más de un año en ese hospital, cuando le dieran de alta podría retirarse a Florida por el resto de sus días, con todos sus problemas económicos resueltos. Todos se reían de la idea en su presencia, pero cuando había salido de la galería para alguna Terapia, o cuando estaba en la Casilla de las Enfermeras recibiendo una regañina, con una gran sonrisa obcecada parangonable sólo con la inmóvil mueca elástica de la enfermera, ya no se reían tanto.

Comenzaron a comentar por qué se habría afanado tanto últimamente, a qué respondería su interés por conseguir ventajas para los pacientes, como la supresión de la norma según la cual los hombres siempre debían ir a cualquier parte en grupos terapéuticos de ocho («Billy ha estado comentando que piensa cortarse las venas otra vez», dijo en una reunión, a propósito de esa norma. «¿Hay siete voluntarios que quieran unirse a él para que el acto sea terapéutico?»), y como su manera de manipular al doctor, que tenía mejores relaciones con los pacientes desde la excursión, para que enviara boletines de suscripción a Playboy y Nugget y Man e hiciera desaparecer todos los números atrasados del McCall's que el cara embotada de Relaciones Públicas había ido trayendo de su casa para depositarlos en la galería, con recuadros verdes en torno a los artículos que consideraba de particular interés para nosotros. McMurphy incluso había enviado una petición a alguien en Washington por correo, para solicitar que se abriera una investigación sobre las lobotomías y los electrochocs que aún se practicaban en los hospitales estatales. No puedo dejar de preguntarme, empezaban a comentar los muchachos, ¿qué gana con eso el viejo Mac?

Cuando ya hacía poco más o menos una semana que la idea estaba en el aire, la Gran Enfermera intentó jugar su baza en la reunión de grupo; la primera vez, McMurphy estaba presente y la dejó fuera de combate antes de que pudiera ni empezar (había comenzado a comentar su sorpresa y su disgusto por el patético estado en que había caído la galería: mirad a vuestro alrededor, por el amor de Dios; fotos absolutamente pornográficas recortadas de esas inmundas revistas y colgadas de las paredes; por cierto, he pensado solicitar al Edificio Principal que abra una investigación sobre toda la inmundicia que ha entrado en el hospital. Se recostó en la silla, y se disponía a continuar y señalar al responsable, apoltronada en esos segundos de silencio que siguieron a su amenaza como si estuviera instalada en un trono, cuando McMurphy rompió el hechizo con sonoras carcajadas al recordarle que no se olvidara de decirles a los del Edificio Principal que trajeran consigo sus espejitos de bolsillo cuando vinieran a inspeccionarnos)… así que la siguiente vez quiso jugar sobre seguro y esperó a que él no estuviera presente en la reunión.

Había recibido un aviso de conferencia de Portland y estaba en la cabina telefónica con uno de los negros, esperando que volvieran a llamarle. Cuando empezó a ser cerca de la una y comenzamos a retirar las cosas para la reunión, el negro bajito le preguntó si quería que bajase a buscar a McMurphy y a Washington para la reunión, pero ella respondió que no era necesario, que podían quedarse donde estaban y que, además, tal vez algunos de los pacientes acogerían con agrado una oportunidad de hablar del señor Randle Patrick McMurphy sin su avasalladora presencia.

Comenzaron la reunión con bromas sobre McMurphy y sus hazañas y estuvieron un rato comentando qué tipo más fantástico era, y ella sin decir nada, esperando que se desembarazaran de estas ideas a través de los comentarios. Luego empezaron a aflorar otros interrogantes. ¿Qué le pasaba a McMurphy? ¿Qué le impulsaba a actuar de ese modo, a hacer lo que hacía? Algunos se preguntaban si toda esa historia de que había fingido varias peleas en el correccional para que le enviasen aquí no sería otro de sus faroles y si no estaría más loco de lo que creía la gente. La Gran Enfermera sonrió al oírlo y levantó el brazo.

– Más loco que un zorro -comentó-. Creo que ésta es la idea que querían expresar ustedes sobre el señor McMurphy.

– ¿Q-q-q-qué quiere d-d-decir? -preguntó Billy. McMurphy era su amigo y su héroe particular y no parecía muy convencido de la manera como ella había establecido una relación entre ese cumplido y cosas que no había dicho en voz alta-. ¿Qué si-si-significa, «como un zorro»?

– Sólo era un comentario, Billy -respondió amablemente la enfermera-. Tal vez alguno de los demás pueda explicarte su significado. ¿Señor Scanlon?

– Quiere decir que Mac no tiene un pelo de tonto, Billy.

– ¡Nunca ha dicho que lo tu-tu-tuviera! -Billy dio un puñetazo en el brazo de la silla para ayudarse a pronunciar la última palabra-. Pero la señorita Ratched estaba dando a e-e-entender…

– No, Billy, no estaba dando a entender nada. Simplemente hacía notar que el señor McMurphy no es el tipo de persona que correría un riesgo sin tener algún motivo para ello. Estarás de acuerdo conmigo, ¿no? ¿No están todos de acuerdo?

Nadie dijo nada.

– Y, sin embargo -prosiguió ella-, parece hacer las cosas sin ningún interés personal, como si fuera un mártir o un santo. ¿Alguien diría que el señor McMurphy es un santo?

Sabía que podía sonreír tranquilamente a los que la rodeaban, mientras esperaba una respuesta.

– No, no es un santo ni un mártir. Fíjense en esto. ¿Quieren que repasemos los resultados de la filantropía de este hombre? -Sacó una hoja de papel amarillo de su cesto-. Fíjense en algunos de estos regalos, como los llamarían sus hinchas más devotos. En primer lugar, tenemos el regalo de la sala de baños. ¿Podía regalarla cuando no era suya? ¿Perdió algo al conseguir un lugar donde instalar su casino? Además, ¿cuánto creen que ganó en el breve período en que actuó como croupier en su pequeño Montecarlo particular, aquí en la galería? ¿Cuánto perdiste tú, Bruce? ¿Y usted, señor Sefelt? ¿Señor Scanlon? Creo que cada uno sabe aproximadamente cuánto perdió, ¿pero saben cuánto ganó él en total, según indican los depósitos efectuados en Fondos? Casi trescientos dólares.

Scanlon silbó por lo bajo, pero nadie dijo nada más.

– Por si a alguno le interesa, también tengo anotadas aquí toda una serie de otras apuestas que hizo, entre ellas una directamente relacionada con un intento deliberado de molestar al personal. Y todas estas apuestas eran, son, completamente contrarias a las normas que rigen en esta galería, y todos los que tuvieron tratos con él lo sabían.

Echó otra ojeada al papel, luego volvió a guardarlo en el cesto.

– ¿Y esta última excursión? ¿Cuánto creen que ganó el señor McMurphy con esta empresa? Según tengo entendido, el doctor le proporcionó un coche, y también dinero para la gasolina, y algunas otras facilidades, creo… todo eso sin desembolsar ni un centavo. Como un verdadero zorro, diría yo.

Levantó el brazo para impedir que Billy la interrumpiera.

– Por favor, Billy, compréndelo: no estoy criticando este tipo de actividad en sí; sólo pensé que sería mejor que nadie se engañase en cuanto a las motivaciones de este hombre. Aunque, de todos modos, tal vez no sea justo hacer estas acusaciones en ausencia de la persona aludida. Volvamos al problema que estábamos discutiendo ayer… ¿qué era? -Comenzó a ojear los papeles que tenía en el cesto-. ¿Recuerda usted qué era, doctor Spivey?

El doctor levantó la cabeza sobresaltado.

– No… espere… creo…

Ella sacó una hoja del dossier.

– Ya lo tengo. El señor Scanlon; su preocupación por los explosivos. Estupendo. Ocupémonos ahora de esto y ya volveremos sobre el tema del señor McMurphy cuando él esté presente. Sin embargo, creo que no estaría de más que reflexionasen un poco sobre lo que acabamos de decir. Muy bien, señor Scanlon…

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