Mary Shanahan se limitaba a sonreír. Patrick no podía evitar maravillarse de la rapidez con que se había adaptado a su poder nuevo e indefinido. Sin duda no estaba autorizada a tomar por sí sola decisiones de aquel calibre, y probablemente ni quiera sabía cuántas personas intervenían en el proceso, pero, por supuesto, no admitió nada de esto a Wallingford. Al mismo tiempo, era lo bastante lista para no mentir directamente. Jamás diría que no había ningún plan a largo plazo, como tampoco admitiría que había uno y que ni siquiera ella sabía cuál era.
– Sé que siempre has querido hacer algo relacionado con Alemania, Pat -le dijo, al parecer sin que viniera a cuento, pero Mary nunca decía nada que no viniera a cuento.
Wallingford había solicitado que le enviaran a Alemania para informar sobre la reunificación, nueve años después de la caída del Muro. Entre otras cosas, había sugerido explorar la manera en que había cambiado el lenguaje de la reunificación (ahora «unificación» en la mayor parte de la prensa oficial). Incluso The New York Times hablaba de «unificación». Sin embargo, Alemania, que fue un solo país, había estado dividida y volvía a estar unida. ¿Por qué no era eso una reunificación? Sin duda, la mayoría de norteamericanos consideraban a Alemania reunificada.
¿Cuál era la política de ese cambio no precisamente nimio en el lenguaje? ¿Y qué diferencias de opinión entre los alemanes seguían existiendo acerca de la reunificación o la unificación?
Pero ese tema no había interesado a la cadena de televisión. «¿A quién le importan los alemanes?», le preguntó Dick, y Fred había sido del mismo parecer. (En la sala de redacción neoyorquina siempre aseguraban estar «hartos» de algo: hartos de religión, hartos de las artes, hartos de niños, hartos de alemanes.) Ahora allí estaba Mary, la nueva jefa de redacción, mostrándole Alemania como la dudosa zanahoria ante el asno reacio.
– ¿Qué pasa en Alemania? -inquirió Patrick con suspicacia.
Por supuesto, Mary no le habría planteado el tema de la aceptación «ocasional» de tareas informativas sobre el terreno si no tuviera ya presente una de esas tareas. ¿Cuál era?
– En realidad se trata de dos asuntos -respondió Mary, como si dos asuntos en vez de uno fuese un incentivo.
Pero había llamado a las noticias «asuntos», lo cual puso en guardia a Patrick. La reunificación alemana no era un simple «asunto»… era un tema demasiado importante para llamarlo así. En la jerga de la sala de redacción, los llamados «asuntos» eran noticias triviales, diversiones estrafalarias de la clase que Wallingford conocía demasiado bien. Que Otto Clausen se volara los sesos en un camión de reparto de cerveza después de la Super Bowl… eso era un «asunto». El mismo hombre del león era un «asunto». Si la cadena tenía dos «asuntos» para que Patrick Wallingford los cubriera, era indudable que serían unas noticias de sensacionalismo estúpido o triviales en extremo… o ambas cosas a la vez.
– ¿De qué se trata, Mary? -le preguntó Patrick.
Procuraba no perder los estribos, porque tenía la sensación de que no era Mary quien había elegido aquellas tareas informativas. La vacilación que percibía en ella le indicaba que ya sabía cómo respondería él a la propuesta.
– Probablemente te parecerán tonterías -dijo ella-, pero hay que ir a Alemania.
– Vamos, Mary, dime de qué se trata.
La cadena ya había emitido un minuto y medio de la primera noticia, y todo el mundo la había visto. Aquel mes de agosto, un alemán de cuarenta y dos años se había matado cuando observaba el eclipse solar. Conducía su coche cerca de Kaiserlautern cuando un testigo observó que zigzagueaba de un lado a otro de la carretera. Entonces aceleró y chocó con el estribo de un puente o contra alguna clase de pilar. Descubrieron que llevaba puestas unas gafas especiales para mirar el sol… no había querido perderse el eclipse. Las lentes eran lo bastante oscuras para ocultarlo todo excepto el sol parcialmente cubierto.
– Eso ya lo hemos emitido -se limitó a comentar Wallingford.
– Verás, hemos pensado en hacer un seguimiento, en investigar a fondo -le dijo Mary.
¿Qué «seguimiento» podía hacerse de semejante locura? ¿Qué profundidad tenía un incidente tan absurdo para investigarlo «a fondo»?
– ¿Cuál es el otro asunto?
Patrick también había oído hablar de la otra noticia, enviada por uno de los servicios cablegráficos de noticias. Un cazador alemán de cincuenta y un años, de una localidad cuyo nombre empezaba por Bad, había sido encontrado muerto al lado de su coche estacionado en la Selva Negra. La escopeta del cazador sobresalía de la ventanilla del vehículo, en cuyo interior se encontraba un perro frenético. La policía llegó a la conclusión de que el perro había disparado a su amo. (Sin intención, por supuesto; la policía no acusó al perro.)
¿Querían acaso que Wallingford entrevistara al perro?
Era la clase de pseudonoticias que acabarían como chistes en Internet… ya eran chistes. Y, al mismo tiempo, era el pan de cada día de la cadena de noticias internacionales, muestras extremas de la extravagancia cotidiana en la que se concentraban. Incluso Mary Shanahan se avergonzaba un poco de proponerle ese trabajo.
– Mi intención era informar de algo relativo a Alemania, Mary -le dijo Patrick.
– Lo sé -replicó ella, comprensiva, tocándole con suavidad el muñón.
– ¿Hay algo más, Mary?
– Hay un asunto en Australia -respondió ella vacilante-, pero sé que nunca has mostrado interés por ir allá.
Patrick sabía de qué asunto le estaba hablando, y sin duda también planeaban investigar a fondo aquella muerte insensata. Un informático de treinta y tres años había fallecido tras emborracharse en una competición de bebedores que tuvo lugar en el bar de un hotel de Sidney. La competición tenía el lamentable nombre de Viernes Salvaje y, al parecer, la víctima del alcohol había tomado cuatro whiskies, diecisiete chupitos de tequila y treinta y cuatro cervezas, todo ello en una hora y tres cuartos. Falleció con un nivel de alcohol en sangre de 4,5.
– Conozco esa historia -se limitó a decir Wallingford.
Una vez más, Mary le tocó el brazo.
– Lamento no tener mejores noticias para ti, Pat.
Había otro aspecto deprimente para Patrick, y era que aquellos estúpidos «asuntos» ni siquiera eran noticias recientes, sino insignificantes retazos de la ridiculez en que pueden incurrir los seres humanos. Sus frases clave ya habían sido pronunciadas.
En verano, la cadena de noticias internacionales ofrecía trabajo temporal para universitarios, a los que, en vez de salario, se les prometía «una auténtica experiencia». Pero aunque aquellos chicos trabajaran gratis, ¿no podían hacer algo mejor que recoger esas anécdotas de muertes estúpidas y cómicas? En algún lugar del sur un joven soldado había muerto a causa de las lesiones que se produjo al caer desde un tercer piso. ¿Qué había estado haciendo? Participar en un concurso de escupitajos. (La anécdota era verdadera.) En el norte de Inglaterra, la mujer de un campesino británico había sido atacada por unas ovejas y acabó despeñándose por un precipicio. (Otra historia verdadera.)
La cadena de noticias se había abandonado desde hacía largo tiempo a un sentido estudiantil del humor que era sinónimo de un sentido estudiantil de la muerte. En una palabra, el contexto brillaba por su ausencia. La vida era una broma y la muerte era el chiste final. Wallingford imaginaba a Wharton o Sabina en una reunión tras otra, diciendo: «Dejemos que lo haga el hombre del león».
En cuanto a las mejores noticias que Patrick deseaba oírle decir a Mary Shanahan, se reducían a la de que estaba embarazada. Comprendió que para recibir esa noticia, o la contraria, tendría que esperar.
No le gustaba esperar, lo cual produjo en este caso buenos resultados. Decidió informarse de otros empleos en el mundo periodístico. La gente decía que la llamada cadena educativa (se referían a la PBS, la Public Broadcasting Service) era aburrida, pero, sobre todo con respecto a las noticias, aburrido no es lo peor que uno puede ser.
La filial de la PBS que cubría Green Bay estaba en Madison, una localidad universitaria de Wisconsin. Wallingford escribió a la Televisión Pública de Wisconsin y les dijo lo que pensaba hacer: quería crear un espacio de análisis de noticias. Proponía examinar la falta de contexto en las noticias que se publicaban, sobre todo en televisión. Decía que iba a demostrar que a menudo detrás de la noticia había una noticia más interesante, y que la noticia que se emitía no era necesariamente la que debería emitirse.
Wallingford decía en su carta: «Para desarrollar una noticia compleja o complicada se requiere tiempo. Lo que funciona mejor en televisión son noticias que no requieren mucho tiempo. Los desastres no sólo son sensacionales, sino que suceden de una manera inmediata. En televisión, sobre todo, la inmediatez es lo que mejor funciona. Al decir «mejor» me refiero al punto de vista del marketing, que no es necesariamente bueno para la noticia».
Envió su currículum vitae y una propuesta similar de un espacio de análisis de programas a las cadenas de televisión pública de Milwaukee y Saint Paul, así como a las dos cadenas de televisión pública de Chicago.
Pero ¿por qué se centró en el Medio Oeste cuando la señora Clausen le había dicho que viviría con él en cualquier lugar… si, después de todo, se decidía a vivir con él?
Había fijado con cinta adhesiva la foto de Doris y el pequeño Otto en el espejo de su camerino en el estudio. Cuando Mary Shanahan la vio, se inclinó para examinar de cerca a la madre y al niño, pero se demoró en la observación de Doris y comentó maliciosamente: «Bonito bigote».
Era cierto que Doris Clausen tenía un finísimo bozo sobre el labio superior, pero a Wallingford le indignó que Mary llamara bigote a un lugar tan suave. Debido a su propia sensibilidad deformada y a su excesiva familiaridad con cierta clase de neoyorquino, Patrick decidió que Doris Clausen no debía alejarse demasiado de Wisconsin. Había en ella algo del Medio Oeste que le encantaba.
¡Si la señora Clausen se hubiera trasladado a Nueva York, una de aquellas redactoras tal vez la habría persuadido de que se depilara el labio superior! Algo que Patrick adoraba de Doris se habría perdido. Así pues, Wallingford escribió sólo a unas pocas filiales de la PBS en el Medio Oeste, y permaneció lo más cerca que pudo de Green Bay.
Ya que estaba en ello, no se limitó a las cadenas de televisión no comerciales. La única emisora de radio que escuchaba era pública. Le encantaba la NPR, National Public Radio, y ésta tenía emisoras en todas partes. Había dos en Green Bay y dos en Madison. Envió a todas ellas su oferta de un espacio para analizar las noticias, así como a las filiales de la NPR, en Milwaukee, Chicago y Saint Paul. (Incluso había una emisora de la NPR en la localidad wisconsiniana de Appleton, la ciudad natal de Doris Clausen, pero Patrick se resistió a solicitar un empleo allí.)