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Steve se disponía a informarle del resultado de la prueba de ADN cuando Jeannie descolgó el teléfono.

– Necesito el número de la penitenciaría Greenwood, que está en las proximidades de Richmond (Virginia) -pidió a información. Mientras Steve llenaba de agua el hervidor, Jeannie garabateó el número y volvió a marcar-. ¿Podría ponerme con el alcaide Temoigne? Soy la doctora Ferrami… Si, espero… Gracias… Buenas tardes, alcaide, ¿cómo estás?… Yo muy bien, gracias… Esto puede parecerte una pregunta idiota, pero ¿sigue Dennis Pinker aun en la cárcel?… ¿Estás seguro? ¿Lo has visto con tus propios ojos?… Gracias… Ah, y tú cuídate también. Adiós… -Jeannie alzó la cabeza y miró a Steve-. Dennis continúa en la cárcel. El alcaide habló con él hace una hora.

Steve puso una cucharada de té de jazmín en la tetera y buscó dos tazas.

– Jeannie, los polis tienen el resultado de la prueba de ADN.

Jeannie se puso rígida.

– ¿Y?…

– El ADN de la vagina de Lisa coincide con el ADN de mi sangre.

Con voz desolada, Jeannie preguntó:

– ¿Estás pensando lo mismo?

– Alguien que se parece a mí y que tiene mi mismo ADN violó el domingo a Lisa Hoxton. Ese mismo individuo te agredió hoy en Filadelfia. Y no era Dennis Pinker.

Con los párpados apretados, Jeannie concluyó:

– Sois tres.

– ¡Santo cielo! -Steve se sentía desesperado-. Pero eso resulta todavía más inverosímil. La policía jamás lo creerá. ¿Cómo es posible que suceda una cosa como esta?

– Un momento -dijo Jeannie, alterada-. No sabes lo que he descubierto esta tarde, antes de tropezarme con tu doble. Tengo una explicación.

– Santo Dios, esperemos que eso sea verdad.

La expresión de Jeannie reflejaba inquietud.

– Te va a parecer asombroso, Steve.

– No me importa, sólo quiero entenderlo.

Jeannie introdujo la mano en la bolsa de basura de plástico negro y sacó la cartera de lona.

– Mira esto.

Tomó el folleto a todo color abierto por la primera página. Se lo tendió a Steve, que leyó el párrafo inicial:

La Clínica Aventina fue fundada en 1972 por Genético S.A., como centro pionero para la investigación y desarrollo de la fertilización humana in vitro, la creación de lo que la prensa llamó «niños probeta».

– ¿Crees que Dennis y yo somos niños probeta? -preguntó Steve.

– Sí.

Una extraña sensación de asco se aposentó en la boca del estómago de Steve.

– Eso es pura fantasía. Pero ¿qué explica?

– Los gemelos idénticos podrían concebirse en el laboratorio y luego implantarse en úteros de madres distintas.

Se hizo más acusada en Steve la sensación de repugnancia.

– Pero el espermatozoide y el óvulo ¿proceden de mi padre y mi madre o de los Pinker?

– No lo sé.

– Así que puede darse el caso de que los Pinker sean mis verdaderos padres. ¡Dios!

– Hay otra posibilidad.

Por la cara de preocupación que había puesto Jeannie comprendió Steve que la muchacha temía también sobresaltarle. El cerebro de Steve dio un salto hacia delante y adivinó lo que ella iba a decir.

– Tal vez el espermatozoide y el óvulo no procedían de mis padres ni de los Pinker. Yo podría ser hijo de unos absolutos extraños.

Jeannie no contestó, pero la expresión solemne de su rostro indicó a Steve que había dado en el clavo. Se sintió desorientado. Era como una pesadilla en la que él veía de pronto desplomándose en el vacío.

– Es duro de aceptar -confesó. El hervidor automático se apagó solo y, para hacer algo con las manos, Steve echó agua hirviendo en la tetera-. Nunca me he parecido mucho físicamente a ninguno de mis padres. ¿Me parezco a alguno de los Pinker?

– No.

– Entonces lo más probable es que se trate de perfectos desconocidos.

– Steve, nada de todo eso anula el hecho de que tu madre y tu padre te han querido siempre, te han criado y ahora mismo darían su vida por ti. Es un hecho incuestionable.

A Steve le temblaban las manos mientras vertía té en dos tazas.

Dio una a Jeannie y se sentó en el sofá, junto a la mujer.

– ¿Cómo te explicas lo del tercer gemelo?

– Si en la probeta hay dos mellizos, lo mismo puede haber tres. El proceso es el mismo: uno de los embriones vuelve a dividirse. Sucede en la naturaleza, así que supongo que también puede darse en el laboratorio.

Steve continuaba teniendo la impresión de que caía dando vueltas en el aire, pero ahora empezó a tener un nuevo sentimiento: alivio. La historia que contaba Jeannie era extraña, pero al menos proporcionaba una explicación racional a la circunstancia de que le hubieran acusado de dos crímenes brutales.

– ¿Saben algo de esto mi padre y mi madre?

– No creo. Tu madre y Charlotte Pinker me dijeron que habían ido a la clínica para recibir un tratamiento de hormonas. Por aquellas fechas no se practicaba la inseminación in vitro. En esa técnica, la Genético marchaba varios años por delante de todos los demás. Y creo que hacían pruebas con ella sin informar a sus pacientes de que las estaban llevando a cabo.

– No me extraña que la Genético esté asustada -dijo Steve-. Ahora comprendo por qué Berrington trata tan desesperadamente de desacreditarte.

– Sí. Lo que hicieron fue realmente algo falto de ética. Comparado con ello, la invasión de la intimidad parece una insignificancia. No sólo fue inmoral, sino que podría representar la ruina financiera para la Genético.

– Es un agravio… una afrenta civil. Lo vimos el año pasado en la facultad. -En el fondo de su cerebro pensaba: ¿por qué diablos le estoy hablando de agravios?… Lo que de veras deseo decirle es que me he enamorado de ella-. Si la Genético ofrecía a una mujer tratamiento hormonal y luego le implantaba el feto de otra persona sin informarla de ello, eso significaba quebrantamiento por fraude del contrato implícito.

– Pero eso sucedió hace mucho tiempo. ¿No hay un estatuto de limitaciones por el que prescribiría el delito?

– Sí, pero se empieza a contar a partir de la fecha del descubrimiento del fraude.

– Sigo sin ver cómo podría eso arruinar a la empresa.

– Es un caso ideal para reclamar daños y perjuicios. Eso significa que el dinero no es sólo para compensar a la víctima, por el coste, digamos, de la educación y crianza del hijo de otra persona, sino también para castigar a las personas que cometieron el delito y garantizar en lo posible que otras escarmienten en cabeza ajena y se asusten lo suficiente como para no perpetrarlo a su vez.

– ¿Cuánto?

– Si la Genético abusara a sabiendas del cuerpo de una mujer en beneficio de fines secretos… estoy seguro de que cualquier abogado que conociese su profesión lo bastante como para ganarse el pan ejerciéndola pediría tranquilamente cien millones de dólares.

– Según ese artículo que apareció ayer en el The Wall Street Journal , la compañía sólo vale ciento ochenta millones.

– Así que estarían arruinados.

– ¡Puede que ese juicio tardara años en celebrarse!

– Pero ¿no te das cuenta? ¡La simple amenaza del proceso sabotearía la operación de compraventa!

– ¿Por qué?

– La posibilidad de que la Genético corra el peligro de tener que pagar una fortuna en daños y perjuicios reduce el valor de sus acciones. El traspaso se aplazaría por lo menos hasta que la Landsmann evaluase la suma a que ascenderían sus responsabilidades.

– ¡Vaya! Entonces no es sólo su reputación lo que está en juego. También pueden perder todo ese dinero.

– Exacto. -La mente de Steve volvió a proyectarse sobre sus propios problemas-. Nada de esto me sirve -dijo, y de pronto volvió a apoderarse de su ánimo un tenebroso pesimismo-. Necesito ponerme en situación de demostrar tu teoría del tercer gemelo. El único modo de hacerlo es encontrarlo. -Se le ocurrió una idea-. ¿Existe la posibilidad de utilizar tu sistema informático de búsqueda? ¿Comprendes lo que quiero decir?

– Desde luego.

Steve se entusiasmó.

– Si una exploración dio conmigo y con Dennis, otra puede descubrirnos a mí y al tercero, a Dennis y al tercero o a los tres.

– Sí.

Jeannie no parecía tan animada como debiera estarlo.

– ¿Puedes hacerlo?

– Después de este torbellino de publicidad negativa me va a ser muy difícil encontrar a alguien dispuesto a permitirme usar su base de datos.

– ¡Maldita sea!

– Pero hay una posibilidad. He logrado hacerme con un barrido del archivo de huellas dactilares del FBI.

La moral de Steve se elevó como un cohete.

– Seguro que Dennis figura en sus archivos. ¡Si al tercer gemelo le han tomado alguna vez las huellas digitales, ese barrido lo sacará a la superficie! ¡Eso es magnífico!

– Pero los resultados están en un disquete que se encuentra en mi despacho.

– ¡Ah, no! ¡Y te han prohibido la entrada!

– Así es.

– Rayos, echaré abajo la puerta. Pongámonos en marcha, ¿a qué esperamos?

– Puedes acabar otra vez en la cárcel. Y quizás haya un medio más fácil.

Steve se tranquilizó mediante un esfuerzo.

– Tienes razón. Tiene que haber otro medio de conseguir ese disquete.

Jeannie cogió el teléfono.

– Le pedí a Lisa Hoxton que intentase entrar en mi despacho. Veamos si lo ha logrado. -Marcó un número-. Hola, Lisa, ¿cómo estás?… ¿Yo? Pues no demasiado bien. Escúchame, esto te va a parecer increíble. -Resumió lo que había descubierto-. Sé que cuesta trabajo creerlo, pero lo podré demostrar si consigo echarle mano al disquete… ¿No podrías entrar en mi despacho?

– ¡Mierda! -Jeannie puso cara larga-. En fin, gracias por intentarlo. Ya sé que te arriesgaste. Te lo agradezco de todo corazón… Sí. Adiós.

Colgó y dijo: -Lisa intento convencer al guardia de seguridad para que la dejase entrar. Casi lo había logrado, pero el hombre consultó con su superior y por poco lo despiden.

– ¿Qué vamos a intentar ahora?

– Si en la audiencia de mañana por la mañana me reintegran a mi empleo, entraré de nuevo en mi despacho como si no hubiera ocurrido nada.

– ¿Quién es tu abogado?

– No tengo abogado, nunca lo necesité.

– Apuesta algo a que la universidad va a disponer del abogado más caro de la ciudad.

– Mierda. No puedo permitirme el lujo de un abogado.

Steve apenas se atrevía a exponer lo que le pasaba por la cabeza. -Bueno… yo soy abogado.

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