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Permanecería completamente solo mientras durara la prueba, pero podría comunicarse en todo momento con Paul y el médico, instalados al otro lado del tabique de cristal. La cavidad en la que se encontraba encerrado estaba provista de dos altavoces. Se podía hablar con él desde la sala de control. Apretando la pequeña pera de plástico que le habían puesto en una mano, activaría un micrófono y podría hacerse oír. Cerraron la puerta y la máquina comenzó a emitir una serie de sonidos.

– ¿Es insoportable lo que está sintiendo? -preguntó Paul con aire divertido.

El doctor le explicó que era bastante desagradable. Muchos pacientes claustrofóbicos no soportaban la prueba y lo obligaban a interrumpirla.

– No es nada dolorosa, pero el desde el punto de vista nervioso resulta difícil por el confinamiento del paciente y el ruido de la máquina.

– ¿Y se puede hablar con él?

Podía dirigirse a su amigo pulsando el botón amarillo que tenía al lado. El doctor precisó que era preferible hacerlo cuando el escáner no emitía sonidos, pues, de lo contrario, el movimiento de la mandíbula al responder podía hacer que los negativos quedaran borrosos.

– ¿Y ahí ve usted el interior de su cerebro?

– Sí.

– ¿Y qué se descubre?

– Todo tipo de anomalías. Un aneurisma, por ejemplo…

Sonó el teléfono y el doctor descolgó el aparato. Tras unos segundos de conversación, se disculpó ante Paul. Debía ausentarse un momento.

Le indicó que no tocara nada, que todo era automático, y le dijo que regresaría enseguida.

Cuando el médico hubo salido, Paul miró a su amigo a través del cristal, y una extraña sonrisa afloró a sus labios. Dirigió la mirada hacia el botón amarillo del micrófono. Vaciló un instante y luego lo pulsó.

– Arthur, soy yo. El médico ha tenido que salir, pero no te preocupes, yo estoy aquí para controlar que todo vaya bien. Es increíble la cantidad de botones que hay en este sitio. Parece que estés en la cabina de un avión. Y soy yo quien conduce la nave, porque el piloto ha saltado en paracaídas. Bueno, tío, ¿vas a desembuchar ahora? No saliste con Karine, de acuerdo, pero sí que te acostaste con ella, ¿verdad?

Cuando entraron en el aparcamiento de la clínica, Arthur llevaba bajo el brazo una decena de sobres de papel kraft llenos de informes y resultados de pruebas, todos absolutamente normales.

– ¿Me crees ahora? -preguntó Arthur.

– Déjame en el estudio y vete a descansar, como habíamos quedado.

– Estás eludiendo mi pregunta. ¿Me crees ahora que sabes que no tengo un tumor en la cabeza?

– Vete a descansar… Todo esto puede ser consecuencia del estrés.

– Paul, yo me he prestado a tu juego del chequeo, así que préstate tú también al mío.

– No creo que tu juego me vaya a parecer divertido. Hablaremos de eso más tarde. Tengo que ir directamente a la reunión; tomaré un taxi. Te llamaré más tarde.

Paul lo dejó solo en el coche. Arthur se alejó de allí en dirección a North-Point. En el fondo empezaba a gustarle aquella historia, su heroína y las situaciones que sin duda provocaría.

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