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– Probablemente es cierto.

– No quiero interferir. Pero creo que a veces, últimamente, Tommy se ha sentido bastante dolido. Ya sabes. Por ciertas cosas que tú has dicho o hecho.

Me preocupaba que Ruth pudiera enfadarse, pero la vi asentir de nuevo con la cabeza, y suspirar.

– Creo que tienes razón -dijo al final-. Yo también he estado pensando mucho en ello.

– Entonces quizá no debería haberlo dicho. Tendría que haberme dado cuenta de que tú veías perfectamente lo que estaba pasando. Además no es cosa mía, la verdad.

– Sí es cosa tuya, Kathy. Eres una de los nuestros, y por tanto siempre te concierne. Tienes razón, no estuvo bien. Sé a lo que te refieres. Lo del otro día, lo de los animales. No estuvo bien. Luego le dije que lo sentía.

– Me alegro de que lo hablarais. No sabía si lo habíais hecho.

Ruth estaba raspando unas pequeñas laminillas de madera de un costado del banco con las uñas, y durante un instante pareció absolutamente absorta en tal tarea. Y luego dijo:

– Mira, Kathy, es bueno que estemos hablando de Tommy. Quería decirte algo, pero no sabía muy bien cómo hacerlo, ni cuándo. Kathy, prométeme que no vas a enfadarte mucho conmigo.

La miré y dije:

– Con tal de que no se trate otra vez de algo respecto a esas camisetas…

– No, en serio. Prométeme que no vas a enfadarte. Porque tengo que decirte una cosa. No me lo perdonaría nunca si siguiera callando mucho más tiempo.

– De acuerdo, ¿qué es?

– Kathy, llevo ya tiempo pensando en ello. No eres ninguna estúpida, y puedes darte cuenta de que quizá Tommy y yo no sigamos siempre siendo pareja. No es ninguna tragedia. Nos hemos convenido mutuamente durante un tiempo. Pero si vamos o no a seguir siendo el uno para el otro en el futuro, eso nadie puede saberlo. Y ahora se habla continuamente de parejas que consiguen aplazamientos si pueden probar, ya sabes, que están bien de verdad. En fin, mira, Kathy, lo que quiero decirte, es esto: sería algo completamente natural que tú te pusieras a pensar, ya sabes, qué sucedería si Tommy y yo decidiéramos no seguir juntos. No es que estemos a punto de romper ni nada parecido, no me malinterpretes. Pero me parecería absolutamente normal que tú pensaras al menos en tal posibilidad. Bien, Kathy, de lo que tienes que darte cuenta es de que Tommy no te ve a ti de esa forma. Le gustas de veras, en serio; piensa que eres genial. Pero yo sé que no te ve como, ya sabes, una novia o algo así. Además… -Hizo una pausa, y suspiró-. Además, ya sabes cómo es Tommy. Puede ser muy quisquilloso.

Me quedé mirándola fijamente.

– ¿Qué quieres decir?

– Seguro que sabes a qué me refiero. A Tommy no le gustan las chicas que han estado con… Bueno, ya sabes, con éste y con el otro. Es una especie de manía que tiene. Lo siento, Kathy, pero no habría estado bien que no te lo hubiera dicho.

Pensé en ello, y luego dije:

– Siempre es bueno saber este tipo de cosas.

Sentí que Ruth me tocaba el brazo.

– Sabía que te lo tomarías bien. Lo que tienes que entender, sin embargo, es que piensa que eres la mejor de las personas. Lo digo en serio.

Yo quería cambiar de tema, pero tenía la mente en blanco. Supongo que Ruth se aprovechó de ello, porque extendió los brazos y emitió una especie de bostezo, y luego dijo:

– Si algún día aprendo a conducir, os llevaré a algún sitio salvaje. A Dartmoor, por ejemplo. Iremos los tres, y puede que también Laura y Hannah. Me encantará ver todas esas ciénagas.

Pasamos los minutos siguientes hablando sobre lo que haríamos en un viaje como ése si alguna vez podíamos realizarlo. Le pregunté dónde nos hospedaríamos, y Ruth dijo que podíamos pedir prestada una tienda de campaña grande. Le recordé que el viento podía ponerse increíblemente fuerte en parajes como ésos, y que la tienda podía volar en mitad de la noche. En realidad no hablábamos en serio. Pero fue más o menos a esa altura de la conversación cuando recordé aquella vez en Hailsham en que, estando aún en secundaria, fuimos de picnic a la orilla del estanque con la señorita Geraldine. James B. fue a recoger el pastel que todos habíamos hecho horas antes, pero cuando volvía con él hacia el estanque una fuerte ráfaga de viento había levantado al aire la capa de arriba de bizcocho, que había ido a caer sobre las hojas de ruibarbo. Ruth dijo que apenas recordaba vagamente el episodio, y yo, a fin de ayudar a que aflorara a su memoria, dije:

– Y el caso es que James se metió en un buen lío, porque eso demostró que había atravesado la parcela de ruibarbo.

Y fue entonces cuando Ruth me miró y dijo:

– ¿Por qué? ¿Qué había de malo en eso?

Fue la forma de decirlo, tan falsa que hasta cualquiera que hubiera estado escuchando se habría dado cuenta del fingimiento. Suspiré con irritación y dije:

– Ruth, no pretendas que me trague eso. No es posible que lo hayas olvidado. Sabes perfectamente que aquél era un camino prohibido.

Puede que lo dijera con cierta brusquedad. De todas formas, Ruth no dio su brazo a torcer. Siguió fingiendo que no se acordaba de nada, y ello me puso aún más furiosa. Y fue entonces cuando dijo:

– ¿Qué más da, además? ¿Qué tiene que ver la parcela de ruibarbo con lo que estamos hablando? Vuelve de una vez a lo que estabas diciendo.

Creo que, después de aquello, volvimos a hablar de forma más o menos amistosa, y luego, al rato, estábamos bajando a media luz por el sendero en dirección a las Cottages. Pero la sintonía entre nosotras ya no era la misma, y cuando nos dimos las buenas noches delante del Granero Negro, nos separamos sin los toquecitos en brazos y hombros que solíamos darnos siempre.

No mucho después tomé la decisión, y, una vez tomada, nunca flaqueé. Me levanté una mañana y fui a buscar a Keffers y le dije que quería empezar el adiestramiento para convertirme en cuidadora. Fue asombrosamente sencillo. El viejo estaba cruzando el patio, con las botas de agua llenas de barro, refunfuñando para sí mismo con un trozo de cañería en la mano. Fui hasta él y se lo dije, y él me miró, molesto, como si le estuviera pidiendo más leña. Luego masculló que fuera a verle aquella tarde para cumplimentar los papeles de la solicitud. Así de fácil.

Luego la cosa llevó algo más de tiempo, como es lógico, pero la maquinaria se había puesto en marcha, y de pronto me vi mirándolo todo -las Cottages, a mis compañeros- de un modo diferente. Ahora yo era uno de los que se iban, y al poco todo el mundo lo sabía. Quizá Ruth pensó que tendríamos que pasarnos horas y horas hablando de mi futuro; quizá pensó que podría influir decisivamente en el hecho de que yo pudiera o no cambiar mi decisión al respecto. Pero mantuve la distancia con ella, y también con Tommy. Y ya nunca volveríamos a hablar de verdad en las Cottages, y antes siquiera de que pudiera darme cuenta les estaba diciendo adiós.

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