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Luego Chrissie dijo, en un tono nuevo:

– ¿Sabes, Ruth? Puede que dentro de unos años vengamos aquí a visitarte a ti. ¿Te imaginas? Trabajando en una bonita oficina… No creo que nadie pudiera evitar que viniéramos a visitarte.

– Eso es -dijo Ruth rápidamente-. Podríais venir todos a verme.

– Supongo -dijo Rodney- que no hay normas sobre visitar a la gente si está trabajando en una oficina. -Se echó a reír de repente-. No lo sabemos. En realidad, hasta ahora nunca se nos ha presentado el caso.

– Todo irá bien -dijo Ruth-. Os dejarán hacerlo. Podréis venir todos a visitarme. O sea, todos menos Tommy.

Tommy pareció escandalizarse.

– ¿Por qué yo no?

– Porque tú ya estarás conmigo, bobo -dijo Ruth-. Me voy a quedar contigo.

Todos reímos. Tommy también, un poco a la zaga.

– Oí hablar de esa chica de Gales -dijo Chrissie-. Era de Hailsham, quizá de unos cursos anteriores a vosotros. Al parecer está trabajando ahora mismo en una tienda de ropa. Una tienda realmente elegante.

Hubo murmullos de aprobación, y por espacio de unos segundos todos nos pusimos a mirar ensoñadoramente las nubes.

– Qué suerte, los de Hailsham… -dijo Rodney al final, y sacudió la cabeza como para expresar su asombro.

– Y luego está esa otra persona. -Chrissie se había vuelto hacia Ruth-. Ese chico del que nos hablaste el otro día, el que era un par de años mayor que tú y que ahora trabaja de guarda de un parque.

Ruth asentía, pensativa, y se me ocurrió que yo debía enviarle a Tommy una mirada de advertencia, pero cuando me volví hacia él ya había empezado a hablar:

– ¿Quién era ése? -preguntó, en tono de extrañeza.

– Sabes quién es, Tommy -dije rápidamente.

Era demasiado arriesgado darle un puntapié, o incluso intentar alertarle con cualquier «guiño» de voz. Chrissie se habría dado cuenta en un abrir y cerrar de ojos. Así que lo dije con la mayor naturalidad, y con un punto de cansancio, como si estuviéramos más que hartas de que Tommy lo olvidara todo. Pero esta misma naturalidad hizo que Tommy siguiera sin enterarse.

– ¿Alguien que conocíamos nosotros ?

– Tommy, no entremos de nuevo en esto -dije yo-. Tendrían que mirarte esa cabeza.

Al final parece que se hizo la luz en su cerebro, y calló.

Chrissie dijo:

– Sé la suerte que tengo, haber podido ir a las Cottages. Pero vosotros los de Hailsham… Vosotros sí que sois afortunados. ¿Sabéis? -bajó la voz, y volvió a inclinarse hacia delante-. Hay algo que siempre he querido hablar con vosotros. Allá en las Cottages es imposible. Siempre te está escuchando todo el mundo.

Paseó la mirada en torno a la mesa, y al final la fijó en Ruth. Rodney se puso tenso de pronto, y también se inclinó hacia delante. Y algo me dijo que al fin llegábamos a lo que, para Chrissie y Rodney, era el objetivo principal de aquel viaje.

– Cuando Rodney y yo estábamos en Gales -dijo-, la vez que oímos lo de la chica que trabajaba en una tienda de ropa, oímos algo más, algo sobre los alumnos de Hailsham. Lo que decían era que algunos alumnos de Hailsham, en el pasado, en circunstancias especiales, habían conseguido que les concedieran un aplazamiento. Que era algo que podías conseguir si eras alumno de Hailsham. Podías pedir que tus donaciones fueran pospuestas tres, incluso cuatro años. No era fácil, pero a veces se os permitía lograr ese aplazamiento. Siempre que pudieras convencerles. Siempre que cumplieras con los requisitos.

Chrissie hizo una pausa y nos miró a todos, uno por uno, quizá en un gesto teatral, quizá para encontrar en nosotros alguna señal de reconocimiento. En la cara de Tommy y en la mía probablemente había una expresión perpleja, pero el semblante de Ruth no permitía intuir lo que podía estar pasando por su cabeza.

– Lo que decían -continuó Chrissie- era que si un chico y una chica estaban enamorados de verdad, enamorados realmente, y podían demostrarlo, entonces los que dirigían Hailsham lo arreglaban todo para que pudieran pasar unos años juntos antes de empezar con las donaciones.

Ahora se había instalado una atmósfera extraña en la mesa, como si a todos nos estuviera recorriendo un hormigueo.

– Cuando estábamos en Gales -siguió Chrissie-, los alumnos de la Mansión Blanca oyeron lo de la pareja de Hailsham: al chico le faltaban sólo unas semanas para ser cuidador. Y fueron a ver a no sé quién y consiguieron que se lo aplazaran tres años. Les permitieron irse a vivir juntos a la Mansión Blanca, tres años seguidos, sin tener que continuar con el adiestramiento ni nada de nada. Tres años para ellos, porque podían demostrar que estaban enamorados de verdad.

Fue en este punto cuando me di cuenta de que Ruth estaba asintiendo con expresión de enorme autoridad. Chrissie y Rodney lo notaron también, y durante unos segundos se quedaron mirándola como hipnotizados. Y tuve una suerte de visión de Chrissie y Rodney en los meses anteriores, en las Cottages, volviendo una y otra vez sobre este asunto, explorándolo sin descanso entre ellos. Podía verlos sacándolo a relucir, al principio con vacilación, encogiéndose de hombros, y luego dejándolo a un lado, y luego sacándolo otra vez, y otra, y otra, sin poder quitárselo de la cabeza nunca. Podía verlos jugando con la idea de hablar de ello con nosotros, planeando y perfeccionando el modo de hacerlo, eligiendo las palabras con las que nos hablarían. Volví a mirar a Chrissie y a Rodney, allí delante de mí en la mesa, y los vi observando a Ruth, y traté de leer en sus caras. Chrissie parecía asustada y esperanzada a un tiempo. Rodney estaba hecho un manojo de nervios, como si desconfiara de sí mismo y temiera decir algo que no debía.

No era la primera vez que oía el rumor de los aplazamientos. Durante las semanas pasadas lo había entreoído muchas veces en las Cottages. Siempre eran charlas privadas entre veteranos, y cuando alguno de nosotros se acercaba se sentían incómodos y se callaban. Pero había oído lo suficiente para saber cuál era el meollo del asunto; y sabía que tenía que ver específicamente con nosotros, los alumnos de Hailsham. Pero de todas formas fue aquel día, en aquel restaurante del acantilado, donde realmente caí en la cuenta cabal de lo importante que aquello había llegado a ser para algunos veteranos.

– Supongo -dijo Chrissie, con la voz ligeramente trémula- que vosotros sabéis cómo funciona el asunto. Las normas, ese tipo de cosas…

Ella y Rodney nos miraban a los tres, alternativamente, y luego sus miradas volvían a Ruth.

Ruth suspiró y dijo:

– Bien, nos dijeron unas cuantas cosas, obviamente. Pero -se encogió de hombros- no es algo que conozcamos a fondo. Nunca hablamos de ello, en realidad. En fin, creo que deberíamos pensar ya en irnos.

– ¿A quién has de acudir? -preguntó de pronto Rodney-. ¿A quién dijeron que había que ir a ver si querías…, ya sabes, solicitarlo ?

Ruth volvió a encogerse de hombros.

– Bueno, ya te lo he dicho. No era algo de lo que soliéramos hablar.

Casi instintivamente, me miró y luego miró a Tommy en busca de ayuda, lo cual sin duda fue un error, porque Tommy dijo:

– Si he de ser sincero, no sé de qué estáis hablando. ¿Qué reglas son ésas?

Ruth lo fulminó con la mirada, y yo dije rápidamente:

– Ya sabes, Tommy. Todo aquello que circulaba continuamente por Hailsham.

Tommy sacudió la cabeza.

– No lo recuerdo -dijo rotundamente. Y esta vez pude ver (y también Ruth) que ahora no es que estuviera lento de reflejos-. No recuerdo nada de eso en Hailsham…

Ruth apartó la mirada de él.

– Lo que debéis tener en cuenta -le dijo a Chrissie- es que aunque Tommy estuvo en Hailsham, no se le puede considerar propiamente un alumno de Hailsham. Se le dejaba al margen de todo y la gente siempre se estaba riendo de él. Así que de poco sirve que se le pregunte nada sobre este asunto. Ahora quiero que vayamos a buscar a esa persona que vio Rodney.

En los ojos de Tommy había aparecido algo que me hizo contener la respiración. Algo que no le había visto en mucho tiempo, algo que pertenecía a aquel Tommy de quien había que protegerse, al que había que dejar encerrado en un aula mientras ponía patas arriba los pupitres. Al final ese algo pasó, y él se puso a mirar el cielo y dejó escapar un hondo suspiro.

Los veteranos no se habían dado cuenta de nada porque Ruth, en ese mismo instante, se había puesto de pie y jugueteaba con su abrigo. Luego se armó un pequeño estrépito, porque los cuatro echamos hacia atrás las sillas a un tiempo. Yo estaba a cargo del dinero común, así que fui al mostrador a pagar. Los demás salieron del local, y mientras yo esperaba a que me devolvieran el cambio, los vi, a través de uno de los grandes ventanales empañados, arrastrando los pies bajo el sol, sin hablar, mirando por el acantilado hacia el mar.

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Cuando salí pude ver con toda claridad que la excitación de los primeros momentos de nuestra llegada se había esfumado por completo. Caminamos en silencio, con Rodney a la cabeza, a través de calles humildes en las que apenas penetraba el sol, de aceras tan estrechas que a menudo teníamos que avanzar en fila india. Fue un alivio desembocar al fin en High Street, donde el ruido hizo que no resultara tan obvio nuestro ánimo sombrío. Cuando cruzamos por un paso de peatones a la acera más soleada de la calle, pude ver que Rodney y Chrissie se consultaban algo en voz baja, y me pregunté en qué medida el mal ambiente entre nosotros se debería a su creencia de que les estábamos ocultando algún gran secreto de Hailsham, y en qué otra al hecho del ofensivo desaire infligido por Ruth a Tommy.

Entonces, en cuanto cruzamos High Street, Chrissie anunció que Rodney y ella querían ir a comprar tarjetas de cumpleaños. Ruth, al oírla, se quedó anonadada, pero Chrissie añadió:

– Nos gusta comprarlas en grandes cantidades. Así a la larga nos salen mucho más baratas. Y siempre tienes una a mano cuando llega el cumpleaños de alguien. -Señaló la entrada de un Woolworth's-. Ahí se pueden conseguir muy buenas, y muy baratas.

Rodney asentía con la cabeza, y creí ver un punto de sorna en las comisuras de sus labios sonrientes.

– Por supuesto -dijo-. Acabas con un montón de tarjetas, como en todas partes, pero al menos puedes poner tus propias ilustraciones. Ya sabéis, personalizarlas y demás.

Los dos veteranos estaban de pie en medio de la acera -los sorteaba gente con cochecitos de niño-, a la espera de que nos mostráramos disconformes. Veía claramente que Ruth estaba furiosa, pero sin la cooperación de Rodney poco podía hacer.

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