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– Tócame. Acaríciame, – sugirió.

Acepté. Le pasé los dedos por la cara y el cuello, luego por los hombros y el pecho. Toqué sus duros pezones con el pulgar y el índice, la suave piel de su pecho. Pasé la mano por su hermoso vientre plano, por la parte baja de su espalda, y luego bajé más y toqué las firmes pelotas, sus nalgas y el interior de sus muslos.

Sentí que Ángel aún tenía una firme erección. Me cogió la mano y se la pasó por el pubis. Luego guió mi mano hasta su polla.

– Acaríciame, – repitió Ángel. – Acaríciame.

Empecé a explorar con la mano todo lo que antes había acariciado con la lengua y la nariz: los tiernos testículos de Ángel, su dura polla palpitando en mi palma, el orificio uretral de la cabeza. Empecé a introducir la punta del dedo en su ano, y mi hermano me detuvo bruscamente:

– Hermanita, a los hombres no se les toca ese sitio, – negó con la cabeza.

– En realidad, ya he jugado antes con los anos de los hombres. No veo nada malo en ello. – dije con sorpresa.

– Bueno, puede que hayas tocado a alguien ahí, pero a mí no me gusta que las chicas me toquen ahí. En nuestros juegos yo domino y hago lo que quiero, si no, no podremos construir una relación anal sana contigo.

Bajó la mano hasta mi entrepierna y me dio otro apretón en la pera. Hice una mueca de dolor… y respiré con dificultad.

– Lo siento, Ángel. No era mi intención -gemí.

Ángel me sujetó las muñecas a su cintura, de modo que yo podía alcanzarme las nalgas pero no podía llevarme las manos a la cabeza. Entonces mi hermano volvió a colocarse entre mis piernas.

– Enséñamelo, – me ordenó.

Después, Ángel jugó unos minutos con el consolador, sacudiéndolo y haciéndolo girar. Sentí que mi ano se relajaba, que la tensión de los músculos de mi esfínter disminuía.

Entonces oí el silbido del aire que Vanka expulsaba del tubo. Tiró ligeramente de la manguera y el dilatador casi salió de mi ano. Mi hermano se asombró de lo dilatado que estaba mi ano.

Cuando mantuve las nalgas abiertas, Ángel pudo inspeccionar libremente la superficie de mi recto. Sabía que tenía que actuar con rapidez; de lo contrario, los resultados de su trabajo se echarían a perder, porque el esfínter empezaría a volver a su tamaño original.

Ángel introdujo otra buena porción de lubricante en mi ano con el dedo, y luego cogió un consolador grande, el último en esta fase.

Ahora quería descubrir los verdaderos límites de mi ano. El consolador hinchable hizo un buen trabajo, y la punta del nuevo juguete de Ángel se deslizó fácilmente en mi dilatado orificio anal. Gemí con cada movimiento de mi hermano mientras tiraba, flexionaba y empujaba el consolador hacia mi recto, cada vez un poco más profundo.

– Oh, Dios… Es tan grande… Tan grueso. Me ha llenado todo el culo.

Empujé y me relajé en sincronía con los movimientos de Ángel, y el enorme consolador penetró lentamente en mi ano. Pude ver que mi hermano estaba muy concentrado. Su mirada estaba fija en el consolador que desaparecía dentro de mí, y sus labios se movían, instándome silenciosamente a entregarme por completo al consolador, a absorberlo todo.

De repente se topó con un obstáculo -una curva, como él lo llamaba- y el consolador no avanzó más. Empujé, Ángel dobló el juguete, apuntándolo a otro punto, pero todo esto no ayudó a que la punta roma del consolador de goma pasara por el estrecho lugar de mis intestinos. Y cada vez que mi hermano lo intentaba, yo gritaba de dolor.

– Mierda, Ángel. Para, por favor. Dejémonos de juegos, ya ves, no puedo con todo. ¡Por favor! – le supliqué.

Pero Ángel no paró. Me dijo que me moviera hacia atrás hasta que mis nalgas estuvieran completamente sobre la silla. Entonces mi hermano me separó el tobillo derecho y la muñeca derecha, y luego los entrelazó. Ángel dio la vuelta a la mesa y repitió la manipulación en mi lado izquierdo.

Luego, sujetando firmemente la polla de goma dentro de mí, me ayudó a darme la vuelta, primero de lado y luego boca abajo. Ángel me dejó descansar un rato y luego me puso la mano en la cintura y me ayudó a ponerme a cuatro patas. Me doblé por la mitad, con los tobillos sujetos a las muñecas, las rodillas y las piernas abiertas bajo el torso.

– A veces basta con un simple cambio de postura -dijo Ángel con calma.

Mi hermano empezó a flexionar el falo, a sacarlo y a volver a introducirlo en mi culo.

– Empuja, ayúdame, – me pidió.

Empujé y empujé el consolador hacia fuera, retorciéndome delante de Ángel, acompañando cada movimiento con jadeos y gemidos. Mi hermano cambió de enfoque, empujando más hacia la izquierda y hacia arriba, hacia la parte baja de mi espalda, flexionando enérgicamente los últimos diez centímetros de la polla de goma. Finalmente, sintió que empezaba a moverse. Y yo también lo sentí.

– ¡Oh, Dios! ¡Ángel, tengo el culo lleno de esta goma! – gemí cuando mi hermano introdujo los últimos diez centímetros en mi ano.

– Relájate, cariño -dijo Ángel suavemente-. – Ya me la había metido hasta el fondo.

No me lo podía creer. Me la había metido entera y había sobrevivido. Me sentía muy llena, pero no tanto como con los enemas. De hecho, ahora que todo el contenido estaba dentro de mí, ya no me sentía mal. Y las sensaciones en mi ano estaban empezando a excitarme de nuevo…

El olor de una polla dura

Ángel me separó las muñecas y los tobillos y me volvió a atar las muñecas al cinturón de BDSM. Sacó una correa de cuero en forma de Y que ató por delante a las dos anillas de mi cinturón, la pasó por la anilla de la base del consolador que sobresalía de mi ano y la ató a la anilla de la parte posterior de mi cinturón.

– Ahora no saldrá de tu culo, – me dijo Ángel confidencialmente. – Bájate de la silla y arrodíllate delante de mí.

Me bajé torpemente de la silla y me arrodillé. Podía oler el olor almizclado de su polla erecta mientras caminaba hacia mí.

A medida que me arrodillaba delante de Ángel, la presencia de la polla de goma en mi ano me resultaba cada vez más incómoda. Mientras estaba a cuatro patas sobre la silla, doblada, era bastante tolerable. Pero cuando Ángel me hizo arrodillarme y enderezarme, sentí inmediatamente el tamaño y la posición del consolador con todas mis entrañas.

Era como un fuerte estreñimiento, y esperaba que el alivio llegara pronto. Ángel me sujetó la cabeza con una mano, acariciándome la nuca, y la otra entre los omóplatos, atrayéndome contra él para que sintiera el calor de sus muslos contra mis pechos. Masajeándome la espalda y el cuello, mi hermano habló en voz baja y suave.

– Estoy muy orgulloso de ti, hermanita -comenzó-. – Has sido valiente y obediente, y he conseguido lo que tanto había soñado.

– ¿Soñabas con esto? – Me sorprendió.

– Sí, y durante mucho tiempo…

– ¿Por qué nunca me lo contaste?

– Bueno, somos hermanos, cómo puedes decir una cosa así… Ni siquiera he podido decirlo hoy, sólo me he tomado una copa y me he vuelto más audaz.....

– Me alegro de que te hayas atrevido y me lo hayas propuesto. – Sonreí.

– Yo también me alegro mucho. Antes de que acabemos hoy, te darás cuenta: todo lo que hice lo hice por una razón, pero con un propósito. Te darás cuenta y me lo agradecerás. Ahora, ¿estás listo para jugar conmigo después de toda esta preparación?

– Sigues preguntando, Ángel. Llevo mucho tiempo preparada -respondí, esforzándome por no mostrar lo ansiosa que estaba por pasar a la siguiente fase.

– Bien, entonces levántate e inclínate sobre la silla por mí, una última vez.

Ángel sonrió cariñosamente y me ayudó a ponerme en pie. Me incliné sobre la silla, separando las piernas.

– Bien -dijo mi hermano-. – Ahora enséñamelas.

Me llevé la mano al culo una vez más. El consolador de mi ano era tan grueso que lo alcancé con la punta de los dedos mientras separaba las nalgas.

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