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– ¿Quién es Melanos?

– ¿Eh? Ah, pues… fue el primer capullo que tuvo la desgraciada ocurrencia de cortar el vino con agua -responde mientras se frota la camisa y consigue hacer la mancha todavía más grande-. No está de más cagarse en él de vez en cuando.

– Pero, bueno, Vili, yo creo que con la Academia has ayudado a mucha gente -insiste Ulises.

– Si quieres que te diga la verdad, me parece que la única persona que ha ayudado en algo en la Academia has sido tú. Fuiste tú cuando detuviste la mano de aquel tipejo y evitaste que la bala de aquella pistola se metiera dentro de su descerebrada cabeza. A eso es a lo que yo le llamo ayuda. Lo demás son gaitas que ni suenan.

– A lo mejor tú has estado desviando también muchas manos de muchas pistolas, sin saberlo.

– Hummm -dice Vili, y exhala con premiosidad un aromático vaho de habano-. Hummm. Quién puede saberlo. Me gustaría pensar que así es, evidentemente. Pero me gustaría más pensar lo contrario, pensar que no ha habido necesidad de ello. Que las personas que han ido a la Academia no han precisado jamás esa ayuda de mi parte.

– Pero, pudiera ser que haya ocurrido, y tú, Vili…

– No, Ulises.

– Estás haciendo todo lo contrario de lo que nos has enseñado, Vili. Estás huyendo.

– No me digas eso. Simplemente estoy descansando. Siempre he preferido las obras a las palabras. El brazo a la lengua. Pero también he sabido siempre que con la lengua se pueden movilizar miles, millones de brazos. Ahora mi lengua y mis brazos están hartos, no importa lo que yo desee, ni la una ni el otro tienen ganas de moverse. Me he resignado.

– Vili…

– No, no, nada de Vili. Y, por cierto, creo que no te he dado las gracias como es debido por lo que hiciste. Evitaste una muerte. También impediste que mi brazo y mi lengua no se movieran ni hablaran nunca más. Ahora descansan, pero si el hombre aquél hubiera muerto, mi brazo y mi lengua se habrían muerto con él, de alguna manera. De modo que gracias, en nombre de mi brazo, mi lengua y en el mío propio. Además de gracias en nombre del pobre gilipollas al que salvaste la vida.

– No hay de qué -Ulises inclina la cabeza.

– Eres todo un héroe, aunque no creo que seas consciente de ello. Ni de ninguna otra cosa, por cierto, si me permites la observación. Eres un inconsciente, en general, querido yerno. Pero bueno… ¿Quieres algo, no sé…?

– ¿Dinero? -Ulises se acaricia la mejilla pensativo-. Sabes que nunca digo que no, pero la verdad es que tampoco ando necesitado en estos momentos.

– Te daré un cheque.

– Como quieras.

– Te vendrá bien contar con unos extras. Lo digo por la abuelita Araceli, y… -Vili suspira afablemente-. Me gustaría tenerla aquí, pero Valentina y su madre nunca, nunca… Bueno.

– Más adelante, tal vez.

– Eso.

– En cualquier caso, no debes sentirte mal por lo que ha pasado -dice Ulises, retomando el asunto principal de su conversación-, tú no eres responsable de lo que ese hombre intentó hacer, no eres responsable ni de él ni de ninguno de nosotros.

– Ya lo sé -asiente Vili.

– ¿Entonces por qué estás tan alicaído, por qué…?

– Demasiadas cosas juntas, Ulises. Incluso yo tengo un límite. Últimamente, la mayoría de la gente que iba a la Academia empezaba a sacarme de quicio. A veces me sentía como un porquero, guardando a los guarros día y noche, dándoles de comer mi filosofía, que ellos devoraban entre barro y babas; hablando y paseando solo entre cerdos que no paraban de hocicarlo todo a mi alrededor; limpiando la porqueriza cada tarde… -Vili bosteza lánguidamente-. Y luego, lo de este chalado, y Valentina que está volviéndome loco con sus…

Penélope entra en la biblioteca corriendo.

Tactactac.

Tiene el pelo alborotado, reluce como si estuviera rodeada por el cerco luminoso de una linterna enfocada a sus espaldas. Arruga la frente y se aprieta con fuerza un brazo, se clava las uñas por encima de la suave tela negra del vestido antes de hablar.

– Es mamá -dice; hay una especie de honda pena apuntalándola contra el quicio de la puerta-. Es mamá. Hay que llevarla a un hospital.

– ¿Pero qué…? -Ulises se levanta de un salto.

– 0 llamar a su médico… -continúa Penélope. Le resbala una pringosa lágrima diminuta por la mejilla izquierda. Le cuesta trabajo llorar, expulsar su lamento hacia afuera.

– ¿Qué, qué le ha pasado? ¿Se ha caído, se ha…? -Vili se incorpora torpemente, apaga a medias el cigarro en un cenicero de latón dorado que tiembla bajo el temblequeo nervioso de sus dedos y está a punto de rodar hasta el suelo.

– No, no se ha caído, no te preocupes -dice Penélope, y deja escapar una débil carcajada-. Solamente se está muriendo. Se está muriendo. Y eso es todo.

TERCERA PARTE LO QUE SOMOS

(ÚLTIMA ODISEA)

El economista británico Andrew Oswald y un colega estadounidense han dado con la fórmula para ser feliz (que desmiente el dicho de que el dinero no da la felicidad). La fórmula es:

r=h(u (y,z,t))+e

r = felicidad que uno considera que disfruta y es equivalente a una constante matemática (h).

u = nivel real de felicidad.

z = características personales y demográficas.

y = los ingresos económicos reales.

t = el factor tiempo.

e = los cambios de opinión y preferencias.

Con el hallazgo de la fórmula matemática, anhelo constante de la humanidad, Oswald ha concluido que un matrimonio duradero aporta tanta felicidad personal como una paga extra de 96.000 $, mientras que la pérdida de un empleo cuesta, en términos de felicidad, 64.000 $.

Diario, El Levante , 6 de noviembre de 1999.

ÍTACA *
Si vas a emprender el viaje hacia Ítaca,
pide que tu camino sea largo,
y rico en experiencias y aventuras.
A lestrigones, cíclopes o fiero
Poseidón, nunca temas.
No hallarás tales seres en tu ruta
si alto es tu pensamiento y limpia
la emoción de tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni al fiero Poseidón encontrarás nunca
si no los llevas dentro de tu alma,
si no es tu alma quien ante ti los pone.
Pide que tu camino sea largo.
Que numerosas sean las mañanas
de verano en que arribes a bahías
nunca vistas, con ánimo gozoso.
Detente en los emporios de Fenicia,
adquiere hermosos artículos:
madreperla y coral, ámbar y ébano,
perfumes deliciosos y diversos
– cuanto puedas invierte en voluptuosos
y delicados perfumes.
Visita
muchas ciudades egipcias y aprende,
con avidez aprende de los sabios.
A Ítaca tenla siempre en la memoria.
Llegar allá es tu meta,
mas no apresures el regreso.
Mejor que se dilate largos años
y, en tu vejez, arribes a la isla
con cuanto hayas ganado en el camino,
sin esperar que Ítaca te enriquezca.
Un hermoso viaje te dio Ítaca. Sin ella
el camino no hubieras emprendido.
Mas, ninguna otra cosa puede darte.
Aunque pobre la encuentres, no hubo engaño.
Rico en saber y en vida como has vuelto,
comprendes qué significan las Ítacas.

LA LLAMADA DE LA AVENTURA

A diferencia de Penélope, tú nunca miras atrás. Sabes que no puedes cambiar el pasado.

Cada día, al despertar, sientes la llamada de la aventura, adviertes que la vida es un estado de ánimo, y el ánimo una forma de vida. Eres un hombre nuevo cada nuevo día que amanece. No te das por vencido jamás porque jamás has sospechado que hubiese algo que pudiera vencerte. Vili dice que eres un inconsciente, un irresponsable. Que tu mejor virtud es que careces de conciencia, y que esa falta es también lo más peligroso que hay en ti. Que tienes valor porque no sabes que tienes valor, que si lo supieras dejarías de tenerlo. Que, en este mundo sin héroes, te ocurre lo mismo que a todos los héroes de antaño: que son tan atrevidos que acaban comportándose como imbéciles; tan codiciosos que les cuesta entender que lo único valioso que lograrán atesorar a lo largo de sus vidas son esas cosas que nadie puede robarles; que se arriesgan incluso a morir, que ocasionalmente mueren, porque su ignorancia de seres vivos los ha transformado en incapaces de temerle a aquello que no conocen.

Dice Vili que, en vez de taparte los oídos para no oír los cantos de las sirenas, seguramente, a veces te tapas los oídos para no oír que no hay cantos, que no hay sirenas. Que no hay.

Ya es abril, y no llueve.

Hace meses que dejó de llover.

Recuerdas que eso ocurrió en octubre. La lluvia cesó de pronto. Entonces el cielo negro se abrió, igual que un fruto podrido, y dejó de malgastar sus fuerzas en escupir frenéticamente agua fangosa y rayos sobre la ciudad desarmada.

Y salió el sol. Un sol resplandeciente.

El invierno transido que llegó después fue seco, helador pero sin chubascos ni inclemencias.

Ahora, el sol se jacta de haber estudiado Bellas Artes durante el tiempo en que las nubes ocuparon su lugar. Brilla con fuerza, y la gente por la calle parece simplemente el ganado del sol, el rebaño que el sol apacienta y vigila con interés. El astro rey ilumina como nunca, poseedor de los paisajes urbanos, lo colorea todo bajo su incesante actividad.

Tan real que parece mentira, el buen sol. Tan lejano que probablemente lo es.

Hoy el día será fresco, y el aire relativamente puro. Lo ha dicho por la radio una voz cantarina de mujer que tú imaginas sin cuerpo. Sin piernas, sin labios, sin edad. Sólo una voz de mujer fluyendo desde el vacío, arrullándote mientras despiertas.

* «Ítaca», del libro: 75 poemas de Constantino Cavafis. Traducción de Lázaro Santana. Ed. Visor, 1973, Madrid


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