»-Señor, se trata tan sólo de un texto traducido de alguna lengua antigua… Tirio, afirma el faquih en la introducción. En él está narrado que una tal… Talos, sacerdote de un dios pagano, huyendo de una gran catástrofe, navegó en una nave de bronce hacia el mar que se extiende fuera de… ¿Qué lugar es éste?
»-Eminencia, las «Columnas de Melqart» de las que habla el texto son Djabal Tarik -me apresuré a explicarle-. La Montaña que, por desdicha, está ahora en manos de los infieles. Gibraltar , así la llaman ellos.
»Advertí que varios secretarios y escribas sentados en tarimas dispersas por la sala tomaban nota de mis palabras.
»-Asombroso -dijo al-Qasim-. Pero sigo sin entender muy bien la utilidad de todo esto, faquih. Son sólo mitos paganos… Un cuento como tantos otros narrados por los Antiguos.
»Miré de reojo al sultán. En apariencia permanecía ajeno a la conversación, con los ojos perdidos en algún punto situado entre los mocárabes del techo.
»-Los mitos, eminencia -dije sin desanimarme-, en ocasiones pueden tener una base real. Y ésta es una de esas ocasiones… Pero deberíais leer toda la traducción…
»-No es necesario -dijo al-Qasim dejando a un lado el pliego-, háblanos tú de su contenido. ¿Qué se dice en el resto?
»-En él se cuenta con detalle cómo Talos el Rojo cruzó el Djabal Tarik , para dirigirse hacia un país situado más allá del mar Occidental…
»-Si hacemos caso a los antiguos sabios griegos -señaló al-Qasim pensativo-, la Tierra es redonda, una esfera perfecta…
»-Así es, eminencia -le respondí, inclinando mi cabeza para saludar su erudición.
»-Por lo que al otro lado del mar Occidental deberíamos encontrarnos con Oriente -conjeturó-, Catai y Cipango, que ciertamente son tierras llenas de riqueza, pero situadas a una distancia tan inmensa que ningún barco podría alcanzarlas…
»Era el punto al que yo quería llegar, de modo que dije:
»-Pero el texto afirma que no es así, eminencia. Hay Otro Mundo situado en medio del mar Occidental, del que nada sabemos. Fue conocido por los antiguos tirios, pero era algo que deseaban mantener oculto. Difundieron historias de monstruos y toda suerte de horrores que aguardaban a aquellos navegantes que decidieran aventurarse en al-Bahr al-Mudlim al-Muhît , [4] así llamado porque la influencia de estas historias ha llegado hasta nuestros días. Pero no hay monstruos ni peligros insuperables para alcanzar ese Otro Mundo. En el resto del manuscrito se explica cómo hacerlo. Se habla de las corrientes marinas, de los vientos alisios, de las jornadas de navegación, de cómo seguir el camino que marcan las estrellas…
»-¿Es eso lo que se indica en el resto del manuscrito? -preguntó el visir.
»-Así es, eminencia. Los hombres que huyeron hacia esa Otra Tierra dejaron descrito el viaje que iban a realizar para que otros supervivientes pudieran seguirlos. Éste es el documento que yo poseo y que permitiría a una nave de nuestro reino cruzar sin peligro el mar Occidental.
»Me detuve, emocionado y sin aliento. El sultán me miraba al fin, tal vez admirado por mi vehemencia. Le hizo una seña a su Visir, que se inclinó hacia él para escuchar lo que Abu al-Hasan tenía que decirle al oído. Después volvió a incorporarse y me preguntó:
»-¿Propones a tu sultán que financie ese fantástico viaje a través del mar, sin otra evidencia que ese texto encontrado en tu jardín?
»-He investigado mucho, eminencia -le respondí sin amilanarme-, y he encontrado antecedentes a esta aventura. Documentos que atestiguan que este viaje ya se realizó con éxito, hace trescientos setenta años, por navegantes de al-Andalus.
»-¿Es eso cierto? -preguntó incrédulo-. Jamás oí tal cosa.
»-No es muy conocido -dije-, pero ocho hermanos de una familia llamada al-Mugarribún zarparon hacia Poniente y, tras más de dos meses de navegación, llegaron a una isla habitada por «hombres rojos». Quizá una colonia de antiguos tirios…
»Y fue entonces cuando el muley Hacen se dignó hablarme por primera vez. Con una voz que era casi un susurro, preguntó:
»-¿Crees que son ciertas todas esas viejas historias?
»-Firmemente, sultán y señor mío, a quien Allah conceda la victoria sobre los infieles. Sois el más poderoso de los príncipes, pero al mismo tiempo sois el custodio de esta sagrada tierra de al-Andalus, en cuya defensa tantos han muerto. Ahora está en vuestras sabias manos esta carga, pero ved que si yo estoy en lo cierto, esta aventura podría suponer una gran oportunidad para nosotros. Granada se asfixia entre el odio de los infieles y la indiferencia de nuestros hermanos musulmanes. Necesitamos respirar a través de nuevas rutas, de nuevas salidas para nuestros comerciantes, de nuevos aliados…
»Al-Qasim se acercó al sultán e intercambió una breve conversación entre susurros con él. El muley Hacen asentía. Luego, volviéndose hacia mí, el gran visir dijo:
»-Así es, faquih , vivimos aprisionados entre un océano impetuoso y un enemigo terrible. Y ahora tú propones que nuestra salvación está en ese mismo océano que nos confina… Interesante, pero… -Se detuvo un instante y meditó con cuidado sus siguientes palabras-: Pero llegas demasiado tarde, erudito. Demasiado tarde… Ya no somos dueños de nuestro destino ni de nuestras riquezas y no es aquí donde debes buscar el respaldo para tu asombroso plan… No es aquí, ni es ahora…
»-Pero, señor…, a quien Allah ayude y haga victorioso mediante la fuerza de su brazo, que es el que tiene el cuidado y el poderío para ello; es importante que…
»-Es suficiente, faquih -me interrumpió el visir-. Lisán al-Aysar, la audiencia ha terminado. Puedes ir en paz, porque todo está en manos de Allah.
»Y eso fue todo. Me despidió con un gesto y yo ejecuté una confusa reverencia.
»Abandoné la sala mientras pensaba que, de una forma muy intensa, había entrevisto el final. El auténtico fin de nuestro mundo, que ahora parecía inevitable ante mis ojos.
»Se dice que el hombre que no es capaz de maravillarse es que está muerto o cercano a la muerte, y yo consideraba que a las sociedades se les puede aplicar el mismo dicho. Durante cientos de años, nuestros príncipes habían estimulado con entusiasmo la investigación y la aventura. Pero cuando las derrotas militares se sucedieron, ellos mismos le dieron la espalda a la sabiduría. Despreciaron a los filósofos y a los científicos, y se cobijaron en los indolentes y poco imaginativos brazos de los ulemas.
»Mientras me dirigía a la salida del palacio, perdido en estos pensamientos, fui interceptado por un hombre en el patio de Mexuar. Alcé la vista hacia él, pues se había colocado justo en mi camino. Viejo y delgado, con los dedos manchados de tinta y un libro envuelto en un marchito pañuelo de seda. Uno de los escribanos que había visto en compañía del sultán.
»-¿Acaso no sabes que ya hace dos siglos que los genoveses poseen el monopolio absoluto para ejercer el comercio marítimo de todos nuestros productos? -me espetó sin mediar saludo-. No tienes otra opción que recurrir a ellos.
»Le pregunté si alguien lo enviaba o si hablaba por iniciativa propia. A lo que él se limitó a repetir lo dicho y que debía buscar ayuda entre los genoveses. Me entregó una dirección y un nombre escritos en un papel, y siguió su camino.
– La dirección era la de una de las alhóndigas de la medina, que pertenecía a la importante familia genovesa de los Salvago. El lugar vibraba con una vitalidad perturbadora. Los mayoristas y sus clientes entraban y salían del edificio enfrascados en sus negocios. Los guardias, elegantes y marciales a la vez, con los uniformes de colores brillantes que tanto gustan a los genoveses, paseaban por la recepción e interceptaban a cualquier visitante de aspecto dudoso. Algunos criados cargaban con las cajas de muestrarios de un lado a otro, mientras su señor tomaba alguna esencia fresca y regateaba el precio con un comprador.
»Comprendí entonces a qué se había referido el visir con sus amargas palabras. Allí seguía funcionando un corazón que hacía mucho que había dejado de palpitar en Granada. Esa vitalidad, que se desplegaba ante mis ojos, evidenciaba cruelmente la apática decadencia a la que había llegado la corte del muley Hacen. Los comerciantes genoveses se las habían arreglado para crear sus propias dinastías en el propio corazón envejecido de nuestra ciudad. Por primera vez consideré que allí estaba la verdadera amenaza y no en los furiosos ataques de los infieles contra nuestras murallas.
»Uno de los guardias me acompañó hasta una de las dependencias de la alhóndiga, donde me entrevisté con la persona señalada en la nota del escribano. Era un joven genovés llamado Pietro, que se entusiasmó de inmediato con mis palabras.
»-Lo que propones es asombroso -me dijo-, de ser cierto significaría la gloria y la riqueza para los valientes que se atrevieran a enfrentar una aventura así.
»En un rincón vi unos cuantos libros apilados. Uno de ellos era el famoso Libro de las Maravillas , del veneciano Marco Polo. Pietro advirtió mi interés y me mostró el ejemplar. Sus páginas estaban llenas de anotaciones en el margen en la que imaginé que era su letra.
»Sin que viniera al caso me contó que, a pesar de su juventud, él mismo había realizado numerosos y fascinantes viajes. Afirmó pertenecer a un linaje rico y antiguo, aunque arruinado por las guerras de Lombardía. Se había visto obligado a cambiar su nombre y su blasón para poder ingresar en aquel poderoso albergo.
»-¿Crees que la familia Salvago estaría interesada en financiar este viaje?… -pregunté, ansioso por regresar a la cuestión que me había llevado hasta allí.
»-Me temo que algo así escapa a mis competencias… Es un asunto demasiado grande para tratarlo desde aquí. No te va a quedar más remedio que viajar hasta Génova y pedir audiencia ante los sabios del albergo… -Y se ofreció a acompañarme.
»No era lo que tenía previsto y tardé muchos meses en decidirme. Tiempo en el que aquel joven genovés no dejó de enviarme notas, insistiendo casi a diario en la conveniencia de llevar mi propuesta ante los sabios de su albergo. Al final comprendí -y temí- que, si estaba tan interesado, muy bien podría acabar decidiendo hacer el viaje por su cuenta, apropiándose así de toda la gloria. No me quedaba más remedio que continuar por el camino que ya había iniciado y que parecía no tener vuelta atrás.
»Partimos del puerto de Salawbiniya, a bordo de un mercante en ruta hacia tierras de infieles. Durante el viaje, Pietro se esforzó en demostrarme que tenía un gran conocimiento de cartografía y rutas marinas. Fue entonces cuando empecé a desconfiar verdaderamente de él. Me pareció uno de esos eruditos de relumbrón que, cuando han leído de verdad una obra, gustan de citarla venga o no venga a cuento para airear así su ciencia. También me habló de su hermano, un funcionario en la corte de Lisboa, que estaba bien enterado de los planes de los portugueses para hallar una nueva ruta hacia Oriente. Aunque el Tratado de Alcaçobas con Castilla les impediría aceptar el rumbo que yo proponía.