Recién cuando vuelvo a cerrar detrás de mí la puerta del cuarto iluminado, acercándome otra vez al escritorio, percibo, por contraste con el aire caldeado por la estufa a resistencia eléctrica, el frío en las manos, en la frente, en las orejas, en las mejillas y en la punta de la nariz, que traigo en mi piel desde la terraza, y durante un minuto más o menos, mientras me siento y empiezo a hojear el best-seller de la década, la sensación contradictoria de frío y la tibieza parecen simultáneas, como si el calor de la habitación, sin poder penetrar en los tejidos contraídos, resbalara por una superficie helada. Abriendo el libro al azar, me detengo en una página cubierta de rayas, de círculos y de anotaciones en los márgenes que sepultan, con su abundancia meticulosa, el texto impreso. Algunas de las frases manuscritas están construidas en forma interrogativa o exclamativa, y al final de una de ellas, escrita horizontalmente en el margen superior, después del punto final, hay una acotación lacónica entre paréntesis: Ver página 98. Sin leer ninguna de las frases, busco la página 98. Cinco líneas de texto impreso, encerradas en un óvalo irregular hecho con birome verde, remiten mediante una flecha a un comentario extenso, en letra diminuta y negra, que, como una guarda regular, comienza en el margen superior, continúa por el lateral derecho, se prolonga por el margen inferior, culmina en el margen lateral izquierdo, encuadrando toda la página y terminando con otra acotación entre paréntesis: (Remitirse a la pág. 33)
El párrafo de cinco líneas encerrado en un óvalo verde dice:
"Alba, distendida y alegre, más bella que nunca, sintiéndose por primera vez mucho tiempo al abrigo de la indiscreción pueblerina en el bosquecillo de las afueras, después de correr sin ton ni son, como una niña excitada, cono muchas flores del paraíso, y con un hilo de coser que traía consigo, fabricó hábilmente un collar de florecillas lilas. Mirándome con ternura, me tendió la humilde ofrenda".
Comentario manuscrito:
"¿En el mes de diciembre? Cualquier buen observador de nuestra flora regional sabe que ya a fines de octubre las flores del paraíso dejan paso a los frutos de dicho árbol, las características bolillitas verdes agrupadas en racimo, no comestibles, de gusto amargo, que persisten en las ramas aún después de la caída de las hojas, bajo un aspecto un poco achicharrado, y habiendo perdido el verde lozano que ostentaban en el momento de la maduración, de un color beige o té con leche. En repetidas ocasiones, el autor se toma sin el menor tapujo toda clase de libertades en lo relativo al clima, la fauna, la flora y las costumbres de la zona, que evidencian un desconocimiento flagrante de los mismos. ¿Dónde va a parar el pretendido realismo tan mentado por la crítica académica u oficial? Tal vez en la procacidad a la moda que so pretexto de sensualismo, linda con la pornografía. Hay que hacer notar también que la heroína, se anda paseando con hilo de coser en el bolsillo, para poder enhebrar en el mes de diciembre, flores de paraíso que brotan de los eucaliptus (Remitirse a la pág. 33)". En la página treinta y tres, un comienzo de frase subrayado, con la misma birome negra de la página 98, entre varias anotaciones y marcas hechas en otro color: "Nos dimos cita en un bosquecillo de eucaliptos de las afueras, que según Alba", se conecta con la frase escrita en el margen superior, con la misma letra firme, diminuta y aplicada: "En el pueblo en el que pretende transcurrir la novela, no existe dicho bosquecillo. Estos supuestos eucaliptus se transformarán más adelante gracias a un golpe de varita mágica del autor, en paraísos". (Ver página 98). En la página 52, el comienzo del capítulo V, un párrafo de varias líneas, aparece enteramente subrayado de verde: "El monótono paso de los trenes, representa la única distracción pueblerina. Al poco tiempo de llegar, tuve que resignarme a participar en esos ritos inmemoriales. El tren de las dos, que venía de Rosario, presentaba mayores atractivos que el de las cuatro, que provenía del norte, de Santiago del Estero y de Tucumán, y venía cargado de campesinos silenciosos que emigraban a Rosario, o a Buenos Aires, para afrontarse con un nuevo destino en la gran ciudad. A veces nos dábamos cita con Alba en la estación, para esperar el tren de las dos, ya que nuestra condición de colegas nos permitía conversar tranquilamente en público sin despertar sospechas sobre el verdadero carácter de nuestras relaciones, que para esa época se habían vuelto íntimas. Pero esos encuentros clandestinos que ocurrían a la vista de todos, aumentaban nuestra frustración, porque no era raro que algún conocido se uniera a nosotros, sin darse cuenta de su indiscreción, y no nos quedaba más remedio que soportar estoicamente sus banalidades".
Gracias a que el principio de capítulo desplaza hasta casi la mitad de la página el comienzo del texto impreso, Alfonso disponía de un espacio blanco mucho más amplio en el margen superior, lo que le ha permitido exponer a sus anchas, con su escritura firme y legible y sus frases rectas que parecen asentadas sobre renglones invisibles, su ristra metódica de objeciones:
"La máquina a vapor aparece durante la Revolución Industrial, los primeros ferrocarriles hacia 1830; ¿acaso eso nos autoriza a calificar de inmemorial la costumbre de ir a la estación a ver pasar los trenes? En lo tocante al pueblo de marras, cualquiera de sus habitantes sabe que es el tren de las cuatro el que viene desde Rosario y no el de las dos, y que el paseo en la estación, que tanta ironía despreciativa parece despertar en el autor, y que es una simpática costumbre en los pueblos de la llanura, se realiza cuando pasa el tren de las siete proveniente de Rosario, por haber terminado ya los habitantes sus actividades cotidianas, a más de los fines utilitarios del mencionado paseo, tales como la recepción de comisionistas, diarios y todo tipo de publicaciones, o bienvenida a algún familiar que ha pasado el día en la gran ciudad habiendo tomado el tren de las 8 y 35 de la mañana para dirigirse a ella. Cabe preguntarse también cómo estos supuestos adúlteros, maestros ambos, podían ausentarse de la escuela sin que nadie notase su ausencia, ya que en todos los establecimientos de la provincia el turno de tarde comienza exactamente a las 13-30". Diez páginas más adelante, una frase que ocupa varias líneas está subrayada de verde en los primeros dos renglones y de rojo en los últimos: "Al crepúsculo, el canto de una torcaza nos sacó de nuestro adormecimiento voluptuoso, haciéndonos removernos un poco bajo las frazadas, pero cuando le advertí que pronto anochecería (fin del subrayado verde y comienzo del rojo) Alba apretó todavía más contra el mío su cuerpo caliente y húmedo, en uno de esos arrebatos de sensualidad tan característicos en ella, y durante los cuales sus deseos desbordantes la hacían perder toda noción de realidad, hasta tal punto que si yo no hubiese estado a su lado para impedírselo hubiese sido capaz de cometer las más descabelladas imprudencias".
Una flecha envía hacia el margen superior, donde está escrito el comentario al miembro de frase subrayado de verde:
"La torcaza no canta sino que arrulla; nunca lo hace al anochecer sino en las horas más cálidas de la mañana y principios de la tarde, en general en primavera y verano. La frazada, que ubica la escena en invierno, agrava el anacronismo".
Las líneas subrayadas en rojo están agrupadas por una llave vertical que se abre sobre el margen derecho, indicando una anotación escrita lateralmente, de modo que tengo que hacer girar el libro para leerla:
"Ignorancia crasa de la psicología femenina. Varios autores han señalado la frigidez natural de la mujer, salvo en casos comprobados de alienación mental, y su tendencia a sublimar los impulsos eróticos transformándolos en instinto materno y creatividad artesanal. Cf. el adagio latino: calidissima mulier frigidior est frigidissimo viro".
En el capítulo siguiente, la frecuencia de las frases subrayadas de rojo aumenta hasta desplazar casi por completo las de otros colores, y su proliferación es tan grande que hacia el final del capítulo dos páginas enteras están, no ya subrayadas, sino directamente enmarcadas en un rectángulo rojo tan regular que es evidente que Alfonso se ha valido de una regla para trazarlo. Los grafismos negros de los comentarios marginales, firmes y prolijos, no disminuyen en nada la impresión He trabajo limpio, aplicado, geométrico, por no decir decorativo, que sugiere el conjunto. Las frases manuscritas, sin errores ni abreviaturas, sin una sola palabra tachada, así como la precisión milimétrica de los subrayados, también trazados con regla, demuestran que Alfonso ha debido pasar meses enteros anotando el texto, haciendo probablemente primero los comentarios en borrador, y pasándolos después en limpio con laboriosidad puntillosa en los márgenes blancos del libro. Hasta los signos de admiración y de pregunta, que puestos en los márgenes traducen en general las emociones súbitas y esporádicas que va produciendo la lectura, parecen dibujados con lentitud y premeditación a los costados del texto. Los subrayados que cambian de color en medio de una frase, o que van alternando, durante páginas y páginas, hasta que un color empieza a predominar o a desaparecer durante una buena porción del texto, también denotan un trabajo metódico y racional y me hacen sospechar que a cada color debe corresponder algún aspecto específico del libro, línea temática, problemas de representación, o cualquier otro dislate analítico establecido por las distinciones obsecadas del comentarista. El predominio del rojo en las dos páginas enmarcadas con un solo rectángulo que tengo a la vista, me permitiría sin duda verificarlo, pero como la perspectiva de leer dos páginas enteras de La brisa en el trigo me desalienta de antemano, opto por volver hacia atrás, donde comienza a insinuarse la proliferación roja, y elijo, entre las frases subrayadas, una de las más cortas:
Entrando en la habitación, descalza, cubierta únicamente con la salida de baño, retorciéndose los cabellos mojados con una toalla, Alba se sentó en el borde de la cama y simulando repararen mi presencia por primera vez, realizó unos cómicos gestos de exagerado pudor".