¿Qué otra explicación? ¿Cómo un libro semejante, un subproducto de esa naturaleza podría substituir a esa escala la verdadera creación artística? Alfonso se acalora y, casi de inmediato, después de revolver pensativo y lento su café, se calma y prosigue: alguna gente de Rosario, Vilma entre otros, por supuesto, después de una serie de reuniones, piensa que el momento de reaccionar ante semejante situación ha llegado y que, después del desmantelamiento sangriento -otra rima interna- de la suspensión del estado de derecho y la anulación de las libertades públicas, un reagrupamiento de las fuerzas culturales que están por la libertad de expresión y por la soberanía del pensamiento se vuelve más y más necesario. Él, Alfonso, piensa en un movimiento amplio, sin coloración política definida, capaz de aglutinar los intelectuales del litoral al principio pero, dice, buscando un espacio de proyección nacional. Mientras Alfonso habla, Vilma que, inclinada sobre su café, lo toma de a cucharaditas lentas y distraídas, mueve todo el tiempo los ojos con curiosidad, pasando de la cara de Alfonso a la mía, para ir verificando el efecto que me causan las palabras de Alfonso, y lo que llama sobre todo la atención, ante la exposición de un proyecto de semejante envergadura, anunciada por ella unos momentos antes en el salón Capri con cierto entusiasmo cívico, es que su cara, en vez de reflejar como dicen la gravedad de la hora, expresa una especie de escepticismo burlón, tan transparente que me pongo a observar a Alfonso con la sospecha de que tal vez me está tomando el pelo. Pero la calvicie brillante, los ojitos húmedos, el bigote entrecano que se estremece a causa de los movimientos del labio superior exhiben, o aparentan por lo menos, una gravedad que mi inspección minuciosa no puede menos que catalogar de genuina. Tal vez el aire burlón de Vilma proviene de una incredulidad involuntaria, a pesar de su adhesión, en cuanto a la pertinencia del gran proyecto o tal vez, por proyección empática, un automatismo mimético respecto del escepticismo que, por anticipado, me atribuye. Pero Alfonso parece inconsciente de la expresión de Vilma, lo que no es curioso, ya que ella misma da la impresión de serlo, de modo que, terminando de un sorbo su taza de café y echando una mirada furtiva a su alrededor, continúa: en Rosario ya se han hecho algunas reuniones públicas, de lo más legales por otra parte, así que no se trata de ninguna manera de volver a caer en los errores de hace algunos años. Los temas de discusión no tienen en apariencia nada de subversivo; hubo un panel sobre Martín Fierro, otro sobre Güiraldes, un tercero sobre la pintura rosarina de Schiavoni a Juan Pablo Rengi, como desde luego viene poca gente, a pesar de que salen avisos en los diarios, las discusiones son más libres. El mejor modo de pasar inadvertido, dice Alfonso con una risita, es ponerse bien en evidencia. Ahora bueno, el núcleo de organizadores ha decidido pasar a otra etapa, en primer lugar para alcanzar una audiencia más grande -según la terminología alfonsiana- y también con el fin de fijar los debates de modo que no se pierdan después de las sesiones efímeras de discusión, además de abrir una tribuna de proyección nacional. En una palabra, en la etapa actual el objetivo es crear una revista cuatrimestral, de tipo monográfico, de dimensiones considerables, unas cien páginas para empezar, de la cual Bizancio Libros asumiría la responsabilidad legal y la financiación. Aquí Alfonso para de hablar y me escruta durante algunos segundos, para ver el efecto que me han causado sus palabras, dando por sentado que debe admirarme la manera en que Bizancio Libros y personalmente él, Alfonso, propietario y sin duda director gerente de la distribuidora, han decidido afrontar en primer lugar los riesgos económicos que supone la financiación de una revista literaria y en segundo los riesgos físicos, ya que, en estos tiempos en que casi todos son todavía reptiles, aparecer en primera línea apadrinando alguna tentativa, por tímida que sea, de pensamiento independiente, puede llegar a ser de lo más peligroso. Mantengo ante la mirada de Alfonso una impasibilidad perfecta.
Que me cuelguen una y mil veces si es con una revista literaria cuatrimestral que yo le arreglaría las cuentas a las víboras que reptan en
el gobierno y si es empleando sutilezas de una publicación monográfica de nivel que, si pudiese, le daría su merecido algeneral Negri. Ellos tiran viva a gente en el océano, desde sus helicópteros, en plena noche, y yo voy a perder mi tiempo valiéndome de conceptos ponderados con el fin de mostrarles la vigencia crítica de la tradición nacional. De modo que ni un músculo de mi cara se mueve cuando la mirada de Alfonso, con las chispas de aflicción que persisten bajo su orgullo discreto, busca en mis ojos inmóviles una confirmación. Un giro breve, casi imperceptible de la cabeza calva y un estremecimiento suplementario de su bigote entrecano denotan un instante su perplejidad ante mi falta de reacción, pero en seguida, y no sin inclinarse un poco más hacia mí y echar una mirada furtiva a su alrededor para estar seguro de que nadie escucha desde las otras mesas, continúa: de esa revista él mismo como decía será el responsable legal y financiero y el sector rosarino del comité -quieren ampliarlo también con gente de la ciudad y con un par de representantes de Buenos Aires- ya se ha puesto más o menos de acuerdo sobre la persona que asumiría la secretaría de redacción: la simpática y talentosa y no por eso menos atractiva a decir verdad -y Alfonso extiende sonriendo la mano abierta hacia Vilma Lupo- señorita aquí presente.
– Ya le he dicho mil veces que señora. Por lo menos en otros tiempos -corrige Vilma devolviéndole la sonrisa.
– Pongamos señora -dice Alfonso.
El comité, en cambio, sigue diciendo Alfonso después de su digresión festiva, viene debatiendo desde hace semanas la identidad, más problemática, del posible director. Varios nombres fueron barajados y descartados; es verdad que en eso, según Alfonso, el comité se ha venido mostrando particularmente cauteloso, y exigente también ya que anhela -vocablo alfonsiano- que el candidato demuestre una serie de aptitudes intelectuales y morales difíciles de reunir en una sola persona- obviamente, su oposición total a la dictadura militar es condición, dice Alfonso, sine qua non, del mismo modo que una larga trayectoria intelectual, y un arraigo indiscutible en el terreno cultural regional, profiriendo una serie transitiva de rimas internas. Todo eso desde luego no basta; la internalización de la cultura y de los medios de comunicación, con la manipulación de la opinión que eso implica y la dependencia cultural de los países del tercer mundo que resulta de la situación, requieren la presencia de una persona de formación humanista universal, con una concepción moderna, amplia y actualizada de todos esos problemas. Una inteligencia crítica, vivaz, y una simpatía natural que hagan de su titular un comunicador eficaz. Alfonso dice que la cosa no fue fácil, pero que después de largas discusiones se fue perfilando -transcribo de modo textual- una convergencia.
– No me diga que han pensado en Súperman -digo.
Alfonso y Vilma lanzan al unísono una carcajada, mirándose a los ojos durante un momento y mandándose, en el vaivén de la mirada, ondas rápidas y poco discretas de sobreentendidos.
– Tibio, tibio -dice Vilma.
– La verdad, no caigo -le digo.
Adopto una pose pensativa frunciendo el entrecejo, abriendo un poco los ojos, sacudiendo despacio la cabeza y mirando a los costados, igual que si buscara a mi alrededor, sin resultado, la solución del enigma, bajo la sonrisa expectante, desde detrás del humo de sus cigarrillos, de Vilma y Alfonso.
– Me doy por vencido -dijo, suspirando.
– Usted, maestro. Usted. Por aclamación -dice Alfonso. -
El nombre de Carlos Tomatis despertó el entusiasmo de todas las tendencias y obtuvo inmediatamente la unanimidad.
– Yo sabía que los rosarinos tienen un gusto excesivo por las bromas
pesadas -dijo-, pero nunca pensé que podrían llegar tan lejos.
Viéndolos reírse, comprendo que, por más que me esfuerce, ninguna de mis actitudes desdeñosas y cortantes, ligeramente paródicas a decir verdad, les parecerá un rechazo verídico, ya que me cristalizan en la imagen de un hombre ingenioso, con un sentido del humor un poco cínico, que afecta todo el tiempo una insolencia calculada, pero que en realidad "tiene un corazón de oro" y que, a pesar de su ironía prescindente y superficial, es en el fondo "consciente de sus responsabilidades y capaz de asumirlas sin vacilar". Nada de lo que haga de ahora en adelante va a sacarme de ese diseño y todo desvío o contradicción respecto de él será sin duda considerado por ellos como una confirmación indirecta, un modo de perfeccionar mi arquetipo con indicios cuya excepcionalidad será para ellos una prueba suplementaria de pertinencia. Contra la parte exterior de lo sin fondo, pegan una figurita coloreada que presenta una mueca fija, lo bastante ambigua como para que, desde cualquier ángulo que se la observe, da siempre la ilusión de un significado; una lápida bien pulida en la que parece estar grabada una inscripción clara y llena de sentido, pero a la que bastaría dar vuelta con el pie para comprobar cómo, arracimados en el reverso, hierven en agitación ciega, enloquecidos, los gusanos.
– De todos modos, no está obligado a responder en seguida. Le dejamos unos meses de reflexión -dice Alfonso.
– Si rechazo su oferta -le digo- va a pensar que no quiero comprometerme. Me pone en situación difícil. Si quiere que le sea franco, me interesa tanto dirigir una revista literaria, y discúlpeme señora, como que me retuerzan los testículos. Pero no puedo decirle que no. En todo caso, llegado el momento veremos.
– Comprendemos su posición -dice Alfonso.
– Debo decirle que su artículo contra Walter Bueno fue un elemento determinante en la decisión del comité.
– ¿Una cosa relativa a Walter Bueno puede ser determinante de algo? Primera noticia -digo.
– Su artículo expresaba el sentimiento de muchos-dice Alfonso.
– Fíjese.
Y metiendo la mano en el bolsillo de su campera, con rapidez brusca y un poco inhábil, igual que si, habiendo estado buscando desde un buen rato antes la oportunidad de hacerlo, hubiese aprovechado de un modo furtivo y vergonzante el primer pretexto, demasiado vago como para garantizar la espontaneidad de su gesto, saca un ejemplar ajado en la tapa y en lomo y ennegrecido en los bordes de una de las innumerables ediciones de bolsillo de La brisa en el trigo. Cuando estiro la mano para agarrarlo, ya que Alfonso me lo extiende con energía casi perentoria, noto que en las mejillas pálidas de Vilma aparecen, de golpe, dos manchitas de rubor, accidente del que, me doy cuenta ahora, la creía al abrigo, y la semisonrisa constante con que había venido siguiendo la conversación se esfuma, dejando en su lugar una expresión grave, expectante, un poco en suspenso, una curiosidad preocupada y soñadora podría decirse, muy semejante quizás a la que, sin darse cuenta, debe mostrar el chico de cuatro años cuando, fascinado, se pregunta si su hermanito de dos, que lo va acercando lentamente, va o no a meter el tenedor en el enchufe. Alfonso no parece notar nada, removiéndose un poco en su silla, entre la duda y la ofuscación.