– ¿Errores? ¿Qué clase de errores? -El primero, el más evidente, es la sobrevaloración de la evidencia física. Pensemos solamente en lo que está ocurriendo ahora, con esta investigación. Recuerda usted que Petersen envió a un oficial a recuperar la nota que vi yo. Aquí aparece otra vez esa grieta típica e insalvable entre lo que es verdadero y lo que es demostrable. Porque yo vi la nota, pero esa es la parte de verdad a la que ellos no pueden acceder. Mi testimonio no sirve de mucho para sus protocolos, no tiene la misma fuerza que el pedacito de papel. Y bien, este oficial, Wilkie, hizo lo más concienzudamente posible su trabajo. Interrogó a Brent y le preguntó varias veces todos los detalles. Brent recordaba perfectamente el papel doblado en dos en el fondo de mi cesto, pero por supuesto, no se había interesado en lo más mínimo en leerlo. Recordó también que yo había ido a preguntarle si había alguna manera de recuperar ese papel, y le repitió lo que me dijo a mí: había volcado el cesto en una de las bolsas casi llenas, que sacó poco después al patio. Cuando Wilkie llegó a Merton College el camión de la basura hacía ya casi media hora que había pasado. Petersen intentó todavía algo más y envió un patrullero para que lo interceptaran en su recorrido. Pero al parecer el camión tiene un sistema continuo de compactación y en definitiva la última esperanza de recobrar la nota quedó literalmente hecha papilla. Ayer me llamaron para que diera la descripción de la letra al dibujante, y pude notar que Petersen estaba mortificado. Se supone que es el mejor inspector que tuvimos en muchos años, yo pude tener acceso a las anotaciones completas de varios de sus casos. Es minucioso, exhaustivo, implacable. Pero todavía es un inspector, quiero decir, está formado de acuerdo con los protocolos: pueden anticiparse sus operaciones mentales. Desafortunadamente se guían por el principio de la navaja de Ockham: en tanto no surjan evidencias físicas en contrario prefieren siempre las hipótesis simples a las más complicadas. Este es el segundo error. No sólo porque la realidad suele ser naturalmente complicada sino, sobre todo, porque si el asesino es realmente inteligente, y preparó con algún cuidado su crimen, dejará a la vista de todos una explicación simple, una cortina de humo, como un ilusionista en retirada. Pero en la lógica mezquina de la economía de hipótesis prevalece el otro razonamiento: ¿por qué suponer algo que consideran extraño y fuera de lo común, como un asesino con motivaciones intelectuales, si tienen a mano explicaciones quizás más inmediatas? Casi pude sentir físicamente cómo Petersen retrocedía y reexaminaba sus hipótesis. Creo que hubiera empezado a sospechar también de mí, si no fuera porque ya había verificado que di clases de consulta a mis alumnos de doctorado de una a tres esa tarde. Supongo que también habrán corroborado la declaración de usted.
– Sí; yo estaba en la Biblioteca Bodleiana. Sé que fueron ayer a preguntar por mí. Por suerte la bibliotecaria se acordaba perfectamente de mi acento.
– ¿Consultaba libros a la hora del crimen? -Seldom enarcó irónicamente las cejas-. Por una vez el saber realmente nos libera.
– ¿Cree usted que Petersen se lanzará entonces sobre Beth? Quedó aterrada ayer después del interrogatorio. Piensa que el inspector está detrás de ella.
Seldom se quedó pensativo durante un momento.
– No, no creo que Petersen sea tan torpe. Pero fíjese los peligros de la navaja de Ockham. Suponga por un momento que el asesino, dondequiera que esté, decida ahora que finalmente no le gustó matar, o que la diversión se arruinó por el episodio de la sangre y la intervención de la policía, suponga que por cualquier motivo decide retirarse de la escena. Entonces sí creo que Petersen se echaría sobre ella. Sé que esta mañana volvió a interrogarla, pero puede ser simplemente una maniobra de distracción, o una forma de provocarlo: actuar como si realmente no supieran nada de él, como si fuera un caso común, un crimen familiar, como sugiere el diario.
– Pero usted no cree realmente que el asesino vaya a abandonar el juego- dije.
Seldom pareció considerar mi pregunta con más seriedad de lo que yo hubiera esperado.
– No, no lo creo -dijo por fin-. Sólo creo que tratará de ser más… imperceptible, como dijimos antes. ¿Tiene algo que hacer ahora? -me preguntó y miró el reloj del comedor-. A esta hora empieza el horario de visitas en el Radcliffe Hospital, yo voy para allá. Si quiere venir conmigo me gustaría que conociera a una persona.