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CARTA IX. EL ERMITAÑO.

Después de largos vagabundeos sobre un desierto arenoso, sin agua donde solamente vivían las serpientes, me encontré con el Ermitaño.

Se envolvía en un largo manto, una capucha cubría su cabeza. Sostenía un bastón largo en una mano y en la otra una lámpara encendida, aunque estaba a plena luz de día y el sol brillaba.

"La lámpara de Hermes Trismegisto", dijo la voz, "esta es el conocimiento más alto, ese conocimiento interno que ilumina de una nueva manera igual a lo que aparece para ser conocido ya claramente. Esta lámpara se enciende sobre el pasado, el presente y el futuro para el Ermitaño, y abre las almas de la gente y las más íntimas hendiduras de sus corazones."

"El manto de Apolonio es la facultad del hombre sabio por la cual él se aísla, aún en medio de una ruidosa muchedumbre; es su habilidad interna para ocultar sus misterios, igualmente expresa su capacidad para el silencio y su poder de acción en calma.

"El bastón de los patriarcas es su autoridad interna, su poder, su confianza en sí mismo."

La lámpara, el manto y el bastón son los tres símbolos de la iniciación. Son necesarios para dirigir almas más allá de la tentación de los fuegos ilusorios por los costados del camino, de modo que puedan ir directamente a la más elevada meta. Él que recibe estos tres símbolos o aspira a obtenerlos, "se esfuerza en enriquecerse con todo lo que él pueda adquirir, no para sí mismo, sino, como Dios, para deleitarse en el goce de dar ".

"La virtud de dar es la base de la vida de un iniciado.

"Su alma se transforma en 'una disipadora de todos los tesoros' así dijo Zaratustra.

"La iniciación une la mente humana con la mente más alta a través de una cadena de analogías. Esta cadena es la escala que conduce al cielo, la que soñó el patriarca".

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