Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– Escucha. Ahora vamos a vestirnos y a arreglar un poco la cama y la habitación. Dejaremos abierta la ventana, para que se vaya el olor del aire. Eso no les hará sospechar: Manuel pudo haberla abierto antes de morir. Te irás a tu dormitorio, y yo al mío, y dentro de una hora iré a despertar a Utrera. Le diré que estaba desvelado y que oí un grito y algo que caía cerca del gabinete. Nadie va a descubrirnos, Inés.

Contó luego la historia con el desesperado fervor con que se cuentan ciertas mentiras necesarias, la dijo ante la mirada incrédula de Utrera, que ya estaba vestido cuando él fue a llamarlo, la repitió una y otra vez añadiéndole pormenores que le hicieron sentirse vil, pero no menos perseguido, y cuando oyó que Amalia se la contaba a doña Elvira le pareció que la historia, al suceder en otra voz, ingresaba del todo en la realidad, y a él lo aliviaba transitoriamente de su peso. Pero Utrera, cuando levantaban el cuerpo de Manuel para tenderlo en la cama, había examinado la ventana abierta, la colcha, la vela medio consumida que aún olía a cera en la palmatoria de la mesa de noche. Mañana me iré de aquí, dijo en voz alta Minaya, encerrado y solo, frente a los cristales del balcón que da a la plaza de las acacias, súbitamente poseído por el presentimiento del destierro. Oyó un timbre lejano y luego pasos y voces en la escalera, los pasos lentos, la voz indudable de Medina, pero aún no salió de su habitación. Podía oírlos y reconocer cada una de sus voces, porque estaban todos en el gabinete, al otro lado de la puerta, pero también allí, en el cuaderno azul, en las últimas páginas que ahora empezaba a leer, preguntándose quién de ellos, quién de los vivos o de los muertos había sido un asesino treinta y dos años atrás.

21
{"b":"88220","o":1}