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Pero no siempre puede relacionarse a Carvalho con intentonas golpistas o acciones desestabilizadoras de la democracia. En algunos casos su misión simplemente era la de observador. De este tipo serían probablemente los encargos que justificarían sus habituales desplazamientos a Portugal. Durante su estancia en Europa no resulta desdeñable la hipótesis de que Carvalho viajase a menudo a Lisboa para mantener contactos con destacados miembros civiles y militares del régimen salazarista y observar sobre el terreno el impacto en la metrópolis de las revueltas coloniales de Angola, Mozambique y Guinea.

Tareas mucho más provechosas para el espíritu y el cuerpo llevaron a Carvalho desde su base de operaciones en Amsterdam hasta Dijon. Fue una de sus escapadas gastronómicas, en aquella ocasión para asistir a la fiesta del vino ("Tatuaje"). Años después, de vuelta en Barcelona, también prodigaría escapadas similares. A veces invitaba a Charo. Otras iba solo. Sus puntos de peregrinación iban desde Martinet de Cerdanya, para pasar el fin de semana en Can Boix, hasta El Rincón de Pepe, en Murcia, adonde llegó en un viaje relámpago en febrero de 1979 ("La soledad del manager"), o al Bierzo en busca de nuevas experiencias y vinos poco conocidos pero solventes.

El sudeste asiático fue, como se ha visto, el último punto de esta primera y particular vuelta al mundo que Carvalho dio aprovechándose de las ventajas y los descuentos que en los años 60 ofrecía un carnet de la CIA en toda regla. El hotel Raffles de Singapur, en el 1-3 de Beach Road, fue un buen sitio para acabar de madurar la decisión de abandonar la Compañía, Singapur Sling va, Singapur Sling viene. Aquel "cóctel asiático seguramente inventado por un inglés" y un sinfín de recuerdos literarios pendiendo de las paredes de las habitaciones de Kipling (107), Conrad (119), Hesse (112), Malraux (116) y Maugham (120), entre otros, pusieron en el ánimo de Carvalho la voluntad que le hacía falta para decir adiós a la CIA. Como Conrad -como Nathalie de Saint-Phalle-, quizá Carvalho se preguntó en el Raffles "sobre la verdad última de los viajes", despreocupado ya de "vanas especulaciones sobre el futuro de las naciones". Un Carvalho preocupado sólo por su subsistencia emprendía regreso a San Francisco, una nueva escala antes de volver a Barcelona.

Los viajes de la infancia

A mediados de los años 80, durante la investigación sobre la muerte del aspirante a campeón y boxeador fracasado Young Serra ("Desde los tejados", en "Historias de padres e hijos"), Carvalho explicaba a Pedro Porta, un tendero del barrio Chino conocido de su infancia que le encargó el caso, que "por esos mundos nunca he visto tantas cosas como cuando subía a los terrados de estas casas y tenía a mi disposición la vida privada de todos nosotros. El horizonte más lejano era Montjuñc o el mar o el Tibidabo".

El Carvalho adolescente intuía que el mundo se reducía a poco más que los límites del barrio de su infancia, y de ahí tanta querencia por él, una querencia irremediable y mortificadora.

El barrio Chino fue el primer espacio conocido por Carvalho, y vencer sus murallas interiores y exteriores supuso el primer gran viaje del muchacho, viaje que hizo en dos etapas: primera, a mediados de los años 40, siguiendo el estricto y duro guión que fijaba la posguerra; segunda, a mediados de los años 50, cuando le llegó a Carvalho la hora del ingreso en la universidad franquista.

De niño, unas veces en compañía de su padre, otras de su madre, Carvalho rompía las murallas del barrio que formaban las Rondas y las Ramblas. Nunca o casi nunca fueron paseos de placer. Eran recorridos por una ciudad prácticamente extraña, muy diferente a la que conocía, en busca de pan de centeno: "El recuerdo era una ruta seguida con su madre en los años 40. Salían -cuenta Vázquez Montalbán- de la ciudad, unas veces hacia el sur, otras hacia el norte, en busca de casas de campo donde el mercado negro contemplaba los rutinarios y escasos alimentos en la cartilla de racionamiento. Hacia el norte, entre huertos y barracas de agricultores de oficio o de domingo…" ("El delantero centro fue asesinado al atardecer").

También fueron trayectos en tren hasta Vallvidrera en compañía de su padre, don Evaristo, con el único objetivo de ver un árbol público durante una hora mucho antes de que el joven Carvalho imaginase que algún día viviría entre aquellas arboledas. A sus pies, una ciudad en expansión convertida en cuadrícula imperfecta y desordenada, y en su mente el deseo de mirarla con calma, de observarla desde arriba, de respirar más allá de su barrio.

De vez en cuando, también eran paseos hasta Montjuñc, entonces con otra perspectiva, con otros impulsos: "Cada paisaje urbano a su tiempo y Pueblo Seco estaba ligado en su recuerdo a recorridos de domingo o de sábado en busca de la zona verde de Montjuñc donde comerse la tortilla de patatas familiar. Y antes de emprender el ascenso, la obligada parada ante las cuadras de la calle Radas y por entre los listones de madera excitar a las vacas calmas para que mugieran" ("De lo que pudo haber sido y no fue", en "Tres historias de amor").

Otros animales de infancia asoman también a la retina del detective. De vez en cuando se perfilan en el fondo de sus ojos instantáneas de algún verano pasado en Montcada, en la casa del cabrero amigo de su padre, o de los veranos en Galicia, en Souto, cerca de San Juan de Muro y Sarria. Veranos de viajes interminables en trenes dantescos tirados por aquellas máquinas Santa Fe que respiraban con dificultad de asmático o tuberculoso. Barcelona-Monforte de Lemos. De allí, hasta la aldea. Y de nuevo el olor y el "morro de las vacas asomadas desde la cuadra al comedor familiar" ("Tatuaje").

A mediados de los años 50, los de Carvalho eran ya viajes de salto social con voluntad de permanencia, viajes de descubridor vencidas definitivamente las murallas que le confinaban en su barrio. Ésa era la sensación todavía culpable que experimentaba años después al hacer memoria de aquella época: "Recuperar el metro fue recuperar la sensación de joven fugitivo que contempla con menosprecio la ganadería vencida, mientras él utiliza el metro como un instrumento para llegar al esplendor en la hierba y la promoción á…ú. Recordaba la conciencia de su propia singularidad y excelencia rechazando la náusea que parecía envolver la mediocre vida de los viajeros. Los veía como molestos compañeros de un viaje que para él era de ida y para ellos de vuelta" ("Los mares del sur").

Entre las escapadas de aquellos años, una constituyó un hito para Pepe Carvalho y para otros compañeros de quinta política y universitaria. Quizá comenzara así el principio del fin de su actividad como militante comunista. Un curso de formación política se convirtió con el tiempo en la primera piedra para una apostasía, anunciada ya a principios de 1956 cuando Carvalho se avanzó a Jruschov y al partido en la formulación de las críticas al estalinismo materializadas durante el Xx Congreso del PCUS en febrero de aquel mismo año ("Asesinato en el Comité Central").

Agosto de 1956. Pepe Carvalho, adolescente todavía pero obligado a entrar a empellones en la edad adulta, visitó con un grupo de compañeros una escuela de formación de cuadros del Partido Comunista de España a orillas del Marne. Fue la primera salida de Carvalho de España, y después de la agitación y el ajetreo del viaje debió de quedarle en el alma una cierta extrañeza y confusión al comprobar que había cambiado por unos pocos días la rigidez asfixiante del franquismo por la rigidez igualmente asfixiante del antifranquismo. Demasiada responsabilidad para tanta juventud, obligada a cambiar el curso de su propia historia.

Madrid, el Mar Menor, Formentor, Port Lligat o Andalucía -siguiendo la estela de ilustres viajeros en busca del duende del Sur- fueron otros de los horizontes que buscó el joven Carvalho en los años 50 y en los primeros de los 60 antes de marchar a Estados Unidos. En 1959 incluso vivió una temporada en Madrid, una ciudad que a su regreso, más de veinte años después, en octubre de 1980 ("Asesinato en el Comité Central"), era un recuerdo asociado únicamente a la cocina y al paladar:

"-(…) Madrid no es lo que era.

"-¿En 1936?

"-No. En 1959, cuando viví allí. Las gambas de la Casa del Abuelo, por ejemplo. Excelentes y a precios de risa. Búsquelas usted ahora".

Viajes profesionales

La primera noticia que los lectores tuvieron de la vuelta de Carvalho a España data de 1974. Vázquez Montalbán retrató en "Tatuaje" -segunda aventura de la serie del detective- a un Pepe carvalho entrado ya en la treintena e instalado en su hasta hoy centro habitual de operaciones: el despacho de las Ramblas de Barcelona. La etapa de la CIA ha quedado atrás pero Carvalho sabe que un agente nunca está de paso en la Compañía aunque se retire totalmente del servicio. En su caso, además, dando portazos.

Un asunto en apariencia de poca monta -la investigación sobre la identidad de un cadáver tatuado que apareció en la playa de Vilassar de Marlleva al detective de regreso a Holanda. Un nuevo salto atrás en el tiempo como le sucede siempre a Carvalho, imposibilitado también para librarse de su pasado aunque pone la vida en el empeño. Carvalho se reencontró con viejos colegas de la CIA en Amsterdam, donde durante dos años -presumiblemente entre 1966 y 1968 actuó como especialista en seguridad. Amsterdam y La Haya, como Madrid en su día, son un reclamo gastronómico para Carvalho. El nombre de un hotel, el Schiller. El sabor de un restaurante, The House of the Lords.

La vuelta a Barcelona supuso un cambio radical en el modo de vida del detective. Se acabó el ir constantemente de aquí para allá. Carvalho se convirtió prácticamente en un sedentario. Mucho menos trasiego, muchos menos viajes. Pero antes de poner fin a esta etapa, el detective se dio una última recompensa.

De vuelta en Europa, tras enterrar a su padre como acto final de un agotador viaje desde San Francisco, después de quemar un álbum familiar de fotos perteneciente a tres generaciones, después de decidirse por el trabajo de detective y de arrinconar en el olvido a Laura Buscató, Carvalho viajó a Córcega. Casi con toda seguridad fue en 1970, aunque Manuel Vázquez Montalbán no lo precisa. También Córcega es un recuerdo placentero de licor de castañas olvidado hacía mucho tiempo en el interior de una botella de cerámica: "Las carreteras de Córcega están llenas de cerdos oscuros. Parecen salvajes, pero al atardecer vuelven a casa hartos de castañas. Estuve allí hace demasiados años. Cuando quise despedirme de mi libertad de viajar. Un día volveré. He de empezar a seleccionar los lugares adonde quiero volver", le confesó Carvalho a Fuster veinte años después, durante una de sus cenas en Vallvidrera, en octubre de 1990 ("El laberinto griego").

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