Guardarse para uno mismo la tonada o los versos que se le habían pegado para siempre, y hablar de formas de estar seguros de ir en línea recta aunque sea por una jornada, era la única manera de dar a entender que uno también estaba sintiendo algo parecido.
El que dos noches seguidas soñó que había un viento que quebraba mástiles altos y anchos como la torre de la catedral, y nunca en su vida había visto un mástil, habló del viento.
Se dijo que amaneciendo el viento era fresco y, tan fuerte, que era capaz de mantener un poncho medio acostado en el aire. Que después iba bajando hasta que apenas daba para que flote el gallardete de la escolta y que, cuando todos querían parar por el hambre y ya la luz que del mediodía que encandilaba no permitia ver mas, el viento ni se sentía, la bandera caía pegada a la tacuara y bajo las sombrillas de ponchos que se armaban para matear y masticar el charqui de mediodía se notaba que el humo del fogón del mate y de los cigarros de chala se iba derecho para arriba.
Hacia arriba: no al cielo, porque esos medio días el lugar del cielo lo ocupaba una plancha de luz con un centro redondo amarillo quemante, que debía ser el sol.
Cuando después del mate se siesteaba, y después, cuando a empezaba la segunda posta de la jornada, el viento volvía a empezar y seguía creciendo hasta que se hacía noche y como dormían tanto, nadie sabría hasta que hora seguía aumentando, ni a que hora empezaba a aflojar.
El último en dormirse nunca debió llegar a mas de tres o cuatro mates de los primeros ronquidos, o a la tercer pitada, en esos días en que quedaban tabaco y chalas para armar.
Los que oyeron esa conversación del viento, no bien se hizo la luz lo hablaron con todos, y hasta el momento de palmar como muertos sobre los cueros no se habló ni se pensó en otra cosa.
– El viento es lo menos de fiar que hay… -Cabildeaban y en eso estuvo de acuerdo hasta el marino.
El viento no es de fiar, es puro aire y puede ir para cualquier parte.
Allí seguro que le pasaría como a ellos: arrancaría yendo para a cualquier parte y de a poco iría cambiando la dirección, según las horas y según vaya a saberse por cuál otra razón si hubiera alguna razón en las cosas.
El marino aprovechó para volver a la cantilena de la flota y dijo que en el mar el viento cambia y arranca del norte y termina viniendo del sur en días normales. Cuando hay tormentas, da vueltas desde el este al oeste y al norte y para ver de donde viene da a lo mismo mirar la brújula que mirar como llueve porque si está dejando de llover y refresca, seguro ya esta viniendo desde el sur, y si sigue caliente el aire seguro viene de un sitio entre el norte y el este.
Allí tampoco se comprendió la explicación, pero oír la palabra brújula y empezar todos a putear contra todos por no habérsele ocurrido a nadie traer una brújula fue casi lo mismo.
El marino apaciguó a los recriminadores cuando dijo que nunca a nadie de la flota se le ocurrió llevar bolas -las boleadoras- ni rebenque a los barcos, y por eso a ellos le sucedió lo mismo.
Eso sí se entendió pero por el calor de la siesta o por la rabia de no tener brújula y llevar en cambio tanto rebenque al pedo, ninguno lo festejó como un chiste, y si pudo haber habido uno que lo escuchó como chiste supo aguantarse las ganas de reír.
Ni hablar de las estrellas. Todos sabían reconocer las Tres Marías, el Lucero y la Cruz del Sur. Pero ahí caía la noche y al mismo tiempo que el Lucero tan verde, aparecía blanquísima y bien alta la Cruz del Sur con los brazos apuntando a los lados, el pie hacia abajo, hacia la propia pampa, y la cabecera apuntando hacia la parte del cielo donde no había ni una estrellas y debía ser sur del firmamento.
¿Pero de que iría a servirles conocer ese sur, que aunque de día se lo pudiera ver y se mantuviera todo el tiempo a la izquierda de la formación, si giraba, y tal como parecía girar, los haría hacer girar también a la par a ellos.
Y si como la cordura invitaba a pensar se quedaba quieto allí en su lugar: ¿No iba a tenerlos para siempre, igual que ahora, girando alrededor de algo que, por mas alto o lejano que fuera no podía impedir que giraran y no parasen de girar y girar…?
No pensar, mejor.
Buena señal fue que cada vez mas seguido aparecieran osamentas. Y en cabezas de vacas y caballos blanqueadas por tanto tiempo al sol casi siempre se encontraba un nido de hornero recién terminado.
Eso algo debía anunciar, aunque el yuyo seguía siendo el mismo, siempre igual, y ni señales de arroyos, lagunas, montes, taperas, ni cosa que se pareciese a restos de fortines
Los pájaros, pobres bichos aquerenciados donde ni árbol, ni poste, ni piedra elevada hallan para anidar, se conforman con lo único que sobresale un poco de los pastos y empollan huevos y pichones al alcance de culebras, cuises y sabandijas de la tierra que ya han de haberse hecho un vicio el gustito del ave pichona y sus huevos.
El pasto seguía igual, pero nunca faltaba uno a quien le daba por decir que estaban pasando por un brocalón de tierra blanda, y pretendiendo que todos vieran pasto mas verde y fresco, detenía a la tropa para cavar y rabdomar y probar que ahí nomás había agua.
Eso pasa por tanto oír historias sobre travesías con sed y de campañas donde la sed hizo mas muertos que la indiada, la peste, y el salvajismo hispánico. Pero sobrando tinas de barro y toneles de pino con agua buena de Córdoba no había mas razón para atrasarse leguas que darle el gusto a uno que se sintió en el deber hacer noticia.
– Acá sí…
Siempre había uno que le daba la razón al que se encaprichaba en demostrar que era tierra mas blanda, pasto mas fresco, yuyo mas verde. Y siempre se formaba un pelotón que los rodeaba y les decía que no vieran visiones y que miraran siempre adelante, para no terminar de volver loca a la tropa.
Otros veían un humito, lejos, siempre en el horizonte. Al principio, se apretaba el paso, algunos arrancaban a galopar, las chinas y los reseros que venían a cargo de los animales de carnear empezaban con alaridos y reclamos porque no querían que los de buena monta los dejasen atrás, y cada humo que se creyó haber visto se producía una reyerta y a la noche, calmados los ánimos, todos, menos el que dio la voz de alarma terminaban reconociendo que no habían visto nada.
Volvieron a encontrar una calavera de caballo con su nido de horneros.
– ¡Pobres bichos! – Habló alguien.
– Al menos vuelan… -Le contestaron.
– En el fuerte de Montevideo, cuando el sitio, los franceses subían en un globo de colores, a vapor de carbón…
– ¿Alguien lo vio a eso?
– No… Yo lo sentí decir a las tropas de López y Lamadrid cuando vinieron a hacer diana en el funeral del gobernador…
– ¿Y lo creistes vos…?
– Y si… Les creí. ¿Que mi costaba creír? -Hablaba así el del funeral para que no se le notara la tonadita paraguaya.
– Yo globos vi subir, fueron tan alto arriba que ni se vieron mas, pero eran nomás así de grandes… -señalaba con la vaina del sable patrio- como una carpa de carreta a lo mas…
– Con globos de esos podés subir y ver de lejos todo lo que haya…
– En esos que yo vi, que eran así -volvía a señalar-no cabía un francés ni nadies…
– Si hicieran globos grandes se podría ver…
– Mierda verías aquí…
– Pasto y mas nada, verías aquí…
Cansados, sabiendo que de un momento a otro iba a oscurecer, a uno que le había dado la locura de apartarse encontró una cagada y se apareció al galope gritando:
– ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!
Y despues dijo señalando a un lado:
– ¡Vi mierda! ¡Yo hallé mierda allí! ¡Menos de media legua de donde estamos ahora…!
Todos, hasta uno que no entendió, se le arrimaron y desmontaron para abrazarlo, y a los que se fueron arrimando al llegar apelotonamiento de caballos apeaban y los abrazaban y les repetían "mierda mierda", locos de contentos.
Esa noche salían del oscuro voces que hablaban, sin saber bien con quien, porque tendido culo arriba y encarpado en el poncho es difícil que se te reconozca por la voz.
– Fresca al parecer era, uno que andaba bien cerquita debió ser el que la cagó…
– Lástima nos haya desertado el baquiano…
– Lo engañaron… Seguro que los que dejaron el tirador con tantas libras eran los Nacionales…
– De ser así quiere decir que alguno fue y contó…
– ¿Que lo contó a qué?
– Que íbamos…Que veníamos… ¡Que vamos a empezar otra vez! ¿Que mas iban a necesitar saber?
– ¡Lástima no tener baquiano…!
– Por ahí mejor que no haya…¿Cuántos éramos?
– Trescientos, creo…
– ¿Quien los contó?…
– Nadie contó, trae desgracia contar.
– Contar sí, trae desgracia… -Era una voz de mas lejos, que acababa de meterse en la conversación.
– Ponéle que seamos cientos, raro con tanto cristiano criado en puro campo, no habemos ni uno que se dea maña para baquiano…
– Culastrones sí que debe de haber…
– Seguro que eso usté lo conoce en carne propia, paisano…
– Será cuestión de que se arrime y pruebe, aparcero… -Habló una voz cercana, que como parecía venir de arriba, a alguno mas debió darle impresión de que era uno se cabrió. Por eso salió a calmar los ánimos:
– En Mercedes, por mentar algo parecido, mataron a dos…
– Un baquiano sabría decir, mirando la suciedad, para donde iba el hombre, y si era un pampa o un cristiano… -Otro que quiso cambiar de tema.
– Baquiano es el que se da ánimos para inventar siempre, y tiene la fortuna de embocar todas las veces… -Pasó el tema de la carne propia, por suerte.
– Dice que la mierda del indio es seca, porque no come verde, nada mas carne y grasa come…
– Seca y dulzona, como la bosta de caballo es la mierda del pampa, porque el salvaje no usa sal…
– No sé… Yo no probé… -Era un chiste pero nadie lo festejó.
– Eso de no usar sal fue antes… Ahora el pampa copia todo al cristiano… ¿No es verdad?
– Sí que es verdad… Yo en la frontera vi uno que no mas le quitó el facón, la bota y las espuelas a un oficial muerto y hay mismo se los calzó…
– Yo vi indios con reloses y cadena de plata…