– Venga, Montoro, vamos -gritaba a voz en cuello la señorita Anita-. Ya está, ya está, ya está -repetía entusiasmada. Pensé que no habría descalificaciones, pese a las irregularidades posibles y la caída. Si aquello era un tongo, la manera de llevarlo a cabo había sido de lo más arriesgado.
Las jóvenes daban saltos de alegría, se abrazaron tres veces, vocearon '¡Viva el nueve!', a Lali se le cayeron los prismáticos de Ruibérriz, ni se dio cuenta, él los recogió compungido, un cristal roto. No dijo nada sin embargo, seguramente le podía más el contento, él nunca se va de vacío de ningún juego, hoy tampoco. Vi a lo lejos al almirante Almira que rasgaba sus boletos con patente fastidio, también el filósofo incrédulo que ya había llegado, los rasgaba casi todo el mundo. No nosotros, aquel mes se me arreglaba un poco, era probable que no cobrara el discurso.
– Bueno, adiós, nos vamos, que tenemos un poco de prisa. Encantada, ¿eh?, señor Ruibérriz de Torres, señor Francés. Y gracias por las atenciones -dijo la señorita Anita despidiéndose rápidamente de los dos a la vez. Tenían prisa por ir a cobrar, con esa cantidad le pedirían la documentación en taquilla, supongo, yo nunca he ganado tanto. Tal vez ni siquiera se quedarían ya para la quinta, el amigo o el tarambana esperándolas para celebrar la jugada. No les interesábamos. Me devolvió los prismáticos, yo le pasé el sombrero del mismo color que la vestimenta del jockey beneficioso. La vi alejarse con sus gratas piernas de muslos gordos, la falda corta permitía ver el arranque, sus medias no habían sufrido carreras en las carreras. Al final no había apuntado el título de la película, se le olvidaría de nuevo, el Solo seguiría sin verla entera y por lo tanto acordándose de ella, lo tendría muy malquistado el insomnio-. Vaya dos -dijo Ruibérriz alzándose el cinturón de los pantalones con ambas manos y sacando pecho mientras ellas desaparecían entre la masa móvil. Y eso fue todo lo que dijo para despedirlas.
Decidimos ir a cobrar más tarde, teníamos interés verdadero en la quinta, queríamos ir pronto al paddock a ver bien de cerca a los mejores caballos, podríamos presenciar la carrera sin preocuparnos ya del balance, saldríamos con ganancias en todo caso gracias a aquellas dos, a aquellas chicas. Cogimos buen sitio en el bar, desde allí veríamos cuándo salían los participantes. El hipódromo estaba ahora abarrotado, pasara lo que pasara no se atreverían a suspender la quinta, la visibilidad no importaba.
– Te fijaste en el fajo -le dije a Ruibérriz.
– Ya lo creo, un capital, de dónde lo habrá sacado. Billetes nuevos, ¿verdad?
– Billetes intactos.
– Hay que joderse -dijo.
No sé si iba a añadir algo más, pero no hubo ocasión porque de pronto vimos cómo un tío de cara bermeja y venas protuberantes rompía una botella justo enfrente de nosotros al otro lado de la barra y la agarraba bien por el cuello, esgrimiéndola, la espuma de la cerveza saltó como si fuera orina. Nos dio tiempo a ver a otro sujeto con abrigo de piel de camello que iba hacia él con una navaja empuñada en la mano, los pasos envenenados, no habíamos oído la parte verbal de la riña, en Madrid todo el mundo habla alto, el de la navaja intentó clavársela en el vientre al de la botella, de abajo a arriba el impulso, no llegó a su destino y nada se rasga, el cristal cortante hacia el cuello o la nuca no alcanzó tampoco, se frenaron el uno al otro las manos armadas con la que tenían libre, otros hombres aprovecharon el forcejeo para abalanzarse sobre sus espaldas y separarlos e inmovilizarlos (algún carterista sacaría tajada de aquel tumulto), intervinieron en seguida unos guardias, pedirían la documentación a todo bicho viviente de aquel lado de la barra, se llevaron a empellones a los rivales, les pegaron con las porras, les abrieron la cabeza, lo vimos, Ruibérriz y yo seguimos bebiendo tragos de nuestras cervezas, un trago, y otro, y otro, fue todo muy rápido y la niebla iba ahora en aumento.
Fue todo muy rápido también el lunes y el martes como lo parece todo cuando finalmente llega, entonces se tiene la sensación de que todo se ha precipitado y es corto y era escasa la espera, y de que podía haber venido aún más tarde; todo nos parece poco, todo se comprime y nos parece poco una vez que termina, entonces siempre resulta que nos faltó tiempo y no duró lo bastante (aún estábamos contemplándolo, aún dudábamos, qué pocas cartas y fotografías y recuerdos me quedan), cuando las cosas acaban ya son contables y tienen su número, aunque lo que a mí me ha pasado aún no esté concluido ni quizá vaya a estarlo hasta que yo mismo concluya y al encontrarla descanse y contribuya a salvarla como los otros siglos que ya pagaron su parte, aquella adivinanza infame del año 14. Y mientras tanto un día más, qué desventura, un día más, qué suerte. Sólo entonces dejaré de ser el hilo de la continuidad, el hilo de seda sin guía, cuantío mi voluntad se retire cansada y ya no quiera querer ni quiera nada, y no sea 'aún no, aún no' sino 'no puedo más' lo que prevalezca, cuando me interrumpa y transite sólo por el revés del tiempo, o por su negra espalda donde no habrá escrúpulo ni error ni esfuerzo.
Fue todo muy rápido porque no todo el mundo es consciente de que el presente recién transcurrido se aparece al instante como pasado lejano: Deán no lo era y consideró sin duda que llevaba demasiado tiempo esperando a saber lo que supo al fin por boca de su cuñada Luisa en el día acordado o pactado, ella tuvo el miramiento de llamarme el lunes al caer la tarde -o era ya noche, siguió la niebla difuminadora esos días- para confirmarme que había hablado, acababa de hacerlo, me había desenmascarado y ante Deán me había convertido en alguien a todos los efectos posibles, es decir, alguien con rostro y nombre y con hechos confesos, o para anunciarme esa otra llamada del marido o viudo que llegaría en seguida, creía ella, aquella misma noche en cuanto nosotros colgáramos y mi línea quedara libre, o al día siguiente como tarde si Deán decidía pasar las horas del sueño asumiendo o rumiando su conocimiento alcanzado. Entendí que Luisa había marcado mi número inmediatamente después de dárselo, quizá para protegerme aún durante unos minutos, quizá para impedirle hacer uso de él al instante una vez conseguido. Había estado en Conde de la Cimera hablándole, se habían visto como casi todos los días por una u otra cuestión del niño, ahora me llamaba desde el bar rusófilo que había abajo, nada más abandonar la casa, al menos Deán no se había precipitado al teléfono mientras ella descendía en el ascensor y daba la vuelta al edificio y buscaba su tarjeta o monedas para advertirme, si quería podía mantener el contestador puesto durante la noche, si aún no estaba en condiciones de hacer frente a aquella voz, a aquello, eso me dijo protectoramente. -¿Cómo lo ha tomado? -le pregunté.
– Creo que se ha sorprendido, pero ha disimulado bien la sorpresa. Debía de estar pensando en algún otro. Pero escucha -dijo-, no le he hablado de Vicente Mena, de pronto me pareció que era demasiado, demasiadas revelaciones inútiles, es amigo suyo, no sé, qué más da lo que hubiera si ya no puede haber nada. Te lo digo para que no se lo cuentes tú tampoco si no quieres. -Se quedó callada un segundo, luego añadió con desprendimiento-: Aunque a lo mejor te hace falta sacarlo, no sé, tú verás, tampoco importa mucho lo que ahora él piense de Marta. En realidad no sé si debería preocuparme por su buen nombre, no se sabe muy bien qué hacer con los muertos, estoy muy desconcertada.
'Antes se los veneraba o su memoria al menos, y se los iba a visitar a sus tumbas con flores y sus retratos presidían las casas', pensé; 'se guardaba luto por ellos y todo se interrumpía durante un tiempo o se disminuía, la muerte de alguien afectaba al conjunto de la vida, el muerto se llevaba en verdad algo de las otras vidas de sus seres queridos y no había por consiguiente tanta separación entre los dos estados, se relacionaban y no se daban tanto miedo. Hoy se los olvida como a apestados, si acaso se los utiliza como escudos o estercoleros para echarles las culpas y responsabilizarlos de la situación lamentable en que nos han dejado, se los execra a menudo y sólo reciben rencor y reproches de sus herederos, se fueron demasiado pronto o demasiado tarde sin prepararnos el sitio o sin dejárnoslo libre, siguen siendo nombres pero ya no son rostros, nombres a los que imputar vilezas y dejaciones y horrores, esa es más bien la tendencia, y no descansan ni siquiera en su olvido.'
– No te preocupes, no le hablaré de Vicente si así lo prefieres, confío en tu mejor criterio y no me cuesta callar eso -le dije-. Yo no sabía de su existencia cuando fui a cenar con tu hermana, podía no haber sabido tampoco al marcharme y todo habría sido lo mismo. Antes o después tiraré esa cinta, la tiraré hoy mismo, no ayuda ni beneficia a nadie. Y mira, no te preocupes por mí: la posible indignación de alguien no basta para que haya un culpable de ella, tampoco el dolor posible, nadie hace nada convencido de que esté mal hecho, es sólo que en muchos momentos uno no puede tener en cuenta a los otros, nos quedaríamos paralizados, a veces uno no puede pensar más que en sí mismo y en el momento, no en lo que viene luego. -En realidad estaba nervioso y un poco asustado. Quizá no sabía lo que estaba diciendo, hablamos sin saber muchas veces, solamente porque nos toca, impelidos por los silencios como en los diálogos del teatro, sólo que nosotros improvisamos siempre.
Hubo un silencio al otro lado del teléfono pero ya no seguí, tuve paciencia para esperar. 'Los otros', pensé. 'Los otros nunca se acaban', pensé mientras esperaba.
– Óyeme una cosa -dijo por fin Luisa-: si te propone que os veáis esta misma noche dile que no, yo creo. Mejor que os veáis de día, y a ser posible sin el niño en la casa, si quiere que os encontréis en su casa. Mi cuñada María se lo llevará por la mañana y no lo devolverá hasta por la tarde, mañana le toca a ella. Ya te dije que lo que quiere Eduardo es sobre todo contarte algo, pero aun así creo que es mejor que la situación sea lo menos parecida posible a la que tu viviste y ahora él conoce. Le he contado lo que me contaste con bastante fidelidad, le he dado tus explicaciones. Ha escuchado sin decir casi nada, pero creo que lo que peor entiende es que no le avisaras, que no avisaras a nadie. La verdad es que no sé cómo vas a encontrártelo. -Luisa hizo una pausa y añadió-: ¿Me contarás cómo ha ido? -Sonaba un poco atemorizada, nos atemoriza haber puesto algo en marcha. Me daba consejos y se preocupaba por mí, quizá sólo porque me veía en deuda, era yo quien tendría que oír reproches y aguantar la cólera y rendir cuentas. No estaba Marta para compartirlo.