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– Si viene alguien nos encontrar templando… ¿O es que no te gusta…?

Ante tanto desparpajo, Cosme sólo atina a reír:

– ¿Quieres ahora mismo, en el agua? Está tibia, riquísima…

– No, eso después. Para empezar, prefiero aquí… Ven,

acércate.

Alicia se sienta con las piernas abiertas, y entre ellas coloca

un banquito de madera que tiene a mano.

Mientras Cosme sale del estanque, ella se quita la innecesaria capita. Cuando Cosme se le aproxima, ella le señala el asiento, que ha quedado entre sus piernas, a la altura del cuello.

Cuando Cosme se desnuda, Alicia, divertida y muy puta, admira sus armas con un pronunciado arqueo de cejas:

– Ay, madre mía,… Ven, nene, siéntate…

Lo que Víctor y Elizabeth comienzan a ver, los susurros y gemidos que oyen, se reflejan en sus rostros excitados: ríen, se muerden los labios, jadean, por momentos la expresión del placer y del dolor se confunden…

– Oh, Vic, look at that…

La voz de Elizabeth ha descendido a un tono de urgida

lascivia.

En eso suena el teléfono, varias veces.

– Ese debe ser el escultor, que quedó en llamarme…

– Por lo que más quieras, no atiendas ahora y sigue…

Alicia, de bruces junto al fauno, coge el teléfono, sin soltar a Cosme.

– ¡Ay, qué desesperado eres, chico, déjame atender!

– ¿Jorge? Eres un encanto… Sí, mucho, es una belleza. ¿Qué le pusiste para que reluzca tanto?… ¿Vaselina? ¿Para mí? Ay, qué cochino… Sí, estoy sola.

Alicia guiña un ojo a Cosme y alterna sus besos con el diálogo al teléfono.

– Bueno, no exactamente comiendo, pero algo parecido… A que no adivinas…

Del otro lado del espejo, Elizabeth imita a Alicia. Víctor, lascivamente repantigado, la deja actuar y observa el quehacer de Alicia y su diálogo por teléfono.

– No, no es un caramelo, es más bien saladito…

Cosme en éxtasis, no ha captado el chiste…

– Sí, muy nutritivo… Sin esto, yo no podría vivir…

– Tibio, tibio… ¿La forma? Es como un chorizo… Pero más grande y más… gordo…

– Sí, eso mismo. Adivinaste… Uyy, delicioso… No, eso a ti no te importa… Chau -y corta sacudiendo los hombros de risa.

El fauno la acompaña en su risa.

Cuando cuelga, y retoma a Cosme, advierte que ya está retorciendo los ojos…

– No, ahora no, espera… -y se aparta un poco de él.

Alicia comienza ahora a acariciar el falo macrocéfalo del fauno.

Hipnotizados, los tres espectadores siguen el vaivén de la mano mano blanca y fina, con su anillo de esmeralda. Sobre sí mismos, los tres sienten el jugueteo de los dedos inquietos.

Cosme, con su brazo largo, le acaricia los senos. La mano de Alicia en acción, se refleja sobre el espejo, frente a él. Sin dejar de manipular el miembro ungido, ella hace señas a Cosme de que se ubique sobre el brazo del sofá. El se le sienta abierto, al alcance de los labios, y ella adopta ahora una posición cuadrúpeda.

Sin dejar de estimular al fauno, recomienza su jugueteo de labios sobre el glande de Cosme.

Cosme la ayuda a quitarse el mínimo blúmer.

Desnuda, sus nalgas soberbias contrastan con los muslos morenos del bicharraco.

Entre beso y beso, se muerde los labios y entrecierra los ojos. Y no hay falsedad. Se ve que disfruta intensamente su putería. No es sólo pericia sino vocación.

Ahora se pasea el glande por las mejillas y el cuello. Lo huele con suspiros, como a una fruta.

Sin perder el ritmo de su mano sobre el fauno, Alicia añade ahora un suave vaivén con todo su cuerpo. Mientras sus labios se deslizan en el largo y grueso viaje de ida y vuelta sobre Cosme, ella flexiona el talle y alza las nalgas, para ponerlas en contacto con el fauno erecto; y sin dejar de besar a Cosme, comienza a dilatarse con un leve giro contra la punta del falo aceitado; y cinco minutos después, completamente penetrada por

el divertidísimo fauno, cuando sus ancas están ya en plena y vigorosa rotación, Víctor, demasiado excitado, cree que quizá no pueda esperar a Elizabeth. ¡Por Dios! Aquella locura de Alicia le iba a hacer soltar hasta la médula, y Elizabeth diciendo que también quiere un fauno como aquel, y cuando Víctor ve a Alicia volver las ancas hacia Cosme, y recibirlo completo, e invertir los papeles con el falo del fauno, ya no puede aplazar el orgasmo, que Elizabeth recibe extasiada,…yes! yees!! yeees!!! yeeeeeeees!!!! yeeeeeeeeeees!!!!! Oh, come on Vic, come on my darling, now Vic, noooow, yeeeeeeeeeahhh, ohhhhhhhhhhhhh, ohhhhh, ohhh, ohh, oh…

En sus bruscos movimientos finales, Víctor le arranca la peluca de las trencitas. Sobre la calva muy púlida de Elizabeth, destaca ahora el maquillaje mulato de su cuello y brazos.

Pese al tono muy oscuro que se ha dado, Hendryck Groote no ha logrado ocultar el manchón oscuro que tiene debajo de la oreja.

23

Terminado el show de Alicia, Rieks tomó un baño, recompuso su maquillaje, su peluca y se puso otro vestido.

Convertido en Elizabeth, bajó de nuevo al salón, en su actitud de dama enamorada y con su dulce sonrisa habitual; en realidad, con una sonrisa más tonta que dulce, al cabo de ocho martinis. Los últimos cuatro se los había echado a pechos con desenfrenada aceleración.

Groote y Elizabeth eran dos personas tan distintas, con dos mundos tan ajenos… En su relación con Víctor, jamás interferían. Cada uno tenía su estilo. Con él, conversaban de cosas muy diferentes. Cuando Rieks estaba con Víctor, no mencionaba a Elizabeth, y Elizabeth ignoraba a Rieks. A veces, Víctor y Rieks reñían por cuestiones de trabajo. Víctor y Elizabeth también reñían, pero nunca por negocios, sino porque Elizabeth padecía esporádicos accesos de desconfianza. Cuando se olía una mentira o dudaba de su sinceridad en el amor, lo agredía por cualquier minucia.

Víctor admiraba aquella capacidad para desdoblarse de modo tan convincente. Sin embargo, cuando en el mes de setiembre estallara entre Víctor y Rieks la gran disputa por las comisiones, que los llevara al borde de la ruptura laboral, también se afectó la relación entre Víctor y Elizabeth.

Habían estado casi un mes sin verse. Pero veinte días antes de aquel encuentro en que disfrutaran de Alicia y Cosme, Rieks había citado a Víctor en su despacho, para anunciarle que gracias a Van Dongen, se había convencido de la justeza de su petición. Y quería hacerle saber que esa misma tarde partiría para Holanda, a dar la batalla final con su hermano. Iba a fundamentar y reclamar sus comisiones.

Y pocos días después, cuando Rieks regresara con su petición aprobada, y la noticia de que el contrato se firmaría a finales de enero, Víctor le agradeció mucho su gestión, y sintió el inmediato deseo de verse con Elizabeth y hacerla muy feliz. Esa misma tarde le dejó una nota en su casa.

En general, Víctor no deseaba a Elizabeth. Ella, con sus atuendos, perfumes, y algunas habilidades suyas, sabía estimularlo. Lo iniciaba con gran pericia, y a la hora de la verdad, en lo oscuro, Víctor actuaba con vigor y se satisfacía aceptablemente.

Luego, desde que contaban con Alicia, la relación se había convertido en algo más grato, que ambos esperaban con anticipada excitación. Aquella muchacha no tenía precio. Era imaginativa, ocurrente, loca, improvisaba con originalidad; a veces, se burlaba de sus amantes. Y del otro lado, aparte de estimularse con su creatividad erótica, ellos disfrutaban las situaciones que generaba, y el humor que introducía en sus shows.

Desde que ella apareciera en escena, ya en los primeros días, Elizabeth no tenía que iniciar los preludios desde cero. Cuando Alicia se anunciaba, y Elizabeth aparecía en la sala con su atuendo de mujer, ya Víctor la esperaba erecto. Desde entonces, Elizabeth había sentido renovarse su atracción por Víctor y crecer su confianza en él. Por fin, había logrado sentirse una hembra estimulante. La hembra que de adolescente se soñara entre los brazos de Alain Delon.

Y la verdad era que Groote, aunque no lo hubiera convencido Van Dongen, tarde o temprano habría cedido a las demandas de Víctor. Su intransigencia la pagaba luego la pobre Elizabeth, que languidecía de amor por Víctor.

Desde la sala que oficia de observatorio, se ve todavía la escena de las proezas de Alicia. Pero ya ella se ha marchado con Cosme. Ha quedado el fauno solo, con su infatigable risa.

Elizabeth cierra el armario y corre las cortinas, mientras canturrea algo. Se sirve otro martini, escancia un whisky a la roca para Víctor y lo incita a un nuevo brindis.

– ¡Por nosotros!

Chocan copas y beben de pie.

Víctor hace girar el sofá, lo empuja hacia su lugar habitual en medio de la sala y se desploma en él. Lleva pantalones cortos y está desnudo hasta la cintura.

Media hora y dos martinis después, a Elizabeth vuelve a enredársele la lengua, y camina sobre sus tacones, con inquietantes temblequeos de tobillos. No cesa de morderse la punta de una trencita y hace todavía más difícil entender lo que dice.

Victor está entonado, alegre, pero no tan borracho. Y al verla empinarse media copa de martini, se la quita con suavidad de la mano.

– Ya está bueno, Elizabeth, has bebido demasiado…

Ella, evidentemente borracha, se pone de pie y lo mira desafiante:

– ¿Tú crees que si estuviera borracha podría hacer esto?

Comienza a girar sobre sí misma con los brazos abiertos, pero de pronto tropieza, se tambalea, y se va de lado sobre Víctor, que la sostiene por la cintura.

– Vamos a acostarnos, Elizabeth. Estás muy borracha.

– Túuuu, eres el borracho, my dear… Mira, a ver si puedes hacer esto…

Elizabeth intenta ahora hacer el cuatro, es decir, quedar en equilibrio en una sola pierna, con la otra cruzada sobre la rodilla y los brazos abiertos, pero se va de lado…

Víctor lanza una carcajada y se para de un salto para hacerlo él, pero Elizabeth lo empuja sobre el sofá y se le echa encima. Se finge furiosa y simula pegarle, pero termina también, riéndose a carcajadas, mordiéndolo, besándolo hasta que caen enredados sobre el piso. Allí se demoran unos instantes hasta que cesan las risas.

Elizabeth se sienta en el piso, en postura de loto, coge una aceituna del estante inferior del carrito y dice a Víctor.

– Ahora tú, mírame a mí…, a ver quién es el borracho.

Con una aceituna entre dos dedos, cierra un ojo, toma puntería e intenta acertar en un jarrón vacío, de boca estrecha, que dista unos cinco metros. Para su propia sorpresa, emboca de lleno.

Se para de un brinco y comienza a aplaudirse y a correr tambaleante entre gritos y silbidos. Luego coge el platillo con aceitunas y se lo ofrece a Víctor:

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