Ayer trabajé duro en el huerto. Los arbejos se han secado, pero, secos y todo, los cosecharé, mitad para consumo (mezclados con alubias pintas y una punta de tocino, están exquisitos),mitad para siembra. La patata, que vino temprana este año, ni abunda ni ha medrado. La temporada pasada, cada planta no dio arriba de dos o tres pero eran patatas tamañas, ¡alguna de medio kilo!, de muy fino paladar. Dicen que la patata degenera y, cada dos años, es conveniente variar la siembra, pero lo cierto es que la patata cultivada por propia mano, con basura y sin pesticidas, tiene el mismo gusto que la patata de antes de la guerra. También salen mezquinas este año las remolachas de mesa, pero su sabor es más dulce y aromático que cuando engordan demasiado. A mí me entusiasma la remolacha roja (empezando por su color) hervida, con aceite y vinagre y un pellizco de sal. ¿La has probado? ¿Qué opinas de ella?
Lo que me desborda, en cambio, es la alubia verde, vaina decimos aquí. He sembrado ocho calles de veinte cepas cada una y con tan corto número podría alimentar a un regimiento. Mi equivocación fue ponerlas rodrigones de chopo viejo, podridos, que en su mayor parte han tronzado con el viento y aquello es como la selva, hay tramos impenetrables. Pero nacen vainas en todas partes, las cojo a puñados, diríase que crecen ante los ojos, en cuestión de segundos. Como a mi me sobran y aquí tiene huerto todo el mundo, ayer mandé un saco a Baldomero en el coche de línea, él aprecia esta hortaliza y todavía tiene en casa muchas bocas que alimentar.
¡Cuánto daría, querida, porque vieses mis rosales! Rosas y caléndulas son las únicas flores que cultivo pues las florecillas silvestres me bastan para alegrar la vista. Pero la eclosión delos rosales rojos es un espectáculo. Brotan a borbotones, en auténticos racimos, hasta el punto de que llega un momento que hay más flores que hojas. Desgraciadamente es ornato efímero, mas como a lo largo del verano se producen al menos dos floraciones, siempre, salvo un paréntesis de dos semanas, hay alguna. Ayer corté dos bellísimas y las puse en un vaso, sobre la cómoda, ante tu fotografía (entiéndeme, la que estás haciendo cosquillas a tu nietecita, pues la otra, la del tanga, podría dar que hablar a Querubina, mi ama de cura, cosa que prefiero evitar), pequeño homenaje de mi corazón apasionado.
Adiós, amor, vigila las transaminasas. Yo estoy otra vez con la acidez. Hasta pasado mañana, besa tus manos,
E. S.
26 de setiembre
Querida mía:
Tras las emociones de anoche, imposible conciliar el sueño. Y aquí me tienes, amor, a las siete de la mañana, intentando reanudar la comunicación contigo. Porque anoche, cuando Radio Nacional anunció su informativo y, encarado con la luna, puse el disco de Mozart, experimenté un auténtico transporte. ¿Cómo transmitirte mis sensaciones? Previamente, en los minutos iniciales, pasé una auténtica agonía. El corazón me escapaba del pecho, sus latido serán tan apresurados y rotundos que temí pudiera ocurrirme algo. Enseguida te sentí a mi lado y, simultáneamente, nos vi a los dos recortados en silueta contra la luz de la luna, escuchando, enfebrecidos, los compases de Mozart. ¿Cómo pude decirte un día que yo no llegaba a los clásicos? Nadie puede afirmar eso. Llegara ellos o que ellos lleguen a ti es un problema de recogimiento. Y Mozart, anoche, era no sólo un maestro sino un cómplice. Yo te pensaba y sabía que me pensabas y Mozart, con su profunda melodía, estaba por medio, era nuestra celestina. Hubo un momento, querida, en que el éxtasis fue total. Olvidé dónde estaba, mejor dicho, no estaba donde estaba, sino junto a ti, bebiéndome tu aliento. Y, al propio tiempo, conforme te digo, me hallaba fuera de mí, podía contemplarme y contemplarte, es decir, se produjo en mi interior como un desdoblamiento. Era a la par, protagonista y testigo y, así que la música cesó, me quedé tan hechizado que debí permanecer inmóvil varios minutos antes de reaccionar.
Aguardo tu carta con impaciencia. La embriaguez de tu presencia y mi insomnio de esta noche te explicarán la incoherencia de esta mía. Lo único coherente y cierto de este instante, en que el sol empieza a dorar las copas de los pinos, es mi amor por ti, más profundo, más cálido, más arrebatado cada día. Tuyo,
E.S.
28 de setiembre
Amor:
Tu carta de hoy ha sido para mí como un mazazo. Mi fe ciega en la comunicación telepática he de ponerla en entredicho. ¿Cómo pudiste olvidar una cosa así? Comprendo que el ajetreo de una gran ciudad, tu núcleo familiar, poco tienen que ver con el retiro de anacoreta en que mi vida se desenvuelve. Pero, con todo, la razón que aduces no es convincente: el espacio «Grandes Relatos» se prolongó hasta más allá de las doce y, cuando quisiste darte cuenta, la hora de nuestra cita había pasado. Rocío, ¿tan poco significaba ésta para ti? Me hago cargo que en tu situación de reposo absoluto, la música, los libros y la televisión constituyan tus pasatiempos habituales pero, precisamente por su carácter inhabitual, nunca debiste olvidar nuestra romántica cita. Discúlpame, hablo por mí, a impulso de mi egoísmo, de mi amor desbordado, y no tengo derecho a exigir correspondencia al mismo nivel. Desde hace semanas, tú estás presente en todas las actividades de mi vida, te pienso a toda hora, me obsesionas, por eso, cuando el trance se produjo, experimenté un verdadero arrobamiento. De repente, hoy, con tus líneas de excusa, de puro trámite, ¡zas!, todo se viene abajo. Nuestra cita fue un fraude, una desoladora impostura. Sencillamente no fue, porque tú… te olvidaste. ¿No encontraste forma más piadosa de decírmelo? Sí, de acuerdo, en amor lo que no es sinceridad es hipocresía, no sólo lo que se falsea sino lo que se silencia, pero pienso que a veces el daño que causan las palabras justificaría un caritativo encubrimiento. Desearía exculparte pero desde mi posición emocional es difícil hacerlo. Es más, el hecho de que fuera el televisor, trasto que habitualmente menosprecias, el causante de tu olvido, aumenta mi decepción. Hay en mí algo de masoquista, lo reconozco, pero si uno se reserva el placer de autocompadecerse, de sentirse víctima, ¿quieres decirme qué le queda?
Estoy acongojado, Rocío. Cuando algo no te estimula por dentro, las puestas de sol en Cremanes resultan fúnebres. La gente habla frívolamente de la caída del sol pero nadie, en realidad, le ha visto nunca caer. Yo sí, querida, le veo literalmente cada tarde por detrás del Pico Altuna, las crestas del monte empiezan a roerle por la base y en pocos segundos lo devoran, dejándome sumido en una desolación crepuscular. Desde la melancolía, un espectáculo así resulta luctuoso, por no decirte insufrible. Y, para rematar la fiesta, la hiperclorhidria me corroe el estómago de manera despiadada.
Te quiere tu desventurado amigo,
E. S.
30 de setiembre
Querida:
Disculpa mi última. Nadie tiene derecho a mendigar amor. El amor se siente o no se siente, no se finge ni se improvisa. La escena del amante dando a lamer sus llagas a la amada (sus llagas de incomprendido) es un espectáculo deprimente. Dejemos, pues, las cosas como están.
Para contrarrestar mi abatimiento, dedico estos días al ejercicio físico. Ayer me fui paseando hasta Cornejo, empujando el cochecito de Ángel Damián, y, esta noche, antes de cenar, hemos estado limpiando de estorninos el palomar de Protto. Estos pájaros, que, hace quince años, no se conocían aquí, constituyen ahora una plaga. Antaño en el páramo, el alcotán establecía una frontera, los mantenía a raya. Hoy no hay frontera porque falta el aduanero. ¿Qué ha sido de la colonia de alcotanes que anidaban arriba, en los tilos y castaños de la carretera? Nadie lo sabe. Un día de éstos, avisaré a Ramón Nonato para limpiar también de estorninos la panera de casa.
¿Cómo sigue esa hepatitis, cariño? ¿Vigilas las transaminasas? ¿Estás en buenas manos? Te recuerda a toda hora,
E. S.
3 de octubre
¿Qué nos sucede, amor, de un tiempo a esta parte? ¿Cómo puedo ser tan torpe y chapucero que en cada carta te suministre un motivo de enojo? ¿Tantas veces te he repetido lo de las transaminasas que he llegado a irritarte? La insistencia en este caso, querida, no es sino prueba de interés. No soy médico, claro, ni siquiera aficionado, pero interpretar el análisis de una hepatitis es muy simple, está al alcance de cualquiera, máxime si tenemos el anterior a la vista para compararlos. Pero no te tomes un berrinche por tan poco, amor. Yo me conformo con saber que vas mejor aunque lógicamente me intranquilizo cuando transcurren semanas sin información concreta sobre el asunto.
Lamento haberte ofendido con lo de la fotografía, pero debes hacerte cargo. Querubina, mi ama de cura, es mujer honorable y, en cierto modo, juiciosa, pero, como buena viuda fondona, proclive a la chismorrería, de tal modo, que si yo adornase con flores tu fotografía en bañador, a la media hora andaríamos en lenguas por todo el pueblo. No, no se trata de que yo sea esclavo de las convenciones sociales, entiéndeme, sino que aquí, en Cremanes, como en todas estas aldeas de Castilla, un acto semejante no sería bien interpretado. Los indígenas aceptan el bikini en las playas, inclusive aquí, en las piscinas de los veraneantes, de los forasteros, pero que el Eugenio (como aquí me dicen), un hijo del pueblo, se enamore de una mujer que se baña medio en cueros, y, para mayor escarnio, exhiba su retrato como un reto, constituiría motivo de escándalo. La gente rústica es así, querida, y yo no puedo cambiarla. Por sabido, no comparto su reacción, no me merece aprecio, pero ¿quieres decirme qué adelantaría provocándola? No te alteres, Rocío, por favor, date a razones: no me avergüenzo de ti, pero si, con el tiempo, vas a ser una asidua de este pueblo, ¿qué gano enrareciéndote el ambiente?
Por días me vuelvo susceptible e irritable. Necesito comprensión. A ciertas horas me invade el desaliento. ¿Por qué? El mundo me deprime, Rocío, me asusta. Preciso de alguien en quien confiar, en quien apoyarme cuando las aguas se agitan y el naufragio amenaza.
No quiero afligirte más. Piensa en ti, cree en ti, sueña contigo,
E.S.
5 de octubre
Amor:
Hoy luce un día azul, esplendente, atemperado por una dulce brisa del norte. La madura luz de la mañana, con un toque macilento en la arboleda del soto, es ya decididamente otoñal. De pronto, como convocado a corneta, el pueblo entero se ha puesto en movimiento y ha comenzado la recolección de la fruta. Diríase que el vecindario aguardaba a que se fuera el último veraneante, Julio Aspiazu, el navarro, que marchó ayer. En el vallejo todo es fragor de motores, voces, actividad… También yo bajé temprano a la huerta. Además de los ciruelos, un moral y dos perales, tengo veintitrés manzanos (cinco reinetos y docena y media de camuesos), una propiedad pequeña pero que da para entretenerse. Los reinetos, por más tardíos, pueden aguardar hasta la segunda quincena, pero el camueso ya está en sazón. La manzana suelta bien este año, demasiado bien, ya que hay frutos que se desprenden al vencer la rama y ya se sabe que manzana golpeada es manzana perdida.