Se repite hasta la saciedad que una novela no es labor de uno sino de muchos. Esta obra no hubiera nacido sin el amable impulso del doctor Juan Neiva, aquí retratado (ligeramente) como Horacio Neirs, el psiquiatra que me atendió tras mi intento de suicidio del pasado abril. «Es usted escritora», me decía durante las largas sesiones de consulta en su pulcro despacho, «pues escriba: sus impresiones, sus deseos, su vida…» A mí me horrorizaba la idea. «Prefiero una novela», replicaba. Y escribí una novela (ésta) que ha terminado convirtiéndose en mis impresiones, mis deseos y mi vida. Al doctor Neiva, y también a las voces de ánimo de la editorial donde publico, muchas gracias.
La luz entra a raudales por la ventana de mi despacho. Hoy es 3 de junio de 1999. He permanecido demasiado tiempo transformada en hojas; ahora pretendo volver a la vida.
A veces, lector, he tenido la extraña sensación de que yo también he sido escrita, de que cuando mires la solapa de este libro (donde anido yo misma más que en ningún otro) no verás mi rostro sino el de un autor distinto. ¿Tendría esto algo de extraño? Escribir es transformarnos continuamente, una metamorfosis incesante, el poder de los antiguos dioses del Olimpo. Sé que cuando el doctor Neiva lea mi obra reconocerá, en cada uno de mis personajes, al modelo que representa, o ha representado, en mi propia vida. «Pero ¿y Juan Cabo? ¿Quién es?», preguntará. Yo no responderé.
El sonido de un coche. Aquí llega. Es un antiguo compañero del instituto donde yo daba clases de latín y griego. Apenas nos conocemos, pero se enteró de mi accidente y ha estado llamándome por teléfono desde entonces, sinceramente interesado en mi recuperación. Hoy, por primera vez, he quedado con él. Es barbudo y usa gafas, pero no es feo ni bajito como Juan Cabo, sino alto y atractivo.
Sin embargo, yo pensaba en él cuando escribía sobre mi héroe. Soñaba que me buscaba, que quería salvarme, que me amaba…
Lo veo salir del coche y caminar hacia la puerta. Llama al timbre.
Me he enamorado de un hombre desconocido. Y pretendo conocerlo.
N. G.
Mirasierra, Madrid, 1999