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»Ayer fusilaron a un ladrón, a veinte pasos de mi ventana. ¿Dónde está el delegado? Lo mando llamar. El espía Cantero desvergonzadamente me sale con la especie de que está ocupado, de que no puede atenderme porque se ha puesto a cazar pulgas. Sosiégúese, Excmo. Señor Enviado Imperial, trata de aplacarme con fingida cortesía. Tenga S. E. la absoluta seguridad de que si el Delegado del Supremo Gobierno del Paraguay, Dn. Joseph León Ramírez, está cazando pulgas, lo hace sin ninguna duda en obsequio a su comodidad. ¡No son pulgas solamente, se-ñor Oficial, la única plaga que nos atormenta en este infierno!, le replico. Pido, es más, exijo ver al delegado inmediatamente, y usted me dice que se halla metido en una canasta en lo alto del edificio de la Delegación de Gobierno, embarcado en la absurda cacería de pulgas. Recuerde S. E., dice imperturbable el espión-escritor, que cada uno tiene su manera de matar pulgas, y el Delegado del Supremo Gobierno es infalible en sus métodos.

»Esto no es todo, senhor Cantero. Esta mañana, una india vieja me exigió una fuerte indemnización alegando que su burra había sido forzada y muerta por el burro que transportaba agua a este tugurio. Tuve que indemnizarla con un doblón de oro, pues menos no ha querido aceptar. ¿Le parece a usted que todo esto es soportable? Para, colmo, la mortandad de la peste está creciendo. Pasan de quinientos los infelices que con mis ojos y desde la puerta de esta cabaña he visto enterrar en las inmediaciones. Todo sucede en un día, y un día no tiene aquí diferencia del que le sigue en todo un año, de suerte que ignoro si he llegado aquí la semana pasada o el siglo pasado. ¡Igual que en los sueños, Excmo. Senhor!, se burla Cantero. A propósito de sueños, hará cosa de ocho días tuve uno respecto del Paraguay y del Brasil. Soñé que el Brasil sería el mayor imperio del mundo si su línea divisoria se extendiese hasta la margen del río Paraguay hacia el oeste, y hasta el río Paraná hacia el sur. Soñé, agregó el taimado espión, que el Paraguay y el Brasil formaban no solamente una alianza total, sino una unidad completa. No creo, sin embargo, que tales sean las vistas del Imperio del Brasil. Por otra parte, no creo en sueños, dijo. Tuve que replicarle con toda severidad: ¡Yo creo menos aún en trapacerías disfrazadas de sutilezas! ¡Un paso más, senhor Roa, 1 en el camino de los insultos, y conocerá el Gobierno paraguayo hasta qué punto el representante del Imperio sabe sustentar la dignidad de su eminente carácter y la ofendida majestad de su soberano!». (Inf. de Correia, op. cit.)

Mi confianza en Ramírez no está rota aún. Debe estar tramando algún ardid contra el enviado de la corte imperial.

Como verá, Su Excelencia, me dice Cantero en su último parte, estoy tratando por todos los medios posibles de ablandar al emisario de la corte imperial y sonsacarle las segundas y terceras intenciones que pueda traer, según Su Excelencia me ha ordenado. En un giro que me pareció acertado y oportuno, tenté a tirarle de la lengua con el pretexto de un sueño que fingí haber tenido acerca de la alianza entre el Paraguay y el Brasil y de que juntos formaríamos la potencia mayor de este Continente. El enviado imperial se muestra tan deprimido, que sinceramente comienza a inspirar lástima.

En las frescas galerías del Cuartel del Hospital disfruto imaginando al enviado del imperio devorado por mosquitos, chinches y pulgas. Invadido por las víboras de los esteros. Achicharrado por el calor del verano en el horno ruinoso de la ex comisaría. Acosado por el moscardón Amadís Cantero, que quiere averiguar por medio de sueños los planes expansionistas del Brasil.

Por fin, oficio de Ramírez. Triunfalmente me explica en detalle, a escala milimétrica, la relación que existe entre el salto de la pulga y la longitud de sus patas. Salto que varía de macho a hembra, antes y después de chupar la sangre de sus víctimas; también antes y después de la cópula, con perdón de Vuecencia. El infame espolón de mi delegado ha registrado todos los movimientos copulatorios en procaces dibujos.

Parte confidencial de Cantero: Lo que el Señor Delegado Ramírez ha subido con él en la canasta al techo de la Delegación, Excelencia, no ha sido bastimentos ni agua únicamente; también ha embarcado en la canasta a una de las doncellas de servicio del enviado imperial. Tan discreto ha andado por las alturas el Señor Delegado, que nadie ha visto ni ha sospechado nada. Con el vientre abotonado a la antigua, los ocupantes de la canasta se han frotado alegremente las mantecas haciendo la bestia de dos espaldas sobre el techo de la Delegación. Por su parte, el enviado del imperio se me ha quejado de que la invasión de pulgas ha crecido considerablemente. Estoy tratando de que no se entere del hecho, ya publicó y notorio en el pueblo. Hasta los indios se ríen de la canasta-que-subió-al-cielo. Mucho me temo que el desconfiado brasilero quiera resarcirse a su vez de la indemnización que ha pagado a la india por la burra muerta. La bella esclava mulata luce sin embargo muy satisfecha después de su encanastamiento con el Señor Delegado. No podemos decir sino que Dn. Joseph León Ramírez ha logrado astutamente, con algún sacrificio de su parte, bueno es reconocerlo, beneficiar nuestra causa. La mulata es la que sustrae la correspondencia secreta de su amo, cosa que nos permite copiarla íntegramente a fin de mantener a Vuecencia plenamente informado de las comunicaciones del enviado del imperio a su cancillería.

Ordeno a Cantero que amaine su ofensiva amansadora. En el último parte me informa: He invitado, Excelencia, al enviado imperial y a su familia a dar paseos a caballo por las hermosas florestas del Paraná. Ha rehusado secamente. Le he enviado entonces de obsequio una hamaca paraguaya para él, su esposa y sus hijas. Luego unos arreos de plata labrada. Idéntico rechazo. Con motivo de la fiesta nacional de su natalicio, Excmo. Señor, el enviado imperial aprovechó la oportunidad para poner de relieve su enojo. El 6 de enero del año anterior lo había festejado en forma extraordinaria. Mandó prender dos grandes hogueras e iluminar el frente de su residencia con ochocientas velas, del modo como yo le he referido que la población paraguaya rinde velariamente su devoción a nuestro Supremo Dictador. Además de las velas, el comisionado del imperio repartió limosnas a los pobres y, vestido de gala, asistió con su familia a las danzas y juegos del pueblo. Este año, en cambio, mantuvo cerradas las puertas y ventanas de su vivienda, y vestido con el traje más burdo se paseó en forma ostensible y desafiante frente a la misma. Me permití hacerle notar la diferencia de su actitud de un año a otro. ¿Qué obligación tiene, me respondió ásperamente, el plenipotenciario de un Imperio de festejar el cumpleaños de un gobernante que lo retiene diez y siete meses en un pueblo de indios, indecente y malsano? Un hombre continuamente maltratado no debe ni puede divertirse. Haga saber a su Dictador Supremo, que parece jactarse de que el Brasil le teme, que no hay tal. El Imperio no se asusta de cosas pequeñas y toma las injurias a su enviado como de quien vienen. Hágale saber, de mi parte, que si hay entorpecimiento en la marcha de las negociaciones, ello se debe a la doblez de conducta del Gabinete Paraguayo, enfermedad moral ciertamente desconocida en la Corte de Río de Janeiro. ¿Cómo debo responder, Excelencia, a los desplantes de este mísero enviado? Déjalo que se desahogue. Decirle que si tiene de verdad algo importante que decirme, que vengan primero las pruebas con el cumplimiento de la palabra empeñada sobre el envío de armamento y demás. Si no lo tiene, que se vaya por donde ha venido. Debo informar también a Vuecencia que las osamentas de los caballos arábigos, traídos de regalo por el enviado del imperio, blanquean ya en el potrero bajo bandadas de aves de rapiña. Diles, Cantero, de mi parte, a los cuervos, ¡buen provecho!

Último informe de Correia a su gobierno, chasquea Cantero en cifrado: Las vinculaciones internacionales de la Dictadura son vastas. Sus tentáculos se extienden al Plata, a la Banda Oriental, a Río Grande, a Santa Cruz de la Sierra. El objetivo fundamental está señalado en la formación de una Gran Confederación de la cual sería centro y cabeza el Paraguay. Ninguna duda cabe que el gobierno paraguayo está en inteligencia con el mariscal riograndés Barreto, y que no abandona el proyecto de revolucionar Río Grande del Sur y confederarlo a Montevideo contra Buenos Aires, en cuanto pueda contar con la alianza del Brasil para oponerse a las temerarias pretensiones porteñas. Al desligarse de las provincias del interior de Buenos Aires, el Dictador, que es el alma de esta nueva Federación, aunque todavía se conserva detrás de la cortina que mal le tapa, a la primera noticia del movimiento mandó recuperar la posición o campamento del Salto, que abandonara, y ha enviado a recorrer los puertos de sus futuros nuevos aliados. ¡Ah deslenguado e intrigante Correia! ¡Y eres tú el que viene ahora como embajador de los revolucionarios del Río Grande! ¡Te dejaría llegar hasta Asunción, sólo para plantar tu cabeza ensartada en una pica en el centro de la plaza de la República! ¡Puah, sucio bergante! ¡Ni ese honor de que tu sangre manche tierra paraguaya voy a concederte! ¡Vete al mismísimo demonio! El ingenuo Cantero me previene con la idiotez que le caracteriza: He averiguado, Excelencia, que el enviado del imperio es, además, archimasón y de los grados más elevados y terribles de esta tenebrosa asociación. No sería eso lo peor de Correia, mi estimado Cantero. Por el contrario, el ser masón, si es que lo es, vendría a constituir lo único poco bueno que tenga este picaro bandeirante disfrazado, ya de emisario del imperio, ya de embajador de la república de farrapos. ¡Pobres farrapos republicanos! ¡Pobres masones! Tener en sus filas a este superfluo superchero los llevará a la ruina. Continúa el parte de Cantero: El representante imperial y republicano, Excmo. Señor, considera a Vuecencia el jefe de la naciente y vasta confederación. En el día, expresa en su informe del 2 de abril, más jefe de la Federación Argentina que el propio Buenos Ayres, con inteligencias secretas en el Estado Cisplatino y en la República Peruviana, contando con un partido en Misiones y Río Grande, rico de inteligencia en Matto Grosso, el Dictador se aprovechará de la primera ocasión para dar la mano a los partidarios de la independencia absoluta de la Provincia de Río Grande y acabar enteramente con Buenos Ayres; ponerse sin rebozo a la cabeza de la actual Federación, invadir Matto Grosso, apoderarse de las Misiones Orientales a título de compensaciones o represalias, y llevar los horrores de la guerra al centro de la Provincia de San Pablo entrando por el Salto de Sete Quedas, bajo el mismo pretexto. La nunca interrumpida correspondencia entre el Gobierno Paraguayo y las provincias disidentes de la Federación del Río de la Plata, por vía Corrientes, durante la última pasada campaña del sur, la asombrosa restitución por parte del Dictador Paraguayo de los subditos cordobeses, santafesinos, paranaenses, pocos meses antes de que estas Provincias se declararan contra Buenos Ayres y le iniciaran una guerra; todas estas circunstancias y otras más de las que iré dando cuenta puntual en mis informes, llevan a la conclusión de que no existe otro camino para conjugar los peligros que por todas partes amenazan al Imperio, que concertar una alianza con el Paraguay y su astuto y levantisco Dictador… ¡Qué más quisiera yo, redomado bribón! Rivalizas con Cantero en poner sobre el papel una espanosa mescolanza de hechos contrahechos, patrañas, falsedades de todo calibre. Encerrado en tu canasta de intrigas, tu imaginación es más pobre que la de José León Ramírez para matar pulgas. Expulsa de una vez, José León, a este impenitente degenerado y cuídate de revisar muy bien su equipaje. No le permitas llevar ni siquiera una pulga de nuestras pertenencias. ¡Eh! ¡Mucho cuidado! Exprésale también de modo terminante que no se le ocurra nunca más volver a arrimarse a nuestras costas, si no quiere perder definitivamente la cabeza que no tiene. ¡Que se vaya al infierno con su imperio o su república y con ambos a la vez!

1 El compilador desea aclarar que el lapsus y la mención no le corresponden; el informe confidencial de Correia menciona textualmente este apellido, según puede consultarse en el tomo IV de Anais, p. 60. (N. del C.)


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