La espina ensartada en el garguero, el Tácito Brigadier no tuvo más remedio que reconocer: Ésta fue la primera vez que resonó en la historia americana la palabra Federación, tan famosa después en las guerras civiles, en sus congresos constituyentes y en sus destinos futuros. Esta célebre nota puede considerarse como la primer acta de Confederación levantada en el Río de la Plata.
El Paraguay regalaba pues a los porteños esta idea que podía resolver de golpe todos sus problemas. Proyectaba para América toda, antes que ningún otro pueblo, la forma de su destino futuro.
La Junta expidió un oficio a Belgrano, varado en San Juan de Vera de las Siete Corrientes: Protestamos al señor comisionado que sólo el deber de una entera y feliz terminación de las pasadas diferencias es la que la impele a proceder con esta detención hasta que su gobierno comprenda y adhiera a nuestras leales proposiciones y a nuestros sagrados empeños, que son y deben ser los mismos. Protestamos también una amistad sincera, deferencia y lealtad con los pueblos hermanos; valor generoso contra los enemigos armados; desprecio y castigo para los traidores. Éstos son los sentimientos del pueblo paraguayo y de su Gobierno, y los mismos que reclaman y esperan también de parte de Buenos Aires. Bajo este concepto puede el señor comisionado estar seguro de que, en el instante mismo en que recibamos favorable respuesta de su gobierno, tendremos un motivo de particular satisfacción en facilitar el tránsito y arribo de esa misión a esta ciudad.
[(Al margen): El bagre de Takuary se volvió espina. El pez nace de una espina. El mono de un coco. El hombre del mono. La sombra del huevo de Cristóbal Colón gira sobre la Tierra del Fuego. La sombra no es más difícil que el huevo. La sombra huye delante de sí misma. Todo llega. El sólo estar viniendo ya es estar llegando.]
A reculones llegó la respuesta de Buenos Aires. Cumplidamente aceptaba todo lo que se le exigía comprometiendo inclusive más de lo que se le había reclamado. Llegaron los emisarios plenipotenciarlos. Erguidos en la proa del barco, el sol encendía sus vestimentas de gala en la mañana primaveral. Magnífico recibimiento.
Las veinte familias principales, en lo más alto de las barrancas. Millares de curiosos del chusmaje atronando el aire con cajas y bom-bos, igual que en las fiestas del toril en los campamentos de negros y mulatos.
La junta en pleno les dio la bienvenida en medio de las salvas de los cañones y la fusilería. El general Belgrano se adelantó hacia los oficiales. Luego del saludo militar, los ex adversarios de Takuary se abrazaron largamente cuitándose en las orejas furtivos mensajes. Entre el clamoreo de la muchedumbre nos dirigimos.a la Casa de Gobierno en el ex carruaje de los gobernadores. Una llanta rota nos obligaba a saludarnos a cada voltejeo de la rueda. Rigodón de cabeceos y sonrisas. Al pasar por la plaza de Armas los recién llegados vieron las horcas. Canes canijos lamían las manchas de sangre del pulpero y del caballerizo de Velazco. Echevarría se volvió y con un guiño picaro en los ojos me preguntó: ¿Esos artefactos forman parte de la recepción? No me gustó de entrada la cara de ese hombre. Mezcla de dómine y ave negra de tribunales. En guiso de fantasía, pollo. Pollo de monó culo; cualquier bicho, menos un hombre en el que se pudiese confiar. No, doctor, ese decorado sirvió para otra representación. Lo que ocurre es que en el Paraguay el tiempo es muy lento de tan apurado que anda, barajando hechos, traspapelando cosas. La suerte nace aquí cada mañana y ya está vieja al mediodía dice un viejo dicho, nuevo cada día. La única manera de impedirlo es sujetar el tiempo y volver a empezar. Usted ve aquello. No. Ya no existe. Se ha vuelto aparición. Ya veo, ya veo, dijo el pollo-plenipotenciario entrecerrando su único ojo. Agotado por un terrible esfuerzo mental se enjugaba la cresta con un pañuelo de todos colores. El general muy parco, muy serio, cabeceaba a cada golpe de rueda.
Surge del portapluma-recuerdo otra recepción que daré al enviado de Brasil, quince años más tarde. Puedo permitirme el lujo de mezclar los hechos sin confundirlos. Ahorro tiempo, papel, tinta, fastidio de andar consultando almanaques, calendarios, polvorientos anaquelarios. Yo no escribo la historia. La hago. Puedo rehacerla según mi voluntad, ajustando, reforzando, enriqueciendo su sentido y verdad. En la historia escrita por publícanos y fariseos, éstos invierten sus embustes a interés compuesto. Las fechas, para ellos son sagradas. Sobre todo cuando son erróneas. Para estos roedores, el error es precisamente roer lo cierto del documento. Se convierten en rivales de las polillas y los ratones. En cuanto a esta circular-perpetua, el orden de las fechas no altera el produc to de los fechos.
El 26 de agosto de 1825, Antonio Manoel Correia da Cámara. 1 comisionado del imperio del Brasil, es conducido en el mismo carruaje en que voy con Belgrano, a la Casa de Gobierno. No lo acompaño yo, desde luego. El jefe de plaza basta para cumplir tal menester. Un batallón del regimiento de pardos y mulatos lo escolta. Máximo honor que puedo dispensar a este botarate emplumado que ha tenido el atrevimiento de omitir en su solicitud de entrada el título de República, que corresponde legítimamente a niestro país. Lo estoy observando desde la ventana de mi gabinete. Racimos de cabezas se alborotan en los huecos de la calle principal. El populacho se agolpa en las esquinas al paso del visitante galoneado, tintineante de condecoraciones. Desde la carroza el amigo del sultán Bayaceto agita ceremoniosamente su sombrero de plumas. Bandera de parlamento. El gentío se atropella para ver de cerca al comisionado imperial. No hay bulla de vítores ni aclamaciones. Curiosidad espesada de instintiva malquerencia. Sé lo que es eso. Sombras rojas. Es que el pueblerío no puede dejar de ver en el Hombre-que-viene-de-lejos al kambá brasilero: Descendiente de los bandeirantes merodeadores, incendiarios, ladrones, negreros, violadores, degolladores. La llanta rota lo decapita a cada bandazo. Los saludos caen al polvo. Cuando calla la trompa de la escolta se escuchan gritos de zumba. Sorda rechifla: ¡Kambá! ¡Kambá! ¡Kambá-tepotí! ¡Cuánta diferencia con la bienvenida a Belgrano!
He dispuesto no recibir todavía a Correia. Que espere un poco más. No tiendo mi mano a los apuros. Quiero saber a fondo qué es lo que quiere el imperio, qué es lo que se trae entre manos su atolontado testaferro. Que lo lleven a su alojamiento. De la carroza negra aparece la mano blanca cuajada de destellos agitando el empenachado sombrero, saludando a diestro y siniestro. La chusma observa el espectáculo, formando parte sin participar de él. El hombre-que-viene-de-lejos avanza en el fondo de la calesa negra rodeado por la atmósfera de su carnaval carioca. Teatro inútil. Decorado dorado, escorado en lo no-visible. Lo precede un batuque de danzantes negras vestidas de collares. Saltimbanquis, capoeiras, agitan sus cachiporras manchadas de rojo. Insuficiente. Insuficientemente rojo. No alcanza el tinte de la sangre. Acaso baste a simularla bajo el sol marginal del Brasil, al ocaso del África. Otra cosa. Otra cosa es el pasionario sol de Asunción. Siempre a plomo rajando las piedras. La resolana muestra, delata, despinta los tesoros de este carnaval de cartón. Esfuma a las danzantes, a los capoeiras. La mano blanca contra la laca negra del carruaje empuñando el ibis del sombrero. Garza-real. Ave-del-Paraíso. Botones de alquimia. Lentejuelas de colores. Pónganle más si quieren. Todo lo que quieran. Para mí no será más que teatro. Para mí, el mensajero imperial no es más que un chasque cualquiera. Viene atolondrado a buscar mi mano. Pero no doy a nadie a guardar mi mano.
Por momentos el carruaje en que acompaño a Belgrano y el carruaje en que va Correia se aparean. Avanzan a contramarcha, ruedan juntos un tramo. Se juntan. Forman un solo carruaje. Vamos todos juntos saludándonos ceremoniosamente en los barquinazos. La fallanta nos pone de acuerdo en el forzado cabeceo. Cada uno afirma su no con el gesto de decir sí a cada segundo y fracciones.
Buenos Aires ha enviado a Belgrano a pactar unión o alianza con el Paraguay. El Imperio del Brasil ha enviado a Correia a pactar alianza, mas no la unión con el Paraguay. 1
Antonio Manoel Correia da Cámara se apea del carruaje ante la posada que se le ha destinado. Contra el blancor de la tapia se destaca la figura del típico macaco brasileiro. Desde mi ventana lo estudio. Animal desconocido: León por delante, hormiga por detrás, las partes pudendas al revés. Leopardo, más pardo que leo. Forma humana ilusoria. Sin embargo, su más asombrosa particularidad consiste en que cuando le da el sol, en vez de proyectar la sombra de su figura bestial, proyecta la de un ser humano. Por elcatalejo observo a ese engendro que el Imperio me envía como mensajero. Pegada a la boca, una fija sonrisa de esmalte. Fosforilea un diente de oro. Peluca platinada hasta el hombro. Ojos entrecerrados, escrutan su alrededor con la cautelosa duplicidad del mulato. 2 Es de los que primero ven el grano de arena. Luego la casa. El portugués-brasilero, este maula, viene queriendo construir una casa en la arena, aunque todavía no vino. O tal vez ya llegó y se fue de regreso. No. Está ahí, puesto que lo veo. Reanímase el pasado en el portaobjeto del lente-recuerdo. ¡Qué hermoso sombrero de plumas!, oigo murmurar a mi lado al secretario de Hacienda. ¡Vaya a trabajar, Benítez, y déjese de pavadas!
(En el cuaderno privado)
Yo soy el arbitro. Puedo decidir la cosa. Fraguar los hechos. Inventar los acontecimientos. Podría evitar guerras, invasiones, pillajes, devastaciones. Descifrar esos jeroglíficos sangrientos que nadie puede descifrar. Consultar a la Esfinge es exponerte a ser devorado por ella sin que se pueda develar su secreto. Adivina y te devoro. Ellos vienen. Nadie anda solamente porque quiere y tiene dos patas. Nos vamos deslizando en un tiempo que rueda también sobre una llanta rota. Los dos carruajes ruedan juntos a la inversa. La mitad hacia adelante, la mitad hacia atrás. Se separan. Se rozan. Rechinan los ejes. Se alejan. El tiempo está lleno de grietas. Hace agua por todas partes. Escena sin pausa. Por momentos tengo la sensación de estar viendo todo esto desde siempre. O de haber vuelto después de una larga ausencia. Retomar la visión de lo que ya ha sucedido. Puede también que nada haya sucedido realmente salvo en esta escritura-imagen que va tejiendo sus alucinaciones sobre el papel. Lo que es enteramente visible nunca es visto enteramente. Siempre ofrece alguna otra cosa que exige aún ser mirada. Nunca se llega al fin. En todo caso la cachiporra me pertenece…, digo esta pluma con el lente-recuerdo incrustado en el pomo.